22/11/2024 06:00
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Mañana hace 80 años que se celebró la famosa «Entrevista de Hendaya», (23/10/1940) entre Franco, Caudillo y Jefe del Estado de España, y Adolfo Hitler, el Führer de Alemania. Se dilucidaba si España entraba en la guerra, como pretendía el alemán, o se mantenía neutral. En principio era una entrevista decisiva, luego, como se demostrará, no lo fue tanto y hubo que negociar más, pero siempre al borde de la intervención.

Sobre aquella entrevista se han escritos ríos de tinta y hay disparidad de criterios entre los historiadores y los políticos.

Yo tuve la suerte de conocer directamente la versión de don Ramon Serrano Súñer, entonces Ministro de Asuntos Exteriores y el hombre que acompañó a Franco y se sentó a su lado, y el que tuvo que negociar, no solo con el Führer sino también con el Ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop. Aunque antes creo conveniente situar a los lectores de hoy en la situación que vivía España y Europa en aquel momento y en aquel día de octubre de 1940.

La Guerra, la que pasó a la Historia como Segunda Guerra Mundial, apenas sí se había iniciado (1-9-1939) y la situación no podía ser más favorable para los ejércitos del tercer Reich, puesto que Alemania dominaba ya Polonia, Dinamarca, Suecia, Los Países Bajos (Bélgica, Holanda), Francia, Los Balcanes, Grecia, y luchaba con ventaja en el norte de África… y por París desfilaban triunfantes, bajo el Arco del Triunfo, los soldados de la Wehrmacht. Pero Alemania necesitaba apoderarse de Gibraltar para cortarle a Inglaterra el camino del Mediterráneo y Suez, que le unía a su Imperio de Oriente.

Por su parte, España acababa de salir de la terrible Guerra Civil de 1936-1939 y la situación no podía ser más nefasta: hambre, miseria, carreteras y vías férreas destruidas, pueblos y ciudades semi derruidos, y un millón de muertos o desaparecidos, sin armas, sin productos naturales y un pueblo hundido.

Y así viajaron hasta Hendaya Franco, Serrano Súñer y los intérpretes, el barón de Dos Torres y el profesor Antonio Tovar… y en Hendaya esperándole Hitler, su Ministro de Exteriores y tras ellos las 186 divisiones anunciadas por Hitler, 4.000 aviones (los que ya estaban casi acabando con Gran Bretaña), 3.000 carros de combate y la artillería más moderna del mundo.

Pero, a la hora de hablar de la entrevista no hay más remedio que poner sobre la mesa las dos obras que escribió Serrano Súñer dando su versión de los hechos: «Entre Hendaya y Gibraltar» y «Memorias, entre el silencio y la propaganda». Aunque yo prefiero reproducir lo que él mismo me contó en su propia casa y durante muchas tardes.

Verán, yo «Conocí personalmente a don Ramón el mes de diciembre del año 1972, cuando el editor Gregorio del Toro y yo fuimos a su casa de la calle Príncipe de Vergara de Madrid a proponerle que fuese Presidente del Jurado que estábamos confeccionando para entregar los premios de la  Colección  «Memorias  de la Guerra Civil española» que habíamos puesto en marcha y digo personalmente porque antes de acudir a la cita yo ya me había leído de un tirón su gran obra «Entre Hendaya y Gibraltar» y muchos  de los artículos que venía publicando en la famosa Tercera de «ABC». Don Ramón se entusiasmó con  la idea de la colección y decidió apoyarnos. Pero, de entrada puso dos condiciones tajantes: 1) Que los Premios tenían que ser totalmente imparciales y no aceptaría favoritismos a favor de los «nacionales»    o de los «rojos». 2) Que el Jurado tendría que estar formado por personalidades de los dos bandos de    la Guerra Civil. Y así lo acordamos. Aquello, y la larga conversación que tuvimos después, me hizo comprender en el acto que don Ramón Serrano Súñer no era el personaje «traidor» a la Falange y «nazi» que los mediocres del Movimiento y los sumisos y «pelotas», que habían divinizado a Franco, habían hecho creer, pues muy al contrario me encontré al hombre más culto que he conocido en mi vida y a  un liberal convencido. Afortunadamente aquello fue el comienzo de una larga amistad que duró hasta su muerte, acaecida el año 2002, y cuando ya estaba a punto de cumplir los 102 años de vida.

Así que don Ramón fue el Presidente de aquel jurado y yo el Secretario (él era el más viejo y yo el más joven, él tenía 73 años y yo 33) En la primera reunión de aquel jurado en el Hotel Mindanao se produjo algo que nunca olvidaré. Habíamos elegido al General Iniesta Cano, en aquellos momentos Director General de la Guardia Civil, en representación de los «militares nacionales» y al también general Urbano Orá de la Torre, el hombre que decidió con sus cañones el asalto al Cuartel de la Montaña, en representación de los militares del bando republicano. Sucedió que en un momento dado los dos generales descubrieron que ambos se habían enfrentado en una batalla del frente de Extremadura durante la guerra y entonces don Ramón se puso de pie y les pidió a ambos que allí mismo se diesen el abrazo de la reconciliación. Fue algo emotivo y sobre todo sirvió para que los Premios se otorgasen sin color político alguno. Por cierto, que el primer premio se le concedió a una obra excepcionalmente escrita llamada «La muerte de la esperanza», de la que era autor Eduardo de Guzmán, un periodista anarcosindicalista que había sido gran figura en Madrid durante los tres años de la Guerra. En la segunda parte de la obra se narraba con máximos detalles la tragedia que vivieron más de 20.000 personas en el puerto de Alicante esperando unos barcos que nunca llegaron y las torturas y «sacas» del campo de concentración de Albateras.»

Pero vayamos a la «Entrevista de Hendaya». A don Ramón Serrano se le acusó de haber sido el máximo defensor de que España entrara en la Guerra Mundial al lado de la Alemania Nazi. Lo que no se ajusta a la verdad, porque la Historia ha demostrado que fue todo lo contrario, que fue don Ramón quien evitó, enfrentándose al mismísimo Hitler, la incorporación a los frentes de batalla.

«Y eso no lo dijo ningún español, eso lo dijo el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y asesor militar especial del Führer. En su Diario dejó escrito: «La resistencia del ministro español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Súñer, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su lado y apoderarnos de Gibraltar». Esas palabras fueron publicadas en todos los periódicos del mundo y figuran en los documentos de Nuremberg. Aquí hubo especial interés en que no se conocieran. Como tampoco los franquistas más franquistas quisieron que se publicaran las palabras que el mismo general pronunció en un discurso dirigido a los «gauleiters» reunidos en Munich el 7 de septiembre de 1943. En aquella ocasión Jold atacó duramente a Serrano Súñer (que ya no estaba en el Gobierno) y le hizo responsable de la frustración del plan alemán para entrar en España y conquistar Gibraltar. «Ese jesuítico ministro de España-dijo- fue el que nos engañó». ¡Jesuita!. Cosa que el historiador inglés Crozier ratificó con estas palabras: «Ciertamente  los anfitriones nazis de Serrano Súñer debieron encontrar en él un huésped irritante, pues enfrentado con todo el poder y la grandeza del III Reich de Hitler y con las bravatas de Ribbentrop supo permanecer educado pero evasivo y firme». ¡Y los enanos, erre que erre!.

Dicho esto sigamos los pasos de aquella batalla psicológica que vivieron al unísono contra Alemania Franco, Caudillo de España, y Serrano Súñer, Ministro de la Gobernación y más tarde Ministro de Asuntos Exteriores. Serrano hizo dos viajes a Berlín, el primero el 13 de septiembre de 1940, enviado especial de Franco para que averiguase cuáles eran los planes de Alemania para con España. No hay que olvidar cuál era la situación de Europa en aquellos meses, cuando ya la bota alemana se había apoderado de media Europa, incluida Francia, y más de 1.000 aviones bombardeaban a diario Inglaterra.

Hitler había dispuesto en los Pirineos el gran ejército que había destinado para la conquista de Gibrarltar con permiso o sin permiso de España: 200 divisiones (o sea, unos 2 millones de soldados) armadas hasta los dientes, 5.000 carros de combate, unidades aerotransportadas y los cañones más potentes de la artillería alemana. Este era el marco en el que tuvieron que moverse Franco y Serrano. O sea con la espada de Damocles al cuello.

Que aquella impresionante fuerza militar actuara o no dependía y dependió de los viajes de Serrano a Berlín y de la entrevista de Franco con Hitler en Hendaya. En aquel primer viaje el Ministro español (David frente a Goliat) tuvo largas conversaciones con el poderoso Ministro de Exteriores alemán Von Ribbentrop y dos con el Dios que era en aquellos momentos Hitler. (Todo está contado en sus libros «Entre Hendaya y Gibraltar» y sus «Memorias»).   El tema central de aquellas conversaciones no fue más que uno, la entrada de España en la guerra y   la fijación de la fecha oportuna. Serrano, con cierto temor en su interior, defendió a ultranza lo que había acordado con Franco: que España no estaba preparada, por como había quedado tras la Guerra Civil del 36-39, ni militarmente, ni psicológicamente, ya que a los españoles les faltaba de todo y el pueblo hasta estaba pasando hambre. A lo primero Hitler le respondió que el tema militar no sería problema, ya que Alemania estaba dispuesta a proporcionarle todas las armas y todos los hombres que fueran necesarios para conquistar Gibraltar y cerrar el Mediterráneo. «En la primera entrevista-escribe Serrano- la actitud dominante de Hitler fue de serenidad, de sosiego y de orden; hablaba reposada y metódicamente, con alguna concesión esporádica a la  propaganda  y con las mejores formas de polemista, su maestría dialéctica era de sobra conocida. En algunos momentos me pareció un felino a punto de saltar sobre la presa. Habló de Gibraltar, del Mediterráneo y del Norte de África y defendió su teoría de que igual que Monroe había dicho aquello de «América para los americanos» él defendía que Europa y África tenían que ser para el Continente europeo». No hubo ninguna imposición, de momento, y quedaron en hablar otro día.

Sin embargo, cuando la visita de Serrano estuvo, incluso, a punto de suspenderse fue cuando el ministro Ribbentrop le expuso el deseo alemán de instalar una base militar en las Canarias españolas. «Aquel golpe me cogió desprevenido y sólo pude reaccionar rechazándolo de plano.

 

– Tenga en cuenta señor Ministro-le dije- que esas islas de que me habla forman parte del mismo territorio nacional; son una provincia de la misma patria.

– Comunes necesidades de la defensa europeoafricana frente al imperialismo americano-me replicó- así lo exigen. Espero que el Generalísimo lo comprenda así.

– Pues yo esta petición no puedo ni siquiera transmitírsela. ¿No comprende usted que mientras clama por Gibraltar la juventud española que ha derramado  su  sangre  por  la grandeza de  su  Patria,  seria  monstruoso y criminal que cayéramos nosotros en la menor sombra de amputaciones, cesiones o limitaciones de nuestro territorio o de nuestra soberanía? Esa cuestión no puedo plantearla, ni tomarla en consideración: ni tratarla. Canarias es un trozo de España exactamente igual que Madrid o que Burgos. En los puertos del Senegal, en San Luis y en Dakar, podrán establecer esas bases sin acudir a Marruecos ni menos a nuestro territorio».

«Si los americanos-añadió Ribbentrop- llegan a poner un pie en las Canarias ya será demasiado tarde». «Señor Ministro, el valor de nuestros soldados sabría defender las Islas y el territorio nacional- replicó Serrano».

 

Y, por una vez poco diplomático, Serrano abandonó la reunión casi dando un portazo. Y rápidamente envió un escrito a Madrid con el avión-correo  especial  que   Franco   había   puesto a su disposición para estar conectados lo más  posible durante su estancia en Alemania y estar al corriente de cualquier novedad que surgiese en las conversaciones con Hitler o sus Ministros. Franco respondió con la misma urgencia: «Haz hecho muy bien en lo de Canarias y entiendo tu indignación, porque eso sería entrar en guerra, pero no junto a Alemania, sino frente a Alemania».

Pero, naturalmente, Hitler no se dio por satisfecho y pidió (o exigió) una entrevista urgente con Franco, pensando que como militar que era iba a entender mejor los planes militares alemanes para la conquista de Gibraltar y no sería tan sibilino como su Ministro de Exteriores. La entrevista se celebró un mes después (el 23 de octubre de 1940) y pasó a la Historia como «La entrevista de Hendaya». Allí Hitler acorraló a Franco y el Caudillo tuvo que emplear todas sus armas gallegas para evitar la guerra. Al margen y además de todos los argumentos que Serrano había empleado en Berlín, Franco se hizo fuerte pidiendo gran parte del protectorado francés en Marruecos. Esto frenó a Hitler, dado que podía significar otra humillación más para Francia, lo cual consideraba un peligro. A pesar de todo, de una larga sesión, con cena incluida, Franco y Serrano no tuvieron más remedio que adherirse al «Pacto Tripartito», que era la alianza militar. Fue el «Protocolo» secreto que no se conocería hasta muchos años después. Aun así Franco y Serrano, trabajando juntos durante la madrugada, consiguieron introducir varias condiciones que a la postre resultaron ser la salvación, ya que una de ellas decía taxativamente que la fecha de entrada en la guerra la fijaría unilateralmente el Gobierno español. Esto, aunque lo firmó, provocó un gran disgusto de Hitler, quien, según sus biógrafos, dijo muy irritado: «Tratar con estos es peor que ir al dentista».

 

Pero, tampoco con la entrevista de Hendaya se dio por vencido Hitler y tan solo 20 días después el embajador alemán en España, Von Stohrer, se plantó ante Serrano Súñer (era viernes) con un telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, se le indicaba (casi se le ordenaba) que se trasladara con urgencia, a ser posible el lunes siguiente, al refugio de Hitler en los Alpes Bávaros, la famosa fortaleza de Berchtesgaden. Serrano, cosa lógica, se negó a dar su conformidad sin despachar antes con el Jefe del Estado.

«Así que sin pérdida de tiempo me trasladé     a El Pardo para hablar con Franco y en el primer momento pensamos los dos si no seria mejor dar algún pretexto para no ir: aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenía decidido algún proyecto-con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión-en su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden  y tratara por el momento-una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los ministros militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido aproximativos y «sabelotodo» distantes, que al no saber nada lo confunden todo, voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo acudiera al «Berghof», donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado-otra vez, sin el agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal.

Salí inmediatamente para París y el día 18 de noviembre-martes-, al atardecer, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su séquito y dos generales me esperaban con los intérpretes.

Reunido  luego  con  Hitler  manifestó   que me había convocado para que, de acuerdo con lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la guerra porque ya «era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido».

Aquella terrible entrevista, última que mantendría con Hitler, el propio Serrano Súñer la calificó como «Consejo de guerra en Berchtesgaden». Pero, de esto hablaremos a continuación, en el que también analizaremos  las  otras  PATRAÑAS  que  se inventaron contra don Ramón los falangistas sumisos a Franco y los más fervorosos simpatizantes del Movimiento Nacional.

¡HECHOS!, Merino, ¡HECHOS!. Los hechos son sagrados, tienen que ser sagrados, porque sin hechos la Historia sería cualquier cosa menos historia… y eso es lo que se han saltado a la torera muchos de los historiadores de hoy cuando escriben de lo que sucedió con Hitler para evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, al lado de Alemania, Italia y Japón. (El Tripartito).»

Y sobre los «hechos» mantuve un día la siguiente conversación con don Ramón, tratando de averiguar cuales habían sido los más importantes:

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–  «¿Y cuáles fueron para usted, don Ramón, esos hechos más importantes?

–  Ya los escribí en mi libro «Entre Hendaya y Gibraltar» y los volví a contar en mi otro libro «Entre el silencio y la propaganda. La Historia como fue». Pero, no me importa repetírselos.

–  Hubo  un  Primer  Hecho,  el   fundamental, el que luego se manipuló hasta la saciedad, que todo lo que hicimos lo hicimos Franco y yo, siempre de mutuo acuerdo. Ni Franco, siendo el Jefe del Estado y Generalísimo, dio un paso en aquellos momentos terribles sin hablarlo conmigo, ni yo di un paso, ni uno sólo, sin hablarlo y consultarlo con él. Mis cuatro entrevistas con Hitler las diseñamos milimétricamente Franco y yo. Quién diga o escriba lo contrario es un farsante. Hubo un Segundo Hecho, que en aquellos momentos, cuando las tropas de Hitler ya estaban en los Pirineos y dominaban media Europa, todos los generales españoles (bueno, con la excepción del general Aranda) estaban de acuerdo en que Hitler ya había ganado la Guerra. También Franco. Yo, como no era militar, no lo tenía tan claro. Otro Hecho incuestionable, la mayoría del pueblo español estaba con Alemania. Y otro Hecho también importante, si en la entrevista de Hendaya Hitler le concede a Franco toda  la parte de Marruecos que el Caudillo le reclamaba, Franco hubiese entrado en la Guerra en ese mismo momento. Y otro Hecho: Hitler y el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y Asesor especial de Führer, me acusaron a mí de haber sido el culpable de que España no entrara en la Guerra. Como tantas veces he señalado yo fui para ellos el «jesuítico Ministro de Exteriores español» que los engañó. Y otro Hecho, también sagrado, al final todos nuestros argumentos, los de Franco y los míos, no hubieran servido de nada si Hitler no pone en marcha la «Operación Barbarroja» y le declara la guerra a Rusia, rompiendo el pacto de ayuda mutua que ambos habían firmados en 1939. Lo demás son invenciones de los aduladores.

–  Sí, pero usted se declaró siempre amigo de Alemania y usted fue quien tuvo la idea de la «División Azul».

–  Sí, como usted mismo ha dicho, yo era amigo de Alemania, porque siempre admiré y sigo admirando al pueblo alemán, y sí, yo ideé la «División Azul». Pero también eso lo decidimos Franco y yo, y lo hicimos como una estratagema más para tranquilizar a Hitler y evitar la invasión de España, y además con la condición de que las tropas españolas sólo podían luchar contra los comunistas soviéticos. Sí fui amigo y admirador de Mussolini. El Italiano era más humano, muy diferente al alemán. Los dos, curiosamente, le teníamos miedo a Hitler, creíamos que estaba loco.

–  Entonces, ¿cuándo dejó de creer Franco en la victoria alemana? ¿Tuvo que ver algo su salida del Gobierno en 1942?.

–  Nada, en absoluto. A esas alturas de septiembre de 1942 Franco y sus generales seguían creyendo en la victoria (y algunos lo siguieron creyendo hasta 1945 y siguieron esperando hasta ultimísima hora las 100 divisiones fantasmas que según ellos tenía Hitler en la chistera). Su cambio se produjo al finalizar la batalla de Stalingrado, en 1943, con la derrota alemana y tenía razón, aquello fue el principio del fin de Hitler. A partir de ese momento fue cuando cambió también la política exterior española y cuando los aduladores del ya casi dios Franco comenzaron a echarme a mí la culpa. Alguien tenía que pagar el pato y yo fui la victima propiciatoria, la obligada cabeza de turco. Desde entonces yo fui el pro-nazi que había intentado meter a España en la Guerra y que por eso me echó Franco del Gobierno. Así se escribe la Historia o así la escribieron los historiadores franquistas o los historiadores comunistas (estos, olvidando el Pacto que Stalin firmó con Hitler, por el que el alemán quedó libre para aplastar a la Europa Occidental).»

Y ahí dimos por terminada la charla de aquel día en su casa de Príncipe de Vergara, pues a las 8 iba a una conferencia, creo, de Lain Entralgo.

«Sin embargo no quiero dejar de señalar cómo fue la cuarta entrevista que mantuve con don Ramón antes de salir para Berlín y lo que Franco me dijo al despedirme:

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–  Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España.

–  Paco, sabes que daría mi vida por España, pero no se si podré hacer milagros.

–  Pues, en tus manos encomiendo la Patria y rezaré porque al menos consigas ganar tiempo. El tiempo para nosotros, y en medio de la Guerra que vive el Mundo, es vital. Yo aceptaré lo que tú decidas en el «Berghof».»

 

Pero todavía antes, aunque el relato se alargue, tengo que reproducir lo que me contó al final de su vida Serrano Súñer y que se ha mantenido en secreto hasta que le hablé de ella al historiador don Luis Togores Sánchez y que introdujo en su conferencia sobre la «Entrevista de Hendaya» con motivo de las «Primeras Jornadas Serrano Súñer» que organizó la Fundación de su nombre.

«– Querido Ministro – comenzó diciendo Hitler – le aseguro que esta noche no he podido dormir pensando en España. Sabe usted muy bien, por lo que hablamos ayer, que la toma de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo para Inglaterra es fundamental para la marcha de la guerra. Y sabe usted que mis generales y las 186 divisiones que esperan me están presionando para pasar los Pirineos y llegar al Estrecho. Señor Ministro, yo el Führer de Alemania, tengo que tomar hoy mismo una decisión trascendental: dar la orden a mis ejércitos de que entren en España y tomen Gibraltar y eso es algo muy serio. Por eso he querido verle antes de su regreso. Sé – y aquí sacó su tono de voz más convincente – que usted es amigo sincero de Alemania, pero también sé que usted es por encima de todo un buen español, lo que le aplaudo, por lo tanto le ruego que responda a la pregunta que le voy a hacer con toda sinceridad.

– Führer le agradezco sus palabras porque son la verdad: soy amigo de Alemania pero soy por encima de todo español.

– Señor Serrano, lo sé y por eso le he convocado a esta reunión. Dígame señor Ministro, ¿qué haría de verdad el pueblo si mañana entran en España mis ejércitos?

– Führer, el pueblo español en este supuesto se echaría al monte sin pensarlo. Igual que ocurrió con Napoleón.

– ¿Y los amigos de Alemania?

– ¡También!– dije yo mirando fijamente al intérprete. Y no olvide lo que fue la guerra de España para el Emperador de los franceses

Hitler se quedo callado unos segundos que a mí me parecieron siglos y luego dijo:  – Señor Ministro, ya sé que la guerra de guerrillas la inventaron los españoles. Perdone, Señor Serrano, ¿Y usted qué haría si entran mis soldados en España?

– Führer, yo me echaría al monte, como un español más.

Afortunadamente las últimas palabras de Serrano consiguieron que Hitler decidiera retrasar la intervención de España en la Guerra, aunque hubo que «conformarle» con el envió de la DIVISIÓN AZUL.»

 

Y ya saben, yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi Señor, y mi Señor serán siempre la Verdad y la Historia… (o la intraHistoria)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.