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Aquella «Transición», que muchos centraron en el 14 de abril de 1931 y en las elecciones municipales que motivaron la caída de la Monarquía y la llegada de la República, no fue flor de un día, pues en realidad todo comenzó con la dimisión del Dictador Primo de Rivera (28-12-1930), ya que todas las fuerzas políticas (y aquellas sí  que eran «casta») sabían que el Rey, con o sin dictadura, estaba acabado y con él la Monarquía… y sin pensarlo , Hunos y Hotros, y mezclados, iniciaron la estampida política más grande que conocieron los siglos para abandonar el barco que se hundía y subirse al que llegaba. Pero sigamos la marcha de aquella carrera (precursora de la que se produciría tras la muerte de Franco): 

Mes de enero 

Caída de don Miguel Primo de Rivera —como ya se: ha dicho— y nombramiento de don Dámaso Berenguer como Presidente del Gobierno. Un Gobierno que, al final, después de las negativas de Cambó, Gabriel Maura y otros monárquicos destacados, quedó formado de la siguiente manera:  

Presidente y Ministro de la Guerra: 

Don Dámaso Berenguer. 

Estado: duque de Alba. 

Justicia: Estrada (luego Montes Jovellar). 

Hacienda: Argüelles. 

Gobernación: general Marzo. 

Fomento: Leopoldo Matos. 

Trabajo: marqués de Guad-el-Jelú. 

Marina: almirante Carvia. 

Instrucción Pública: duque de Alba (luego Torno) 

Economía: Wais. 

 

Dámaso Berenguer. 

El día 29 los periódicos publicaron la última «Nota oficiosa» (de inserción obligatoria), que Primo de Rivera había hecho famosas a lo largo de los casi siete años de Dictador. Aquella decía, entre otras cosas:  

La madrugada del sábado, en que, dando suelta al lápiz, escribía a toda prisa las cuartillas de la nota oficiosa publicada el domingo, y sin consultarlas con nadie, ni siquiera conmigo mismo, sin releerlas, listo el ciclista que había de llevarlas a la Oficina de Información de Prensa, para no perder minuto, como si de publicarlas en seguida dependiera la salvación del país, sufrí un pequeño mareo que me ha alarmado y me obliga a hacer todo lo posible por prevenir la repetición de caso parecido, sometiéndome a un tratamiento y plan que fortalezca mis nervios y dé a mi naturaleza dominio absoluto de ellos.  

Sin propósito de disculpa, he de declarar que no me pesa la esencia de mi acto, sino la forma que di a su desarrollo, pues que yo, atacado insidiosamente todos los días desde los puntos de vista de imputarme la usurpación de la voluntad y criterio de los cuadros de mandos militares, de cuya general confianza en mí vengo alardeando desde el 13 de setiembre, lo quisiera comprobar, no creo que sea injustificado; pero tomar como conducto y medio de hacerlo la publicación de una nota oficiosa, con riesgo de alarmar al país y de descomponer o, por lo menos, de agitar al Ejército, y Marina, hoy tan ponderados y tan firmes en la disciplina, infiriéndoles la ofensa de dudar de ellos por la acción de unos anónimos, unas hojas clandestinas y unos rumores, es inexplicable y me lo reprocho y sanciono.  

¡Paz, españoles, cordialidad de clases, cultura y trabajo y adelante, adelante por el camino emprendido hace seis años hasta que nuevas generaciones formadas en las escuelas y colegios de primera enseñanza, en los Institutos y en las Universidades, que son los verdaderos cimientos del edificio social, permitan dar al país una estructura más ciudadana y liberal, porque hasta ahora, es preciso confesarlo, la verdadera libertad, la que garantiza la propiedad y la vida, el pudor y la tranquilidad, necesita ir acompañada de guardias civiles, de parejas de ese noble instituto al que tanto debe España y que tanto la enaltece!  

¡Paz, trabajo y cultura, que son la verdadera libertad que para estimarla cada día más vienen contrastando y apreciando nuestros hermanos españoles en América y los que, allí nacidos, sienten aún el calor de las entrañas de la madre Patria!  

En muchos años de gobierno de Dictadura justiciera, liberal, culta, humana, considerada fuera y con consideración y respeto ella para el sentir de la conciencia universal, está la salvación y el engrandecimiento de España.  

Vengan a servirla los hombres de toga y los hombres de ciencia, por muy radicales que sean, que sólo así, por la posibilidad de sus radicalismos, trabajarán asentando, con firmeza inconmovible, un sentido fuerte, recio y culto de la ciudadanía, capaz de digerir sin daño las drogas políticas más fuertes, si eso es el sino de la Humanidad.  

No teman los hombres civiles el contacto con los militares. Éstos, salvo las características profesionales, que reservan para su ejercicio, son de valor civil inapreciable, incluso las más modestas clases.  

Únanse con ellos en fraternidad ciudadana y a servir todos juntos a la Patria grande e imperecedera, lo mismo bajo un Gobierno dictatorial que de régimen común, que cualquiera que el parecer patronal sea no exculpa a nadie del deber de adaptación al momento nacional y de obediencia al poder público.  

Antes de escribir esta nota he sometido al Consejo de Ministros de hoy la resolución de resignar en manos de S. M. el Rey los poderes que el Gobierno que he presidido me tenía conferidos y ha sido aceptado con frases del mayor elogio, que acrecen mis sentimientos de gratitud para con el Soberano, y escribo mi «última nota oficiosa», estas notas de que guardaré buen recuerdo, pues aunque una de ellas haya sido la causa sugerente de mi dimisión, a ellas debo la constante comunicación con el pueblo español que por ellas, tanto más que por la «Gaceta», me ha conocido y fortalecido la adhesión suya, de que me envanezco, pero yo no puedo olvidar que la Prensa ha sido el vehículo, unas veces voluntario, otras veces obligatorio, que ha llevado mis palabras a través del país y aun fuera de fronteras, Prensa cuya actuación he vigilado más que ningún otro elemento porque sé bien, por afición periodística, que ella hace y deshace hombres y reputaciones y da color, cuando justo, cuando caprichoso, a las ideas, deslumbrando unas veces con el sofisma, otras con el argumento a los que carecen de medios propios de pensar. En ella reside la ciencia del bien y del mal y si no se interpretara como solicitud de benevolencia le dedicaría palabras más efusivas en esta ocasión.  

Y ahora a descansar un poco, lo indispensable para reponer la salud y equilibrar los nervios.  

¡Dos mil trescientos veintiséis días seguidos de inquietud, de responsabilidad, de trabajo! Y luego, si Dios quiere, a volver a servir a España, donde sea y como sea, hasta morir.  

29 de enero de 1930.  

Mes de febrero 

Primer Consejo de Ministros serio y estudio a fondo de la situación política y laboral del país en base al informe del director general de Seguridad saliente. Según este informe, las dos fuerzas políticas importantes son la «Unión Patriótica» y el Partido Socialista Obrero Español, ya que los partidos monárquicos están deshechos, desunidos y «son cuatro gatos». Luego, están los «republicanos» tratando de unirse para una acción común…, ¡sin importancia! La situación obrera —según el informe— es alarmante como inevitable consecuencia del creciente paro forzoso y el retorno a la actividad de las organizaciones y elementos sindicalistas.  

Se habla de un nuevo intento de «golpe de Estado» del general Primo de Rivera, que se ha trasladado a Cataluña camino de París. A esto se le da mucha importancia, aunque no hay razones de peso para ello. El general Berenguer escribiría después que «la consulta de Primo de Rivera a los altos mandos militares fue interpretado por muchos como intento de un nuevo golpe de Estado, prescindiendo esta vez de la opinión y voluntad de la Corona» (luego, el general Berenguer reconocía que la «otra vez» el golpe sí había tenido la opinión y voluntad de la Corona… ¡Inocente general!).  

El día 11, aniversario de la Primera República, se celebra el banquete de «Acción Republicana» y habla don Manuel Azaña. ¡Es el primer «bombazo» contra la Monarquía después de la caída de Primo de Rivera! (De este banquete y de «Acción Republicana» se habla en el capítulo 5, en el que, además, se publica íntegro el discurso de Azaña.)  

Manuel Azaña

El día 14 S. M. el rey don Alfonso XIII firma el Real Decreto por el que la «Dictablanda» se carga los Ayuntamientos y las Diputaciones de la Dictadura. Este mismo día el Rey recibe a Miguel Maura, que ha ido «a despedirse» porque se pasa «al campo republicano».  

El día 18, por fin, se aprueba y se hace pública la «Declaración de objetivos» del Gobierno Berenguer. «Se trata de un documento bastante extenso —escribe Guzmán—, abundante en promesas de soluciones políticas y económicas para los problemas que España tiene planteados, pero sin mucha concreción en las fechas en que habrán de darse los pasos decisivos.» Al parecer, no satisface a casi nadie.  

El día 20 Miguel Maura se pasa a bombo y platillo —desde el Ateneo de San Sebastián— al campo republicano y dice: «En cuanto vea que un hombre de prestigio eleva la bandera republicana me uniré a él; y si este hombre no apareciera, la levantaré yo mismo, dentro de mi modestia.» Es el primer «cambio de chaqueta» sonado.  

Pocos días más tarde, el 27, es don José Sánchez Guerra quien —en el «Teatro de la Zarzuela» de Madrid— se pone enfrente del Rey y exclama, de la mano del duque de Rivas:  

No más abrasar el alma  

en sol que apagarse puede;  

no más servir a señores  

que en gusanos se convierten…  

 

(De ambos casos —Maura y Sánchez Guerra— se habla ampliamente en el capítulo 3 de este libro.)  

Muere la reina doña María Cristina.  

LEER MÁS:  El Mosén y el Ministro. Por Miguel Espinosa García de Oteyza

Se aplazan por orden gubernamental los discursos anunciados de don Alejandro Lerroux y don Melquiades Álvarez.   

Mes de marzo 

Muere en París, por sorpresa (algunos dicen que no de «muerte natural») el general don Miguel Primo de Rivera…, y resurge con fuerza la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).  

Miguel Primo de Rivera

Hacia mediados de mes aparece en Cataluña un «Manifiesto» firmado por sesenta personas (entre ellas Companys, Casanovas, Aiguadé, Nicolau d’Olwer, etc.) contra la Monarquía y contra el Rey. Entre otras cosas, el «Manifiesto» dice:  

La actual descomposición del régimen, confesada por la figura de más alto prestigio de las fuerzas conservadoras, plantea hoy a los hombres de izquierda —políticos y apolíticos— de Cataluña y de toda España una cuestión de máxima gravedad. Nadie sabe todavía cómo terminará el período constituyente abierto con el golpe de Estado del 13 de setiembre. Pero la angustiosa incógnita que gravita sobre el pueblo ha trascendido ya a la conciencia internacional y todos vemos la absoluta incompetencia de las medidas gubernamentales ante la catastrófica traducción del hecho en la progresiva desvalorización de nuestra unidad monetaria. He aquí el legado de la Dictadura: el desorden moral y la desorganización económica, indisolublemente aparejados.  

Sólo hay un camino para incorporarnos a la normalidad: el restablecimiento del orden jurídico, con la consagración definitiva de la soberanía popular y la exigencia de responsabilidades a sus conculcadores. Los que no ven esto, o no quieren verlo, apoyan su sofística argumentación asignando al pueblo una trágica incapacidad histórica y augurándole toda suerte de convulsiones sangrientas y calamidades espantosas, como si pudiera existir otra mayor que el envilecimiento colectivo y el lento agonizar de los resortes vitales del país. Ahora bien: por si no fuera suficiente el hecho mismo de la caída de la Dictadura, anunciada ayer como el preludio de un cataclismo y resultando después el simple deshinchamiento de una ficción ridícula, nosotros, con la significación que nos es reconocida, nos dirigimos a la opinión de todos los hombres de ideas honradas al objeto de desvanecer de una vez este sobado espantajo, esta pueril amenaza de imaginarios peligros inmediatos con que inútilmente se pretende cohonestar el máximo peligro de la inestabilidad actual. Ante la urgencia de definir las posiciones, por encima de los partidos y las organizaciones —seguros, no obstante, de no ser desmentidos por los hechos ni por los hombres—, anteponiendo hoy nuestra condición de ciudadanos a toda otra adjetivación específica y con plena conciencia del valor de nuestro compromiso, declaramos que estamos dispuestos a trabajar previamente para asegurar un nuevo orden político que, instaurado sobre la condición suprema de la justicia, impida definitivamente toda subversión de poderes y conduzca al país por las vías jurídicas indispensables al progreso de los pueblos.  

Este nuevo orden político, la República Federal, puede definirse sintéticamente en los siguientes puntos básicos: 1) Separación de poderes. 2) Reconocimiento de igualdad de derechos individuales y sociales a todos los ciudadanos. 3) Reconocimiento de los grupos federados por su expresa voluntad colectiva, de plena libertad al uso del idioma y al desarrollo de su propia cultura. 4) Libertad de pensamiento y de conciencia, separación de la Iglesia y el Estado. 5) Reforma agraria, con parcelación de latifundios. 6) Reformas sociales al nivel de los Estados capitalistas más avanzados.  

Que no vea nadie en la solemne declaración de nuestra coincidencia en estos puntos básicos ninguna clase de debilitamiento de nuestros ideales particulares. Es la dura experiencia de estos años últimos la que nos dicta hoy nuestro deber, como un imperativo avasallador, dolorosamente convencidos de la inanidad de plantear todo programa máximo sin la previa incorporación de España a la corriente de los pueblos libres; pues sólo la nueva legalidad puede hacer compatible el cívico desarrollo de las luchas políticas con el constante acrecentamiento de la cultura y la riqueza públicas. Conscientes de nuestro deber histórico, hacemos, pues, un fervoroso llamamiento a los hombres de buena voluntad de Cataluña y de toda España para que hagan coincidir su esfuerzo hacia la instauración de la República Democrática. He aquí nuestra palabra, condicionada solamente por la urgencia de las circunstancias.  

Serios enfrentamientos en Madrid durante el entierro de Primo de Rivera, con el infante don Fernando, en representación del Rey; los hijos del marqués de Estella y el Presidente del Gobierno, en la presidencia del duelo. (Hace cincuenta días de la caída de la Dictadura.)  

Francisco Cambó y Santiago Alba entran en contacto con la’ intención de hacer «algo» juntos que evite el desastre. Veinticuatro horas después del entierro del Dictador, el primero le escribe al segundo, que sigue en París: «Es evidente que se intenta la restauración de las viejas capillitas políticas. Yo estoy dispuesto a luchar con todas mis fuerzas contra ese intento. He dicho en algunas cartas, y diré públicamente, que antes que eso prefiero la Dictadura y la revolución. Si usted y yo nos oponemos decididamente a tal intento creo que fracasará.»  

El día 27 se produce la visita colectiva de intelectuales «madrileños» a Barcelona para festejar, junto a otros intelectuales catalanes, la caída del Dictador y celebrar un homenaje de desagravio a la «lengua catalana». Van hombres como Menéndez Pidal, Ortega, Marañón, Américo Castro, Azaña, Albornoz, etc… Entre los muchos discursos pronunciados destaca el de don Manuel Azaña, que toca el «problema catalán» y cuanto se relaciona con el «catalanismo».  

 

Mes de abril 

El general Berenguer prosigue sus intentos de «volver a la normalidad», sin darse cuenta de que nadie quiere volver a nada… Además, nadie quiere colaborar y menos los «monárquicos de toda la vida». (Hasta el conde de Romanones y el marqués de Alhucemas han rechazado el ser ministros de la Corona… ¡Esto no hay quien lo entienda!)  

Estalla la guerra sindical y los Sindicatos Libres se enfrentan al Sindicato Único. Hay que rectificar el censo electoral. El Rey se va a Sevilla para pasar allí la Semana Santa.  

El día 13 de abril, domingo, otro «cambio de chaqueta» sonado: el de don Niceto Alcalá Zamora. En Valencia, para que lo oiga toda España, dice:  

 Dos fórmulas hay para la solución del problema español: una, buscar una Monarquía extranjera como en 1870; otra, continuar con la Monarquía actual. Serenamente, sin ninguna clase de apasionamiento, he estudiado estas dos fórmulas y las creo imposibles. La mejor solución es la República, para la que existe en España ambiente favorable. Soy partidario de una República conservadora y viable…  

(De esto también se habla en el capítulo 3).  

Día 25: estalla la «bomba Prieto». El líder de los socialistas —con Besteiro y Largo Caballero— arremete contra la Dictadura, contra el Rey y contra la Monarquía… Es implacable cuando dice que no hay más remedio que tomar posiciones y situarse «con el Rey o contra el Rey».  

El Rey es el hito; el rey es la linde. Con el Rey o contra el Rey… A un lado o a otro. 

Vamos a derribar la Monarquía. Vamos a abrir el palenque a la ciudadanía española que nunca se sintió verdaderamente en libertad y que, últimamente, llegó al grado de mayor oprobio; y cuando hayamos derribado el régimen monárquico, cuando hayamos instalado una República, que cada cual, dentro del juego amplísimo de la democracia, propugne por el triunfo de sus ideales, con todo el ímpetu que quiera… (Ver capítulo 5.) 

El día 27 habla en el «Teatro de la Comedia» de Madrid don Melquiades Álvarez y pide, sin más, Cortes Constituyentes. A finales de abril vuelve a España, después de seis años y medio de exilio, don Santiago Alba. Cambó y él van a tratar la posibilidad de un «Partido de Centro».  

Mes de mayo 

 Don Miguel de Unamuno la arma en Madrid, donde ha sido invitado para presidir la manifestación obrera del «1.º de Mayo» socialista y marxista. El general Mola, ya director general de Seguridad, lo tiene que «echar» aunque sea diplomáticamente: un coche y dos policías a su disposición para llevarle a Salamanca. Se habla de una nueva Dictadura (el eterno problema de España, junto con el desgobierno y el «vacío de Poder»). Los Reyes viajan a Cataluña…, ¡será su último viaje a la Ciudad Condal!  

Miguel de Unamuno

Mes de junio 

Comienzan las huelgas y la situación económica se agrava por momentos. En todas las manifestaciones, gritos contra la Monarquía y contra el Rey… ¡Y es que el Régimen se tambalea a ojos vista! Don Gregorio Marañón dimite de la presidencia del Ateneo de Madrid y es elegido para el cargo el republicano don Manuel Azaña…, el mismo que el 11 de febrero dijo: «La confesión forzosa de que la Dictadura ha sido un fracaso, es la confesión de fracaso de la Monarquía.»  

El día 21 se entrevistan en París don Alfonso XIII y don Santiago Alba. El Rey va a suplicarle a Alba que regrese y se haga cargo del Poder (con lo cual consigue lo que según algunos había dicho al marcharse de España en 1923: «No volveré hasta que el Rey me lo pida de rodillas»). Cierto que se ha hablado sentados y no de rodillas, pero don Santiago le pone tantas condiciones al Rey que, a pesar de las buenas palabras, no se llega a un acuerdo. En Madrid todos hablan de «humillación».  

 

Mes de julio 

Durante este mes «no pasa nada»: pasa lo de siempre…, ¡que la peseta se pone enferma, que la economía ya no resiste más, que los del paro se rebelan y que los políticos se reúnen para hablar de «temas fundamentales» para la Nación en sus «chalets» de la sierra O la playa! Los únicos que parecen no perder el tiempo son los republicanos-socialistas y los marxistas…, ¡como siempre!  

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Mes de agosto 

Es el mes del «Pacto de San Sebastián» … que nace —como su nombre indica— en la «Ciudad de la Concha» en la tarde del día 17…, cuando los termómetros marcaban 40 grados a la sombra. Por fin, parece que todas las fuerzas antimonárquicas y antidinásticas deciden hacer «algo» juntas… ¡Y ese «algo» que quieren hacer es la República! La «guillotina» se ha puesto en marcha. Indalecio Prieto, que acude «a título personal», redacta al final de la reunión (o «pacto de caballeros», como lo llama Miguel Maura) la siguiente nota periodística:  

En el domicilio social de Unión Republicana, y bajo la presidencia de don Fernando Sasiaín, se reunieron esta tarde: don Alejandro Lerroux y don Manuel Azaña, por la Alianza Republicana;  don Marcelino Domingo, don Álvaro de Albornoz y don Ángel Galarza, por el Partido Republicano Radical-Socialista; don Niceto Alcalá Zamora y don Miguel Maura por la Derecha Liberal Republicana; don Manuel Carrasco Formiguera, por la Acción Catalana; don Matías Mallol Bosch, por la Acción Republicana de Cataluña; don Jaime Ayguadé, por el «Estat Catalá», y don Santiago Casares Quiroga, por la Federación Republicana Gallega, entidades que juntamente con el Partido Federal Español —el cual, en espera de acuerdos de su próximo congreso no puede enviar ninguna delegación— integran la totalidad de los elementos republicanos del país.  

A esta reunión asistieron también, invitados con carácter personal, don Felipe Sánchez Román, don Eduardo Ortega y Gasset y don Indalecio Prieto, no habiendo podido concurrir don Gregorio Marañón, ausente en Francia, y de quien se leyó una entusiástica carta de adhesión, en respuesta a la indicación que con el mismo carácter se le hizo. 

Examinada la actual situación política, todos los representantes concurrentes llegaron, en la exposición de sus peculiares puntos de vista, a una perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente confirmada en la unanimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas.  

La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de gestionar rápidamente y con ahínco la adhesión de las demás organizaciones políticas y obreras que en el acto previo de hoy no estuvieron representadas para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que, sin desmayos, pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual régimen político…  

Por su parte, Miguel Maura cuenta lo siguiente:  

Apenas abierta la sesión, Carrasco Formiguera planteó sin disimulo el pleito catalán en la siguiente forma:  

—A nosotros, los catalanes, no nos interesa esta reunión si, previamente, no se conviene en que el advenimiento de la República entraña la más absoluta autonomía para Cataluña. A partir del nacimiento del nuevo régimen, Cataluña recaba su derecho a la autodeterminación y se dará a sí misma el régimen que le convenga.  

A este desatino —sigue Maura— sucedió un silencio general y penoso.  

Según mi pésima costumbre, en casos tales, mi temperamento me llevó a tomar la palabra y, con vehemencia quizás excesiva, arremetí contra los catalanes, queriendo demostrarles algo que estoy seguro de que tenían bien sabido: que por tal camino se iba derecho a la guerra civil, que era lo contrario de la República que buscábamos.  

Se generalizó la discusión. Intervinieron muchos, pero destacadamente Prieto… Lo que sostuvimos los no catalanes, y lo que en definitiva prevaleció, con el voto unánime, es decir, incluso los de los catalanes, fue que la República no podía contraer más compromiso previo con Cataluña que el de llevar al Parlamento Constituyente un Estatuto de Autonomía, siempre y cuando el pueblo catalán, consultado mediante elecciones libres, declarase que deseaba esa autonomía.  

(De este «Pacto de San Sebastián» hablaremos. en otro lugar y tiempo.)  

Mes de septiembre 

Avanza la «revolución» y los republicanos la arman en la plaza de toros de Madrid. Azaña va a más y grita: «¡Abajo los tiranos! Estad prontos para el día de la prueba. Que España deje ya de parecer, en el orden de la acción política, un corral poblado de gallinas donde unas cuantas monas epilépticas remedan los ademanes de los hombres. Seamos hombres, decididos a conquistar el rango de ciudadanos o a perecer en el empeño… ¡Abajo los tiranos!» Y es que el «miedoso» de don Manuel cuando se pone a hablar ante unos cuantos siempre se siente un Danton cualquiera, O acaso un Robespierre… ¡Era el suicidio de la Monarquía!, pues, por muy liberal que quiera ser un régimen no se puede permanecer ciego y sordo a los ataques mortales del enemigo.  

 Mes de octubre 

 Los del «Pacto de San Sebastián» dan un paso más y deciden formar un «Gobierno Provisional de la República», que será el encargado de preparar el «golpe de Estado» que se cargue la Monarquía y traiga, por la fuerza, la República. Poco a poco se teje la «trama militar» respaldada por la «trama civil» (todos los hombres del «Gobierno provisional» y cuantos se sientan demócratas), pues, no hay tiempo que perder. La República vendrá por las buenas o por las malas. Mientras tanto, la peseta sigue bajando y en Andalucía el hambre sube de nivel… El Rey y los monárquicos continúan deshojando la Monarquía. Don Alfonso no se retracta: Apréz moi, le déluge.  

Pacto de San Sebastián

Mes de noviembre 

 Irrumpe Ortega y dicta la sentencia de muerte contra la Monarquía… El día 15 aparece en El Sol el artículo que su autor titula «El error Berenguer» y aquel trágico y decisivo final que retumba en toda España como una bomba: Delenda est Monarchia. (De todo ello hablamos en el capítulo 6.) El filósofo ha dado en todo el centro de la diana… y es que España, a estas alturas del año, está ya «contra la Monarquía» y contra el Rey.  

Los del «Gobierno Provisional» tampoco se duermen y lanzan «El Manifiesto revolucionario» que respalda al «golpe» que se acerca. En un arrebato de triunfalismo, los «revolucionarios» gritan: «…¡Españoles…! Venimos a derribar la fortaleza en que se ha encastillado el poder personal, a meter la Monarquía en los archivos de la Historia y a establecer la República sobre la base de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constituyente… ¡Viva la República! ¡Vi va España con honra!»  

Mes de diciembre 

… ¡El 15 a las 5…! Como siempre ocurre en España, todo el mundo habla ya del «golpe» de los republicanos… ¡Hasta el director general de Seguridad, el general Mola, que de su puño y letra le escribe a uno de los «cabecillas» militares para que no sea «malo», ni cometa tonterías…! Pero, el capitán Galán no escucha a nadie y se subleva en Jaca. En medio, al parecer, del abandono de los «verdaderos jefes del gol. pe» (que son, naturalmente, los del «Gobierno Provisional» con su Presidente a la cabeza). Galán y García Hernández son fusilados al amanecer, mientras Azaña se esconde, Prieto huye a Francia, y Alcalá Zamora, Maura, Largo Caballero y otros van a dormir a la cárcel Modelo… Todo ha sido un fracaso: ¡y eso que el Gobierno no ha movido un dedo para evitar el «golpe»! Pero así son las cosas en España.  

Y termina el año. La Monarquía —que ya no puede sostenerse en pie o que, como los elefantes, se muere de pie— piensa que ha pasado la tormenta y que puede despedir 1930 con tranquilidad y optimismo. Como si aquí no pasara nada, queriendo volver a la normalidad, creyendo estar ya en el camino de la normalidad… ¡Sin saber, por ceguera, que las uvas de ese año iban a ser las últimas uvas que don Alfonso XIII comiera en España!  

Los doce meses de 1930 fueron —aunque entonces no lo pareciera— las doce uvas de la ira que llenaron el cáliz de «la noche triste del 14 de abril», porque después de esa «última Nochevieja» el Gobierno Berenguer (¡qué error, qué inmenso error!) ya no pudo hacer nada por evitar su propia caída… Y el 14 de febrero don Dámaso Berenguer presentó su dimisión, que le fue aceptada por el Rey.  

Una cosa estaba clara: al terminar el año 1930 la Monarquía y el Rey se habían quedado solos, aunque la «España oficial» creyera lo contrario. El «golpe militar » de los republicanos-socialistas había fracasado, pero Galán y García Hernández eran ya los nuevos mártires de la «España vital».  

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.