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Aunque parezca que aquí sólo murió criminalmente fusilado, eso sí, Federico Grcía Lorca, en cuanto se abre el baúl de los recuerdos enseguida aparecen, entre muchos más, los nombres de Pedro Muñoz Seca y Ramiro de Maeztu, también criminalmente fusilados … aquel por los nacionales y estos por los rojos. Tanto monta monta tanto. Quizás con algunas difrencias: la primera, que el cadáver de Federico no apareció y sigue sin aparecer y el de Muñoz Seca se sabe que está en una fosa común entre 8.000 víctimas más en Paracuellos del Jarama y los huesos de Maeztu reposan en otra fosa común junto con otros 800 en el cementerio de Aravaca, a dos pasos de la Moncloa (aquel 29 de octubre de 1936 sólo fueron 220)… y que Federico no fue torturado yMuñoz Seca y Maeztu, sí.

 

Pero, por tratarse, en este día, del 84 aniversario de la muerte del gra Maeztu, el «pensamiento» dela Generación del 98, me van a permitir qu reproduzca un resúmen de lo que escrbí de él y sobre él en mi obra «El viacrucis de los escritores españoles, durante la República, la Guerra Civil y el exilio». Pasen y lean, en homenaje a su vida, a su obra y a su muerte.

 

«Cuentan que un día, tras publicar «San Manuel bueno», su última novela, le preguntaron a Don Miguel de Unamuno por qué si él era por encima de todo un filósofo escribía novelas y el bueno de «Don Miguel» respondió:

Mire, joven, cuando yo empecé a escribir, ¡hace ya muchos años! de lo primero que me di cuenta es que el español no lee para aprender, que lee para entretenerse… y eso me llevó a la novela. Porque también me di cuenta enseguida que los lectores no pasaban de las primeras páginas cuando abrían un libro de pensamiento y, sin embargo, si esos mismos pensamientos se los dabas en boca de un personaje ficticio se los tragaba y llegaba hasta el final. Incluso en estos días he comprobado, a pesar de gozar de esta la «República de las Letras» como dicen que el lector pasa de página en cuanto no ve diálogos. ¿Sabe usted que mi «Niebla» ha sido la obra que más se ha vendido de todas las mías? Pues, ya lo sabe. Novelas, teatro, cuentos, relatos cortos… o poesía… y allá a lo lejos, muy lejos, el pensamiento.

Pues, seguramente, este fue el gran pecado de Ramiro de Maeztu, el escritor que menos escribió de los hombres del 98. El pensador más profundo y el que más influyó en el mundo de la inteligencia del primer tercio del s. XX.

El caso de Maeztu, además, es supercurioso y su vida bien puede dividirse en dos partes totalmente diferenciadas. Una primera de máxima rebeldía, radical e incluso iconoclasta (como puede demostrarse en su obra «Hacia otra España») y una segunda, de conservador a ultranza, rayando en un radicalismo de Derechas. Sin términos medios. O tal vez con el paréntesis que fueron para él los 15 años que pasó en Inglaterra (1905-1920). Nació, literariamente hablando, con un articulito ciertamente explosivo:

«POR EL JAPÓN

«Hace dos días,  nos eran tan indiferentes rusos y japoneses como dos desconocidos que pasan por la calle. (Bueno, conviene recordar que por esta fecha Rusia y Japón se han lazado a una guerra violenta.) Pero los desconocidos han comenzado a darse cachetes en medio del arroyo, los transeúntes hacemos corro en torno suyo y advertimos de pronto que nuestra indiferencia ha desaparecido. Ya estamos divididos los espectadores en partidarios de Rusia y partidarios de Japón; ya leemos en voz alta las noticias que nos dan los periódicos…

¡Qué estado más quebradizo del espíritu es el de la indiferencia!

Por mi parte, anhelo ardientemente la confirmación de la noticia  relativa a la derrota de la escuadra rusa, anhelo ardientemente el triunfo definitivo de Japón.

Porque el Japón representa el sistema moderno de organizarse un pueblo, el último sistema, mientras Rusia es un imperio que sólo se parece al que quiso fundar en la Edad Media Carlomagno, y YO DESEO LA DERROTA Y LA MUERTE DE CUANTO SEA TRADICIONAL E HISTÓRICO, de una tradición y de una historia que arranca en la Edad Media. QUIERO VER DESTRUIDAS CUANTAS INTITUCIONES, MONUMENTOS E IDEAS RECUERDEN LA PÁLIDA EDAD MEDIA.«

Y sí no era suficiente con su «anarquismo» nada más llegar a Madrid hizo amistad con «Azorín» y Baroja, otros anarquistas en su juventud (bueno, Baroja moriría siendo anarquista), e hicieron famoso el «Grupo de los Tres», cuyo «Manifiesto», entre otras cosas decía:

Hay que romper la vieja tabla de valores morales, como decía Nietzsche

En España (…) hay un gran número de hombres jóvenes que trabajan por un ideal vago. Esta gente joven no puede unir sus esfuerzos, porque no es posible que tenga un ideal común. Dada la pereza intelectual del país, dada la pérdida nacional del sentido de moralidad, lo más lógico es presumir que, de estos jóvenes -siguiendo el camino de la mayoría de los hombres de la generación anterior-, los afortunados engrosarán los partidos políticos, vivirán en la atmósfera de inmoralidad de nuestra pública, y los fracasados irán a renegar constantemente del país y de los gobiernos en el rincón de una oficina o en la mesa de un café.

¿Se puede creer que esta fuerza de toda esa gente es inútil, sin aplicación, que no tiene nada aprovechable? No. La cuestión es saberla aplicar, la cuestión es encontrar algo que canalice esa fuerza, algo que sirva de lazo de unión entre todas esas energías dispersas y sin rumbo.

No puede servir de base (…) ni siquiera el ideal democrático, porque si muchos creen en la virtualidad de la democracia, otros la consideran como un absolutismo del número, que no ha producido ni producirá liberación de la Humanidad, sino una especie de nuevos privilegios a favor de los más audaces y de los más indelicados.

Sin embargo, de esta disparidad de ideas y sentimientos, hay entre todos los jóvenes (…) en todos los que consciente o inconscientemente no están inmovilizados en el cielo de Zarathustra, un deseo altruista, común, de mejorar la vida de los miserables.

Y ese mejoramiento sólo lo puede dar la ciencia (…)

Aplicar los conocimientos de la ciencia en general a todas las llagas sociales (…) Poner al descubierto las miserias de las gentes del campo, las dificultades y las tristezas de millares de hambrientos (…) Y después de esto, llevar a la vida las soluciones halladas (…) no mostrarlas fríamente, sino propagarlas con entusiasmo, defenderlas con la palabra y con la pluma (…)«

Y él, Maeztu, por su propia cuenta escribe también estas cosas:

«Rápidamente se fue dibujando ante nuestros ojos el inventario de lo que nos faltaba. No hay escuelas, no hay justicia, no hay agua, no hay riqueza, no hay industria, no hay clase media, no hay moralidad administrativa, no hay espíritu de trabajo, no hay, no hay, no hay… ¿Se acuerdan ustedes? Buscábamos una palabra en que se comprendieran todas estas cosas que echábamos de menos. «No hay un hombre», dijo Costa; «No hay voluntad», Azorín; «No hay valor», Burguete; «No hay bondad», Benavente; «No hay ideal», Baroja; «No hay religión», Unamuno; «No hay heroísmo», exclamaba yo, pero al día siguiente decía: «No hay dinero», y al otro «No hay colaboración» (…) Al cabo ha surgido una pregunta. Al cabo, España no se nos parece como una afirmación ni como una negación, sino como un problema. ¿El problema de España? Pues bien, el problema de España consistía en no haberse aparecido anteriormente como problema, sino como afirmación o negación. El problema de España era el no preguntar. («Hacia otra España», 1899)»

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O esto otro:

«Este país de obispos gordos, de generales tontos, de políticos usureros, enredadores y analfabetos, no quiere verse en esas yermas llanuras.., donde viven vida animal doce millones de gusanos, que doblan el cuerpo, al surcar la tierra con aquel arado que importaron los árabes…

No se ve en esas provincias.., despobladas como estepas rusas.

No se ve en esas fábricas catalanas, edificadas en el aire, sin materia prima….

No se ve en esas minas de Vizcaya de donde salen toneladas de hierro, que pagan los ingleses a cuatro o cinco duros, para devolvérnoslas en máquinas, cuyas toneladas pagamos nosotros en miliares de pesetas.

No se ve en esas ciudades agonizantes.

No se ve en esas universidades de profesores interinos; en este Madrid hambriento; en esa prensa de palabras hueras.

Mirase siempre en la leyenda, donde se encuentra grande y aprieta los párpados para no verse tan pequeña.«

Otro día se inventa a un tal Señor Raventós, una metáfora de lo que en ese momento es el pensamiento doctrinario de Maeztu. Un pequeño propietario catalán, a quien presenta así: «El Señor Reventós no es político, ni torero, ni actor en chico ni en grande, ni criminal, ni siquiera comandante de una escuadra yanqui. El Señor Reventós es un labriego honrado y trabajador«.

«El hombre que olvidado trabaja, vota, por lo común reza, pero siempre paga, sobre todo, paga. No busca un puesto en la administración, su nombre no aparece en los periódicos excepto cuando se casa o se muere. Es asiduo al trabajo. Es halagado en tiempo de elecciones y se siente patriota. Se acude a él siempre que hay que hacer un trabajo. Puede que levante la voz a su mujer y familia, pero no es un bocazas de taberna. Consiguientemente, es un hombre olvidado, un don nadie.

No da problemas, no provoca admiración. No es un héroe, ni tampoco un problema como los marginados. No es famoso como los criminales ni digno de compasión corno los pobres. No es una carga como los sin techo, ni objeto de protección como esos animales en trance de extinción, ni un individuo que requiere los servicios de un profesional como los analfabetos, ni alguien sobre quien los economistas y los políticos pueden verter sus nobles sentimientos como los vierten sobre los parados. Consiguientemente, es un hombre olvidado, un don nadie sobre el que caen todas las cargas del Estado.»

Biografía y obras

Pero, antes de pasar al segundo Maeztu, el de su madurez, digamos unas breves palabras sobre su biografía y su obra. Ramiro de Maeztu y Whitney nació el 4 de mayo de 1874 en Vitoria y fue hijo del ingeniero Manuel de Maeztu Rodríguez, un hacendado cubano de origen navarro que conoció a su madre, Juana Whitney hija de un diplomático británico en París, y con la que se casó cuando ella sólo tenía 16 años. Del matrimonio nacieron 5 hijos: Ramiro, el mayor, Ángela, Miguel, la pedagoga María de Maeztu y el pintor Gustavo de Maeztu. La familia se estableció en Vitoria. Pero muy pronto murió  el padre y se hundieron los negocios que tenían en Cuba y entonces para hacer frente a la dura realidad la madre decidió irse a Bilbao.

Ramiro, para ayudar a la familia, se marchó en busca de trabajo a París y luego a la Habana, donde su afición por las letras le llevó al periodismo. En 1897 se traslada a Madrid y por su «ideas nuevas» muy pronto empezó a escribir en «EL País», «La España moderna» y «El socialista». Es en ese momento cuando conoce e inicia su amistad con Azorín y Baroja, con quienes forma el «Grupo de los Tres», una bomba en medio de un periodismo trasnochado que pone patas arriba las aguas quietas de la política española y propone una «Revolución europeísta».

En 1905 cuando ya son famosos los tres, Maeztu se marcha a Londres como corresponsal del «Nuevo Mundo» y el «Heraldo de Madrid». Como periodista viajó por Francia y Alemania y fue corresponsal de guerra en Italia durante la I Guerra Mundial. Son los años del «cambio», porque en Londres se enamora de las instituciones británicas y se topa con la Democracia, una democracia verdadera, aunque al profundizar en la Democracia se enfrenta con la autoridad y la libertad, uno de los grande problemas de la sociedad moderna: ¿Cómo hacer compatible la autoridad y la libertad? Y este sería su caballo de batalla el resto de su vida. Al volver a España, tras la Guerra, comienza su evolución política, del anarquismo y el socialismo de su juventud y de su liberalismo pasa a un tradicionalismo católico, ya que estudiando la Historia de España se convence de que las raíces españolas son cristianas y católicas y que España fue grande y poderosa cuando creció y se sostuvo en esas raíces. Quizás por eso no sorprendiera que simpatizara con la dictadura de Primo de Rivera y hasta aceptase ser miembro de la «Asamblea Nacional Consultiva» (sustituta de las Cortes liberales). Primo de Rivera acabaría nombrándole Embajador en Argentina, donde permanece justo hasta la caída del dictador, porque ese mismo día dimite y se vuelve a España. Eso sí, en Buenos Aires conoció y trató al jesuita Zacarías de Vizcarra y su idea de la «Hispanidad», idea y término que Maeztu asumió como propios y abanderó desde ese momento, defendiendo hasta su muerte los valores católicos y las tradiciones hispánicas.

La obra de Maeztu prácticamente se reduce a tres libros: «Hacia otra España», «La crisis del humanismo» y «Defensa de la hispanidad», porque el último, «Defensa del espíritu» se publicó cuando ya había muerto. Entre sus ensayos de carácter literario figuran «Don Quijote, Don Juan y la Celestina» y «La brevedad de la vida en la poesía lirica española» (este fue su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1935).

El pensamiento político

Sería como querer meter el agua del mar en una botella. El pensamiento de Maeztu es tan profundo y tan complejo que intentar describirlo desde fuera es cosa imposible. Por ello me van a permitir que lo sintetice con sus propias palabras, a sabiendas de que algunos lectores pasarán pagina – como decía Unamuno – al no ver diálogos y ser, ¿por qué no decirlo?, paginas pesadas. Así que si quieren saber cuál es la esencia del alma del mundo occidental (EEUU, España, Alemania, Inglaterra y los países hispanoamericanos) no tendrán más remedio que leerlas.

 

 

Los últimos días y la muerte

¡Ay!, pero tras las elecciones triunfantes del Frente Popular en febrero Maeztu ya sabía que no le quedaban nada más que dos salidas: o marcharse al extranjero y al exilio o quedarse en España y esperar la muerte. Como buen católico confió su vida a Dios y decidió quedarse. Pero una tarde el vehemente vasco no pudo contenerse y desde su asiento en el Congreso, en contestación a un discurso de Indalecio Prieto, pronunció, alterado y nervioso, estas palabras:

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«SI LOS SOCIALISTAS SOSPECHARAN LOS SENTIMIENTOS QUE ANIMAN A LAS DERECHAS DE ESTA CÁMARA NO AMENAZARÍAN CON LA REVOLUCIÓN. CREO SER EL HOMBRE MÁS INOFENSIVO DE LA TIERRA. EN UNA BATALLA NO SERVIRÍA MÁS QUE PARA VÍCTIMA, PORQUE NUNCA HE LLEVADO ARMAS, NI LAS LLEVO, Y SI LAS LLEVARA NO SABRÍA USARLAS. PERO CUANDO SE ME CONMINA CON LA REVOLUCIÓN SOCIAL, QUE, DESPUÉS DE LA EXPERIENCIA RUSA, YA SÉ QUE IMPLICA LA MATANZA GENERAL DE LOS BURGUESES, ME ENTRA EL IMPULSO INCONTENIBLE DE QUITARME LA CHAQUETA, NO PARA PELEAR CON NADIE, SINO PARA QUE ME DEN INMEDIATAMENTE LOS CUATRO TIROS QUE ME CORRESPONDAN, PORQUE ES INTOLERABLE SEGUIR VIVIENDO BAJO EL PESO DE UNA AMENAZA QUE ME ESTÁ PERDONANDO LA VIDA».

  Así estaban las cosas cuando el 13 de julio apareció muerto, asesinado, el cadáver de Calvo Sotelo y eso sí que fue ya la mecha definitiva. Tanto que casi todas las gentes de derechas importantes, entre ellos la mayor parte de los dirigentes y colaboradores de «Acción Española» hicieron las maletas y se marcharon para el exilio, unos hacia Francia y otros hacia Portugal. Maeztu decidió quedarse, a sabiendas de lo que podía llegarle. El 18 de julio, cuando ya han llegado las primeras noticias de la sublevación del ejército de África y se va sabiendo que Mola está sublevando el Norte, el escritor se da cuenta que no puede permanecer en su domicilio y se va a casa de su compañero y amigo José Luis Vázquez Dodero, y en su casa permanece hasta que el 30 de julio se presentan en el domicilio un grupo de milicianos radicales, armados con pistolas y fusiles, que venían, al parecer, buscando a un cura que habían denunciado. Salió a recibirles el propio Maeztu y torpe, o ya entregado, les confesó quien era e incluso les pidió que se lo llevasen detenido. Parecía como si desease la muerte y aquellos milicianos se lo llevaron, a él y a Vázquez Dodero, a la Comisaría de Vigilancia de Buenavista. En un principio el comisario lo quiso dejar en libertad, pero Maeztu se negó a vivir con esa angustia y renunció a la libertad que le daban. Al final fueron conducidos a la cárcel de las Ventas, una cárcel que había sido hasta ese momento cárcel de «Mujeres» y que el frente Popular había convertido en prisión política, dado que ya no había cárceles suficientes en Madrid para dar cobijo a tantos detenidos… Y allí permanecería desde el 2 de agosto hasta el 28 de octubre de 1936.

«Desde este su primer aposentamiento don Ramiro, pasó a instalarse, en los primeros días de octubre, en la sección que, por anterior destino, conservaba el nombre de «Madres». Y tanto en un sitio, como en otro, por obra y gracia de su genio, la inhóspita ergástula transformóse en aula de los más altos valores húmanos. «Jamás se sintió pesimista», ha escrito en su libro «Las prisiones de Madrid» don G. Arsenio de Izaga, que padeció también cautiverio en aquella cárcel. «Su celda — nos dice — era a menudo cátedra de Filosofía, de Política e Historia y de Literatura, y sus compañeros, escuchándole, se olvidaban de su mísera condición carcelaria.»

También escribía su. «Defensa del espíritu», como Cervantes, su «Quijote» en la cárcel de que nos habla. Y entre aquellos solaces rezaban devotamente el rosario.

Los detalles de los últimos días del gran pensador nos los ha narrado, en sus declaraciones uno de los reclusos, Basilio López Sánchez, que le, sirvió de eficaz y afectuoso ordenanza. «Era un  labrador de cincuenta años y honrado a carta cabal», nos dice Arsenio de Izaga. Llegó a la cárcel de las Ventas el 26 de junio con otros 25 vecinos de Auñón (Guadalajara), entre ellos un hijo suyo. «Todos, de sanas ideas, católicos y patriotas.» Don Ramiro se unió a él con afecto entrañable, y le pagó sus servicios con un abrazo al despedirse para la, muerte: «¡Adiós, amigo Basilio, Hasta la Eternidad!»

Un carcelero innoble, el miliciano conocido por el nombre estrambótico de «Katiuska», extrañado y molesto por esta despedida, increpó al leal ordenanza:

—        ¿Qué tienes tú que ver con ese señor?

Y añadió, revelando los criminales propósitos con que al cautivo ilustre «se le sacaba»

—        ¡Mucho cuidado! ¡No te pase a ti lo que le va a ocurrir a él!

Esto ocurría el 28 de octubre, de madrugada. Con anterioridad las amenazas de una inmediata muerte se habían precisado, al irrumpir en la prisión una gavilla de milicianos derrotados en Talavera de la Reina, y que en su fuga no pararon hasta la cárcel de las Ventas, en la que entraron sedientos de venganza» (Del Rio Sainz)

Y así le llegó el final, porque aunque haya una versión de que lo asesinaron antes de salir de la cárcel, no es cierta, el que murió así fue Ramiro Ledesma Ramos el fundador de la JONS y miembro de la Falange, que al parecer cuando eran conducidos al vehículo que le esperaban en la calle se abalanzó sobre uno de los milicianos con la intención de arrebatarle el fusil y mientras decía: «Sé que me vais a quitar la vida, pero no va a ser donde vosotros queráis, si no donde yo diga«… Y naturalmente allí mismo cayó fusilado.

Maeztu, y los otros treinta y tantos a los que habían señalado para ese día, llegó al cementerio de Aravaca y allí ante las tapias cayó fusilado. Dicen que antes de morir tuvo tiempo de decir: «Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡Para que vuestros hijos sean mejores que vosotros!».

No, Maeztu, como Lorca, como Muñoz Seca, no pudieron marcharse al exilio ni volver después de la muerte de Franco.»

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.