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Inicio hoy un somero repaso a lo que fue el PSOE desde su fundación en 1879 y lo que ha significado para España en los 141 años trascurridos, con el noble propósito de analizar lo que es hoy, o lo que queda de aquel socialismo de ideas y principios que el «Abuelo» Pablo Iglesias y un minúsculo grupo de amigos pusieron en marcha… y como anticipo sólo puedo decir eso que tantas veces decimos los españoles ante muchas y dispares situaciones: ¡Ay, si Pablo Iglesias, el fundador, levantara la cabeza y viera lo que han hecho de su PSOE los actuales, los incalificables Zapatero y Sánchez…

           Y para calentar motores les reproduzco unas frases de sus principales líderes históricos:

«Leed nuestro programa y veréis que en el programa mínimo la primera 

cuestión que se plantea es «supresión de la Monarquía». Es decir, que el 

Partido Socialista tiene como primer punto su programa mínimo, 

no en el máximo, sino en el mínimo, la supresión de la Monarquía».

FRANCISCO LARGO CABALLERO

(Julio de 1933. Cine Pardiñas)

 

«No vengo aquí arrepentido de nada. Yo declaro paladinamente que antes 

de la República nuestro deber era traerla; pero establecida la República, 

nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando yo hablo de socialismo, no 

hablo de socialismo a secas; hablo del socialismo marxista. Y al hablar 

del socialismo marxista, hablo del socialismo revolucionario.»

FRANCISCO LARGO CABALLERO

(Enero de 1935)

 

«Yo no defiendo la dictadura del proletariado porque soy enemigo de 

cualquier tipo de dictadura… Pero si las circunstancias políticas 

depositaran el Poder en nuestras manos, como socialistas no temblaría 

en ejercer democráticamente una dictadura parlamentaria…»

JULIÁN BESTEIRO

(1921)

 

«Hay signos de que parte de nuestra masa se contagia de los 

principios revolucionarios. Yo he oído a obreros decir que en estos 

momentos nos debemos apoderar del Poder, aunque sea 

dictatorialmente, y esto es un grave error. ME ATERRA PENSAR 

LO QUE SERÍA EN ESPAÑA UNA DICTADURA DEL PROLETARIADO.»

JULIÁN BESTEIRO

(El Sol. 1933)

 

«En España unos y otros decíamos amar la Patria; unos y otros

la vitoreábamos; unos y otros justificábamos nuestras actitudes

en el deseo de servirla, pero entre todos concluimos por arruinarla.»

 

INDALECIO PRIETO

 

«Mientras Besteiro confiaba estoicamente en el tiempo y en el

sentido común, y mientras Prieto comenzaba a rumiar alguna

transacción con el nuevo poder socialista, el más antiguo de los

jefes del socialismo español, hombre de gran prestigio y honorabilidad

y de incomporables servicios a la clase obrera, Francisco Largo

Caballero, perdió la cabeza y evolucionó rápidamente hacia una

actitud de extrema rebeldía en su deseo de anticiparse a los comunistas.»

«CON LA REBELIÓN DE 1934 LA IZQUIERDA ESPAÑOLA PERDIÓ HASTA

LA SOMBRA DE AUTORIDAD MORAL PARA CONDENAR LA REBELIÓN DE 1936.»

SALVADOR DE MADARIAGA

(España)

Pero antes de entrar de lleno en la trayectoria del socialismo español y meditar en voz alta sobre lo que yo llamo «la agonía del marxismo»… tengo que decir y digo y les aseguro  que no estoy a favor ni estoy en contra del PSOE, pues nos guste o no el Socialismo forma ya parte de nuestra historia en lo bueno y en lo malo.

¿Cuál es la historia del Socialismo español? ¿Qué ha significado para España la presencia del Partido Socialista Obrero que fundara Pablo Iglesias…?

¿Es cierto que esa historia es la historia de «cien años de honradez»? ¿Es cierto que el «Socialismo es libertad» y justicia…?

         Sin embargo, antes les voy a hablar de las Rosas y las Espinas que produjo el gran rosal a lo largo de ese siglo largo que tiene de vida. En primer lugar, ¡cómo no! de

 

                                                       La primera rosa: La honradez de Pablo Iglesias.

 

Naturalmente, en este ligero repaso  habrá que mencionar muchas veces el nombre de Pablo Iglesias, pues no en vano fue el Abuelo quien fundó y dio vida al Partido Socialista Obrero Español durante cincuenta años. 

Pero, en este paseo por el jardín socialista no tenemos más remedio que recoger la flor más bella de todos sus rosales: la de la honradez y la honestidad del fundador. Aquella flor que les permitió y les permitirá siempre hablar de «cien años de honradez», aunque el paso del tiempo la rodeara con las espinas de la pillería y el deshonor.

Porque si de algo puede estar orgulloso el socialismo español –y a fe de Dios que hay cosas positivas en su haber- es de la biografía de aquel hombre que se llamó Pablo Iglesias. A pesar y en contra de las patrañas que sobre él vertieron sus enemigos.

 El pétalo más preciado de esta «rosa» fue el suceso de los últimos años del siglo XIX cuando el Abuelo era ya líder indiscutible de la clase obrera española y conductor infatigable del PSOE y la UGT. Cuando España vivía la última etapa de la Regencia de doña María Cristina y Alfonso XIII era todavía un mozalbete barbilampiño. Cuando la «máquina turnista» de la Restauración inventada por Cánovas del Castillo hacía ya aguas por todas partes. Cuando los liberales de Práxedes Mateo Sagasta vivían el desastre del 98 y aquella generación de los Unamuno, Ganivet, Azorin, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán, Machado y compañía escribían con el bisturí en la mano sobre los males de España. Cuando Lenin polemizaba ya, contra todos, en el seno de la II Internacional sobre el verdadero sentido de la «dictadura del proletariado» preconizada por Marx y Engels… En fin, cuando Pablo Iglesias contaba con casi medio siglo de vida intensa a sus espaldas y el Partido Socialista Obrero comenzaba a pesar en el ambiente político. Por cierto, que para entonces ya se había acordado en Congreso que

«En las elecciones generales de diputados a Cortes el Partido Socialista presenta candidatos en todas las localidades donde cuente con elementos organizados. Los candidatos deberán estar afiliados al partido y serán presentados por las agrupaciones. Serán excluidos del Partido Socialista las agrupaciones y los individuos que hagan pactos o alianzas con los partidos burgueses o sus candidatos. Asimismo serán expulsados los que voten o realicen trabajos a favor de cualquier candidatura burguesa…»y se había participado sin éxito  en varias elecciones generales. Concretamente en las de 1891, 1893 y 1896.

En 1898 sucedió algo imprevisto, algo que refleja a la perfección la personalidad y el carácter de Pablo Iglesias. Y fue que una tarde se presentó en el pobre hogar del Abuelo un hermano de Martínez Rivas –el millonario bilbaíno contrincante de Iglesias en la capital vasca- para ofrecerle el acta de diputado por el distrito de Valmaseda, si a cambio los socialistas no apretaban en Bilbao. Lo cual fue rechazado por Iglesias con asco más que con indignación. 

En vista de ello fue el propio subsecretario de la Presidencia, don Pablo Cruz, quien, en nombre de Sagasta, Jefe del Gobierno, a la sazón, le ofreció el acta de diputado… a cambio de algunas de sus reivindicaciones sociales.

Fue entonces cuando Pablo Iglesias dijo:

«Había aceptado la revisión de que el señor Sagasta, además de político hábil, era buen conocedor de los hombres, y veo que semejante versión es total y absolutamente equivocada. El Partido Socialista tiene los mayores deseos de hacerse representar en el Congreso; pero para que el logro de ese deseo le satisfaga es indispensable que quien le represente PUEDA ENTRAR POR LA PUERTA GRANDE Y LA CABEZA LEVANTADA. Lo que usted en nombre del señor Sagasta viene a ofrecerme me autoriza a decirle que el señor Sagasta no lleva camino de conocer a los socialistas».

 (Y Julián Zugazagoitia, uno de los mejores biógrafos del «padre» del socialismo español, añade POR su cuenta que «los embajadores del gran corruptor se fueron un tanto sorprendidos de que aquel obrero rechazase la coyuntura que le deparaba el Gobierno de obtener, gratuitamente, un acta de diputado. Metidos en el ambiente onírico de la política al uso, aquel gesto de dignidad lo vieron como una primada, como una tontería perdonable».)

Pero Pablo Iglesias era así y así se comportó a lo largo de su vida de militante socialista. Pues otro tanto le sucedió con un gobernador de Madrid que quiso «comprarle» con motivo de una huelga y a cuantos, por distintos motivos, intentaron sobornarle. 

La historia del gobernador, según Juan José Morato, fue así:

«La Policía hizo cuanto supo para encontrar la imprenta donde se estampaba el semanario, no logrando nada, y entonces el gobernador no se le ocurrió más atrocidad que llamar al presidente de la Asociación del Arte de Imprimir, a Iglesias, y exigirle que «en el acto» le dijese en cuál imprenta se estampaba el semanario y los nombres de los redactores y de los operarios.

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Iglesias, en aquel momento, sintió algo así como asco… Manifestó la verdad: que ignoraba dónde se imprimía el periódico: pero haciendo constar categóricamente que, aun cuando lo supiera, no lo diría, e insinuando que aquello era una indignidad.

Encolerizado, el gobernador gritó, más que dijo:

–       ¿Usted sabe qué puedo enviarle desde aquí al Saladero?

–       Sé que hay códigos, leyes de enjuiciamiento y tribunales.

–       Pues lo mismo a mí que al gobierno todo eso nos tiene sin cuidado.

–       También lo sé…

El pobre gobernador tenía que sufrir las iras de sus superiores; mas pensó que ni Cánovas, presidente, ni Romero Robledo, ministro de la Gobernación, le agradecerían que «encerrase» a Iglesias en la «cárcel de hombres» o en los sótanos del Gobierno Civil, y no por escrúpulos legales, ciertamente, sino por considerarlo «exceso de celo», y fuera de sí grito:

–       Retírese, y cuidado conmigo…

Tenían las sucesivas directivas presididas por Iglesias que pelear también con otros enemigos, natural uno de ellos. Muchos patronos ni admitían ni toleraban en sus casas a los obreros asociados, y estos mismos patronos y algunos más negaban trabajo a los elementos que se significaban por su actividad».

Y eso que Iglesias vivió siempre rayando en la pobreza y gracias a las suscripciones que de cuando en cuando hacían sus compañeros de partido y correligionarios en el socialismo.

Bien es verdad que en materia electoral los socialistas tuvieron que «evolucionar», sobre todo como consecuencia de los habituales «pucherazos» que los Gobiernos daban en cuanto se abrían las urnas. Según los historiadores fue Francisco Largo Caballero (dato que no hay que olvidar para el futuro de otras «elecciones») el que dio con el «truco» que empleaban aquellos caciques electorales para vencer en las urnas y el que consiguió en las elecciones municipales de 1905 y en el distrito madrileño de Chamberí que salieran como concejales Pablo Iglesias, Rafael García Ormaechea y el propio Largo Caballero.

Pero, no fue tan fácil entrar en el Parlamento, a pesar de la militancia y las simpatías que ya tenía el Partido y la buena fama que se había creado el Fundador.

Pablo Iglesias fue, ¡al fin!, diputado a Cortes en las elecciones del 8 de mayo de 1910 y yendo en la lista de la Conjunción Republicano-Socialista, de cuyo comité nacional formaba parte don Benito Pérez Galdós.

O sea, doce años más tarde de aquella propuesta de Sagasta y cuando ya reinaba don Alfonso XIII y Maura y Canalejas dominaban el «cotarro» político. Este retraso fue el precio que Pablo Iglesias y el socialismo tuvieron que pagar por no hincar la rodilla ante la burguesía imperante. Pero ello daría sus buenos frutos, como se verá en su momento. 

Pablo Iglesias sería reelegido en las elecciones de 1914, en las del 1916, en las 1918 (en éstas fue elegido por primera vez Julián Besteiro) y en las de 1919 (también con Besteiro). Y más tarde –cuando ya se había deshecho la Conjunción Republicano-Socialista y el PSOE iba en solitario –en las de 1920 y 1923… en éstas, las últimas que se celebran antes de la Dictadura de Primo de Rivera y las últimas en que participa Iglesias le acompañaron, como diputados socialistas, Besteiro, Cordero, Saborit, Fernando de los Ríos, Prieto, Largo Caballero, Anguiano, Teodomiro Menéndez y Manuel Llaneza.

Ahora, vayamos al encuentro de la  segunda rosa… aquella que vino de Moscú cuando de Moscú ya estaban exportando claveles rojos de  revolución.

                                                    La segunda rosa: La entrevista de Moscú

Aunque en su lugar correspondiente hablaremos de las famosas «21 condiciones» de Lenin y la conmoción que éstas provocaron en casi todos los partidos socialistas europeos, incluido el español, creo que merece la pena sacar de su contexto esta «rosa maravillosa» y ponerla en su lugar preferente del jardín socialista.

Se trata del viaje a Moscú de aquel profesor que se llamó don Fernando de los Ríos y Urruti. Un viaje providencial para el futuro del PSOE y, sin duda, la mejor estampa del marxismo-leninismo revolucionario…

Fernando de los Ríos y Urruti 

Sucedió en octubre de 1920… (es decir, exactamente tres años después del famoso «octubre rojo» que cambió los destinos de la «gran Rusia» y conmovió al mundo entero…) y cuando ya la «Revolución Rusa» había desembocado en la «dictadura del proletariado», aquella «dictadura» que desde 1917 a 1954 –con guerra civil, guerra mundial, purgas, persecuciones y enfrentamientos de por medio- produjo más de sesenta millones de muertos y «desaparecidos».

Y sucedió porque el Partido Socialista Obrero era un volcán desde que llegaron a España las primeras noticias de la «buena nueva» del triunfo revolucionario soviético. Como lo demuestran los tres Congresos extraordinarios, o monográficos, que celebran los socialistas entre 1919 y 1921.

Pues bien, fue en el segundo de estos Congresos, el celebrado en junio de 1920, en el que el PSOE acordó enviar a Rusia a dos «observadores» especiales para que a su vuelta informasen de lo que estaba pasando allí. Esta misión recayó en Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, los defensores, respectivamente, de las dos tesis que se había discutido en dicho Congreso: la de la adhesión condicionada y la de la adhesión incondicional… a la III Internacional, que Lenin había puesto en marcha como réplica a la Internacional socialista de Bruselas, tan desprestigiada por la Primera Guerra Mundial que prácticamente no existía. 

Los «observadores» socialistas llegaron a Moscú en octubre de 1920 (por cierto, cuando ya se habían aprobado y aceptado, e impuesto, las «21 condiciones» de Lenin y el enviado anarquista español, Ángel Pestaña, casi estaba de regreso) y la entrevista de Fernando de los Ríos con el ya superpoderoso y dictatorial Vladimir Ulianov Lenin se produjo, por tanto, en unas extrañas circunstancias. Como lo contaría el propio De los Ríos en su libro Mi viaje a la Rusia soviética… 

Precisamente, de este libro reproduzco la «joya» del no menos famoso Libertad, ¿para qué?  de Lenin.

«Henos aquí ante Lenin, en su cuarto de trabajo, tantas veces descrito, amueblado con sobriedad. Una gran carta mural de Rusia atrae de continuo el pensamiento y la mirada de Lenin.

El acceso ha sido difícil; hemos necesitado recibir el plácet de distintos grupos de centinelas, y, al fin, cuando hemos entrado en el amplio despacho de Lenin, inmediatamente después de una misión rumana, ha venido él a nuestro encuentro y, con afabilidad, nos ha dicho que ya sabe cuan largamente hemos departido sobre cuestiones doctrinales con Bujarin.

El Poder ha suavizado, sin duda, el carácter de Lenin; en el curso de la conversación extensa que hemos tenido, no obstante conocer perfectamente nuestra concepción teórica y táctica, no nos ha dirigido ni una pregunta cuya respuesta pudiera sernos embarazosa, ni una frase veladamente molesta; sin embargo, este hombre ha sido y es temible por el vigor sarcástico de sus sonrisas y sus frases agresivas, mortificantes, incisivas. El blanco de ellas es singularmente el adversario próximo, el llamado reformista.

Lenin viste un modesto traje de americana oscuro; nos invita a tomar asiento en una butaca y él lo hace en una silla; inclinado hacia adelante, nos pregunta por España. Le observamos con interés. He aquí Lenin -nos decimos-; él es el creador de la ideología del partido que está en el Poder, y aún del partido mismo; es el pensamiento que pugna por concretarse en realidades en este momento de la Revolución; va hacia su objetivo y no vacila ni en la elección de medios, ni en las finalidades, ni en las rectificaciones tácticas. La gran «experiencia social» de la cual es el gran demiurgo exige, a su juicio, no tener en cuenta sino los dictados de la razón; las filtraciones sentimentales de lo inmediato no perturban en él -así nos lo imaginamos- los propósitos de construcción. Tal vez nadie haya acometido hasta hoy empresa comparable con la que acomete este hombre de aspecto insignificante y frío.

Su cabeza está casi desprovista de cabello; su barba y bigote son más bien rubios; los ojos, pequeños, oblicuados y escudriñadores; con frecuencia la mirada de uno de ellos se desvía; la cabeza es alargada, y, efectivamente, responde su rostro, como de continuo se ha observado, al tipo mongol.

Le hemos pedido permiso para hacerle preguntas, no con otro propósito que el de escucharle; y si su exterior y su mirada no atraen, su hablar sereno embarga la atención de quien le escucha. Quisimos que las cuestiones que le planteásemos fuesen como el eco de las grandes preocupaciones que entonces embargaban a la masa rusa más despierta, preocupaciones que nos habían dado a conocer las personas con quienes conversamos; eran preguntas mediante las cuales aspirábamos también a conocer qué trayectoria política pretendía él imprimir a la Revolución.

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–       ¿Cómo y cuándo cree usted –interrogamos- que podría pasarse del actual período de transición a un régimen de plena libertad para Sindicatos, Prensa e individuos?

–       Nosotros -respondió Lenin- nunca hemos hablado de libertad, sino de dictadura del proletariado; la ejercemos desde el Poder, en pro del proletariado, y como en Rusia la clase obrera propiamente dicha, esto es, la clase obrera industrial, es una minoría, la dictadura es ejercida por esa minoría, y durará mientras no se sometan los demás elementos sociales a las condiciones económicas que el comunismo impone, ya que para nosotros es un delito así el explotar a otro hombre como el guardarse la harina de que ha menester alguien. La psicología de los aldeanos es refractaria a nuestro sistema; su mentalidad es de pequeños burgueses y por eso no los contamos como elementos proletarios; entre ellos han hallado los leaders de la contrarrevolución (Denikin, Kolchak, Wrangel, etc.) sus adeptos; más los aldeanos han llegado a una conclusión, a saber: que si los bolcheviques son malos, los demás son insoportables… Nosotros, a los aldeanos les decimos que o se someten o juzgaremos que nos declaran la guerra civil, que son nuestros enemigos, y en tal caso responderemos con la guerra civil. Lentamente, la psicología de éstos va cambiando y los va acercando al Gobierno. La dificultad para nosotros estriba en la cercanía de productos industriales con que recompensar lo que les requisamos; a ello se debe el que necesitemos seguir emitiendo billetes, lo cual para nosotros no ofrece dificultad alguna, pues disponemos de papel y máquinas de estampillar; este dinero-papel sólo significa, pues, una promesa de pago de productos.

El periodo de transición de dictadura -continuó diciendo Lenin- será  entre nosotros muy largo…, tal vez cuarenta o cincuenta años; otros pueblos, como Alemania e Inglaterra, podrán, a causa de su mayor industrialización, hacer más breve este período; pero esos pueblos, en cambio, tienen otros problemas que no existen aquí; en alguno de ellos se ha formado una clase obrera a base de la dependencia de las colonias. Sí, sí, el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de ésta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?…

–       Pero si el período de transición ha de durar –dijímosle- lo que tarde en lograrse el sometimiento de los hombres y las cosas a las medidas de socialización, ¿no cree usted que las concesiones acordadas al capitalismo extranjero, al llamar de nuevo a los capitales en las condiciones que lo hace, alarga, por un acto del Poder, este periodo de transición, y obligará mañana a exigir de nuevo a la masa obrera que vuelva a hacer otra revolución para adueñarse de las empresas que se establezcan, una vez se encuentren éstas consolidadas?

–       Tiene usted razón -respondió Lenin-; eso va a dilatar la dictadura proletaria y va a exigir nuevas luchas; pero nosotros no podemos vencer al capitalismo extranjero, al cual sostienen las masas obreras, y necesitamos reconstruirnos económicamente. Rusia se ha mantenido estos tres años mediante sacrificios inauditos pero no puede continuar sufriendo las privaciones actuales, y ello sólo podría evitarse o mediante las concesiones, o porque estallase la revolución mundial, que no sólo la deseamos, sino que tenemos seguridad absoluta de que está comenzada, aunque se desenvuelve más lentamente de lo que fuese de desear.

Hablamos de la posibilidad de que saliese de Rusia alguien que ya había recibido permiso y hasta misión especial del Comisariado de Enseñanza, pero a quien la policía, no obstante, negaba el pasaporte oficial; y retomando a las cuestiones objetivas, Lenin nos habló de cómo gobernar es maniobrar; hizo la apología de los planes de electrificación; nos describió la trascendencia de ellos en la nueva economía, y por último nos dijo:

–       Hemos despertado en el país el año diecisiete, mediante nuestra propaganda, el entusiasmo político, defendiendo las ideas de paz y Soviet, que es la institución más democrática que puede idearse; hemos suscitado más tarde en el pueblo el entusiasmo militar, mostrándole cómo las naciones burguesas se coligaban contra nosotros, y ahora lograremos despertar el entusiasmo por la reconstrucción económica.

Existe una idea central en la concepción de Lenin que no aparece en esta conversación, más debemos añadirla, porque es indispensable para penetrar en la realidad rusa y juzgarla: nos referimos a la dictadura ejercida por el partido como vanguardia del proletariado, idea que es el leitmotiv de las obras de Lenin y razón de ser del tipo de actuación de toda su vida; es la idea matriz de la organización civil de Rusia en la época de la Revolución de que hemos sido testigos, y de la cual debemos juzgar; es la doctrina «de la vanguardia consciente», convertida en guía histórica de la masa; así la expone Lenin en su admirable estudio Los problemas inmediatos del Poder de los Soviets y en su no menos profundo El radicalismo, enfermedad infantil del Comunismo.

Es tan de esencia este principio a la ideología bolchevique, cuyo creador, como hemos dicho, es Lenin, que al proyectar la concepción comunista en la vida internacional obrera ha continuado siendo la clave de la armazón; ése es el sentido de las «Tesis» y «Condiciones» que sirven de normas a la Tercera Internacional, las cuales exigen a quien haya de pertenecer a ésta que acepte el principio al cual nos referimos».

«Libertad ¿para qué?»… He aquí el desenlace de la vía revolucionaria del marxismo. Y es que Lenin ya estaba de vuelta de las teorías y las bellas palabras… y había comprendido la inviabilidad de la revolución por vía democrática. Eso vendría, según Lenin, cuarenta o cincuenta años después y cuando ya fuese un hecho la transición del capitalismo al socialismo. Claro que esos cuarenta o cincuenta años son ya sesenta y ocho –al escribir este libro- y todavía, por lo que se ve, la Rusia soviética no ha creído llegada la hora de la «libertad».

¿Se imaginan ustedes el impacto que debieron producir estas palabras en aquel profesor malagueño tan amante de la libertad y la democracia…?

Pues, por eso las destaco.

Porque, aquel impacto, y toda la entrevista, evitó la desaparición del Partido Socialista Obrero Español y su transformación en un Partido Comunista más, ya que el informe que hizo Fernando de los Ríos, a su vuelta, para el Congreso extraordinario de 1921 decidiría a la mayoría de los socialistas españoles –con Pablo Iglesias, Besteiro, Prieto y Largo Caballero a la cabeza- a no aceptar la esclavitud y la sumisión total a Moscú tras las 21 condiciones impuestas por Lenin y la «Internacional Roja».

(Por cierto, que cuando De los Ríos publicó en 1921 su libro, Mi viaje a la Rusia soviética, puso en la primera página esta dedicatoria: «Al Partido Socialista Español, con el más profundo respeto…» Como ven al intelectual Fernando de los Ríos se le quedó en el tintero la famosa «o» del adjetivo «Obrero», a pesar de ser un «obrero de la inteligencia»).

¡Ay, pero el paso del tiempo jugaría una mala pasada al PSOE…!, cuando en los años 30 el extraño Largo Caballero se hizo él también «tercerista» y arrastró al partido por la vía revolucionaria y dictatorial que concluyó en la «revolución» de 1934 y en la «guerra civil» de 1936. 

Fue entonces cuando –según Azaña- el intelectual Fernando de los Ríos no pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos y –como Besteiro- lamentase los «excesos» y los «errores» de su propio partido.

¡Y es que las «rosas socialistas» también lloran, sufren y padecen por la Dictadura, aunque ésta sea proletaria y de izquierdas!

Continuará…

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.