08/09/2024 21:33

Sin duda, uno de los recuerdos más gratos de mi último viaje por Europa –aparte de la inmejorable compañía de mis buenos amigos Itzíar e Ignacio– es haber tenido la oportunidad de contemplar in situ algunas de las obras de don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez conservadas fuera de España. Por un lado, en el Museo de Historia del Arte de Viena –el famoso Kunsthistorisches– y, por otro, en la Galería Estense de Módena. En el primero, pudimos disfrutar de los diez lienzos del maestro sevillano allí albergados –la mayor colección fuera de nuestras fronteras1– y, en Módena, del extraordinario retrato de Francesco I d’Este.

Milagrosamente, además, pudimos ver estas obras a solas; circunstancia afortunada que siempre contribuye a una mejor observación y disfrute de la pieza artística. De hecho, en el Kusnthistorisches también pudimos pararnos ante los magníficos óleos de Correggio2 y Lorenzo Lotto3 sin tener que padecer las aglomeraciones y ruido tan habituales, por desgracia, en la mayoría de los grandes museos.

Así, a la huella indeleble de aquellas pinturas en nuestra retina –la fisonomía y mirada de los retratados, el color de los ropajes y la técnica del artista– se añade el recuerdo mágico de aquellas salas libres de toda interferencia: la luz que bañaba la estancia, el tono y textura del papel recubriendo los muros, los marcos, el silencio impregnado de paz… Sobre todo, el silencio. De modo que ni el cansancio por el largo viaje ni el debido a las dimensiones del museo –las piezas mencionadas parecen una especie de “cebo” para “animar” al agotado visitante, ya que se hallan ubicadas en uno de los extremos de la pinacoteca– merman la hermosa conciencia de una experiencia única. Y es precisamente por la excepcionalidad de estos factores adyacentes pero tan valiosos, que sentimos la necesidad de recreamos en ellos y compartirlos; pues a la sensación de plenitud experimentada ante aquellas obras maestras se suma el privilegio de su contemplación sin distracciones.

Las pinturas vienesas de Velázquez corresponden a su última etapa, entre 1653 y 1659. Obras de madurez en las que despliega su maestría, tanto en la penetración psicológica de los retratados como en la combinación insuperable del dibujo y la mancha de color. Ahí están los retratos de los infantes Baltasar Carlos4, Felipe el Próspero5 y de la infanta Margarita de Austria, incluido el de esta última vestida con traje azul, donde a la sobria grandeza de cada obra en su conjunto se suma el virtuosismo de cada una de las partes. Nuestros ojos se detienen admirados por la aparente sencillez de pequeños detalles que equilibran la composición y muestran la destreza de don Diego: las campanillas prendidas en el trajecito del infante Felipe el Próspero, el perrito sobre la silla a su derecha, las magníficas flores en un pequeño jarrón en el retrato de la infanta Margarita niña; los breves toques de luz que salpican los vestidos de matices; el gesto y cabellos perfectamente resueltos, apenas sugeridos con ligera y sutilísima pincelada…

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Pero esto no es todo. Tras un largo periplo por Austria, Eslovenia y, ya en Italia, habiendo visitado Trieste, Vicenza, Verona, Mantua, Cremona, Reggio Emilia y Arezzo, llegamos a Módena; ciudad conocida por sus fábricas de coches deportivos –las firmas Ferrari, Maserati o Lamborghini tienen allí su sede–, su célebre “aceto” balsámico y, por supuesto, por la Galería Estense; probablemente, la mejor pinacoteca de Italia. Una afirmación que tal vez parezca osada, habida cuenta de la calidad de otros museos y galerías como la Barberini (Roma), Brera (Milán) o Chiericati (Vicenza), pero que no resulta descabellada si atendemos a aspectos meramente museísticos; y en este sentido destacan la amplitud de sus salas, la altura de sus techos, su luz natural, la calidad de los suelos, la disposición y reparto de las obras en cada estancia, así como la claridad de sus cartelas explicativas.

Dicho esto, el cuadro de un jovencísimo Francisco I de Este, Duque de Módena y Reggio6, realizado por Velázquez en 1638, ocupa un lugar destacado en la Galería Estense, siendo su mayor reclamo junto a la efigie del mismo Francisco esculpida por Gian Lorenzo Bernini pocos años después. Lo que nos lleva a reparar en la extraña circunstancia de que alguien tan joven fuese retratado por los dos artistas más grandes de su época en sus respectivas áreas.

De hecho, haciendo memoria, sólo nos viene a la cabeza un caso similar: el del papa Inocencio X, cuyo retrato por Velázquez en 1650 se halla igualmente en Italia, concretamente, en la Galería Doria Pamphilj de Roma.

En el retrato de Francisco I ejecutado por el maestro español se aprecian ya reunidas todas las virtudes por las que será admirado: equilibrio y claridad compositiva, frescura de trazo, resumen perfecto de la forma, riqueza de matices, dominio del color y anticipación del factor perceptivo. En cualquier caso, no queremos granjearnos la ira del lector extendiéndonos en descripciones que, por pertinentes que nos parezcan, no pueden sustituir la contemplación directa de los óleos del genial sevillano. Nada más lejos de nuestro propósito, por lo que, a la espera de que ustedes puedan visitar próximamente Viena, Módena y Roma para ver los originales, valgan en su defecto las imágenes adjuntas.

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Santiago Prieto Pérez 

1Otras obras de Velázquez fuera de España: Vieja friendo huevos (1618), en la Galería Nacional de Edimburgo; La cena de Emaús (c. 1620), en la Galería Nacional de Dublín; Tres hombres a la mesa (1617-18), en el Hermitage de San Petersburgo; Retrato de doña Inés de Zúñiga (1633), en la Gemäldegalerie de Berlín; Retrato de joven caballero (1623-30), en la Alte Pinakothek de Múnich; Autorretrato (1643) en la Galería de los Uffizi de Florencia; Almuerzo de campesinos (1618-19), en el Museo de Bellas Artes de Budapest; o las siete pinturas conservadas en la Galería Nacional de Londres: Cristo en casa de Marta y María (1618); Inmaculada Concepción (1618); San Juan Evangelista en Patmos (1618-19); Cristo contemplado por el alma de un cristiano (1626-32); Retrato de Felipe IV de plata (1631-35); Retrato del arzobispo Fernando de Valdés (c. 1641-42) y la famosa Venus del Espejo (1647).

2 Júpiter e Ío (1531-32) y Rapto de Ganímedes (1531-32).

3 Retrato de hombre joven vestido de rojo (c. 1500); Retrato de hombre joven con lámpara (c. 1506); Retrato de caballero con una pata de león (h. 1527); Triple retrato de un orfebre (1530).

4Hijo de Felipe IV e Isabel de Francia, nació en 1629. Falleció en 1646, con apenas 17 años.

5Hijo de Felipe IV y Mariana de Austria nacido en 1657. Fallecido prematuramente en 1661.

6Francisco I de Este (1610-1658) gobernó una amplia región que abarcaba los ducados de Massa y Carrara, de Guastalla, Mirandola y Reggio Emilia en la región de Emilia-Romaña. Ferrara dejó de pertenecer a los Este tras el fallecimiento del duque Alfonso II de Este en 1597.

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