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El pasado viernes 2 de octubre se cumplieron 89 años del fallecimientos del pretendiente carlista al trono de España Jaime de Borbón y Borbón-Parma. A pesar de que en su época el afecto y el reconocimiento, por parte de pueblo carlista, fue muy grande, desde su muerte su figura ha perdido la popularidad de antaño. Son muchas -y excelentes- las biografías de Carlos V y Carlos VII. También encontramos excelentes trabajos dedicados al Conde de Montemolín -Carlos VI- y Alfonso Carlos de Borbón, pero nulos los dedicados a Don Jaime. Por ejemplo, falta un estudio profundo del Carlismo durante la dictadura del general Primo de Rivera. Jaime de Borbón era hijo de Carlos VII y de Margarita de Borbón. Nació en Vevey (Suiza), el 27 de junio de 1870 y falleció en París, de un ataque cardiaco, el 2 de octubre de 1931. Durante la III Guerra Carlista estuvo en España con sus padres y después ingresó en la Academia militar de WienerNeustadt (Austria), de la que salió oficial en 1893. En 1896 ingresó en el ejército ruso. Tomó parte en la campaña contra los boxers y en la guerra ruso-turca, ganado la Cruz de San Vladimiro.
A la muerte de Carlos VII presentó la renuncia de su empleo en el ejército ruso. El zar Nicolás II no la aceptó, concediéndole el nombramiento de coronel de Húsares de Grodno, si bien le autorizó para salir de Rusia. Los carlistas le reconocieron y aclamaron como legítimo sucesor de Carlos VII y, como éste, tuvo que lamentar la separación de un sector del tradicionalismo dirigido por Juan Vázquez de Mella. Después de su repentina muerte surgieron toda una serie de especulaciones y difamaciones en torno al pretendiente a la corona de España. Se tildó a Don Jaime de haberse suicidado políticamente y, en su defecto, condenar al Carlismo. Estos comentarios, si bien graves en su concepto, merecen la pena ser analizados y estudiados.
Los suicidios políticos de Don Jaime, en resumen, son seis. El primero se refiere a su soltería. Don Jaime, como abanderado del Carlismo, tenía la obligación de casarse y tener un descendiente. El segundo está relacionado con la carrera militar de Don Jaime y su incorporación al Ejército Imperial de Rusia. La tercera se centra en la escisión mellista, ocurrida una vez finalizada la I Guerra Mundial, y que derivó en la expulsión de Juan Vázquez de Mella. La cuarta se centra en el no apoyo del Carlismo a la dictadura de Primo de Rivera. A estos suicidios políticos debemos añadir dos más que, en sí, merecen una especial atención pues, modificaron el futuro del Carlismo. Nos referimos a la carencia de un nombramiento sucesorio y el supuesto Pacto de Territet.
Todo ello forma parte de la biografía de un rey que fue muy querido por el pueblo carlista. Si, hasta Carlos VII los carlistas se habían denominado así, con la llegada de Don Jaime cambiaron este vocablo por el de jaimistas. Esto es significativo pues, en vida, nadie juzgó las conductas del pretendiente. Todo lo contrario. Estuvo apoyado por el pueblo carlista y nunca fue enjuiciado por su conducta o por sus actuaciones. Eso sí, Don Jaime fue enjuiciado por Vázquez de Mella y esto supuso una cisma que no tuvo las repercusiones como la anterior, la de Nocedal, que dividió el Carlismo en integristas y tradicionalistas. A pesar de ello, los cimientos del carlismo no temblaron con la expulsión de Mella, el cual se apartó del pensamiento de Don Jaime, al no estar de acuerdo con él, pero nunca renunció a ser carlista y nunca dijo nada fuera de tono con respecto a su rey.
Don Jaime fue el cuarto de los ilustres Caudillos del Tradicionalismo político español. Y el quinto rey carlista, si place computar en su dinastía a su abuelo, el liberal don Juan. El caudillaje de Don Jaime abraza un periodo bien determinado de la historia contemporánea española y carlista. Y representa una etapa de acusado matiz peculiar en la evolución del Tradicionalismo. Nadie que no sea un observador superficial podrá afirmar que exista identidad perfecta entre el Tradicionalismo jaimista y el carlista de los años de Carlos VII y el carlista primitivo.
El Carlismo tiene un sello antiliberal marcadamente religioso en su primera época, que va desde su nacimiento hasta 1866, año de la proclamación oficial de Carlos VII por la Princesa de Beira. De 1866 a 1900, en el largo espacio de acción que presidió la personalidad cumbre de Carlos VII, el Carlismo actúa como fuerza antiliberal bajo el signo de la lucha política. Desde la muerte de Carlos VII hasta 1931 en que falleció Don Jaime la existencia del Carlismo se desenvuelve en unos años de enorme contenido social y revolucionario, dentro y fuera de nuestra Patria. No es de extrañar, pues, que en la vida interna del mismo hallemos huellas profundas de estilo social cristiano. Don Jaime, por su parte, fue un hombre de su tiempo y gran hombre.
En su padre Carlos VII vemos la encarnación viva de las esencias doctrinales del Tradicionalismo político. Es, por antonomasia, el Caudillo carlista. Y seguramente la más grande figura del Carlismo. Su hijo es un rey moderno. Cristiano y caballeroso. Amante del progreso y entusiasta de los inventos. Sinceramente enamorado del bienestar de las clases humildes. Atento siempre a los problemas y a las realidades del mundo social contemporáneo. Gustaba del trato con los trabajadores. En París logró obtener un carnet sindicalista a nombre de Jacques Bourbon con el fin de pulsar a las masas obreras, asistiendo a sus grandes asambleas. Era un apasionado de la agricultura. Y en Frohsdorf, su residencia veraniega en Austria, organizó y dirigió una verdadera colonia española de labradores. Hay más. Don Jaime fue un hombre avanzado en sus ideas sociales. Que no es lo mismo que decir que fue un hombre de ideas avanzadas y poco cristianas, como algunos creyeron. Siempre afirmó la preeminencia de los problemas sociales y económicos en el mundo de hoy. “Son el abecé de todo gobernante”, solía decir. También comentaba que “el problema social, que debemos considerar como la base de todo sistema político, es un problema de justicia, de conciencia y de fraternidad humana”.
Antonio Royo Villanova el 5 de febrero de 1930 en periódico ABC escribía que “Don Jaime más parece el jefe de un partido demócrata que el representante Legítimo español. Su espíritu está abierto a todos los problemas y a todas las inquietudes del pensamiento moderno”. Aquel año Don Jaime afirmaba que “vivimos con unos conceptos completamente falseados de los deberes sociales. La caridad no debería existir siquiera. En la sociedad hay gente enferma, viejos, niños, incapaces. A esos infelices no de be ría el cuerpo social reservar unas limosnas, sino que es obligación para la colectividad sostener a sus miembros débiles. Estos tienen un derecho sagrado. El día que estas nociones, practicadas por los mismos gobernantes, entraran en el espíritu de la masa, el socialismo no tendría razón de ser”. Sufrió un ataque al corazón en la tarde del 2 de octubre, un día después de la fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús a la que profesaba una devoción tierna y en cuya intercesión confiaba para el logro de una buena muerte.
Para finalizar explicaremos una curiosa y poco conocida anécdota. Roque Yarza, guipuzcoano de la villa de Tolosa, más tarde afincado en Cataluña y padre de cuatro hijos, todos ellos carlistas, decidió en su juventud ir a saludar a Don Jaime al castillo de Frohsdorf, donde a la sazón moraba. Sin dinero y a pie, contra el consejo del ventero de Don Quijote, que aconsejaba a los caballeros andantes que siempre llevasen consigo dineros y camisas limpias, se puso en camino y tras un pintoresco viaje llegó al castillo de Frohsdorf, situado en una llanura de la baja Austria, a unos cincuenta kilómetros de Viena. Le franquearon la puerta y se quedó en el vestíbulo, con la boina roja cubriéndole la cabeza, esperando al pie de la noble y majestuosa escalera de honor por la que aparecería la figura del Rey. Con aire señoril y sencillo a la vez, tan acorde con su manera de ser, iba Don Jaime bajando los peldaños de la noble escalera. Roque Yarza, visiblemente emocionado, se quitó la roja boina para saludar al Rey. Don Jaime, no consiente esta situación, y afectuosamente le dice: “Ponte la boina, que la boina siempre está bien en la cabeza de un carlista”.
Roque Yarza, hombre sencillo y leal de pies a cabeza, obedeció en el acto y cubrió su cabeza con la boina roja. Besó fervorosamente la mano de su Rey y desde entonces entraba en todas partes con la boina puesta, diciendo jovialmente y no sin cierta emoción que se permitía hacerlo porque era “caballero cubierto ante el Rey”.
Hablaron todavía de muchas cosas. Y al despedirse, Don Jaime le hizo un dadivoso ofrecimiento: “Si quieres, le dijo, puedes quedarte como trabajador de estos campos”. La explotación de estos era dirigida por Don Jaime con extraordinaria eficacia. Roque Yarza, al fin y al cabo sencillo hombre del pueblo, respondió al Rey con el lenguaje directo y sin florituras con el que el pueblo suele hablar: “¡Señor! De todo corazón, gracias, muchísimas gracias. Voluntario, siempre y sin paga; criado, ni del Rey”. Y volvió a pie a España, caballero cubierto y con su pobreza a cuestas.
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