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A lo largo de los años hubo una serie de militares, menos apasionados que otros, que aun estando en contra de Franco, no lo manifestaron públicamente. El general Francisco García Escámez nombrado, en 1943, Capitán General de Canarias, aunque no se enfrentó directamente a él, no era de su confianza. En Canarias lo podía tener vigilado. Sabía que era partidario de la monarquía y de D. Juan de Borbón. Prueba de ello es lo que escribe Francisco Franco Salgado-Araujo en Mis conversaciones privadas con Franco sobre él. Explica que “cuando estuve oficialmente en Canarias, después de la última guerra europea, me extrañó que en un sitio visible hubiese una fotografía de don Juan, de tamaño grande, con una expresiva dedicatoria. Mi sorpresa fue grande, pues yo sabía que García Escámez había sido partidario siempre de la República y no sabía a qué venía tanto cambio de ideas políticas”.

 

Cuando este le comentó que se solía poner una fotografía de D. Juan al lado de la del Caudillo, Franco respondió inmediatamente que “en un edificio oficial, sólo debe estar la mía. García Escámez se había puesto de acuerdo con los elementos monárquicos de Estoril, para hacerse independiente del Gobierno español, proclamando la monarquía de don Juan en las islas”. A pesar de eso, nunca lo rebeló de la capitanía de Canarias. Al morir en 1951 Franco le concedió el marquesado de Somosierra por “su vida militar había formado una cadena ininterrumpida de méritos y grandes servicios, que destacan en los días de la iniciación de nuestra Cruzada en las gloriosas acciones de Somosierra y continúan en aquellas otras que, en tierras de Aragón y Extremadura, fue el principal protagonista y que le llevó a alcanzar, joven aun, los grados superiores del Ejército”.

El 15 de septiembre de 1943 Franco recibió una carta firmada por 8 generales. Sus nombres eran: Luís Orgaz, Fidel Dávila, José Varela, José Solchaga, Alfredo Kindelán, Andrés Saliquet, José Monasterio y Miguel Ponte. El encargado de entregársela fue el general Varela. La carta decía:

 

Excelencia: No ignoran las altas jerarquías del Ejército que este constituye hoy la única reserva orgánica con que España puede contar para vencer los trances duros que el destino puede reservarle para fecha próxima. Por ello no quieren dar pretexto a los enemigos exteriores para que supongan quebrantada su unión o relajada la disciplina, y tuvieron cuidado de que en los cambios de impresiones a que les obligó su patriotismo no intervinieran jerarquías subordinadas. Por ello también acuden al medio más directo y respetuoso para exponer a la única jerarquía superiora a ellos en el Ejército sus preocupaciones, haciéndolo con afectuosa sinceridad, con sus solos nombres, sin arrogarse la representación de la colectividad armada, ni requerida ni otorgada. Son unos compañeros de armas los que viene a exponer su inquietud y su preocupación a quien alcanzó con su esfuerzo y su propio mérito el supremo grado de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, ganando en victoriosa y difícil guerra; los mismos, con variantes en las personas, impuestas algunas por la muerte (de Mola), que hace cerca de siete años, en el aeródromo de Salamanca, os investimos de los poderes máximos en el mando militar y en el Estado.

En aquella ocasión, la victoria rotunda y magnífica sancionó con laureles de gloria el acierto de nuestra decisión, y el acto de voluntad exclusivo de unos cuantos generales se convirtió en un acuerdo nacional por el ascenso unánime, tácito o clamoroso, del pueblo, hasta el punto de que fue lícita la prórroga del mandato más allá del plazo para el cual fue previsto.

Quisiéramos que el acierto que nos acompañó no nos abandonara hoy al preguntar con lealtad, respeto y afecto a nuestro Generalísimo, si no estima, como nosotros, llegado el momento de dotar a España de un régimen estatal que él, como nosotros, añora, que refuerce la actitud con aportaciones unitarias, tradicionales y prestigiosas inherentes a la forma monárquica. Parece llegar la ocasión de no demorar más el retorno a aquellos modos de gobierno genuinamente españoles que hicieron la grandeza de nuestra patria, de los que se desvió para imitar modas extranjeras. El Ejército, unánime, sostendrá la decisión de V. E., presto a reprimir todo conato de disturbio interno u oposición solapada o clara, sin abrigar el más mínimo temor al fantasma comunista, como tampoco a interferencias extranjeras. Este es, Excelentísimo Señor, el ruego que unos viejos camaradas de armas y respetuosos subordinados elevan dentro de la mayor disciplina y sincera adhesión al Generalísimo de los Ejércitos de España y Jefe de su Estado”.

 

El general Luis Orgaz Yoldi quedó desilusionado al ver que Franco no restablecía la monarquía. Nombrado Alto Comisario en Marruecos, desde allí conspiró para derrocarlo. Tenía 100.000 hombres dispuestos para levantarse en contra de Franco. Fue llamado al orden y trasladado a Madrid. Pasó a la reserva y murió olvidado. Así eliminó a uno de sus más peligrosos enemigos.

El teniente coronel Juan Antonio Ansaldo también era un juanista convencido y contrario a que Franco no restableciera la monarquía. Se reveló. Ansaldo, tras apoderarse de una avioneta militar, se exilió a Portugal. El motivo fue el llamado complot del Nuevo Club, círculo monárquico en el que conspiraban contra el régimen. Un tribunal de honor lo expulso del Ejército. Murió en San Juan de Luz intentando la restauración monárquica y viendo como Franco se perpetuaba en su cargo.

El infante D. Alfonso de Orleáns y de Borbón, duque de Galliera, primo hermano de Alfonso XIII, también se enfrentó a Franco por no restablecer la monarquía. Ferviente defensor de D. Juan de Borbón, el 4 de abril de 1945 le envió la siguiente carta a Franco:

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Mi querido general:

En los actuales momentos, ante una carta que acabo de recibir de Vigón, pienso en la incompatibilidad de mi cargo de representante de S. M. el rey, para cuyo ejercicio tú me aceptaste, con el mando que ejerzo en Sevilla. Por ello, con harto sentimiento, pues bien te consta mi amor a la honrosa carrera de las armas, pongo a tu disposición mi mando actual; con la esperanza de que pronto volveré a desempeñarlo al servicio de los altos intereses de mi patria y fiel a los principios de nuestra gloriosa Cruzada, que siempre estimé habrían de culminar en la restauración monárquica.

Estoy a tus órdenes para darte cuantas explicaciones o aclaraciones quieras de mí, y a este fin, acudiré inmediatamente a tu primera llamada.

Tú afmo., subordinado y compañero de la Academia. ALFONSO”.

 

La respuesta fue cesarlo de cualquier cargo y confinarlo en Sanlúcar de Barrameda. Al general Kindelán le confesó que “hice lo posible para estar con Franco hasta febrero de 1944, cuando ya se vio tan grande la conmoción de Europa, y tan absurda la actuación de Franco, que el rey me escribió en el sentido que usted conoce. El periodo sin Franco duró hasta el momento en que el rey vio que el derrumbamiento de Alemania era inminente; el peligro para España era tan grande y evidente, que se lanzó el Manifiesto. Y el periodo contra Franco empezó con el Manifiesto mismo. Y hoy no puede venir el rey más que contra Franco. Si viniera con Franco, no duraría más de dos meses; el mundo entero diría: La Monarquía en España es mera pantalla para prolongar el fascismo nacionalsindicalista de Franco”. No pudo ver el final de la dictadura ni la restauración monárquica, pues falleció el 6 de agosto de 1975.

El general Antonio Aranda Mata, según testimonios, fue el hombre más odiado por Franco y el hombre que más odio a Franco. Como los anteriores deseaba la restauración monárquica. En 1942 escribió a D. Juan de Borbón y le expuso las siguientes causas del declive del régimen:

 

Un ultrajante abuso de poder personal.
Una equivocada interpretación y aplicación de principios políticos y económicos, inútiles para el caso español.
Una deliberada continuación de la ceguera y una represión sin fin, que mantenía abierta la herida de la guerra.
De un deliberado alejamiento del poder público de la gente de valía y el acceso al poder del que prometía sumisión.

 

Aranda continuó conspirando y se puso en contacto con la embajada inglesa. Se reunió con varios generales y llegaron a las siguientes conclusiones: 1º Remoción de Franco; 2º Restauración de la monarquía; 3º Abolición de la Falange; 4º Una política exterior más neutral y menos pro-Eje. Después de la carta firmada por los 8 generales, Aranda se dirigió a Gil Robles, que era el enlace con D. Juan de Borbón. Gil Robles escribiría que “Franco continuaría aplicando en el interior el aparato ortopédico a las masas durante quince o veinte años, hasta producir una generación deformada que ocupe todos los cargos y haga posible la esclavitud de la masa. Como siempre, dividir, elevando a los inútiles y apartando a los peligrosos. No enfrentarse con nada, sino soslayarlo todo, empezando por la Monarquía, ganando tiempo para que éste y su táctica debiliten a todos sus posibles enemigos. Crear una atmósfera ficticia de paz y bienestar que, en realidad, no alcanza sino al grupo dominante y a la alta burguesía que explota la situación, y ahogar toda posible manifestación de hambre o descontento. El tiempo y su marrullería contra todos. Así, resulta que su fuerza se basa en la desunión y debilidad de los demás”.

 

Aranda, después del manifiesto de Lausana de D. Juan, en 1945, habló desde la Escuela Superior de Guerra con éste. Su conversación fue grabada. Franco no confiaba ni en su sombra. Inmediatamente Aranda recibió una nota en su casa donde se podía leer que “Por incumplimiento de sus deberes militares, el Excmo. Sr. Ministro del Ejército ha impuesto a V. E. dos meses de arresto, que cumplirá en Palma de Mallorca, siendo adjunto el pasaporte para que V. E. emprenda la marcha para Barcelona mañana, día 8, en el tren exprés de la tarde. Madrid, 7 de enero de 1947”. Aranda pasó al peor de los olvidos hasta que D. Juan Carlos I, el 22 de noviembre de 1976, lo nombró teniente general honorífico. Se restituía así su dedicación a la monarquía.

Juan Yagüe Blanco era amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, pertenecía a Falange Española. Esta militancia hizo que surgieran conflictos con Franco. En julio de 1936 lideraba el Tercio Dar Rifien en Ceuta y apoyó la sublevación en Sevilla. Posteriormente avanzó hacia Badajoz -allí se produjo la masacre por la cual Yagüe fue conocido como el carnicero de Badajoz– y de ahí a Madrid donde por desacuerdos con Franco fue sustituido por el general Varela.

El desacuerdo se produjo por negarse a liberar el Alcázar de Toledo. Yagüe consideraba indispensable la toma de Madrid. Franco no pensaba lo mismo y de ahí su sustitución. Yagüe era mejor militar y estratega que Franco. Madrid era la clave para ganar la guerra. Esto quedó demostrado en 1939. La idea de Franco era la toma del resto del país y al final avanzar hacia Madrid. Por esta decisión la guerra se alargó durante tres años y medio. Asimismo Franco no soportaba que le llevaran la contraria y menos una persona con mayor capacidad militar que él. De ahí los problemas con Yagüe.

El segundo desacuerdo tuvo como protagonista el decreto de Unificación de febrero de 1937. En él Falange y la Comunión Tradicionalista se convertían en un único partido. Si bien en un primer momento estuvo de acuerdo, las cosas cambiaron en 1938. Después de la toma de Lérida fue llamado a Burgos. Allí pronunció un discurso en el cual criticó que Manuel Hedilla -segundo jefe nacional de Falange en sustitución de José Antonio Primo de Rivera- hubiera sido sometido a un consejo de guerra y su posterior encarcelamiento. Aquellas palabras molestaron a Franco. Este se resistió a fusilarlo por lo que representaba dentro del ejército. Yagüe sufrió una sanción disciplinaria. Así acabó aquel incidente en el cual apoyó a su camarada Hedilla.

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Su carácter enfurecía a Franco. Alababa el valor de los republicanos y despreciaba a los italianos y alemanes. De ahí las palabras que pronunció el 19 de abril de 1938 al decir que “para darle a la unificación calor humano, para que ésta sea sentida y bendecida en todos los lugares, hay que perdonar. Perdonar, sobre todo. En las cárceles hay, camaradas, miles y miles de hombres que sufren prisión. Y ¿por qué? Por haber pertenecido a algún partido o a algún sindicato. Entre estos hombres hay muchos honrados y trabajadores, a los que con muy poco esfuerzo, con un poco de cariño, se les incorporaría al Movimiento. Hay que ser generosos, camaradas. Hay que tener el alma grande y saber perdonar. Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir este lujo. Yo pido a las autoridades que revisen expedientes y revisen penas. Que lean antecedentes y que vayan poniendo en libertad a esos hombres para que devuelvan a sus hogares el bienestar y la tranquilidad, para que podamos empezar a desterrar el odio, para que cuando vayamos a predicar estas cosas grandes de nuestro credo no veamos ante el público sonrisas de escepticismo y acaso miradas de odio, porque tened en cuenta que en el hogar donde hay un preso sin que haya habido delito tiene que anidar el odio”.

El 9 de agosto de 1939 fue nombrado ministro del Aire. El 27 de junio de 1940 fue destituido. El motivo fue la rehabilitación de oficiales republicanos y estar implicado en un complot para derrocar a Franco. Oficialmente lo destituyeron por decir que Inglaterra sería derrotada. Estuvo confinado en su pueblo natal hasta el 12 de noviembre de 1942. Ese día es nombrado comandante militar de Melilla y jefe del Cuerpo del Ejército de Navarra.

Las prácticas conspiratorias no terminaron aquí. Yagüe estuvo involucrado en muchas que no pasaron de aquí porque estaba estrechamente vigilado por los servicios secretos de Franco. Aun así empezó a cartearse en secreto con D. Juan de Borbón. La idea de Yagüe era restablecer la monarquía y apartar a Franco del poder. Mientras no se coronaba a D. Juan habría un consejo de transición formado por falangistas. Nada pudo hacer y sus intentos conspiratorios fracasaron uno detrás de otro. El general Yagüe falleció en Burgos el 21 de octubre de 1952 decepcionado de la política, de Falange y de Franco. Este, a título póstumo, lo nombró marqués de San Leandro de Yagüe. Fue su última venganza, pues no podía rechazarlo.

Durante la guerra de África José Enrique Varela obtuvo dos laureadas de San Fernando. En 1922 es nombrado gentilhombre de cámara con ejercicio del rey Alfonso XIII. Al finalizar la guerra era coronel. A pesar del nombramiento de 1922 Varela era carlista y el redactor de la Ordenanza del Requeté. Involucrado en la Sanjurjada de 1932, fue detenido y encarcelado en Granada y posteriormente en Guadalajara. Ascendió a general en 1935 y participó en los preparativos del golpe de estado de 1936.

Al finalizar la guerra es nombrado ministro del Ejército. La adscripción carlista de Varela no le gustaba a Franco. El 16 de agosto de 1942 tuvo lugar una misa en la Basílica de Begoña en Bilbao. El acto estaba organizado por los carlistas. Varios miembros de falange quisieron reventar el acto. Lanzaron dos bombas. Una no estalló. La otra provocó heridas a un centenar de carlistas, entre ellos al general Varela. El general Varela presentó su dimisión como ministro del Ejército. En ella le pedía a Franco que rebajara su tono falangista en los discursos, que se castigara a los agresores y que se formara un gobierno de autoridad para rectificar los errores del pasado. En un primer momento Franco no aceptó su dimisión. Ahora bien, las palabras expresadas en la carta eran una provocación contra su jefatura. Se depuró responsabilidades. El 2 de septiembre de 1942 era fusilado Juan José Domínguez Muñoz -falangista y del sindicato SEU- como máximo autor del atentado. Sobre este fusilamiento Franco le dijo a Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid que “tendría que condecorarle, pero le tengo que fusilar”. También hizo dimitir a Valentín Galarza, ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, y al general Varela.

En 1945 fue nombrado Alto Comisario de España en Marruecos. Ese nombramiento se debió a otra carta entregada en mano por Varela, mencionada al hablar del general Orgaz. Franco hizo caso omiso a la carta. Ahora bien, desterró a Varela, el general más laureado del ejército español. En Tánger falleció el 24 de marzo de 1951. A título póstumo Franco lo ascendió a capitán general y lo nombró marqués de Varela de San Fernando.

 

Autor

César Alcalá