Cuando a personajes como Pedro Sánchez se les desaíra y se les pone contra las cuerdas reaccionan siempre como los malos perdedores que son, victimizándose y rompiendo despechados todo aquello que se opone a su paso, especialmente los espejos que retratan su naturaleza de psicópatas. Como su irresponsabilidad cívica y su soberbia les impide el decoro y la actitud moral, caminarán por la senda que les marca su naturaleza y, en el caso de nuestro presidente, continuará cavando sañudo la tumba de su odiada España y la de sus opositores, sin percatarse de que, paso a paso, también va cavando su propia tumba.
Por sus preferencias y ademanes y sobre todo por su odio a la verdad y a la Cruz, es fácil advertir en él un espíritu vulgar y malévolo: le place lo vil, y se divierte con el engaño y la humillación de los demás. Pedro Sánchez, ese títere del globalismo y traidor de su patria, sobreviviente político gracias a la alianza con variopintas sectas políticas incompatibles con la honradez y el progreso, ha irrumpido, tras su breve y tragicómico período de meditación y clausura, escenificando un artificioso fortalecimiento, erigiéndose incluso como líder de un fantasioso proceso revolucionario universal.
Es decir, como nuevo dios que añadir a ese particular Olimpo de nuevos demiurgos que ya padece la humanidad gracias a la Agenda 2030 y sucedáneos. Y no cejará de utilizar la imagen y las prácticas arrogantes y destructoras del déspota en lo que le reste de carrera política, que no son otras que las de morir matando, porque respira con felicidad y lozanía en ambientes de devastación y muerte. Envuelto en arrebatos de soberbia, de narcisismo o de impotencia, persistirá en su acción exterminadora sin que le tiemble un solo músculo de la cara.
El problema de Pedro Sánchez es que, aunque sabemos de su morbosa habilidad para la impostura y para aferrarse al milagro político, ya le quedan pocas cartas para el juego, pocos triunfos para ganar y poco género para vender. Pero también sabemos que, con su absoluta carencia de escrúpulos y confiado en su capacidad para la trampa y en su apoyo narcopopulista y globalista, lo va a seguir intentando, no sólo porque le aterra una vida sin el sillón del poder, no sólo porque sin el sillón podría llegarle la muerte política, la lapidación por sus propios aliados de hoy y la cárcel, sino porque ninguno de entre los que se le oponen a nivel nacional -y no me refiero a los barones socialistas, hipócritas que sólo cacarean- parecen contar con la fuerza suficiente para despojarle de la púrpura. Sólo vemos hoy en nuestra depredada España unos pocos héroes individuales que se juegan la vida movidos por un prurito justiciero, por un anhelo de libertad y de rectitud que delata indirectamente a la desvergüenza institucional en todos sus estamentos y a la cobardía e ignorancia social.
De ahí que el doctor aún se sienta inmune y lo suficientemente protegido para proseguir, «con más fuerza si cabe», en su desgobierno, presidiendo a esos chisgarabises suyos cargados de insidiosa ideología. De ahí que, amparado en sus apoyos internacionales y atrincherado en su cúmulo de derrotas electorales, hábilmente calculadas por los secretos enredos poselectorales de Indra y sus recuentos, considere que el éxito de quedar segundo, pues ya es un experto en conseguir la victoria final yendo de derrota en derrota, le da para proclamarse líder mundial de ese fantasioso y fiero «proceso revolucionario» con el que sueña pasar a la Historia.
En definitiva, esta es la atmósfera que ha creado el frentepopulismo en la España de hoy, y que ahora se pretende universal gracias al nuevo faraón Sánchez. Pero digamos de paso que, en cuanto a tal atmósfera, no sólo es Sánchez el traidor. Aquí y ahora, y durante la ejemplar y democrática Transición, hay y ha habido multitud de traidores. Sánchez y el frentepopulismo están donde están porque han sido ayudados, por activa o pasiva, por lo mejorcito de cada casa.
En numerosas ocasiones, es cierto, la Historia ha visto pasar por sus páginas a significados criminales que, acompañados de una especie de hado, consiguen superar no pocos obstáculos y salir bien librados de múltiples adversidades hasta que la Providencia, repentinamente cansada de sus excesos, designa inexorablemente el momento de su castigo. Pero el problema de España es que sus ciudadanos ayudan muy poco al Destino para que los libere; es decir, que no existe verdadera oposición al Mal. El problema es que los que debieran ser firmes enemigos de sus victimarios no demuestran tanta tenacidad y perseverancia como ellos encarnizamiento y rencor.
De lo que no cabe duda es de que Pedro Sánchez y su neofrentepopulismo han llevado las cosas a tal extremo que no es extraño presentir, del mismo modo que nos desasosiega la inminencia de una tempestad, que los resultados del estado de corrupción creado por el presidente y sus socios -y por sus antecesores- van a precipitarse, y que sea cual sea el desenlace que nos reserve el futuro serán deprimentes. Porque son varias décadas de degradación continuada y el tejido social está absolutamente podrido y desgarrado.
No habrá solución hasta que los actuales españoles, abandonando su mansedumbre ordinaria en favor de intenciones más belicosas, decidan montar esos patíbulos que hayan de servir para ahorcar -sociopolíticamente hablando- a los malos políticos, a los funcionarios venales, a los empresarios ventajistas y a los jueces prevaricadores que compran los favores de la corte -del Estado- a cambio de la libertad y de la justicia del pueblo. España está huérfana de un líder, individual o grupal, capaz de hacer de todos los grupos críticos con el Sistema una misma bandera. Y también del mínimo valor para reconocer que la patria está caída, y que cuando uno cae es cuando uno se levanta.
Pero es obvio que ni PP ni PSOE, con sus socios frentepopulistas, que son quienes la han derribado, pueden ni quieren levantarla. Dentro de este pueblo convertido en plebe, sólo está dispuesto a doblarle la rodilla una minoría de voces críticas que aún luchan para que el valor y la sangre derramada de las víctimas no les salga de balde a los victimarios, ni les sean útiles las injusticias y las deslealtades, ni obtenga premio la cobardía y la claudicación.
Y todo ello sin olvidar, aparte de la farándula institucional y de la torva Justicia ya mencionadas, el patético papelón de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Y, por supuesto, sin olvidarnos de la deslucida, descuidada, enigmática o tancredil actitud del Rey. Porque, aunque ustedes, mis amables lectores, no se lo crean, España es un reino y tiene un rey. ¿Para qué? ¡Ah! No quisiera pensar que, precisamente, para su ruina.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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ESTE SANCHEZ PSIQUIATRICAMENTE ESTA INCAPACITADO PARA EL CARGO QUE OCUPA.
ES POSIBLE QUE ACABE SUICIDANDOSE IGUAL QUE NERON.
Muy buen análisis.
Estamos de mierda hasta el cuello y revolcándonos en la mierda con deleite, con unas pocas excepciones.