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Navigare necesse est, vivere non necesse (Navegar es necesario, vivir no lo es)
Pretérito y recién miércoles 6 de octubre, día del cine español. En 1896, las poco antes inventadas cámaras de cine comienzan a salir de tierra gabacha. Un enviado de los Lumière arriba a la Villa y Corte, y coloca una cámara delante de un batallón. La calidad, candor, pureza y simplicidad del cine de los Lumière continúan siendo muy influyentes, hoy en día, incluso para los cineastas contemporáneos más “rompedores”.
A bailar, a bailar
En derredor de una fogata, bailotean mesnadas viriles – en principio, repito, solo en principio –, en instante de asueto, solos o en grupo. Se marcan prodigiosa jota, indelebles cuarenta segundos. Se echan un fascinante e hipnótico bailable. Danzan como si no hubiese un mañana. Felices. Contraviniendo las demencias del orate Sabino Arana, un agarrado en condiciones, vive Dios. Con sus enhiestos birretes y sus espaciosos y militarunos mostachones. Memorable y caótica coreografía, abracadabrante flashmob, momentos despollantes. Por ejemplo, segundo 18, el desorientado enanito embestido por el gozoso fervorín de danzarina pareja. Paradójicamente, o no, primera película elegetebeí nacional – incluso internacional – de la historia. Obvio. Cosas veredes. Juas.
Después llegarían las proyecciones en el Circo Price y en los bajos del Hotel Rusia, ubicados ambos en la madrileña y céntrica Carrera de San Jerónimo (donde vagan y haraganean y golfean 350 gallifantes/di-puta-dos), y en los que el día 13 de mayo de 1896 pudo verse el primer pase, en nuestra patria, del cinematógrafo. Al día siguiente, el mismo 14 de mayo de la inauguración, el diario La Iberia publica un arrebolado retrato del prodigioso invento: “El cinematógrafo es la fotografía animada. Sobre un telón blanco se proyectan los cuadros, viéndose reproducidos los movimientos de las personas, el paso de los carruajes, la llegada de un tren y la ondulación de las aguas del mar, pero de una manera tan notable y con una perfección tal que no cabe más allá”….
El cine, infinitamente mejor que la vida
…Exiguas calendas después, el más grande, el turolense Segundo de Chomón. 125 años después, ahí sigue el cine, el mejor invento de la humanidad. Lo dicho en tantas ocasiones, el cine mejor que la vida. Infinitamente. Sin él, la vida deviene mayúsculo error. El cine, imperiosa necesidad. La vida, mera contingencia. En fin.
Autor
- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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