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El martes 30, plazo tope, robo de Hacienda. Mientras, dos amigos – trabajando en conspicuo banco y administración- me informan, simultáneamente, que ayer les vaticinaron que en los próximos meses «volverían a teletrabajar».
O sea, traduzco: se prepara otro secuestro domiciliario. Ambos coinciden en las fechas: enero, clave. El 11 de julio, manifa en Madrid contra ello, pero antes insumisión fiscal. Ahí sí les duele. Las manis, poca pupita vaginal (grande, Chiquito) al Poder.
Hacienda desvalija
Objeción fiscal contra una Hacienda que saquea sistema y sistemáticamente a sus compatriotas. Los sicarios del fisco, llegado el caso, cobrando sus bonus. Mientras, otros, muy jodidos. Inicuo reparto entre los miembros de las favorecidas castuzas y los pluralísimos pesebrales que apoyan la agenda globalista. Rechazo al latrocidio, además, por cuestiones éticas.
Impuesto, imponer, imposición
Impuesto, imponer, imposición. Etimología nítida. Impositus, impostus. Nos lo recuerda El Drogas, eminente letrista de Barricada. Estos cerdos tienen que aprender quién es aquí el que manda. Sí, amo y señor. Sí, bwana. El Leviatán, monstruo que solidifica y acrisola el absolutismo coronado de los siglos XVII y XVIII. El Estado perfeccionando la extorsión a sus súbditos.
La tributación obligatoria, su arma predilecta. Saquean nuestros bolsillos, expolian nuestras almas, arruinan nuestro tiempo. Lo llaman colaborar al bien común. Son la polla de obscenamente divertidos. El desfalco legal exigiría una razonable rebelión. Atentar contra la tributación de tal forma que no solo logremos reducirla sino eliminarla como forma de financiar opíparamente la opresión estatal-capitalista.
Afanando por lo legal
Sinteticemos, grosso modo. El Estado no tiene derecho alguno a quitarme los frutos de mi trabajo, por lo que es bueno recordar que la tributación es equivalente a la esclavitud o el robo. El régimen estatal es, esencialmente, corrupto y corruptor. Un sistema de latrocinio institucionalizado. Seguir cebando indefinidamente a ininteligibles castas privilegiadas. Como el propio Estado, sus esbirros, al fin y a la postre, solo atienden esencialmente a sus propias necesidades y deseos y depravaciones varias.
La moral estatal, la posibilidad de ir a la trena, la privación de la propiedad, entre otras, configuran las condiciones que permiten y toleran la coerción y el consenso necesario para garantizar la tributación. La objeción fiscal deviene premisa axiomática para no continuar contribuyendo al mal. Los impuestos estatales, en sus variantes municipales, regionales o nacionales, tanto da, son el más desvergonzado de los hurtos legales, alientan sistemáticamente la megacorrupción y el clientelismo y garantizan la dominación de la putrefacta élite parasitaria sobre el resto de la sociedad.
Masacres, no: ni abortos ni milicos
Obvio. El Estado, con su brazo ejecutor estatal-capitalista, se dedica a actividades inmorales, antiéticas y destructivas. El pago de impuestos, durante estas calendas en nuestra patria, inevitablemente provee de fondos a estas actividades. Con mi pasta, no. Ni un céntimo de euro para dos aberraciones intolerables. El borne, agónico linde, de la conciencia.
Para quien esto escribe, dos límites infranqueables. Asumir que tu miserable sueldo, ganado costosísimamente en el tripalium (fascinante herramienta de tortura romana de donde procede la palabra trabajo) no debe ir dirigido a fomentar el exterminio industrial de criaturas no nacidas ni a impulsar injustificadas masacres militares. Asumir, como transpira uno de los personajes de la estupendísima película Más extraño que la ficción, que decide resistir fiscalmente y no pagar parte de sus impuestos al Gobierno por no estar de acuerdo con «el porcentaje económico que nuestro Gobierno dedica a la defensa nacional, rescates corporativos y fondos de campaña discrecionales».
Dudar, al menos
Lo dicho, como la prota de la peli, la hipnótica a la par que hechizante, Maggie Gyllenhall, al menos, si no rebelarse, dudar. Y rebelarse, claro. No pagar. En fin.
Autor
- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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