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Las Crisis de 1917

 

El año 1917, ciertamente, pasaron muchas cosas… Tantas que hay miles de libros escritos sobre los «Sucesos» y los «acontecimientos» de aquellos trescientos sesenta y cinco días. Tantas que, no en vano, con 1909, 1923, 1931, 1934, 1936, 1939 y 1975 se podía resumir la historia de España de este siglo XX. De España y quizá del mundo, ya que no podemos olvidar que ese año, además de todo lo concerniente a la Primera Guerra Mundial, triunfa en Rusia la «revolución bolchevique» y un marxista -Lenin- se transforma en el Zar de todas las Rusias, aunque lo haga como presidente del «Soviet Supremo» de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Porque 1917 es el año de las Juntas de Defensa que conmocionaron al Ejército español y descompusieron el sistema jerárquico, fundamental para mantener la disciplina y la autoridad de la familia militar. Aquellas juntas de «Coroneles» que pusieron en peligro la estabilidad de la Monarquía y estuvieron a punto de poner fin al reinado de Alfonso XIII.

Y el año de las Asambleas de Parlamentarios o «Cortes Paralelas» que estuvieron a punto de cargarse el ya viejo sistema parlamentario, el turno de los partidos inventado por Cánovas y la Constitución de 1876 por la que se venían rigiendo los destinos de España. Aquellas «Asambleas» que pidieron a gritos la convocatoria de unas «Cortes Constituyentes» que detuviesen la caída en el abismo de la Nación, al tiempo que decidían el Régimen del futuro.

Pero 1917 es también, sin duda, el año del Socialismo español, pues demostrado está que fueron el PSOE y la Unión General de Trabajadores (socialista) los que patrocinan, promueven, organizan y dirigen la «Gran Huelga General» que llevó a España al borde de la Revolución…, una «revolución», por cierto, que de haber triunfado habría «cogido la mano» a la Revolución rusa de los «socialistas» de Lenin, ya que los «hechos revolucionarios» sucedieron a mediados de agosto, casi dos meses antes del famoso «Octubre rojo» ruso.

Todo ello unido -y unidos estuvieron los partidos antimonárquicos, reformistas, republicanos y socialistas y los sindicatos de las Juntas de Defensa pudo, efectivamente, cargarse la Monarquía, como era el deseo de todos y como previamente se había acordado.

Sin embargo, el Gobierno Dato salvó la situación gracias al «estado de guerra», que declaró aun antes de que estallase la «revolución», y a los militares, quienes ante la encrucijada orden-revolución optaron por lo primero y obedecieron sin más a las autoridades jerárquicas.

A pesar de la «derrota» y del «desastre» que sufren las «izquierdas» y especialmente los socialistas…, de lo que no cabe duda es de que 1917 fue el primer toque de atención serio que recibe la Monarquía y de manera directa S. M. el Rey don Alfonso XIII, ya que lo que sucedió después en 1930-1931 fue la consecuencia de 1917. Y todavía más: hay quien opina que 1917 fue la «primera estación» de lo que sucedió en 1936.

Y bien. Enmarcado el tema retornemos a la senda larga senda del Socialismo español. Un socialismo bien es verdad, que a esas alturas de 1917 ya había incorporado a sus filas el grupo de intelectuales (también llamados «obreros de la inteligencia») más brillante que ha tenido el PSOE y se había transformado en un verdadero «Partido de masas».

¿Qué hacen los socialistas españoles ese año de 1917…?

En primer lugar hay que señalar algo evidente: el predominio que toma la «vía revolucionaria» de acceso al poder entre los socialistas. Una «vía» que consigue derrotar al mismísimo Pablo Iglesias cuando éste pretende que la «huelga general» anunciada sea «pacífica» y no «revolucionaria»… y que lleva al «Comité de huelga» a Julián Besteiro y Andrés Saborit, en representación del PSOE, y a Largo Caballero y Daniel Anguiano, en representación de la UGT.

En segundo lugar hay que puntualizar algo asimismo evidente: el hecho de que aunque en el «movimiento antimonárquico» participan los reformistas de Melquiades Álvarez, los republicanos de Alejandro Lerroux, los anarquistas de la CNT de Salvador Seguí y Ángel Pestaña e incluso los «parlamentarios rebeldes» acaudillados por Cambó… son los socialistas los que cargan con la mayor responsabilidad en la dirección de los mismos, pues socialistas son los que firman el manifiesto revolucionario, desde El Socialista se lanza la consigna de la «puesta en marcha» y a la cárcel o al destierro van casi todos los miembros de las Ejecutivas del PSOE y la UGT (excluido el Abuelo Iglesias, quien por enfermedad y por una discrepancia manifiesta a última hora quedó relegado o desbordado).

El «Manifiesto» que firman Besteiro, Saborit, Largo Caballero y Anguiano… entre otras cosas decía:

 

«Cerca de medio siglo de corrupción han llevado a las instituciones políticas españolas a un grado tal de podredumbre, que los mismos insti­ tutos armados claman contra la injusticia, contra la arbitrariedad, y se consideran vejados y engañados por los mismos poderes públicos que tantos mentidos halagos les han prodigado cuan­ do se trataba solamente de utilizarles como instrumento de opresión y tiranía…

»Y si esto han hecho los poderes públicos con las clases sociales en cuya adhesión han buscado siempre las firmes garantías de su existencia y dominio, ¿qué no habrán hecho con el pueblo, inerme e indefenso bajo un régimen constitucional ficticio, bajo un régimen económico de miseria y despilfarro, y en el más bajo nivel, y sobre el cual la masa ciudadana sólo puede ir paulatinamente elevándose merced a ímprobos y perseverantes esfuerzos… ? El proletariado español se halla decidido a no asistir ni un momento más pasivamente a este intolerable estado de cosas.

»En consecuencia, pedimos la constitución de un Gobierno provisional que asuma los poderes ejecutivos y moderador y prepare, previas las modificaciones imprescindibles en una legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras para unas Cortes Constituyentes que aborden, en plena libertad, los problemas fundamentales de la Constitución política del país. Mientras no se haya conseguido este objetivo, la organización obrera española se halla absolutamente decidida a mantener su actitud de huelga…»

 

Y por esos días Besteiro escribió un artículo que sirvió de «disparo de salida» para la huelga. Entre otras cosas decía

 

«Lloyd George, en uno de sus últimos discursos, señalaba elocuentemente la transformación que se está operando en la sociedad, y envidiaba a las nuevas generaciones que habrían de ser testigos de la gran renovación en la forma y en la esencia que el mundo todo estaba en vías de experimentar.

»Los viejos sistemas que hoy todavía disfrutan del predominio, y en cuyo seno y a cuyo calor estas ideas renovadoras se han desarrollado y han crecido, son acaso como esos padres que quieren ver siempre al niño en el hijo, aunque el hijo sea ya hombre; que han cobrado tal afecto al privilegio de padres, que no se resignan a que sea un hombre ya aquel a quien podían prescribir obediencia, de quien se consideraban guías, a quien podían castigar si gritaba y mimar cuando era humilde y bueno… ¡Terrible desengaño el suyo! ¡Terrible desengaño el de todos los viejos sistemas sociales, que se creían inmutables y eternos como Dios!

»El mundo está en marcha. Las que tantos consideraban irrealizables utopías. están más próximas de lo que pudiéramos creer. La tenaz y profunda labor de los precursores ha llegado hasta las entrañas mismas de la sociedad; las ha removido, las ha agitado, las ha hecho latir en rudas convulsiones y ha engendrado, en contra, la sociedad de mañana.

»Preparémonos todos para el gran advenimiento. Nosotros, socialistas de toda la vida, contemplamos en él la confirmación de todas nuestras predicciones y el coronamiento de todas nuestras batallas.

»Digamos a los que negaban la verdad de nuestras palabras, a los que no creían que el mundo se movía hacia delante: Cosas veredes que harán hablar las piedras…. Que harán hablar, que harán creer, que harán vivir a los espíritus de piedra, que hoy ni hablan, ni creen, ni viven.»

 

El artículo llevaba un título (Cosas veredes… ) que no era sino la consigna acordada para el levanta­ miento general y fue publicado en las páginas de El Socialista y de El País (aquel País órgano del partido republicano y enemigo acérrimo de la Monarquía).

Madrid, Barcelona, Valencia, Andalucía, y Asturias, principalmente, se levantan contra el Gobierno y España entera vive unas horas -en algunos lugares el tema duró más- ciertamente revolucionarias.

Pero, como ya he dicho «aquello» no estuvo bien preparado ni «aquí» había un Lenin… y el Gobierno dominó la situación en un abrir y cerrar de ojos.

En tres días -algo más en Asturias- los revolucionarios son derrotados en toda línea y los responsables, encarcelados. Sólo Alejandro Lerroux, Francisco Maciá, Indalecio Prieto y algunos más consiguen esca­ par a través de la frontera de Francia. Besteiro, Saborit, Largo Caballero, Anguiano (socialistas) y Marcelino Domingo (republicano catalán) dan con sus huesos en la cárcel y más tarde -tras el consiguiente Consejo de Guerra- son condenados a cadena perpetua.

Sin embargo, aquella «victoria>> del Gobierno Dato y de la Monarquía sólo fue una «victoria pírrica»… pues, ni unos -los políticos conservadores y libera­ les- ni otros -el Rey, los monárquicos y la Monarquía- supieron aprovechar las circunstancias y mu­ cho menos adoptar las medidas necesarias para enmendar la penosa situación del sistema y a la larga serían ellos los «derrotados», ya que una «derrota» en toda regla sería que el socialismo vencido en agosto del 17 obtuviese más votos que nunca en las elecciones del 18 y que los ayer presos y condenados a cadena perpetua saliesen elegidos como diputados a las Cortes (Besteiro por Madrid; Largo Caballero por Barcelona; Daniel Anguiano por Valencia y Andrés Saborit por Asturias… más Prieto por Bilbao).

Lo cual, además de lo que ello significaba para el sistema inventado por Cánovas y para la propia Monarquía, fue un éxito total para el PSOE, que de tener un solo representante en el Congreso pasaba a tener una «minoría» estimable. Una «minoría» que -como luego se demostraría- iba a dar mucho que hablar…, pues no hay que pasar por alto que fueron ellos -los socialistas- los que más gritaron cuando el desastre de Annual del año 21 y los que más influyeron en el «expediente Picasso» que provocó la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera.

En fin, que el año 1917 fue trascendental para España, para la Monarquía, para el Rey y para el socialismo…, como lo fue para Rusia y lo acabaría siendo para todo el mundo.

Ahora, veamos qué sucede en el interior del socialismo español durante los cruciales años que siguen al triunfo del socialismo revolucionario de Lenin en Rusia y las consecuencias que ello tuvo a corto plazo.

 

 

La «ruptura» del Partido y la Revolución Rusa

Las primeras noticias que llegaron a España de «lo que estaba pasando» en Rusia fueron confusas y escasas. Se sabía, naturalmente, que había habido una revolución victoriosa, que el Zar había sido expulsado y que los marxistas se habían adueñado del Poder…

Pero, muy poco más. Como demuestra, por ejemplo, esté editorial de El Socialista del 11 de noviembre de 1917:

 

«La revolución rusa continúa admirablemente su obra. Paso a paso va desenvolviendo su programa, pasando por encima de los intereses creados y atropellando todos los convencionalismos y liquidando, por la voluntad del pueblo, los compromisos contraídos por el imperio.

»La situación de Rusia es grave, porque atraviesa el momento culminante de su desarrollo revolucionario, porque es el momento crítico en que ha de afirmarse definitivamente la obra del pueblo o ha de resurgir una nueva modalidad del zarismo.

»Esta situación, consecuencia de las dudas y vacilaciones de un pueblo que ha sufrido durante siglos el despotismo de los zares y de los grandes duques, es comprensible. La burguesía, repuesta de la primera acometida del pueblo, creyó que con facilidad podría imponerse, subyugándolo, sometiéndolo otra vez a la explotación, y por añadidura quería que continuase el pueblo prestándose a servir de carne de cañón.

»La burguesía, inhábil, quiso continuar los compromisos diplomáticos contraídos por la plutocracia rusa, y ésa fue una de las tantas causas que exasperaron al pueblo, que ya estaba harto de morir en los campos de batalla.

»El hambre y todas las miserias que acarrea la guerra provocaron la revolución; querer continuarla fue exasperar a los revolucionarios que se convencieron que el mal continuaba a pesar de haber vencido y que las víctimas se acumulaban en el frente de batalla en proporción aterradora. Por eso el triunfo de los maximalistas, que representan la voluntad del pueblo, cansado de entregar sus hijos en sacrificio al Moloch insaciable. El pueblo ruso dejó inmolar «cinco millones de hombres», tiene «tres millones de sus hijos prisioneros y seis millones de heridos», la mayor parte inútiles para el trabajo. Estas cifras aterradoras son lo suficientemente elocuentes para que un pueblo se revolucione y a todo trance impida la continuación de la guerra.

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»El hambre, el frío, la crisis de trabajo no se atenuará mientras los «‘soviets» tengan que preocuparse del aprovisionamiento del Ejército. He aquí por qué, al triunfar, han dado la orden de que se repartan las tierras, poniendo en práctica la fórmula bien conocida: «La tierra para los que la trabajan.» Esta sola decisión es todo un poema de libertad, es la aurora de la emancipación económica, por la cual los campesinos rusos tanto suspiraban cuando trabajaban para los grandes duques, y es una decisión que por sí sola hace simpática a la grandiosa revolución rusa.

»Digan lo que quieran los reaccionarios, los reaccionarios españoles; amontonen toda su bilis contra la revolución rusa y contra todos los intentos revolucionarios; pero sírvales de norma y ténganlo en cuenta que cuanto más se oprime a los pueblos, más, mucho más violento es el salto en el camino de su liberación.

Desde 1905 hasta 1908, se ejecutaron en Rusia 2.298 revolucionarios. El Zar quería detener la revolución por el terror y lo consiguió durante varios años, pero a todos los tiranos les llega su hora, y entonces, a mayor presión, más terrible es la explosión…

»La revolución rusa durará varios años, hasta que el pueblo haya conseguido el máximo de libertad o la libertad absoluta.

»Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega y lo que se nos detenta.»

 

Y, sin embargo, el simple hecho de saber que el «socialismo marxista» se había atrevido contra el zarismo, que lo había vencido y que la Revolución había triunfado…, provocó en las filas del socialismo un verdadero terremoto, ya que automáticamente muchos españoles comenzaron a envidiar a los rusos y se dispusieron a seguir a los «bolcheviques» como los apóstoles a Cristo.

Lo que no sabían aquellos ardorosos socialistas por entonces es que la «Revolución Rusa» y la implantación del comunismo iban a provocar la crisis más grave de toda su historia al PSOE…, ya que consecuencia de «aquello» serían los Congresos extraordinarios llamados de la «escisión» y la división del movimiento obrero, con el nacimiento del Partido Comunista Español.

 

Pero, vayamos por partes… y recordemos de entrada que a esas alturas del siglo el Abuelo Pablo Iglesias tenía ya casi setenta años y estaba enfermo, muy enfermo. Que, por tanto, en la cúspide del PSOE es­ taba ya planteada la «batalla» de la sucesión y la crisis consiguiente. Lo cual iba a influir poderosamente en el momento de la encrucijada «socialismo democrático» y «socialismo revolucionario»… es decir, socialismo-comunismo.

 

Lo importante es centrar el tema y sintetizar lo que fueron aquellos Congresos, comenzando por el XI que se celebró entre el 23 de noviembre y el 2 de diciembre de 1918. Contaba el PSOE en aquel momento con 159 Agrupaciones, las Juventudes Socialistas, el Grupo Socialista Femenino y la Agrupación Socialista de París y unos 15.000 afiliados militantes.

Fue un «Congreso de transición» en el que, dominado por Besteiro, se trataron temas como el de la guerra, el pacto con los republicanos, el funcionamiento del Comité Nacional, la reforma agraria, la identidad de las «nacionalidades ibéricas» y muy especial­ mente la cuestión de la Monarquía (en el que los congresistas no dudan en decantarse abiertamente por la República) y la posibilidad de una participación a nivel de Ministro en un Gobierno burgués. En ambos casos se aprobó lo que Besteiro había defendido: sí a la conjunción Republicano-Socialista y no a la participación ministerial, incluso si se trataba de un Gobierno Provisional y en Cortes Constituyentes (eso sí, esta última proposición fue aprobada por 6.278 votos a favor y 6.157 en contra lo que demuestra la gran discrepancia que había entre los socialistas y lo que ello podría significar en un futuro no lejano).

Al terminar el Congreso los allí presentes acordaron y, orgullosamente, aceptaron que «el único partido político de los tiempos presentes y que dé clara sensación de que está organizado y que posee la disciplina y conciencia precisas para realizar una labor positiva que remedie los males del país, y tenga pensamientos propios para resolver los problemas pendientes, es el Partido Socialista Obrero… ».

Pocos imaginaban lo que iba a suceder en los Congresos Extraordinarios de 1919, 1920 y 1921. Porque si en el de diciembre de 1919 (Primer Congreso Extraordinario) las oposiciones internas a la «línea oficial» del Partido se conformaron con deshacer la alianza con los antimonárquicos y censurar abiertamente a la II Internacional, que trataba de rehacerse en Berna tras el hundimiento de 1914 por la participación de los socialistas en la Gran Guerra, así como la «blandura» del socialismo democrático… en la que se incluía al propio Pablo Iglesias y su re­ chazo de la «loca aventura» de 1917…

En el de junio de 1920 (Segundo Congreso Extraordinario) las cosas fueron a más, ya que en el transcurso de 1919 Lenin ya había creado en Moscú la III Internacional, de claro matiz comunista, y había lanzado el reto mundial de la unificación de todos los partidos «socialistas» en torno al triunfante «Sovietismo» ruso… Lo que dio lugar a una «revolución interna» en todos los partidos y especialmente en el PSOE, pues muchos de los socialistas españoles se hicieron rápida­ mente «terceristas» (partidarios de la III Internacional) y defendían frontalmente el ingreso en esta «internacional roja» y el abandono del «espectro» de la Internacional Socialista de Berna. Como se demostraría a la hora de las votaciones, ya que frente a los 8.269 votos a favor del ingreso tan sólo 5.016 delegados lo hicieron en contra. Dos tendencias hubo en este Segundo Congreso Extraordinario: las que encabeza­ ron respectivamente Fernando de los Ríos (integración con condiciones) y Daniel Anguiano (incondicional).

En vista de lo cual, y para ganar tiempo la Ejecutiva propuso al Congreso que el PSOE, antes de tomar una decisión definitiva, enviase a Rusia a las dos personas que más interés habían puesto en defender las dos posiciones… (De los Ríos y Anguiano) y así se hizo. Los «representantes» socialistas españoles llegarán a Moscú en el otoño de 1920 y además de ver «lo que estaba pasando» en Rusia celebraron entrevistas con los principales líderes soviéticos (De la de Fernando de los Ríos con Lenin ya tiene información el lector).

Fruto de ese viaje fueron los informes que ambos remitieron al PSOE y el Tercer Congreso Extraordinario, celebrado en abril de 1921… Algo, sin embargo, había surgido mientras tanto en el horizonte socialista: las famosas «21 Condiciones» de Lenin, aceptadas y acatadas en el transcurso del Segundo Congreso de la III Internacional, y por las que se regirían en lo sucesivo los Partidos Comunistas de todo el mundo.

 

 

El terremoto de las «21 condiciones» de Lenin

 

¡Sí y aquello sí que fue un terremoto!

Ya que, como veremos en seguida, aceptar las «21 Condiciones» era como renunciar al socialismo de Marx y echarse en manos del marxismo-leninismo o comunismo. En otras palabras: la desaparición del PSOE.

En estas circunstancias nada puede sorprender que el Congreso de 1921 se transformase en una «guerra civil» entre socialistas y que a su término el PSOE quedase dividido en dos. Pero, veamos antes de seguir adelante cuáles eran las «21 Condiciones» de Lenin:

 

 

«l. La propaganda y la agitación cotidianas deben tener un verdadero carácter comunista. Todos los órganos de Prensa que se hallan en manos del Partido deben ser redactados por comunistas seguros, que hayan demostrado su fidelidad a la causa de la revolución proletaria. Sobre la dictadura del proletariado no hay que hablar simplemente como si se tratase de una forma usual y aprendida de memoria; es preciso propagarla de tal manera que su necesidad se desprenda para cada obrero, obrera, soldado y campesino de los hechos de la vida, sistemáticamente señalados por nuestra Prensa día tras día. En las páginas de los periódicos, las asambleas populares, en los sindicatos, en las cooperativas, donde quiera que tengan acceso los partidarios de la III Internacional, es necesario estigma­ tizar de manera constante e implacable, no sólo a la burguesía, sino a sus auxiliares, a los reformistas de todos los matices.

»2. Cada una de las organizaciones que deseen pertenecer a la Internacional Comunista, está obligada a expulsar de manera regular y sistemática de todos los puestos de responsabilidad en el movimiento obrero (organizaciones del partido, redacciones, sindicatos, minorías parlamentarias, cooperativas, municipios, etcétera…) a los reformistas y partidarios del «centro» y sustituirlos por comunistas seguros, sin desconcertarse porque a veces haya que remplazar de momento a dirigentes «expertos» por obreros de filas.

»3. En todos los países donde los comunistas, a consecuencia del estado de sitio o de las leyes de excepción, no pueden realizar su labor legalmente, es necesario en absoluto combinar el trabajo legal y el clan­ destino. La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América entra en la fase de la guerra civil. En tales condiciones, los comunistas no pueden tener confianza en la legalidad burguesa. Están obligados a crear en todas partes un aparato ilegal, paralelo, que en el momento decisivo pueda ayudar al Partido a cumplir su deber ante la revolución.

»4. Son necesarias una propaganda y una agitación persistentes y sistemáticas entre las tropas y la formación de células comunistas en cada unidad. Los comunistas deberán realizar este trabajo en gran parte ilegalmente, pero renunciar a hacerlo equivaldría a cometer una traición contra el deber revolucionario y sería incompatible con la pertenencia a la III Inter­ nacional.

»5. Es imprescindible una agitación regular y sistemática en el campo. La clase obrera no puede consolidar su victoria sin contar por lo menos con una parte de los braceros agrícolas y campesinos pobres y sin neutralizar en su política a una parte del resto de los campesinos. La labor de los comunistas en el campo adquiere en la época actual una importancia de primer orden. Es necesario efectuarla, principalmente, a través de los obreros comunistas revolucionarios que tengan contacto con el campo. Renunciar a esta labor o dejarla en manos de semirreformistas poco seguros es lo mismo que renunciar a la revolución proletaria.

»6. Cada uno de los partidos que desee pertenecer a la III Internacional tiene la obligación de desenmascarar no sólo el socia/patriotismo descarado, sino también la falsedad y la hipocresía del socia/pacifismo; demostrar sistemáticamente a los obreros que sin el derrocamiento revolucionario del capitalismo, cuales­ quiera que sean los tribunales internacionales de arbitraje, las conversaciones sobre la reducción de los armamentos y la reorganización «‘democrática» de la Sociedad de las Naciones no salvarán a la Humanidad de nuevas guerras imperialistas.

»7. Los partidos que deseen pertenecer a la Inter­ nacional Comunista están obligados a reconocer la necesidad de una ruptura total y absoluta con el reformismo y con la política del «centro» y a propagar esta ruptura en los círculos más amplios del Partido. Sin esto, es imposible una política comunista consecuente.

»La Internacional Comunista exige de manera incondicional y terminante llevar a cabo esta ruptura en el plazo más corto. La Internacional Comunista no puede consentir que reformistas moderados, como por ejemplo Turati, Modigliani y otros, tengan derecho a considerarse miembros de la III Internacional. Esto lleva­ ría a que la III Internacional se pareciese mucho a la fenecida II Internacional.

»8. En la cuestión de las colonias y de las nacionalidades oprimidas es necesaria una línea singularmente precisa y clara de los partidos de aquellos países cuya burguesía domina a dichas colonias y oprime a otras naciones. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la III Internacional tiene el deber de desenmascarar sin piedad los subterfugios de «sus» imperialistas en las colonias, de apoyar de hecho, y no de palabra, todo movimiento de liberación en las colonias, de exigir que salgan de estas colonias sus imperialistas, de educar a los obreros de su país en un espíritu de verdadera fraternidad hacia los trabajadores de las colonias y nacionalidades oprimidas y de llevar a cabo una agitación sistemáticamente entre sus tropas contra toda opresión de los pueblos coloniales.

»9. Cada uno de los partidos que desee pertenecer a la Internacional Comunista tiene la obligación de realizar una labor comunista sistemática e insistente dentro de los sindicatos, de las cooperativas y de otras organizaciones obreras de masas. En el seno de los sindicatos es necesario formar células comunistas, que mediante un trabajo prolongado y tesonero deben con­ quistar dichas organizaciones para la causa del comunismo. Estas células tienen el deber de desenmascarar en toda su labor cotidiana la traición de los socialpatriotas y la vacilación del «‘centro». Estas células comunistas deben estar completamente subordinadas al con­ junto del Partido.

»10.           Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista tienen el deber de luchar tenazmente contra la «Internacional» de Amsterdam de sindicatos amarillos. Deben propagar insistentemente entre los obreros organizados en los sindicatos la necesidad de romper con la Internacional amarilla de Amsterdam. Deben apoyar por todos los medios la naciente organización internacional de sindicatos rojos, adheridos a la Internacional Comunista.

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»11. Los partidos que deseen pertenecer a la III Internacional tienen el deber de revisar la composición de sus minorías parlamentarias, alejar de ellas a los elementos inseguros, subordinar estas minorías de hecho y no de palabra a los comités centrales de los partidos y exigir de cada proletario comunista que subordine toda su labor a los intereses de una verdadera propaganda y agitación revolucionarias.

»12. De igual modo, la Prensa periódica y no periódica y todas las editoriales deben estar subordina­ das por entero al Comité Central del Partido, independientemente de que el Partido en su conjunto sea en un momento dado legal o ilegal; es inadmisible que las editoriales, abusando de su autonomía, apliquen una política no ajustada plenamente a los intereses del Partido.

»13.Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista deben estructurarse a base del principio del centralismo democrático. En la época actual de exacerbada guerra civil, el Partido Comunista sólo podrá cumplir con su deber si está organizado del modo más centralizado, si rige dentro de él una disciplina férrea, rayana en la disciplina militar, y si el centro del Partido es un organismo autorizado, prestigioso y con amplias atribuciones que goce de la confianza general de los miembros del Partido.

»14. Los partidos comunistas de los países donde los comunistas realizan su trabajo dentro de la legalidad, deben efectuar depuraciones (revisiones) periódicas de los efectivos de sus organizaciones con el fin de depurar de manera sistemática al Partido de los elementos pequeños burgueses que se introducen inevitablemente en sus filas.

»15.Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista, tiene el deber de prestar apoyo incondicional a cada República en su lucha frente a las fuerzas contrarrevolucionarias. Los partidos comunistas deben desplegar una propaganda constante para que los obreros se nieguen a transportar pertrechos bélicos a los enemigos de la República Soviética, realizar una propaganda legal o ilegal entre las tropas enviadas a asfixiar a las Repúblicas obreras, etc.

»16. Los partidos que hasta ahora mantengan los viejos programas socialdemócratas, tienen el deber de revisarlos en el plazo más breve y de elaborar con arreglo a las condiciones específicas de su país un nuevo programa comunista en el espíritu de los acuerdos de la Internacional Comunista. Por regla general, los pro­ gramas de cada Partido afecto a la Internacional Comunista deben ser confirmados por el Congreso ordinario de la Internacional Comunista o por su Comité Ejecutivo. En el caso de que el programa de tal o cual partido no sea confirmado por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, este Partido tiene derecho a apelar al Congreso de la Internacional Comunista.

»17. Todas las decisiones de los Congresos de la Internacional Comunista, así como los acuerdos de su Comité Ejecutivo, son obligatorios para todos los partidos adheridos a la Internacional Comunista. La Inter­ nacional Comunista, que actúa en condiciones de una exacerbada guerra civil, debe estar estructurada de una manera mucho más centralizada que la II Internacional. Además la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo, en toda su labor, claro está, deberán tener en cuenta la diversidad de condiciones, en las que tienen que luchar y actuar los distintos partidos y adoptar las decisiones obligatorias para todos tan sólo en aquellas cuestiones en las que sean posibles tales decisiones.

»18. En relación con todo esto, todos los partidos que deseen ingresar en la Internacional Comunista de­ ben cambiar su título. Cada uno de los partidos que deseen entrar en la Internacional Comunista deben llevar este título: Partido Comunista de tal país (sección de la III Internacional Comunista). La cuestión del título no es sólo formal, sino una cuestión de gran importancia política. La Internacional Comunista ha declarado una lucha decidida a todo el mundo burgués y a todos los partidos socialdemócratas amarillos. Es necesario que para cada trabajador de filas sea total­ mente clara la diferencia entre los partidos comunistas y los viejos partidos «socialdemócratas» o «socialistas», que han traicionado la bandera de la clase obrera.

» 19. Después de la terminación del II Congreso Mundial de la Internacional Comunista, todos los partidos que deseen pertenecer a ella deberán convocar en el más corto plazo un Congreso extraordinario de cada Partido para confirmar en él oficialmente, en nombre de todo el Partido, las obligaciones arriba ex­ puestas.

» 20. Aquellos partidos que ahora quieran ingresar en la tercera Internacional, pero que no hayan cambiado radicalmente la táctica seguida hasta ahora, tienen que procurar, antes de ingresar, que por lo menos dos terceras partes de su comité central y de todas las instituciones centrales de importancia estén compuestas por los compañeros que ya antes del segundo congreso de la tercera Internacional se han declarado pública­ mente en favor del ingreso incondicional en la tercera Internacional. Se permitirán excepciones de esta condición con el consentimiento del comité ejecutivo de la tercera Internacional. El comité ejecutivo de la Internacional comunista tiene derecho a hacer excepciones también en favor de los representantes centristas aludidos en el párrafo séptimo.

» 21. Aquellos miembros del partido que, por principio, rechazan las condiciones y las tesis formuladas por la Internacional comunista deben ser expulsados del partido.

Lo mismo dígase por los delegados al congreso extraordinario.»

 

Ciertamente, eran unas «condiciones» claudicantes y hasta humillantes para el socialismo democrático.

Y así lo vieron los hombres clave del PSOE, comenzando por el fundador Pablo Iglesias, quien durante los meses de marzo y abril escribió en El Socialista una serie de cuatro artículos comentando y tomando posiciones sobre las «21 Condiciones»…

«Para los hombres de Moscú -dice Iglesias-cuan­ tos socialistas no consagran su inteligencia y su actividad únicamente a preparar u organizar la acción vio­ lenta a fin de acabar con el Poder burgués, son reformistas y merecedores, como tales, de ser combatidos sañudamente. Los obreros de todos los países no de­ ben, según dichos hombres, dedicar una parte de su actividad a mejorar lo que sea posible su condición, a elevar lo que puedan su nivel intelectual, sino consagrarse única y exclusivamente a la acción insurrecciona! contra los explotadores. Esto, o mucho nos equivocamos, o es cosa muy parecida al «todo o nada» de los anarquistas, enfrente de lo cual han estado siempre no ya los socialistas españoles, sino los de todos los países.

»Si el fin de las 21 condiciones es -remachaba el Abuelo -cerrar las puertas de la Tercera Internacional a todos los reformistas y combatirlos como cómplices o auxiliares de la burguesía, ¿las votarán los socialistas españoles, no obstante ser juzgados tan dura como injustamente para poder franquear dichas puertas… ? Mucho lo dudamos. Mas si eso hicieran, acreditarían, por lo menos, que no se sentían lastima­ dos al ver negada su fidelidad al Socialismo.»

Y así lo vieron los 8.808 votantes que dijeron «No» a las «condiciones» de Lenin y por contra su permanencia en la Internacional Socialista en vías de renovación.

 

 

El final del «Abuelo» y los herederos

Pero los más de 70 años que ya tiene el «abuelo» Don Pablo no perdonan y los últimos años los pasó ya casi en la cama. Una preocupación le atormenta en esos postreros días de su vida: ¿a quién dejarle el PSOE, su niño mimado, para cuando él ya no estuviese?… Y un mar de dudas inundó su cabeza. Tenía 4 posibilidades. 1, Julián Besteiro. 2, Largo Caballero. 3, Indalecio Prieto y 4, dejar que el Presidente saliese elegido en un Congreso. Pero, esto último era muy arriesgado y enseguida lo desechó. Así que sólo le quedaba elegir a uno de los tres y no acababa de decidirse por ninguno de ellos. En esa encrucijada mental aprovechó un día que vino a verle su amigo y biógrafo, Juan José Morato, para pedirle datos sobre su infancia y seguir hablando del futuro del Partido, que era lo que más le preocupaba en esos momentos ya finales de su vida. Entonces se sinceró y le dijo:

–  Morato, no quiero engañarte, esto no va bien, mi organismo no resiste más.

–  No diga eso, D. Pablo, usted es más duro que una piedra.

–  No, te equivocas, ya sé que cualquier día de estos la palmo. ¡Ay, pero antes tengo que decirte algo!

Usted dirá… aunque me imagino de qué se trata
Entonces tendrás las mismas dudas que yo…

–  Sí, no acabo de inclinarme por ninguno de los tres. Verá, Besteiro, eso no hay que decirlo, es el más sensato de los tres, y el más formado, y el más culto, y si me apura hasta el más marxista, pero no acabo de verlo con los obreros-obreros. Largo, es todo lo contrario, Largo tiene mentalidad de obrero y se maneja mejor que Besteiro con los obreros, sin embargo es un hombre inculto y como tal fácil de influir. Yo diría que es «un hombre orejeras»…

 ¡Y eso qué es!

–  Bueno, así llamaba mi padre, que era un filosofo, a los aprendices que cuando iniciaban un camino ya no sabían rectificar, aunque se hubiesen dado cuenta que habían elegido el camino equivocado e iban directos al fracaso. ¿Y qué le puedo decir de Prieto? Está claro que Indalecio ha nacido para hablar en las Cortes, creo que en él tenemos al mejor parlamentario que podríamos tener.

Pero ¿por quién te inclinarías tú?

–  Pues, yo le daría el Partido a Besteiro; el Sindicato, a Largo y las Cortes a Prieto.

–  Sí, también yo lo veo así, pero no olvides que el Partido y el Sindicato van unidos, tienen que ir unidos… ¡ese es el problema, que tengo que elegir entre uno de los dos!

–  Pues, ya sabe a quien elegiría yo. La situación de España, e incluso del Partido, no están para «hombres orejeras», entre otras cosas porque estamos bajo una Dictadura militar y esto no se sabe cómo puede terminar

Y el «abuelo» convocó ese mismo día el Congreso ordinario del PSOE primero y para poco después el de la UGT (era el 13 Ordinario, que no se celebraba desde el año 18, porque los del 19, 20 y 21 fueron Extraordinarios) y el Congreso eligió Presidente a D. Julián Besteiro, el catedrático De Lógica de la Universidad Central, que después sería también de la UGT hasta 1934. Desgraciadamente Iglesias ya había muerto.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.