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Viernes, 11 septiembre 1936. Génova. El “discurso” acabó de lanzarlo hacia Joaquín. Pretende que ha durado hora y media. Desde las cinco y media de la mañana hasta ahora, que son las siete. Puede que sea verdad. Lo que siento es que ahora quizás no sabré exponer aquí mis argumentos, retenidos dentro, los llevaba en la memoria. Al lanzarlos, ¿habrán huido de ella? Es un hecho que me sucede a veces. Probaré.

 

El problema del catalanismo es el problema fundamental de Cataluña, motivo de graves discordias entre españoles, problema agrandado, a mi modo de ver, por las equivocaciones de todos. En todo partido político hallamos un predominio del sentimiento sobre el cerebro. El problema catalanismo, en su principio, fue esto. ¿Qué sería esta tendencia catalanista, nacida en el segundo tercio del siglo XIX, si fuese mantenida hoy con el espíritu de hace cien años cuando Aribau la presintió en su poesía “Oda a la Patria”? Aceptada luego por personalidades como Víctor Balaguer, Almirall, Mariano Aguiló, José Rubió y Ors, y más tarde, en 1900, concretado el catalanismo por el Doctor Robert, era una fuerza sana, aprovechable, un entusiasmo viril, vida para el país. El ataque inconsiderado a los sentimientos de Cataluña produjo disturbios y fue el origen del enfocamiento del catalanismo, en éste mismo año 1900 empieza su deformación, y, podemos decir, su agrandamiento. Pero muchos de los hombres que entraron a reforzar esos ideales ya trajeron, la mayor parte, ideas exaltadas, que dieron por resultado ese foco de disgregación.

 

En otros países se dice que hay mejor política que en España; que hay cultura. Lo que hay es que los ciudadanos, son hombres de sentido común y buenos patriotas; que saben, aún a costa, a veces, de sacrificios personales, enfocar la mirada hacia un bien común, cuyo resultado es esa buena política y esa cultura de que nuestros graves defectos nos han privado. Los españoles estamos corroídos por la envidia, y por ella nos destruimos. Se juzga la actuación de cada hombre, buscando su condenación. Yo escucho muchas lenguas hablar, y me pregunto su ese espíritu malsano, incalificable, que goza ultrajando honras y destruyendo el “hombre”, es el espíritu que debe distinguirnos. La pluma se resiste a anotar ciertas conversaciones de índole tan inesperada, que creemos a veces escuchar referir hechos de barbarie cometidos por los comunistas y lo que oímos son sentencias -igual a las suyas- pronunciadas por boca de cristianos, contra personas de calidad, que en otros países serían consideradas como fuerzas motrices. Porque todo hombre puede equivocarse en su discernimiento y en su actuación, no satisfaciendo el ideal de otro; pero nunca debe ser juzgado sin una consideración que merece, y que le debemos. Únicamente situándonos en nuestro terreno de ciudadanos correctos y juzgando al prójimo con la discreción que pide nuestra educación social y cristiana, ungida de caridad, empezará la era de paz deseada.

 

Hoy estamos aún en plena revolución. Los de abajo, apuntando con los fusiles, desencadenadas sus malas pasiones, y los de arriba apuntando con el arma del odio y de la venganza.

 

¿Y no enfocaremos esta revolución considerando que esos fusiles que se dirigen hacia nosotros son sólo el instrumento de castigo de nuestros propios errores? Dios no aprueba; pero permite este castigo. Llego a olvidarme que son hombres los que disparan, porque recuerdo otras épocas de epidemia, en que un solo microbio era el causante de la muerte. En Egipto fueron las plagas; en Pompeya la lava. Miremos los hombres sin enconos: mirémonos nosotros y juzguémonos humildemente. Hallaremos el germen de regeneración social. Y es que en nosotros está la causa de esta revolución social. Yo quisiera que todos los emigrados de Génova hincaran la rodilla ante el Padre Santo, franciscano, venerado aquí en la iglesia de esa orden y en su cuerpo incorrupto hallaríamos el secreto de la paz. No hay Sociedad de las Naciones, ni hay política acertada más que la humildad del hombre, apaciguando la ira de Dios y ganando su amor. Jesucristo vino al mundo a enseñarnos a perdonar. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hace”. Mientras del labio del cristiano no brote esta plegaria, mientras no sepa juzgarse así mismo, no hablaremos de regeneración ni de paz, ni nos creamos salvados de la guerra civil. Arden hoy las iglesias y las ciudades enteras, y el foco, en vez de apaciguarse, se aviva, porque, ¿cuál es la causa de ese fuego, sino el odio de los hombres? Ganarán los nacionales; pero su actuación militar se limitará al gesto de una victoria aparente, si en cada hombre no hay una nueva victoria. ¿Cómo remediar la guerra y buscar la paz social, si la guerra está en nosotros?

 

Roma. Domingo, 27 septiembre 1936. Reverendo P. Luis Nin -beneficiado de la Iglesia de Santa Mónica de Barcelona-: Supongo en su poder una larga carta mía del 19 de agosto. Como se pierden algunas cartas, le agradeceré me diga su la ha recibido. Según le ofrecí, hoy le escribo para tenerle al corriente de nuestra vida.

 

Estamos en Roma desde el 16, y excuso decirle como se aprovechan las niñas para visitarlo minuciosamente. Yo salgo poco, aunque a Dios gracias mí salud no es que se resienta por el género de vida que llevamos; pero V. ya sabe que no estoy en condiciones de seguirlas. Ellas son jóvenes y yo ya no lo soy. Disfruto, no obstante, oyéndolos explicar sus descubrimientos, y participo de sus impresiones. Me limito a hacer algunos paseos alrededor del Tíber, del que estamos muy cerca, y, alguna que otra vez, visito algo. El martes estuvimos a oír Misa a las Catacumbas de San Calixto, junto con Carmen y sus monjitas. Disfrutamos todos muy de veras, en éste ambiente espiritual, tan parecido al actual, en que la religión esta tenazmente perseguida. Padre V. también disfrutaría en Italia, aunque supongo que en Castelferrus debe V. sentirse muy acompañado por todo el pueblo. Aquí, en Italia, malos españoles nos tratan muy bien.

 

Nosotros aún no podemos tomar ninguna determinación sobre nuestro porvenir; pero creo que pronto sabremos algo definitivo, que nos permitirá orientarnos.

 

De Buenas Aires tenemos buenas noticias de Joaquín. El pobre está deseando que vayamos. Esta semana la está pasando con la familia Prats, en su finca. Luego empezará a trabajar y a estudiar al propio tiempo, para rehacer su carrera de medicina allí y poder ejercer.

 

Según nos dijo Carmen, en casa de Claris no queda nada; ni inquilinos, y está incautada. En Caldetas han convertido la casa en hospital de sangre. No le parece, a veces, Padre, ¿qué es un sueño lo que está sucediendo? No obstante, es una realidad. En todo caso, el sueño será lo pasado, porque lo iremos recordando como cuento viejo, y acabará por esfumarse de nuestra memoria. La vida nueva se impondrá con todas sus exigencias, y en la misma actividad forzada en que habremos de vivir, hallaremos la evolución de nuestros pensamientos. Hoy sucede ya. Se divertiría V. oyendo las conversaciones de muchas señoras, que se preocupan por menesteres en que jamás se habían ocupado, y que abandonan en manos de sus camareras. No digo que luego no cambie un poco la situación, y mejoremos en algo la cuestión pecuniaria; pero hay que estar preparado a un cambio de vida. Barcelona quedará atropelladísima después de esta guerra, y forzosamente nos resentiremos todos. Pero habremos aprendido un aspecto de la vida en este tiempo de expiación, que nos hará resurgir nuevecitos a la nueva vida, con menos bienes materiales; pero, en cambio, enriquecidos de bienes espirituales: tesoro que nos permitirá afrontar la situación, con energía y buenas disposiciones.

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Supongo sigue V. con emoción los tramites de la guerra. Hoy se han posesionado del Alcázar. ¡Bendito sea Dios! Pobre gente, ¡los de allí! ¡Cuánto pienso en ellos! Termino esta carta, que por mi gusto no terminaría. ¿Cuándo podremos comentar nuestras mutuas impresiones? Dios pide este sacrificio como tantos otros. Ofrezcámoselo como a reparación por España.

 

Como en mi última carta, me despido para ir a la reserva.

 

A todos mis buenos recuerdos. A V. en especial, Padre. Su affma. Mercedes.

 

P.D. Le participo que me han regalado dos bengalines (pajaritos) que son una monada y que me distraen mucho.

Barcelona, 14 de febrero de 1939. Mi querida señora: Por fin ha dado Dios lugar a que reciba su deseada y esperada carta que me creía no iba a llegar nunca la hora, pues entre los bombardeos y el hambre que estos demonios rojos nos han hecho pasar no creía poderlo contar. Me dice en su carta que ha sufrido mucho, sólo le diré que he adelgazado 41 kilos. Ahora que, como resulta que de la abstinencia tan larga que he tenido, me ha quedado más hambre que a un maestro de escuelo como vulgarmente se dice en mi tierra, en veintiún días he aumentado 4 kilos y medio, a este paso pronto recuperaré lo perdido. Falta me hace pues estos desconocida, no me conocería de lo fea y vieja que estoy, suerte que con la guerra no tengo humos de presumir ni de arreglarme, lo que es ahora no me diría presumida, pues estoy hecha una verdadera refugia. En casa me riñen porque voy de estas trazas. Me dicen que he perdido la vergüenza, y yo digo que los que me conocen saben que soy María Granés y los que no tienen ese gusto, se creerán que soy una portera o cosa análoga. ¿Se acuerda que los domingos no quería ir con paquetes? Pues mire si he cambiado que en plena tarde cruzo el Paseo de Gracia con mi gran bolso que llevaba a la playa, que es mi compañero de pena, y no salgo de casa sin llevarlo, aunque ahora no llevo nada más que el monedero, paro hasta ahora llevaba algarrobas, bellotas, avellanas y el rompenueces para entretener el hambre, que ya tenían razón cuando los de la otra parte nos llamaban los hambrientos, suerte que ya ha terminado todo y que podemos contarlo. ¡Bueno Señora! Es tanto lo que tengo que contarle que no sé por dónde empezar y que como esta no va certificada, sino que la lleva mi teniente, no se perderá, prepárese para leer la epístola de S. Pablo, es la primera carta que escribo desde que nos separamos y veo con pena que tendré que ir a ver al oculista para que me vea la vista pues, no tendré más remedio que usar antiparras a pesar de que no me gusta.

 

Empezaré por hablarle de los pequeños, se ve que la Virgen le escuchaba a Vd. pues para ellos no les ha faltado comida cuando no tenían una cosa, le traían otra sobre todo el pan, aunque los mayores se quedaban sin él para ellos no ha faltado, pues había días que para la nena llevaban cinco pedazos parece que lo hacían como una gracia de estar pidiendo todo el día pan, yo le aseguro que si hubiese estado yo en casa le habría quitado la costumbre, a mí no me quieren porque no les dejo pasar nada y les pego mucho el Toto cómo aunque tiene dos amos y medio no sabe hablar cuando voy a casa, me señala la puerta y me dice: ¡vete! Según me coge el humo unas veces no le hago caso y otras le doy una zurra, supongo que ya debe saber que tengo una sobrina muy bonica, está muy hermosa, tiene seis meses y se llama Purina, es buenísima. Todo el día está la pobre en la cuna, la cría su madre, la bautizamos en casa el día de su Santo, pues, aunque nos habíamos hecho a la idea de bautizarla en Zaragoza, cuando empezaron los bombardeos nos decidimos a hacerlo, les pusimos el traje de Vd. que lo llevaba sin abrochar porque no le venía, a Totó o sea Ramoncico lo bautizaron el año pasado el día del Pilar a los catorce meses, era tan moro que le dio una guantada al sacerdote en el libro que por poco se lo tira al suelo.

 

Ahora voy a contarle sin omitir detalle la entrada de los fascistas en esta. No quiera saber la alegría y la emoción que llevé. Empezaré por decirle que llevaba tres o cuatro días que ni iba a trabajar, ni me hacía de comer, porque no estaba nada más que por ir a recibirlos, quería ser de los primeros como así fue; le voy a contar lo que hice el día 26 desde que me levanté a las 8, iba a buscar el pan y no había, entonces me iba por la calle París y veo mucha gente y era que asaltaban una cooperativa que estaba abarrotada de víveres, no le digo nada cuando los hambrientos nos dimos cuenta, con el hambre que nos hacían pasar. Yo, en plan de barruchona, me meto en medio y de momento no hacía nada más que tomar vistas como hacían los fascistas ahora últimamente, pero después perdí la vergüenza y me lancé al baile. ¡Bueno! Regresé a mi casa ilesa que no todas podían decir igual, porque les daban la gran paliza, traje seis latas de leche, tres bacalaos, seis latas de carne rusa, una lata de salmón, dos de mermelada. Cuando llegué a casa me dice la portera que en la cooperativa de los mariscos están dando muchas cosas, aquí tiene a la Señorita, otra vez en la calle y desde las doce y media hasta las tres y media me meto en ésta, y ahora viene primero lo cómico y después lo trágico. Después de hacernos esperar, y cada media hora las sirenas tocando y los aviones volando por encima, pero a pesar de lo que me asustaba ya no le hacía caso; nos dejan entrar en el almacén, aquello parecía jauja, de todo había allí. Ahora viene lo cómico. Primero cojo una lata de seis kilos de mermelada, después dos más de carne, una caja de cinco kilos de pan de higo, avellanas y almendras y en esto veo tres o cuatro cajas de galletas de tamaño más grande, nadando en tres dedos de aceite y para cogerla no tenía más remedio que pasar por el aceite dos metros hasta llegar a la caja, después de mucho pensar metí un pie. No quiera saber cuánto sentí la frialdad y saber que era olí; estiro el brazo, pero la caja parecía que se iba al puerto. Nunca llegaba. Meto el otro pie y tampoco me encuentro en medio sin saber que hacer y por último llegué; cojo la caja separándola un metro de mí, y cuando ya estaba fuera del aceite oigo un griterío horroroso, cierran las ventanas y nos dejan a oscuras y empiezan a decir que lo dejemos todo en el suelo y a tirar tiros con las ametralladoras. No quiera saber el griterío que se armó. Yo me pegué a la pared, eché las galletas en el cesto y me salí a la calle, pero los tiros nos pasaban por encima. Llegué a casa cerca las cuatro sin comer, en esto llaman a la puerta y era Adela, que dice: ¡ya están aquí! Me pongo el abrigo y no marchamos ella, María Luisa, Isabel y yo. Íbamos por las calles como locas, llegamos a la Diagonal y vemos un grupo de milicianos rojos con fusiles, pensamos que era para no dejar recibir a los fascistas y nos dio miedo, pero entonces vimos que volvían la cara hacia atrás y se metieron en una casa, se quitaban los uniformes y dejaban los fusiles, seguimos andando y cuando íbamos esquina Muntaner, Isabel fue la primera que vio la bandera nuestra, dio un grito y salimos corriendo. Ella se abrazó a la bandera y yo me abracé al soldado que la llevaba y no quiera saber los besos que le di. No quiera saber lo que sentí dentro de mí, es la alegría más grande que he sentido, las únicas mujeres que venían con ellos éramos nosotras, hasta llegar a Enrique Granados que ya salían hombres y mujeres, los acompañamos hasta la Rambla de Cataluña y nos preguntaron que himno queríamos que tocasen y les dijimos, el “cara al sol”, pues es de los que más simpatía sentía por haberle oído tantas veces por la radio, aunque muy quedo, por temor a las denuncias, pero a pesar de todo, cada noche estábamos hasta la una y media escuchándolo y después haciendo comentarios, me parece un sueño que ya ha pasado todo esto, después la segunda alegría que he recibido durante éste tiempo, fue al ver a Joaquín o mi niño como sigo llamándole a pesar de que ya ha terminado la carrera y es teniente. No le conocí, está muy cambiado, que orgullosa debe de estar de tener un hijo tan guapo, ¿verdad? Y ahora me queda la alegría más grande que es el día que vea Vd. y mi chatina, cuanto la hemos nombrado en casa de Anita, pues desde que se marcharon no he dejado ni un Domingo de ir a comer y me estaba hasta las ocho, se ha portado muy bien conmigo y estoy muy agradecida. Yo no tenía más pena que era que me matara una bomba y nunca más verla, pero la Virgen Santísima ha querido salvarnos a todos, lo único que tenemos preocupación ahora es por mi cuñado que se marchó dos días antes con estos canallas y no sabemos nada de él y de Ramón tampoco, mi primo Emilio se pasó con los otros y está colocado en San Sebastián con mi primo Miguel, y a Emilio por cuatro días no le ha tocado marchar.

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De lo que me dice en su carta que no le importa que le hable de casa, Dios da mucha conformidad, pues yo desde que se marcharon no quería ni pasar por la puerta y hasta que vino el niño no había venido, pero más que por nada que me acordaba mucho de todos y me daba una pena tan grande que me daban ganas de llorar. No crean que han dejado ningún mueble, pero de todos los que han dejado, los que se han marchado he podido arreglar el piso de arriba sin gastar un céntimo, y algunos muebles de los que yo tenía, pues como le decía es un poquito más elegante que las celdas de Montserrat, cacharros de cocina y vajilla también hay para arreglarnos, lo principal es que puedan venir a su casa y estar todos reunidos, lo único que no he podido encontrar es una mesa de despacho para el Señor, pero ya tiene otra para poder escribir.

 

Ahora le voy a contar el epílogo de mi vida, que como Vd. decía siempre, se podría escribir una novela. Se lo contaré por encima, pues es bastante largo para escribirlo. Empezaré por decirle que en vista de que estaba tan delgada, no encontraba comida, me decidí a colocarme en la calle a pesar de que tenía mis huéspedes, y me buscaron una casa para hacer limpieza y lavar. No le digo nada cuando levaba las sábanas que no podía sacarlos de lo que me pesaban, hasta ganas de llorar me daban, pero yo misma me consolaba y pensaba, ten paciencia, que a la tarde tendrás cuatro duros y cuatro de ayer son ocho y ya tienes para comprar un cono de manage, entonces me ponía alegre y me conformaba. ¿Verdad que esto es de muy Señorita?

 

¡Siempre la misma! Pero que ganas tengo de verla. Prepárese porque le voy a dar un abrazo más fuerte que el cinturón de hierro, como le digo más arriba que mi vida es una novela, es debido a lo que le voy a explicar, resulta que la Señora me llama un día y me dice que vaya a la farmacia que me entregarán una medicina y que de los cigarrillos al que me la entregue que es el Sr. Tal, ni una bomba de las que tiraron en marzo, que eran de las más grandes, me la tiran a los pies y no me hace el efecto que me hizo el oír pronunciar su nombre, figúrese que era a mi Chato al que iba a ver. Me puse lívida, de todos colores, figúrese que no lo he visto desde antes de la guerra, y menos mal que como había tan poca luz no me conoció.

 

Bueno Señora, me despido que quiero escribir a las niñas. Y es la una de la noche. Saludos cariñosos a todos sin olvidar a la Señorita María Luisa y Vd. reciba muchos abrazos de su affma. María G.

Autor

César Alcalá