Esperar que la imperativa regeneración nacional -y occidental- venga de la mano de los políticos actuales es soñar utopías. Si, como es cierto, la armonía social sólo es posible si el hombre logra encontrarse a sí mismo, la necesaria rehabilitación no puede venir sino de la mano de un humanista que ejerza y promueva la excelencia. O de un patriota pragmático con poder sobre la malevolencia política y la corrupción partidista, como lo fue Franco. Porque el éxito sociopolítico y económico del franquismo es un hecho histórico confirmado y debiera servir de modelo en el presente, a pesar de las insidias y ocultaciones de sus adversarios, quienes, cegados por el fanatismo más avieso, han pretendido y siguen pretendiendo borrar en vano la realidad de dicho período histórico mediante todas las marrullerías y falacias posibles.
Llevar a la práctica el ideal del sabio político, es decir, lograr un sistema democrático basado en la armonía social, establecer una relación firme entre el pensamiento ético y lógico, la religiosidad, la educación y la justicia, resultando de ello una mejor distribución de la riqueza y del poder en la comunidad humana, todo ello, digo, sólo está al alcance de unos líderes hábiles y prudentes, que amen las leyes de la naturaleza, comprendan su ineludible equilibrio y defiendan por encima de todo el código de valores que ha hecho progresar a la humanidad. Una persona capaz de establecer procedimientos didácticos para guiar a las almas hacia la concordia en un contexto histórico significado por largos enfrentamientos civiles y profundas toxicidades ideológicas, como es el caso de España, envenenada por diabólicas doctrinas e insolidarios intereses. Un caudillo, en fin, que refunda la sociedad profundizando en los sentidos religiosos y racionales, compatibilizando ambos para extender la conciliación entre las clases sociales.
Común a todos los hombres es el ser racionales y sentir un innato latido religioso que les liga al fenómeno universal, ese libro abierto que tienen ante sí permanentemente. Esto supone hallarse en posesión de una inteligencia cuya misión es alcanzar la verdad, y de una voluntad cuyo objetivo debe consistir en cultivar el bien. Descubrir esta verdad y realizar este bien, concordando las más dispares tendencias, siempre que exista en ellas buena fe, es lo único que puede detener el instinto destructivo derivado de las visiones estrechas y parciales. Si, como pretenden los nuevos demiurgos en su satánica arrogancia, el hombre ha de considerarse a sí mismo sólo como un animal más de la fauna terrestre, mirará exclusivamente a sus intereses egoístas y, consecuentemente, quedará enfrentado a todos los demás.
El líder del futuro, pues, ha de estar situado enfrente de esa elite globalista que pretende convertir los principios cósmicos del límite y de lo indeterminado en una nueva mezcla, en una insólita revolución del Nuevo Orden para tratar de confundir a la humanidad sumiéndola en el caos intelectivo, destruyendo la virtud de entender y de sentir, es decir, la lógica y la religiosidad; convirtiendo en ininteligible el orden natural de las cosas, todo aquello que es perfectamente reconocible y comprensible a través de la razón o del espíritu. Porque para estos magnates y señoritos enemigos de la humanidad, el universo y dentro de él el ser humano, no es una obra hermosa ni está bien acabada.
Para los potentados financieros internacionales, la ciencia, manejada según sus particulares intereses, logrará hacer la copia perfecta del mundo ideal y es este el que han proyectado y siguen proyectando sus matemáticos, físico-químicos, sociólogos y filósofos. Pues reniegan de que el orden natural constituye también un orden moral y consideran que, tras una ojeada al mundo físico para recabar algunas certezas, la razón científica, exenta absolutamente de religiosidad, podrá continuar sin más ayuda que la de su orgullosa omnipotencia material. De este modo, su estudio es el camino no para aproximarse a la divinidad, sino para sustituirla. ¿Para sustituirla por quién? Por el diablo.
Y es precisamente para evitar que, mediante su violencia ideológica, los poderosos impongan a los demás, en el plano nacional o internacional, unas leyes que garanticen su posición de privilegio, y para evitar así mismo que los débiles sólo reaccionen en la medida que lo exija su vientre y sus más primarios instintos, por lo que ese futuro caudillo ha de perseguir el imperioso objeto regenerativo que exige toda sociedad libre. Siendo consciente, al hacerlo, de que la naturaleza es comprensible y puede descifrarse a través del pensamiento y del alma. Y consciente, además, de que, para impedir el mundo de tinieblas, pergeñado por espíritus malignos, cada uno de los sabios que nos han precedido es un eslabón de la cadena que ha conducido a la investigación del ser humano en particular y del universo en general. Al progreso que ha hecho de la Civilización Occidental una Idea de la que se sienten orgullosos y dignos sus conservadores y herederos.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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