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Ciertamente, para don Julián Besteiro, el catedrático de Lógica de la Universidad Central, la «nueva postura» del obrero Largo Caballero es una sorpresa. Una «sorpresa» que le durará desde ese año de 1933 hasta marzo de 1939, cuando ya no pudo más y dio el paso que su «honradez» le venía pidiendo como una exigencia.

Quizá porque Besteiro era la antítesis del «demagogo» y por sus reservas mentales a la violencia… O acaso porque él sí sabía que «la otra España» no se dejaría aniquilar por la «revolución marxista-leninista».

El hecho es que -como escribe Gabriel Jackson­ Besteiro se pasó la primera mitad de 1933 tratando de moderar el exagerado apasionamiento de las izquierdas, no sólo en las Cortes sino ante los obreros cada vez más levantiscos.

Ya en marzo, con motivo del 50 aniversario de la muerte de Carlos Marx, dice en el «Teatro María Guerrero» de Madrid, tras un meditado estudio de «El marxismo y la actualidad política» (éste fue el título de la conferencia), lo siguiente:

 

«Hay en el movimiento obrero de todos los países, ya lo sabéis, dos Jendencias: una que se cree la heredera legítima del verdadero Marx, y que está expuesta en el libro titulado Estado y revolución, que Lenin publicó el año 17. Un libro interesante, que fue escrito en el período de transición entre las dos revoluciones rusas últimas: la revolución burguesa y la revolución proletaria. Para Lenin era preciso apoderarse del Poder y establecer una verdadera dictadura en el sentido estricto de la palabra, para, mediante esa dictadura, acabar con el capitalismo. Y se nos presenta el momento difícil cuando Lenin establece esos principios. El creía interpretar fielmente a Marx; pero el hecho es que los pasajes más oscuros de Marx son los que se refieren, no ya a la lucha política, que está bien puesta en claro por el curso de la Historia, pero sí lo que en sus obras expresa constantemente con estas frases: «Poder político y dominio político.» Espíritus como el de Rosa de Luxemburgo han pensado que la interpretación de Lenin es infantil y que en realidad no recoge el espíritu de Marx, sino que lo deforma y empequeñece. La posición de Rosa de Luxemburgo y de otros compañeros socialistas contemporáneos ha sido ésta: el Poder político a que alude Marx, muy principalmente, consiste .en dominar todos los resortes del Poder de la sociedad burguesa por una acción de penetración decidida y enérgica y continua del proletariado. Y, cuando se tengan ya bien dominados, entonces cambiar de arriba abajo toda la estructura de la vida social.

»Es decir, que para nosotros será un compromiso circunstancial; pero no es obra esencial ni conveniente gobernar en un régimen burgués, mientras no estemos en verdaderas condiciones de hacer honor a nuestro espíritu. Y es posible que en una recta interpretación de la acción de la democracia social, que busca el dominio político, haya que aceptar principalmente las ideas de Rosa de Luxemburgo.

Largo Caballero

»Y la tarea es enorme, porque no consiste en mandar unos cuantos representantes a esas organizaciones, sobre todo económicas, y a las organizaciones de trabajo que puedan existir en la sociedad burguesa. Hay que mandarlos con un espíritu formado y mantener control sobre ellos, de tal manera que la acción de los compañeros no sea la acción de su conducta individual, sino la de las masas, que es la verdaderamente fecunda.

»Los resabios jacobinos y los religiosos

»Compañeros: yo quisiera que cada vez, lo mismo que Marx, que fue despojando su vida de resabios jaco­binos y de resabios religiosos y utopistas, fuésemos más profundamente revolucionarios en el sentido sereno, sabio y fuerte que predicaba Marx, y que a las luchas políticas de la burguesía les concediéramos el valor que tienen realmente, y no es poco para nosotros, para que no perdamos la acción clarividente de nuestro ideal, porque a ninguno se nos oculta que en la acción de los militantes del mundo socialista se presentan momentos difíciles y de peligro. Y los peligros mayores que corremos no son los que se deben a la virtualidad de nuestros enemigos, sino a los errores que nosotros podemos cometer. Y como está demostrado que las masas pagan muy caros los errores que puedan cometer, arrastradas por sus líderes, o que los líderes pueden cometer empujados por las propias masas; como estamos presenciando los largos sufrimientos del proletariado italiano bajo la férula de un hombre que aprendió a ser eficaz en filas socialistas, para aplicar después sus aptitudes al servicio de una reacción burguesa verdaderamente detestable. Como estamos viendo en otras naciones, la suerte que corre un proletariado, que ha sido ejemplo y modelo, y que lo seguirá siendo, pese a quien pese, es preciso que nosotros, en este momento sepamos actuar con toda la energía, pero a la vez con toda la prudencia de los hombres verdaderamente enérgicos. Si hay que rectificar algo, porque no está bien, se rectifica, y no ha pasado nada. Pero en lo sucesivo no osciléis de un extremo al otro, como esos temperamentos inquietos y veleidosos que ora son socialistas ortodoxos, ora reformistas, ora bolcheviques, según el cuadrante del viento que sopla. Ni tan gubernamentales ni tan anti­ gubernamentales. Ni de un extremo ni de otro. Porque eso no son radicalismos, sino bandazos que dan las gentes que no tienen el espíritu formado y no saben colocarse en la posición verdaderamente eficaz y revolucionaria.» 

Primera Profecía

Era la primera crítica seria a la «nueva postura» de Largo Caballero… y no hay que olvidar que éste era en aquellos momentos el presidente del PSOE.

«Pero en lo sucesivo no osciléis de un extremo al otro, como esos temperamentos inquietos y veleidosos que ora son socialistas ortodoxos, ora reformistas, ora bolcheviques… Según el cuadrante del viento que so­ pla… Porque eso no son radicalismos, sino bandazos que dan las gentes que no tienen el espíritu formado… »

Y era también la primera «profecía» de Besteiro. Porque fijaros lo que dice:

« …Y como está demostrado que las masas pagan muy caros los errores que puedan cometer, arrastra­das por sus líderes… »

 

Es decir, lo que iba a suceder en 1939.

Después, al producirse la crisis que dará paso al tercer gobierno Azaña y tras plantearse otra vez en el seno interno del PSOE y la UGT la conveniencia de «apartarse» del Gobierno, Besteiro vuelve a la carga. Fue en Asturias, concretamente en Mieres y el domingo día 2 de julio, con motivo del homenaje en memoria de Manuel Llaneza, uno de los líderes del socialismo asturiano, aquel que con su polémica entrevista con Primo de Rivera inició la «colaboración» de los socialistas con la Dictadura.

Gobierno de Azaña

Entonces Besteiro, que dijo hablar «como un número del Partido Socialista» y que no iba a acusar a nadie, habla ya abiertamente de las «discrepancias» que le hacen disentir de «ciertas corrientes» del Partido y se pregunta en público:

 

«¿Cuál es el origen de mi discrepancia con ciertas corrientes del Partido?

»Nació durante la dictadura. Vosotros sabéis que durante la dictadura el criterio que predominaba en el Partido, y en la Unión General de Trabajadores también, era el de que no había que ir a movimientos precipitados que ahogasen prematuramente el gran movimiento nacional que debía desembocar en la proclamación de la República.

»Pues bien; yo os digo que entonces los elementos directivos fueron censurados por seguir esta táctica, y como yo también la seguí, me hago responsable de ella.

»Pensaba yo que el camino hacia la República, el gran camino hacia la República, se había iniciado en el año 1917, cuando la huelga general política que entonces declaramos.

»Y se inició por lo siguiente: Aún recuerdo que cuando se empezó a preparar aquel movimiento, en la Casa del Pueblo nos reunimos no solamente elementos de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista, sino representantes de los elementos sindicales, entre los cuales estaban el pobre Segura y Pestaña, y allí, con ese pugilato revolucionario característico de estos elementos, dijeron: «Es preciso hacer la revolución republicana.»

»Y mi opinión fue ésta: Si nosotros acometemos un movimiento revolucionario republicano, frente al Ejército unido para sofocarlo, estamos perdidos; la derrota es inevitable. Sin embargo, por ciertos síntomas, yo creí que la unidad de los elementos militares empezaba a resquebrajarse, pues había una crisis económica en la familia de la oficialidad, a quien la monarquía había prometido mucho para servirse de ella, no pudiendo cumplir su promesa. Y entendí yo que, su­ puesto que los elementos militares se hallasen divididos, nosotros podíamos hacer un movimiento popular republicano, con alguna perspectiva de triunfar. Con que sólo hubiera una perspectiva de triunfo, lo debíamos realizar. Y, en efecto, camaradas, poco tiempo después surgió el movimiento de las Juntas de defensa, con todos sus defectos, pero ante las cuales la monarquía, que no tenía base en el pueblo, empezó a tambalearse.

»Ahora bien, los que habéis vivido aquellos días recordaréis que la aparición de la primera Junta de defensa produjo un entusiasmo republicano en el país, y principalmente en la clase media, y naturalmente que mucho mayor en el elemento popular, que ha sido siempre republicano.

»Entonces hacía falta una cosa: dar a aquel movimiento un carácter eminentemente civil, para que la República no fuera militar, sino ciudadana, una Re­ pública democrática, en suma. Y eso significó la huelga de agosto de 1917, que si entonces no dio el triunfo, dejó abonado el terreno para los frutos que más tarde habíamos de recoger.

»Pasó el tiempo. El conflicto entre los ciudadanos civiles, los elementos armados y la monarquía se fue acentuando cada vez más.

»La huelga de agosto tuvo como resultado el acrecentamiento del número de diputados socialistas.

»La labor que entonces hicimos fue, a mi juicio, fecunda, y desembocó en el nombramiento de aquella Comisión de Responsabilidades que había de juzgar los desastres de la campaña de Marruecos.

»En aquella Comisión requerí el testimonio de un general que sabía estaba dispuesto a acusar, y acusó de tal modo, que después de su acusación los elementos monárquicos no tenían salida, y era de esperar que antes de abrirse las Cortes hicieran una de las maniobras para que no conociera el país el resultado de las investigaciones realizadas por la Comisión.

»Muchas veces he pensado que nosotros estábamos armados de buenas armas, y hubiéramos podido hacer mucha labor en las Cortes, exigiendo la responsabilidad al monarca y a los elementos que con él estaban.

»La dictadura republicanizó al país

»Una demostración evidente de que esas responsabilidades existían fue el golpe de Estado del general Primo de Rivera.

»No lo podemos negar: la dictadura, con todos sus defectos, había hecho por arraigar el sentimiento republicano en el país mucho más de lo que pudiéramos hacer nosotros, y consideré que era un acto revolucionario que no podía por menos de desembocar en la República.

General Primo de Rivera

»Por consiguiente, lo que había que hacer era no malograr ese estado de cosas, sino impulsarlo y encauzarlo. Aprovechamos, pues, el tiempo para que las organizaciones obreras, el Partido Socialista, fueran penetrando en la esfera de acción de la Administración del Estado, sobre todo en los sitios que más interesaban a la clase trabajadora. Y fuimos apretando sus filas para que en el momento del triunfo las fuer-zas nuestras se produjeran en beneficio de nuestros ideales y, por tanto, de la clase trabajadora.

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»Hasta aquí yo no era discrepante. Los discrepan­ tes eran otros. Yo estaba en la fila de la mayoría y con­ servé mi representación. Ahora, sí tengo que decir que la interpretación de ese punto de vista algunas veces se llevó demasiado lejos, contra mi espíritu.

»Y yo no creí que debía protestar, porque, naturalmente, las cosas no han de suceder enteramente como a nosotros nos place, y debemos contentarnos con que, en general, estemos de acuerdo con ellas. Pero esto es una discrepancia pequeña. Mas empezó una discrepancia mayor, porque entre la obra de preparación que yo consideraba necesaria, estaba el que democráticamente, en nuestras asambleas y Congresos, discutiésemos el programa de la República.

»Durante la dictadura, ya muy quebrantada, no se celebró más que un solo Congreso ordinario y otro extraordinario. Al Congreso ordinario yo llevé una ponencia con una serie de puntos que consideraba eran esencialmente reivindicables para la constitución de la República española, que consideraba segura. No pude lograr que aquéllos se discutieran. Y esto sí que fue para mí una gran contrariedad, porque temía que llegase la República y hubiera que improvisar en el Comité, sin la discusión previa debida, las reivindicaciones esenciales del Partido y de la clase trabajadora. Así sucedió, efectivamente, puesto que en ese estado nos sorprendió la República.

»Nos sorprendió la República, camaradas, y entonces mi discrepancia se acentuó, porque en aquellas reivindicaciones que yo consideraba necesarias, y que había indicado con suficiente claridad en mi ponencia, no estaba la de que se nos dejase ocupar el Poder, la de que hubiera ministros socialistas, sino la de que se nos garantizase el acceso a aquellos organismos que, cada vez más, constituyen la parte esencial de la constitución de los Estados modernos y que más interesan a la clase trabajadora para conseguir el logro de sus ideales.

»¿Por qué esta mi exigencia? ¡Ah!, porque yo veía

los ejemplos de fuera; porque veía los ejemplos de otras naciones y porque tenía en cuenta lo que es el Estado moderno. 

»Acción política :Y ocupación del Poder

»En el ideario socialista, compañeros, hay algunos puntos que han sido esbozados por los grandes maestros, pero que no fueron perfectamente definidos, y que, por eso mismo, dan lugar a discusión entre los trabajadores.

»No los dejaron perfectamente definidos porque no debían hacerlo, porque el curso de la Historia se debía encargar de decidir pronto, y tras los debidos esclarecimientos, que entonces no eran oportunos, y los grandes maestros socialistas no fueron unos utopistas que quisieran prever el porvenir.

»Entre estos puntos discutibles está el de que la clase trabajadora necesita una acción política y necesita ocupar el Poder.

»Pero, ¿qué es lo que se entiende por ocupar el Poder?

»Ocupar el Poder, ¿es apoderarse de los puntos centrales directivos de la política?

»¿Es asumir en cualquier momento en que sea posible la dirección de la política en un país que no está quizás económicamente preparado para la realización de una transformación honda como la que exige el Socialismo?

»Algunas veces se ha entendido así, y actos gloriosos por este motivo ha realizado la masa obrera. No quiero recordaros la Commune de París, que todos los años conmemoramos, con razón, y a la cual justamente los proletarios consideran y siguen considerando como un ejemplo que nos debe inspirar. Pero que nos rindamos emocionados a aquellos hombres entusiastas y llenos de espíritu de sacrificio no quiere decir que hoy creamos que se deben realizar movimientos exactamente iguales al de la Commune.

»Y si, por cualquier circunstancia, se impusieran los comunistas, en Mieres o en Madrid, y, constituyéndose en fuerza política independiente, empezaran a dictar sus normas en favor de la clase trabajadora, llevarían a ésta a una catástrofe.

»Tenemos un hecho bien reciente: la revolución rusa. Compañeros: Yo siempre tuve respeto y una admiración enorme -no me juzguéis mal- por los bolcheviques, y alguna vez he dicho que si yo hubiera sido ruso el año 1918, probablemente hubiera estado al lado de Lenin.

»En aquel momento, los rusos no pudieron hacer más que lo que hicieron y han tenido que hacer frente a todas las enormes realidades que se les venían encima.

»No quiere decir con esto que la República de los Soviets sea el modelo único que todos debemos imitar. Más tarde trataré de haceros ver los inconvenientes que tiene esta imitación.

»Por consiguiente, juzgo que pueden hacerse esos movimientos, que en cierto modo me parecen esencia­ les; pero eso cuando se dan ciertas circunstancias que los hacen viables.

»Cuando no, ¿qué resulta? Resulta que la clase tra­ bajadora, en el Poder, por falta de preparación eco­ nómica y de evolución en el país, no puede realizar una obra socialista, sino que tiene que realizar una obra distinta al Socialismo, meramente reformista, y en la magnitud total de la República, de la vida de una República, una obra esencialmente burguesa. Y he aquí el escollo que nosotros debemos evitar, escollo que yo quisiera que evitásemos.

»Me habré equivocado, compañeros; pero os digo que no estoy arrepentido de esa actitud, que tantos sin­ sabores me cuesta. Y no os quiero ocultar otra discrepancia, que acaso parezca a algunos más censurable.

»La discrepancia máxima

»Quería yo una Cámara de intereses, donde los conflictos de la industria y del trabajo agrícola se discutieran por sus representantes legítimos, independiente­ mente de una atmósfera de pasión tradicional, que no hace más que provocar oscuridades y tinieblas en problemas que pueden hacerse claros, pero que ya algunas veces, de por sí, son bastante confusos.

»Quería una Cámara en la cual estuviesen representados todos los elementos de trabajo nacional, para hacer posible la estructura económica que necesita alcanzar nuestro país, para que en él se pueda hacer una obra socialista verdaderamente práctica. Ésta es una de mis discrepancias que más me aleja idealmente, ideológicamente, de muchos de mis camaradas.

»Yo os he de decir que, es natural, no aspiro a que eso se reforme inmediatamente; pero creo que se le ha de buscar alguna salida con el tiempo para rectificar las deficiencias que por no haber seguido ese camino se han podido cometer.

»Esta discrepancia máxima surgió en el momento en que el Comité directivo se acordó participar en la obra de Gobierno.

»Yo creía -y lo indicaba ya en aquella propuesta mía-, como os he dicho antes, que debíamos realizar labor de penetración; pero no una labor que llevara aneja la responsabilidad del Poder.

»Quizá sea yo el equivocado. Hay muchos camaradas que están entusiasmados con la participación ministerial en el Poder; pero yo declaro, una vez más, que no soy uno de ésos.

»Llevo ya mucho tiempo hablando y no quiero fatigaros demasiado. Voy a pasar, teniendo en cuenta que el tiempo transcurre, a otros asuntos, que ya no son retrospectivos, sino actuales.

»Hemos ido a la República participando en el Poder.

»Yo, como os he dicho antes, mantengo mis opiniones. Las discuto y acato lo que se acuerde.

»Reconozco el entusiasmo de mis compañeros, producido por la República, y creo también que en parte está justificado el optimismo despertado por la brillante posición que en la gobernación del país ha conquistado nuestro Partido, proporcionándonos una gran cantidad de diputados y el ser la fuerza más numerosa de la Cámara.

»Yo no he comprendido nunca que un partido que tiene la fuerza más numerosa de la Cámara, como, por ejemplo, en Francia, se abstenga permanentemente de participar en el Poder.

»Una de dos: o se acepta la actividad parlamentaria, o no se acepta.

»Si lo primero, hay que aceptarla con todas sus consecuencias.

»El número de representantes que nosotros tenemos puede dar lugar casi a una Cámara en la cual no haya ministros socialistas; pero esa Cámara funcionaría muy difícilmente, y, por consiguiente, dado el calibre de las fuerzas parlamentarias, la participación ministerial es punto menos que imposible.

»Me considero profundamente socialista

»Como no me considero reaccionario para pedir una Cámara de intereses, sino profundamente socia­ lista para mantener lo que digo, nosotros nos consagraremos a defender la República democrática. Eso de la dictadura, camaradas, se ha discutido mucho en es­ tos últimos años, y todos sabéis que, enarbolando las teorías de la dictadura, los bolcheviques dijeron que ellos eran los que habían realizado el marxismo en su integridad, y precisamente porque Marx habló de la dictadura del proletariado. Después de tanta discusión, las cosas se van poniendo en claro. Sí, habló Marx de la dictadura del proletariado. Pero ¿qué quería decir con la palabra dictadura? Quería decir el Gobierno de una clase obtenido por procedimientos democráticos. De modo que Marx, si en las elecciones vencía a los partidos burgueses, sólo gobernaría en nombre de una clase, ejerciendo una dictadura sobre la clase sometida: la del proletariado. Y si, siguiendo las leyes de la evolución de la economía y de la política, llega un día a triunfar por procedimientos democráticos el proletariado, y hace una política en buen proletario, entiendo que es en bien de la Humanidad y ejercerá democráticamente una dictadura.

»Estas otras dictaduras, en el sentido clásico de la palabra, es decir, Gobiernos autocráticos, se pueden justificar por la necesidad de la Historia; pero no es, ni mucho menos, la dictadura de que hablaba Marx.

¿Sabéis cómo empezó a prepararse la posibilidad de una dictadura del proletariado en Rusia?

»Pues porque los bolcheviques preconizaron una

forma de organización de los partidos no democrática­ mente, sino autocráticamente, en virtud de lo cual los compañeros más sobresalientes en sentimientos e ideas revolucionarias, reputados como la élite, de mucho valor en Rusia y, digámoslo modestamente, muy superior a la nuestra, pensaron que ellos, autocráticamente, gobernarían democráticamente, con una disciplina férrea, de arriba abajo. Tenían la organización del partido para hacer la revolución, y una vez en el Poder, Lenin quería que esa autocracia revolucionaria y dictatorial del partido se convirtiera en una democracia sencilla y formativa de Rusia.

»Naturalmente, ese ensayo fracasó, y entonces la política del Estado se convirtió en prolongación de la política autoritaria del partido, y formó, cada vez más, el Ejército del Soviet, la dictadura en el sentido clásico de la palabra. Cuando pase la hora de la dictadura, y devuelto el Poder a la democracia, el partido acabe por ser un partido regido por una aristocracia con una masa obediente, es decir, una organización autocrática del partido.

»Y si se realizara el absurdo, que yo no creo, de que

esa táctica triunfara en España, y se constituyera una República socialista dictatorial, el Estado entonces no sería una democracia primitiva, ni una democracia moderna, sino que sería un Gobierno constituido por socialistas para realizar una obra no socialista o ligera­ mente socialista, rigiendo a todo el país autocrática­ mente y con la mayor severidad. ¿Se quiere esto? Pues dígase claro. Pero quisiera que los iniciadores de esa idea meditasen sobre su responsabilidad, para que un día no nos viésemos envueltos en una acción dudosa que, según mi punto de vista, nos desacreditaría.

»Yo, compañeros, no sé si cometo una falta al ex­

poner esto aquí. Pero me trajeron a un acto de home­

naje a Llaneza, y os digo que el recuerdo, cariño y admiración que por él sentí me llevan a realizar este acto. Porque Llaneza, que rendía culto a la verdad, decía las cosas tal como eran, aunque fuesen desagradables.

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»Como buen socialista, aspiro a que nuestro Partido sea muy sentimental, muy entusiasta; pero que tenga las ideas claras, que diga las cosas claras, como Llaneza, cuyo ejemplo sigo, porque sin ideas claras no hay ni ciencia ni Socialismo posibles. Con ideas con­ fusas, salidas de un sanedrín de hombres ilustres, no se hace un partido democrático y socialista. Y no se invoquen ejemplos de fuera. ¿No habéis pensado que

los alemanes, como los italianos, por otras razones, están sufriendo la dictadura por haber participado en el Poder? ¿No puede haber influido eso bastante más que el haber dejado de tomar medidas enérgicas?

»Pues pensad que los alemanes son, en esto del Socialismo, mejores que nosotros; y si ellos no pudieron hacer, sin haberla pagado cara, esa participación, debemos pensar que nosotros podemos pagarla igual­ mente. Y se dice: «Pero si es que hoy han abandonado la democracia hasta los socialistas de los países modelo de democracia, como los laboristas ingleses.» Sí, sí; ya lo sé.

»En Inglaterra hay laboristas que discurren del

modo siguiente: El Parlamento es una rueda un poco vieja y muy complicada. Mucho más complicado que el nuestro. Pero nosotros no estamos preparados, y ellos están preparados para socializar las principales industrias. Y las principales industrias de Inglaterra son las principales industrias del mundo.

»De modo que al hacer esto los ingleses es que exa­ minan la revolución inicial en el mundo entero. Ésa sí que es una revolución socialista. Y dicen: «Cuando, por procedimientos democráticos, lleguemos natural­ mente al Gobierno netamente socialista, es posible que tengamos que saltar por encima de las trabas que nos impone el funcionamiento del Parlamento y modificar éste y saltar por encima de él:» ¡Ah! Pero eso está muy bien. Así también yo soy dictador. Pero ése no es nuestro caso, ni eso se puede sentar como ejemplo.

»Yo sigo creyendo que nuestro Partido tiene raíces y hábitos eminentemente democráticos que debe con­ servar. Se puede ser muy enérgico; pero hay que saber adónde se va, porque guiarse por el sentimiento sólo, tiene peligros muy graves, y es que se va a veces al

precipicio sin saberlo, o se va a la reacción creyendo que se avanza.

»Mirad, mirad que los que apelan al sentimiento desde el siglo XIX hasta la fecha son principalmente reaccionarios. Nosotros no queremos prescindir del sentimiento; no tenemos por qué. Pero el Partido Socialista es un partido prepotente y preparado, porque tiene en cuenta la vida y la realidad; pero para entender la vida y la realidad con la razón, y, por consiguiente, tenemos que ser racionales.

»En los momentos de mayor pasión, compañeros, reflexionad, pensad, dad pruebas de vitalidad influyendo en las decisiones del Partido. Que nuestro Partido no sea una secta. Que el Partido sea una democracia.

Que el Partido sea en esto -y perdonadme la invocación como fue en tiempos de Iglesias y en tiempos de Llaneza.» 

Era la segunda «profecía» de Besteiro.

Porque en «secta» acabó transformándose el Partido Socialista de Iglesias y en cualquier cosa menos una democracia… sobre todo a partir de 1934 y hasta 1939. Pero, era también un guante arrojado a la cara de Largo Caballero…

Y, naturalmente, el presidente del PSOE lo recogió… como queda patente en su discurso del 23 de julio en el «Cine Pardiñas» de Madrid, en el que ya, sin prudencias políticas, arremete contra Besteiro y contra el «Socialismo democrático». Por cierto, y el lector lo va a comprobar en seguida, que Largo no duda en remachar la postura del PSOE con respecto a la Monarquía cuando dice: «Leed nuestro programa y veréis que en el programa mínimo la primera cuestión que se plantea es «supresión de la Monarquía». Es decir, que el Partido Socialista tiene como primer punto en su programa mínimo, no en el máximo, sino en el mínimo, la supresión de la Monarquía.»

 

También quiero llamar la atención sobre este párrafo del discurso: «Yo os digo que desde que estoy en el Gobierno, por la observación que he hecho de lo que significa la política burguesa, si cupiera en lo posible saldré mucho más rojo que entré; ¡pero mucho más…!» ¿Curioso, verdad? El propio Largo, es decir el presidente del PSOE, se llama a sí mismo «rojo» …

Pero, en fin, lean ustedes lo más interesante del discurso de Largo Caballero de aquel 23 de julio de 1933:

«Voy a hacer una declaración por mi cuenta, y quién sabe si otros pudieran hacer lo mismo. Yo he tenido siempre fama de hombre conservador y reformista. Han confundido las cosas quienes me reputaban de tal. El ser intervencionista en un régimen capitalista no quiere decir que se sea conservador ni reformista. No, no; intervencionista he sido yo toda mi vida; pero eso dista mucho de lo otro. Yo os digo que desde que estoy en el Gobierno, por la observación que he hecho de lo que significa la política burguesa, si cupiera en lo posible saldré mucho más rojo que entré; ¡pero mucho más! Y creo que no soy yo solo. Porque las realidades de la vida le enseñan a uno y le obligan a modificar un poco las teorías y las ideas. Creíamos antes que el capitalismo era un poco más noble, que sería más transigente, más comprensivo. No; el capitalismo, en España, es cerril; no le convence nadie ni nada.

»Hay otra cosa. Lo digo por si algún compañero pudiera sospechar que hubiera ocurrido esto que voy a decir. Hemos ido a formar parte del Gobierno tres ministros socialistas. Los tres ministros socialistas se ven obligados, por sus cargos, a usar en ciertos momentos frac, chaqué, a llevar camisa muy planchada con cuello alto, a vestir corbata, y tienen que ir a banquetes a Palacio y a las Embajadas y tratarse con gen­ te que no pertenece a la clase obrera. Algunos dicen: «En esos individuos influyen, modificándolos, esas cosas exteriores, y no volverán más al campo proletario; ésos, por lo menos, se irán con la clase media.» Ya lo veis. Y ya lo veréis cuando todo esto termine. Iremos a parar a donde estábamos. No podemos ni debemos ir a otro lado. El que tengamos que vestir de otra manera a como acostumbrábamos no puede modificar nuestras ideas. Eso no puede ocurrir más que a los que no tengan ideas. A los que tengan ideas no se les modifican tan fácilmente porque vistan frac o chaqué. Y, además, ya sabéis que hay un refrán que dice que «el hábito no hace al monje». De modo que por ningún lado la República ha podido perjudicar a nuestras ideas.

»Si nosotros no hubiéramos colaborado, nuestra vida sería mucho más tranquila, no habría tenido los incidentes y accidentes que ha registrado desde que la República se proclamó. Pero hemos hecho esta con­ quista: Que en la política española el Partido Socia­ lista no puede ser ya desdeñado; el Partido Socialista como la Unión General de Trabajadores tienen que ser uno de los factores principales en la política de nuestro país. Convenía afirmar esa personalidad, y esa personalidad está afirmada. Cada vez hay que afirmarla más.

»Hay que decir a todo el mundo, republicanos y socialistas: Nosotros, socialistas, tenemos que desenvolvernos dentro de la República, pero queremos hacerlo dignamente, como tal Partido; no queremos hacerlo como unos subalternos a quienes se tenga simplemente para prestar un servicio cuando sea necesario.

»Después vendrá lo que no tiene más remedio que venir, y es que los socialistas tenemos que salir del

Poder. ¡Ojalá se presente pronto la ocasión de poder hacerlo dignamente! Lo que no se puede tolerar de ninguna manera es que los demás crean que se nos puede tratar como a un criado y un día darnos la cuenta y decir: «Ya se pueden ustedes marchar.» No; eso, no. El Partido Socialista, cuando crea que debe marcharse, se marchará. Cuando él lo crea, cuando él lo acuerde. Y los demás ya pueden tener cuidado en la forma que emplean para desahuciar al Partido Socialista de la gobernación del Estado. No porque nosotros tengamos ambición; no por deseo nuestro de tener ministros, directores generales y subsecretarios; esas cosas, como ya hemos demostrado con la ley de Incompatibilidades, nos importan poco; sino porque el Partido Socialista tiene su dignidad, y su dignidad no le permitiría que de cualquier manera se le echase del Poder público.

»Cuando salgamos del Gobierno habrá que analizar muchas cosas. Una de nuestras obligaciones es que la República esta, en sus maneras, sea completamente diferente a la monarquía, que no tenga ningún parecido, porque si en las maneras no se diferencia de la monarquía, ¿qué será en otras cosas? Hay que sentar ese principio.

»Pero, en fin, yo digo esto: Nosotros vamos a salir algún día del Gobierno. ¿Cuál va a ser nuestra actitud? Las circunstancias nos lo dirán.

»Mas tengo que llamar la atención de los jóvenes sobre un hecho. Si antes, en la monarquía, nosotros, en nuestras propagandas y en nuestros actos, podíamos hablar de una manera platónica, de una manera «idealista de que íbamos a conquistar el Poder, cuando sabíamos que había una cuestión previa planteada en nuestro país, que era la de derribar la monarquía e implantar la República, hoy eso ha desaparecido. Ya no existe la monarquía, ya está instaurada la República.

»Nosotros sabíamos, y la experiencia lo está confirmando, que no es suficiente para la emancipación de la clase trabajadora una República burguesa; que para la emancipación de la clase trabajadora no es suficiente tener leyes sobre el papel. Hoy, con las leyes de reunión, de asociación, y otras de carácter social, es­ tamos viendo cómo trata la clase capitalista, ayudada por ciertas autoridades, de que se burlen las leyes. A pesar de esas leyes, la clase trabajadora no se encuentra en situación económica que le permita ejercer los derechos que tiene, lo mismo en el orden social que en el orden político. Por tanto, no hay más remedio que ir a la república socialista, o sea a la dictadura del proletariado. 

Y ya lo saben, yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor y mi señor serán siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.