22/11/2024 00:48
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Por fin de nuevo en el tajo en «mi trinchera» que, a Dios gracias, no ha sido okupada. Vuelvo al «añorado» ruido de las sirenas policiales tras los delincuentes y las de las ambulancias para recoger infectados, inmerecida desgracia sin atajar por los políticos, dejándole al campo su aburrido silencio, únicamente roto por los ladridos de perros cuyos amos sin educación propia, ni siquiera pusieron intención en educarles.

 

Yo también podría utilizar el «como decíamos ayer». En Madrid, donde vivo, los problemas son exactamente los mismos que hace mes y medio. No crecen, porque los sufríamos todos, y no disminuyen, lo único es que da la sensación de que unas manos poderosas los barajea, y los va soltando a capricho; ahora estos y después aquellos.

 

Me ha llamado la atención comprobar que hay opiniones de ilustres tertulianos de que estábamos a unos pocos pasos de alcanzar la profecía de George Orwell «1984» (no sobre lo del gobierno de cerdos de la Granja, que ya lo llevamos sufriendo plenamente estabilizado gracias al concurso de lo peor de cada casa, desde hace un par de años, incluidos los imprescindibles «pulgosos» perros de presa color «morado martirio»). Esas opiniones es indiscutible que estaban equivocadas pues, con la extraña colaboración del Covid-19, para hacerlo más notorio, ya vamos dando los pasos desde hace muchas lunas sobre la superficie de la porcina orwelliana meta. Primero fueron un tanto vacilantes pero, una vez encomendada la cuestión a los canes comunistas, con sus dislocados ladridos y sus «eficaces» afilados colmillos, ya vamos dando zancadas muy cercanas a la perfección. Gracia que nos viene concedida por el Gobierno -!ay chiguagua!- del «libertador Pancho Sánchez» y sus descamisados del mariachi Soviet.

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¡Cómo que estábamos a unos pocos pasos! Ya está tenemos en uso obligatorio aquello que angustiados hemos leído en la célebre novela sobre las obligatorias denuncias por «malas prácticas» contra las normas establecidas por quienes caminan por la senda de la Autoridad despóticamente a impulsos de lo que, profesionalmente tratado, acabaría siendo un par de jamones, e igual cantidad de paletas, unos y otras, si no de «pata negra» (¡qué no!),  es seguro que poniendo intención en la atención de sus andares, veríamos que son «auténticas patas sucias» ungidas de odio hacia quienes son mejores que ellos -para lo que no es demasiado lo que se necesita-, y resentimiento por su propia falta de valores, además de las infinitud de sus carencias como seres humanos. 

 

La consigna emitida es que la «masa» ha de asumir la obligación perseguir a ultranza y cumplir con la denuncia, por encima de obsoletos sentimientos familiares o amistosos, de quienes, por propia valoración, sin ninguna otra herramienta intelectual, deciden lo que es contravenir la autoridad del «mando único».

 

Sovietización que empuja a hijos «chivar» a las autoridades las presuntas faltas cometidas por sus propios padres; los de cónyuges acusándose el uno al otro; nietos contra abuelos y viceversa. Así; acojonados de la mañana a la noche, se logra una sociedad absolutamente domesticada, temerosa, sabiendo que del mismo modo y por los mismos actos «delictivos» cometidos, puede llegar a «ascender» a acusado ante «el rojo fiscal», puesto ahí para «sacudir» a mansalva a todos los que le plazca. Y es que con semejante clase de gentuza en la cúspide del Poder, ninguno de los imbéciles que entren el maquiavélico juego, podrá salvar la pelleja; por mucho que se esfuercen en demostrar su colaboración al Sistema, ante los ojos de los «grandes hermanos rojos».

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Si; insisto, ya lo tenemos ahí, disimulado en la «presunta búsqueda, persecución y sometimiento del Covid-19», obligando al infectado, en su cama del dolor, a denunciar a cuantas personas con las que se hubiera relacionado y a estos, con los que después de la convivencia con aquel infectado se hubieran reunido, y así hasta el infinito. Claro que para realizar el seguimiento se ha creado, como en el Lejano Oeste, la figura del rastreado o «rastreator» que sea capaz de seguir el rastro hasta por el olor.

 

 

Autor

Eloy R. Mirayo
Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en  las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.