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eñores, las declaraciones en exclusiva que la tal Corina ha hecho a «OKdiario» (por cierto, que es una vergüenza que los demás Medios y la Prensa escrita no se haya hecho eco, por celos, de la gran entrevista que le hacen Eduardo Inda y Manolo Cerdán en Londres) y en especial el asunto de «la maquinita de contar billetes» me ha recordado de inmediato los dos casos similares o parecidos de la Historia (el de «El collar de la Reina María Antonieta» y «el del cerrojo de la Reina Isabel II) y el más moderno, modernísimo de hoy 7 de octubre del 2020, el de «El móvil del Coletas y la Dina»… porque estoy seguro que la «maquinita» de la Corina va a ser, puede ser, lo que fue el collar de María Antonieta para la Monarquía en Francia, o sea el Principio del Fin… o lo que significó para la Monarquía española el escándalo del cerrojo de la Reina Isabel II, la de los tristes destino, que le costó la Corona y el exilio.
(Claro que otro tanto le puede pasar al comunista, podemita venezolano, marqués de Galapagar, príncipe de la casta y Vicepresidente del Gobierno del Precipicio… con el «móvil de las cloacas» de la Dina. ¡Un móvil trucado puede ser la tumba del hoy superpoderoso Coletas!).
Pero, centrémonos en la maquinita de La Zarzuela ¿Se imaginan ustedes al Rey Juan Carlos dándole a una maquinita contando billetes? ¿Y para quién o quiénes eran esos billetes? ¿y de dónde procedían esos fajos de billetes? ¿y eran pesetas, euros, dólares, yen, rublos, libras o yuan chinos?… Mal asunto, porque la tal Corina lo deja bien claro en la entrevista: «La primera vez que Juan Carlos me habló de la máquina de contar billetes me quedé boquiabierta, pero cuando la vi, sí, sí, la vi en la Zarzuela, en la Sala de Tesorería, y hasta un empleado me hizo una demostración, mi asombro fue total»…
Mal asunto. Insisto. Porque los pueblos, y el español más que ninguno, le dan, casi siempre, más importancia al símbolo que a lo que hay detrás… y anoche mismo ya lo pude comprobar cuando entré en el bar donde suelo «arrinconarme» para escribir («Casa Miguel», Claudio Marcelo-María Cristina) y de pronto escuché la voz, o el grito mejor, que el camarero de la terraza le lanzaba al de la barra: «¡¡ Miguelito, dale a la maquinita para 5 cubatas!!…¡¡Vááá… maquinita, 5 de los moros!!». Pobre Felipe, la que le espera. Al final, lo de Castelar, no os engañéis, republicanos, porque la República no la hemos traído nosotros, la República la han traído los monárquicos y la Reina… y lo mismo pudo decir Azaña en 1931, cuando al Rey Alfonso XIII le faltó tiempo para largarse y los monárquicos se escondieron en sus fincas.
Lo dicho, la «maquinita» de la Corina (y todo lo que les ha soltado al Inda y al Cerdán) puede ser la puntilla de la Monarquía, que por no tener ya no tiene ni a los franquistas… Eso sí, Don Luis María Ansón sigue con su «Monarquía de todos», en plan últimos de Filipinas.
Pero lean conmigo lo que sigue:
«–Manuel Cerdán: Una pregunta más fácil. ¿Llegó a ver usted la caja de contar dinero en La Zarzuela o le contó Juan Carlos que tenía esta máquina?
–Corinna Sayn Wittgenstein: La vi. La vi en Palacio, en la Sala de Tesorería, creo que en torno a 2006 si no recuerdo mal. Era asombroso. Me quedé boquiabierta.
–Manuel Cerdán: ¿Y lo vio contar dinero a él o no?
–Corinna: No, pero me la mostró. Un miembro del personal me enseñó cómo funcionaba.
–Eduardo Inda: ¿Él movió mucho dinero en efectivo… muchos billetes?
–Corinna: Cash!!
–E. Inda: ¿Mucho?
–Corinna: Obviamente se ha visto en el proceso judicial de Suiza que los administradores del Rey Juan Carlos transfirieron grandes sumas de dinero entre Suiza y Madrid. Grandes sumas cruzaron la frontera y todos sabemos que, para ti, para mí y para ti, el límite son diez mil. Así que grandes sumas cruzaron la frontera regularmente, sí.
–E. Inda: ¿Cuánto?
–Corinna: Creo que todas esas cifras se han publicado ya en España. No le sé decir…
–E. Inda: ¿Lo recuerda?
–Corinna: Digamos que probablemente en torno a cinco millones…
–E. Inda: ¿En cada viaje?
–Corinna: No, creo que doscientos cincuenta, trescientos… Depende… Es… Lo hemos visto en los documentos del proceso y creo que alguien lo ha publicado. No recuerdo qué publicación, pero…
–M. Cerdán: Ese dinero era el que llegaba a Madrid en maletas a través del aeropuerto de Barajas, ¿no?
–Corinna: Supongo que en algunos vuelos. En el proceso judicial se ha visto que hubo también vuelos comerciales, así que debió de haber algún arreglo especial para facilitarlo.
–M. Cerdán: Eran jets privados también contratados, ¿no? Por toda esa trama económica, ¿no?
–Corinna: Eso parece, sí.
Corinna entra en materia sobre el dinero cash que manejó Juan Carlos I durante los años que mantuvieron una relación amorosa. No sólo vio la máquina de contar dinero que el entonces monarca tenía en La Zarzuela sino que, además, le enseñaron cómo funcionaba aquel engendro que contabilizaba el dinero negro.»
Ahora vayamos al encuentro de el escándalo del collar de la reina María Antonieta, que le costó la guillotina y a Francia la caída de la Monarquía. Lean conmigo:
El escándalo del collar
El asunto del collar fue una estafa que tuvo por víctima, en 1785, al cardenal de Rohan, obispo de Estrasburgo, y en el que se vio implicada la reina María Antonieta. La relevancia pública del asunto, que redundó en un gran escándalo político y social, contribuyó a hundir la imagen pública de la reina María Antonieta, que se ganó definitivamente la enemistad de la vieja nobleza francesa y perdió el apoyo del pueblo de Francia. Las consecuencias de esto espolearon el descontento popular contra el gobierno de Luis XVI, muy influenciado por la camarilla de la reina.
El torpe manejo que la monarquía francesa hizo del asunto llevó a que comenzara a ser abiertamente desprestigiada por la propia nobleza, socavando de manera fundamental la imagen pública de la monarquía en unos momentos de crisis económica y social; igualmente, puso de manifiesto ante el pueblo la corrupción de la corte y la precariedad de las finanzas públicas, hasta el punto de que el Asunto del Collar suele considerarse como un claro antecedente a la Revolución francesa.
Por su parte, el carácter profundamente novelesco del asunto, calificado como «una de las farsas más descaradas de la Historia» por Stefan Zweig, ha servido como tema de numerosas obras literarias, entre ellas, El Gran Copto, poema de Goethe, o la novela El collar de la reina de Alejandro Dumas, tema más tarde tomado por Hollywood para dar lugar a una película.
Proceso y escándalo
El 22 de mayo se abre el proceso en el Parlamento de París. Desde un primer momento, queda claro que el proceso va más allá del asunto material del collar, al enfrentarse, por un lado, la reina María Antonieta, que tan torpemente ha forzado el asunto, y por otro la nobleza francesa que tanto la odia. Cualquier sentencia condenatoria hacia el cardenal queda excluida, al estar claro que ha sido víctima de una estafa. Sin embargo, el Parlamento debe elegir entre una absolución con reprobación hacia la conducta del cardenal, que ha usado el nombre de la reina sin su consentimiento, lo cual afianzaría la posición de María Antonieta, o una absolución completa, lo cual hundiría a María Antonieta. Las presiones sobre el tribunal son inmensas, y tras una larga deliberación el Parlamento absuelve, por veintiséis votos frente a veintitrés, de manera completa al cardenal de Rohan, a Nicole Leguay (la prostituta) y a Cagliostro, humillando públicamente a la reina y a la monarquía francesa, cuyo prestigio interno se derrumba. Igualmente, condena in absentia a Rétaux de Villette al destierro, al conde de la Motte a galeras a perpetuidad, y la condesa es condenada a prisión perpetua en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière.
Furiosa, María Antonieta le pide al rey que el cardenal de Rohan presente la dimisión como capellán del rey y sea exiliado a la Maison de Dieu, una de las abadías usufructuarias del cardenal. El Rey acepta, y tras la sentencia destierra al cardenal, acto que el pueblo y la nobleza ve como un atropello a la decisión del Parlamento, lo cual socava aún más si cabe la imagen de la monarquía francesa. El destierro, no obstante, sólo durará tres años, ya que el 17 de marzo de 1788 el rey lo autorizará a regresar a su diócesis.
Por su parte, pocas semanas después de su condena, la condesa de Valois de la Motte huye a Inglaterra: alguien (se desconoce quién) le abre la puerta de su celda y la ayuda a salir de prisión. Conforme la indignación general por los detalles del proceso, que ponen de manifiesto el despilfarro de la corte, crece en Francia, la condesa, refugiada en Londres, se dedica a airear aún más el asunto. Publica unas memorias en las que muestra a María Antonieta como a una sádica lesbiana dada a todo tipo de infidelidades, orgías y derroches, y contribuye con ello a hundir la imagen pública de la reina. Tras estallar la Revolución francesa en 1789, la Convención, que ve en ella a una suerte de heroína trágica víctima de la maldad de María Antonieta, la invita a regresar a Francia en 1791 con todos los honores. Sin embargo, poco antes de regresar, la condesa se arroja, en 1791, por la ventana de su casa de Londres, posiblemente tratando de huir de unos acreedores aunque hay tesis que afirman que fue asesinada por agentes de la monarquía en el exilio.
¿Y qué fue lo del cerrojo de la reina Isabel II de España? Lean conmigo:
El político riojano (Salustiano de Olózoga) fue acusado de obligar a la soberana a firmar la disolución de las Cortes en 1843, mientras los rumores políticos lo señalaban como su amante.
Algo muy extraño ocurrió en la alcoba de Isabel II del Palacio Real de Madrid en la noche del 28 de noviembre de 1843. Tan extraño, que los historiadores todavía hacen cábalas 177 años después. Todo parece indicar que lo que estalló como un escándalo político y sexual de la época entre la reina y el político riojano Salustiano Olózaga no fue sino un golpe de Estado encubierto por el que los moderados se hicieron con el poder. Y sin disparar ni un tiro.
A raíz de la caída de Baldomero Espartero como regente -tras la revuelta militar liderada por los generales Serrano y Narváez en el verano de 1843-, y recién nombrada Isabel II mayor de edad y reina de España con tan sólo 13 años, fue designado Salustiano Olózaga presidente del Consejo de Ministros como político de prestigio del ala más «templada» del progresismo.
Sin embargo, al designar el político nacido en Oyón un gobierno progresista monocolor, el Congreso de mayoría moderada respondió eligiendo como presidente de la Cámara Baja al conservador puritano Pedro José Pidal. Ante esta coyuntura, pretendió Olózaga dar un golpe de efecto y convocar nuevas elecciones para recuperar el poder parlamentario; fue entonces cuando saltó a la opinión pública el ‘escándalo Olózaga’.
En la sesión del 1 de diciembre, el moderado González Bravo, como notario mayor del Reino, leyó ante las Cortes la declaración escrita de puño y letra de Isabel II: «En la noche del 28 del mes pasado, se me presentó Olózaga y me propuso firmar el decreto de disolución de las Cortes. Yo respondí que no quería firmarlo, teniendo, para ello, entre otras razones, la de que esas Cortes me habían declarado mayor de edad. Insistió Olózaga. Yo me resistí de nuevo a firmar el citado decreto. Me levanté, dirigiéndome a la puerta que está a la izquierda de mi mesa de despacho. Olózaga se interpuso y echó el cerrojo de esta puerta. Me agarró del vestido y me obligó a sentarme. Me agarró la mano hasta obligarme a rubricar. Enseguida Olózaga se fue, y yo me retiré a mi aposento. Antes de marcharse Olózaga me preguntó si le daba mi palabra de no decir a nadie lo ocurrido, y yo le respondí que no se lo prometía».
El escándalo estalló cuando la Comisión de Investigación Parlamentaria descubrió que en la habitación de la reina no tenia cerrojo.
Fue el principio del fin de Isabel II y de la Monarquía de los Borbones.
Y ya para terminar, vayamos al encuentro de «el móvil» del Coletas y la Dina.
Leamos lo que hoy mismo se ha hecho público:
«El magistrado Manuel García-Castellón, responsable del Juzgado de Instrucción 6 de la Audiencia Nacional, ha elevado este miércoles una exposición razonada al Tribunal Supremo donde solicita que se investigue al vicepresidente del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias, por el caso Dina, la pieza del macrosumario del caso Villarejo que versa sobre el robo del móvil de Dina Bousselham, antigua colaboradora del político, y la posterior publicación de los datos almacenados en ese teléfono. El juez atribuye al dirigente político la comisión de presuntos delitos de descubrimiento y revelación de secretos, con «agravante de género», daños informáticos, y denuncia falsa o simulación de delito. El presidente Pedro Sánchez, tras hablar con Iglesias y en una conversación con periodistas, ha mostrado su apoyo a su socio de coalición y su respeto a las resoluciones judiciales.»
Bien señores, lo dicho, yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor y mi señor serán siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria)
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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