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En el año 1993, cuando la Archidiócesis de Valencia tenía como Pastor a Mons. D. Agustín García-Gasco y Vicente, yo acababa de cumplir 17 años y de empezar mi servicio en la Iglesia Valentina. Antes de finalizar ese mismo año, el ya fallecido D. Agustín, me puso bajo la tutela y dirección espiritual de dos sacerdotes, teólogos e historiadores. El que entonces era Vicario para los Sacerdotes Valencianos en Roma, el Dr. en Teología e Historia D. Vicente Cárcel (sus libros sobre Historia de la Iglesia en España durante la II República y durante el Franquismo, así como sobre Historia de los Mártires de la Iglesia en España, son muy fortalecedores) y el que entonces era Canónigo de la Catedral de Valencia, el Muy Iltre. Sr. D. Joaquín Mestre Palacio, que había sido durante 25 años Secretario Particular del también Pastor de la Iglesia Valentina (y antes de Pamplona) Mons. D. Marcelino Olaechea, al que D. Agustín admiraba profundamente, y motivo por el cual quiso tener cerca su tan apreciado y prudente Secretario Particular.

Ese mismo año 1993, el Canónigo Mestre publicó el libro titulado “La Cooperativa Agrícola de San José” y que me obsequió con las siguientes palabras, las cuales me marcaron:

“Mi estimado Daniel, atiende especialmente al capítulo dedicado al elevado espíritu y religiosidad del que sigue siendo aún nuestro Caudillo”.

Estas palabras me dejaron atónito e hicieron que prestara una inusual atención no sólo al capítulo en sí sino a todo el libro que aún conservo y que desmiente tantas falsedades propagadas, y a veces vomitadas, por algunos llamados historiadores franquistas, falangistas o tradicionalistas que supieron bienvivir en vida del Caudillo, pero que después han sido tan desagradecidos como farsantes y miserables al servicio de los intereses de la Perfidia.

Uno de los aspectos que deseo destacar en este artículo, de la Serie sobre las Virtudes Heroicas y de Santidad del Caudillo D. Francisco Franco, para El Correo de España tiene que ver con la labor de los obispos españoles en las Cortes y su relación con Franco.

Dentro de su elevada inteligencia y pragmatismo, así como de su profunda humildad atemperada con una fuerte personalidad, el Caudillo buscaba estar siempre bien asesorado por personas que conocieran el Magisterio y el Derecho de la Iglesia, pues sabía, como dice el Libro de los Proverbios del Rey Salomón: “Que el Temor de Dios es el Principio de la Sabiduría y que en la multitud de consejeros está la Inteligencia”.

Uno de los ejemplos, destacados en el libro del Canónigo Mestre, fue el del propio D. Marcelino Olaechea. Un día, mientras desayunaba en Madrid con él, éste le leyó en la prensa del día su nombramiento para Procurador en Cortes. D. Marcelino se dirigió con su Secretario a El Pardo e inmediatamente fue admitido en audiencia particular con Franco que le dijo:

“Excelencia, creo que se ha equivocado al designarme Procurador en Cortes. Yo no soy franquista, ni dejo de serlo; no soy falangista, ni dejo de serlo; no soy tradicionalista, ni dejo de serlo. Yo soy, y quiero ser, obispo y sólo obispo, pastor en Nombre de Cristo, de la grey entera que el Papa ha confiado a mis cuidados, y nada más. Si quiere Vuestra Excelencia tener un obispo como Procurador en Cortes, aquí le traigo estos nombres, muchísimo más a propósitos cualquiera de ellos que el mío”.

El Caudillo le respondió al instante de este modo, tan Providencial y admirable:

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“¿Cree, señor arzobispo, que, si yo buscara un obispo político, le hubiese escogido a V.E.? Le he escogido precisamente porque le sé apolítico, porque quiero tener a mi lado en V.E. sólo el hombre de Dios, el hombre de la Iglesia, al que en cada caso nos diga cómo quiere Ella que sigamos caminando hacia adelante y hacia arriba”. Recuerdo cómo D. Joaquín Mestre (y así se lo escuchó también él mismo a D. Marcelino Olaechea) me dijo que para Franco el Grito de ¡¡¡Arriba España!!! era sólo posible por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia, de lo contrario todo se desmoronaría… ¿Tiene el lector en la actualidad alguna duda?

En pocos días, D. Marcelino voló con su secretario a Roma. Acudió al Papa, siendo entonces Pío XII, y le pidió humildemente le diera la contestación con que debía responder al Caudillo. Su Santidad hizo regresar a Valencia a D. Marcelino y al cabo de una semana le dijo:

“Mire, Sr. arzobispo, Vd. haga lo que crea mejor, el Papa nada le impone en este asunto, pero si yo estuviese en el caso de Vd. sí que aceptaría en el acto. ¡Dios Quisiera tuviésemos en Italia semejante oportunidad de repetir el Evangelio y las Enseñanzas que del Evangelio se derivan, en medio de nuestros gobernantes, a la hora de tomar decisiones!”.

No tienen desperdicio las tres actuaciones. La de D. Marcelino, completamente apolítico y que no quiere el cargo. La de Franco, con su criterio siempre sobrenatural. Y la del Papa Pío XII, con su Visión clarividente y apostólica de la política, y de los que ocupan cargos de responsabilidad en ella. Los obispos que actuaron en Las Cortes lo hicieron siempre con gran iluminación en los muchos problemas que se plantearon en aquellos años de vida en España, pujante en múltiples aspectos.

Aún hoy se oyen, después de tantos años, voces mezquinas y desagradecidas entre los franquistas, falangistas y tradicionalistas (nada que decir de los neopaganos surgidos de ellos por influencia extranjera muy concreta) que intentan pervertir y ennegrecer el nombre y el legado del Caudillo… Algunos de estos pérfidos son miembros de familias con “apellidos ilustres” y ahora tratan de medrar como culebras dignas hijas de su Padre.

Otro de los aspectos que D. Joaquín destacó de su libro fue el del apelativo de Cruzada para referirse a nuestra guerra de liberación nacional de 1936-1939. El primero que la llamó así no fue Mons. D. Enrique Pla, obispo de Salamanca, sino D. Marcelino Olaechea, entonces obispo de Pamplona que, en una carta pastoral del 23 de agosto de 1936, dijo:

“… no es una guerra la que se está librando; es una Cruzada. Y la Iglesia, que es Madre, no puede por menos de poner cuanto tiene en favor de los cruzados, sus hijos”.

Emotivas palabras, aún hoy, y cuesta, especialmente en este tiempo, contener las lágrimas de ira e impotencia por no recibir el mismo Reclamo, Voz de Mando y Convocatoria a la Cruzada contra los enemigos de Cristo, de la Iglesia y de España, valga la redundancia. Hoy, el Enemigo es la misma judeo-masonería, de apariencia comunista o liberal, los nacionalismos periféricos y el Globalismo con su Agenda 2030.

Mas tarde, el 14 de septiembre de 1936, Pío XI, en una elocución a los españoles refugiados en Italia, refiriéndose a las víctimas y caídos de nuestra persecución, admirará y ensalzará a “los verdaderos mártires, en todo el sagrado y glorioso significado del término”.

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Días después, el 30 de septiembre de 1936, el obispo de Salamanca antes mencionado, dirá: “Ya no se trata de una guerra civil, sino de una Cruzada por la Religión, la Patria y Nuestra Civilización Cristiana”.

El 23 de noviembre de ese mismo año, el Cardenal Gomá afirma:

“Si la contienda actual aparece como una guerra puramente civil, es sólo una apariencia, pues en ella debe reconocerse el Espíritu de la Verdadera Cruzada en pro de la Religión Católica”.

El Caudillo empieza a usar el apelativo de Cruzada el 19 de abril de 1937 en que dice:

” Lo que empezó el 17 de julio como una contienda nuestra civil, es ahora una llamada. Una guerra que reviste, cada día más, el carácter de Cruzada “.

Así se siguió llamando en los años sucesivos. En 1956, tres cardenales españoles siguen llamando a la guerra de liberación nacional frente a la barbarie y el ateísmo comunista “Cruzada Nacional Española”.

Recuerdo que en una ocasión pude hablar con D. Joaquín sobre el tema del nombramiento de obispos por parte del Generalísimo D. Francisco Franco. Tras una breve disertación histórica, en la que se remontó a la tradición hispánica visigótica y posteriormente de los Reyes Católicos, me remitió al siguiente párrafo del libro:

“Referente al Derecho a intervenir en la elección de los candidatos al episcopado, Derecho que la Santa Sede concedía al entonces jefe del Estado Español, he oído decir en Roma a los cardenales Cicognani y Antoniutti que, siendo ellos nuncios apostólicos en Madrid, Franco nunca usó de semejante Derecho, sino que dejó siempre y de lleno en manos del Papa”. Alguno dirá que en determinadas ocasiones eso supuso un error de Franco, pero lo que supuso fue Fe en la Cabeza de la Iglesia, en Su Vicario en la Tierra y en la Iglesia Católica, Madre de España y de todos los españoles, incluido el propio Caudillo.

Como conclusión quisiera hacer referencia a un comentario que el propio D. Joaquín Mestre me hizo respecto a una palabra que él detestaba profundamente: franquismo. Dijo:

“Calificar de franquismo al periodo comprendido entre 1940 – 1975 y al esquema conceptual e ideológico que configuró la España surgida de 1936, es tomar al representante por el representado y al ejecutor por el planificador. Es reducir un concepto del mundo y un proyecto de acción. El concepto, unificador y milenario, es el concepto cristiano. El proyecto de acción, contemporáneo y sugestivo aún hoy a pesar de los traidores y pérfidos, es el tradicionalismo y el falangismo”.

Este es el valor más práctico que aún hoy nos da el Caudillo de España con sus virtudes heroicas… y las víboras dentro y fuera lo saben muy bien sea cual sea su obediencia.

Autor

Daniel Ponce Alegre