El Castro de Ulaca responde al nombre de unas ruinas que, al suroeste de Villaviciosa, pequeño anejo de Solosancho en la provincia de Ávila, conservan los restos de una civilización que no permaneció. Sucumbió tras heroica y valerosísima resistencia ante el empuje cartaginés. Cuando Roma y Cartago, las dos potencias del momento, se disputaban la Península Ibérica en el trascurso de las guerras púnicas.
Subir a Ulaca cuesta trabajo. Pero una vez allí los duendes que los vetones, tras su derrota y muerte, allí dejaron hace ya más de 2200 años nos reconfortan espléndidamente con los paisajes que desde Ulaca contemplamos. Con las remembranzas que nos hacen soñar sus ruinas y con el tomillo y el romero que son los únicos fieles que hacen guardia en todos los recovecos vacíos de Ulaca. Ellos son, los tomillares y romerales, los que derraman su aroma sin escatimar, envolviendo con él, a todos aquellos que a su tiempo pisan los suelos pétreos, yermos y callados de la olvidada ciudad.
Al sur, la sierra escarpada. Al norte el valle de Amblés con sus múltiples pueblecitos, y al fondo Ávila. Al oeste, Villatoro y el sol en su ocaso. Al este, Sotalbo y su ruinoso castillo de amorosas leyendas.
Tres son las destruidas murallas antes de comenzar a ver las plantas de las antiquísimas viviendas arruinadas. Aquí y allá aparecen complicadas oquedades en las rocas, destinadas, en aquellos pretéritos tiempos, al adecuado aprovechamiento del agua que las nubes lloraban. Del cementerio no hemos de hablar ya que en Ulaca todo es cementerio. Gris, musgosa y en pie aparece la roca tallada que en su día fuera altar de sacrificios. Podemos observar, aún hoy, en su parte inferior, el pequeño saliente que al sacerdote sirviera para sentarse, y en esta posición, esperar que la sangre de la víctima, derramándose sobre su cuerpo, le purificase y revitalizara.
Ibico e Icasta, por el hecho de amarse, perecieron a la vera de aquella piedra hace ya más de veinte siglos. Ambos se amaron. Aunque para Ubico su padre, el rey, hubiera previsto a Adaja; y para Icasta, Tuero fuera el destinado.
Cuando la Luna depositaba su rayo cristalino, claro y vertical sobre la piedra inerte, después del ronco sonido que, a manera de macabra y trágica señal, produjera un cuerno agorero, el amor fue apuñalado en los jóvenes pechos de Icasta y Ubico.
Tras la ejecución, Arron, rey de Ulaca y padre de Ubico, se suicidó juntamente con sus guerreros más prestigiosos.
Ulaca, inundada en sangre, fue tomada por las huestes cartaginesas. Posteriormente, durante la segunda guerra púnica ésta sería arrasadas por las legiones romanas. Ulaca dejo de existir. Hoy Ulaca sólo es olvido, silencio y ruina.
Dicen las gentes que por los alrededores habitan que hay noches, que desde allá en los altos donde duermen las piedras desordenadas de Ulaca se oyen voces. Las voces de Icasta y Ubico. Voces que andariegas recorren los valles, los montes y los barrancos, anunciando a todos cuantos las oyen la eterna duración de su amor.
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Unas piedras y una historia que no conocía llenas de belleza e interés.