23/11/2024 21:16
Getting your Trinity Audio player ready...

El hecho es que las relaciones de Don Torcuato con el «protegido» Don Adolfo comenzaron a enfriarse con motivo de la legalización del PCE y no por la legalización en sí, sino por haberla hecho saliéndose del programa que le habían marcado  su «Padrino», el Autor, y Su Majestad, el Empresario… pero más cuando sin consultarlo con él ni con el Rey decidió presentarse a las elecciones del «15-J», ya que el acuerdo, no escrito, aunque sí hablado, entre ellos, había sido la de retirarse tras la celebración de las mismas y dejar el campo libre para caras nuevas (tal vez porque Torcuato sabía que el Rey lo que deseaba era tener de entrada un «Gobierno de Izquierdas» para no caer en el error de su abuelo Alfonso XIII) . ¡Y es que «el chico de Cebreros» quiso volar ya por su cuenta!… ¡y voló!  Y ganó las elecciones y siguió siendo Presidente.

 

«Don Torcuato» no, el «profesor» cumplió su palabra y nada más conocerse los resultados de las urnas se fue a ver al Rey y le pidió que lo relevara, con unas palabras escuetas: «Señor, lo que Vos me pedisteis un día ya se ha conseguido, la Monarquía ya es democrática. Así que mi misión ha terminado». La respuesta real fueron el Ducado de Fernández Miranda y el Toisón de Oro.

 

Pero, de cómo pasó aquellos casi tres años y cómo terminaron sus relaciones con Suárez y con el Rey escribí antes y después de su muerte hoy me voy a limitar a reproducir parte del relato que incluí en mi libro «Retratos Políticos»:

                 

Pasó el tiempo, yo tuve que dejar la dirección de “El Imparcial” (esta es otra historia en la que él también participó) y me fui a Barcelona a dirigir el famoso “Brusi”. (Por cierto, que allí conocí a otro de los políticos clave de la transición. Don José Tarradellas… ¡qué gran personaje!).

 

Fue a la vuelta, ya en la primavera de 1980, su última primavera, cuando volvimos a vernos y a hablar en profundidad. Él me invitaba a comer en el despacho que utilizaba en la calle Abascal y yo le llevaba los “últimos” rumores” de la Villa y Corte. Pero ya no era el Torcuato de 1975, ni el de la “transición modélica”. La seguridad, el convencimiento, el torrente de ideas de entonces habían dado paso a un pesimismo rayano en la náusea, parecía como asqueado de todo, desilusionado, desesperanzado, un místico de la catástrofe… Curiosamente entonces se volvió más locuaz, al menos conmigo. Repetía con insistencia que había que repristinar…

 

– ¿Y qué es repristinar? – le pregunté.

 

– Prístino es lo antiguo, lo primitivo, lo primero, el origen. Cuando yo hablo de repristinar estoy queriendo decir que hay que volver al origen.

 

– ¿Y cuál es el origen en este caso?

 

– Hubo varios, querido Merino, varios… El primero. La elección de Suárez. El segundo, la etapa constituyente, y el tercero, la configuración del “Nuevo Estado”. El artículo 2 y todo el Título VIII fueron un gran error. Pero, por encima de esto, hubo algo más grave, mucho más grave: la mediocridad, la falta de visión de Estado… Sólo te digo que ahora mismo me siento el Unamuno de “Niebla”, aquel Augusto Pérez no me deja dormir”.

 

En abril de 1980 saqué “El Heraldo español” y “resucité” a Hamlet… y Torcuato volvió a llamarme. Su “discurso” era ya el del porvenir de España. Como aquel Unamuno y Ganivet cuando el desastre del 98. Tras la moción de censura socialista contra Adolfo Suárez del mes de mayo, nos vimos para comentarla “humillación” política que había sufrido el Sr. Presidente. Torcuato entonces me abrió los ojos: “No le des más vueltas ni te pongas enfrente del toro sin muletas. El PSOE va a llegar al Poder te guste o no te guste. Además, el Rey lo está deseando e inspirando…”

 

Pero fue ya en junio cuando tuvimos la conversación más interesante de nuestra “vieja amistad”. Pocos días antes de San Antonio me llamó y nos citamos, una vez más, para comer… Y hablar. En aquella última conversación Torcuato, el siempre difícil Torcuato, me abrió su corazón y casi con lágrimas en los ojos me contó su tragedia. Quizás porque yo le acorralé nada más sentarnos a la mesa:

 

– Pero cuándo, cuándo te diste cuenta que los personajes se te habían sublevado, cuándo te diste cuenta que habías perdido el control de la situación…

– Mira, Merino, hoy me vas a permitir que sea groseramente sincero contigo… aunque también te pido que seas groseramente leal conmigo.

 

Y tras una larga pausa comenzó a hablar. En realidad no hablaba conmigo, sino con él mismo. ¡Pobre Torcuato!.

LEER MÁS:  29 de septiembre de 1833 hace 188 años que murió Fernando VII, el rey más nefasto de todos los reyes españoles. Por Julio Merino

 

– … Mis problemas comenzaron cuando comprendí que me había equivocado con Suárez y con el Rey. Bueno, más que con el Rey con la Monarquía, o mejor dicho, con el cómo habíamos traído la Monarquía. Fue un error. La nueva monarquía tenía que haber roto con la monarquía de Franco… Tras el 20 de noviembre tuvimos que dar otros pasos: el Príncipe tuvo que renunciar a sus “derechos franquistas” y empezar de cero. El Consejo de Regencia debió disolver las Cortes, cesar al gobierno Arias y autoinmolarse en favor de un Gobierno Provisional que convocara elecciones generales a unas verdaderas Cortes Constituyentes. Luego debió celebrarse un Referéndum sobre la forma de Estado, para ver qué quería realmente el pueblo español…

 

– Pero, eso era aceptar la “ruptura” que patrocinaba la oposición…

 

– Sí, pero también era nacer sin hipotecas, las que luego nos maniataron, y desde la legitimidad. Yo no era partidario de una Monarquía absoluta, como la que Franco había dejado “atada y bien atada”, pero tampoco de una Monarquía de adorno, como la que a la postre se trajo… y más, cuando en contra de mi criterio, se dio carta de naturaleza al “Estado de las Autonomías y las Nacionalidades”.

 

– Eso hubiera sido la intervención del ejército… de Franco.

 

– No digas tonterías. El ejército de Franco era lo que se demostró cuando la “Reforma Política” y el reconocimiento del partido comunista… Peor es la encrucijada de hoy, porque eso de las nacionalidades traerá la ruptura de España y, antes, la caída de la Monarquía.

 

– Pero ¿y Suárez? ¿y el Rey?

 

– Eso es lo más grave. Antes me has preguntado que cuándo perdí el control de los personajes y de la situación… pues ahora voy a responderte. El día que comprendí que Adolfo era el banquero. Y no pongas esa cara. A buen entendedor, con pocas palabras basta. El banquero sabía que las debilidades tradicionales de los Borbones eran las mujeres y el todopoderoso caballero don Dinero.

 

– ¿Entonces?

 

– Entonces… (y aquí guardó un largo silencio). Lo más grave es que me siento impotente y atado a mi propia biografía. Soy como un esclavo de mí mismo… ¿Cómo? ¿Cómo voy a decir yo ahora, a mis años, que me equivoqué y que he sido vilmente utilizado, sin que alguien me llame tonto a la cara?… Y sin embargo (otra pausa prolongada), y sin embargo, querido Merino, así ha sido. Creo que nos hemos equivocado todos, pero yo más que muchos. ¡Y ésta es mi tragedia! ¡Quise y luché por ayudar a mi Patria y ahora estoy convencido de que no elegimos el buen camino… Me miro al espejo y no resisto mi propia mirada… ¡Y lo peor es que no lo puedo decir, ni puedo hacer nada!… ¡Nada!… Me siento como Prometeo encadenado.

 

– Puedes escribir.

 

– Sí. Y eso estoy haciendo. Pero también ahí me siento atrapado. Me atenaza el futuro de mis hijos… me atenaza el no saber qué puede pasar cuando yo no esté. Me atenaza mi propia vida… me atenazan la lealtad y la verdad. En fin, me siento como los personajes de las tragedias griegas, impotente para “repristinar” y evitar el final trágico impuesto por los dioses… Soy como aquel Tomás Becket en la Catedral…Y me duele España… me duele el cuerpo… me duele el alma… me duele mi vida… ¡Me duele todo!… Como al pobre Carlos II en el último instante de su vida…

 

(Aquí, en ese momento, y lo recuerdo como si fuera hoy, calló hondamente y sus ojos se nublaron de lágrimas rebeldes… Yo estaba anonadado y tan hundido como él. Por eso mis palabras posteriores fueron un susurro).

 

– No te pongas así, Torcuato. Tú hiciste lo que tenías que hacer, lo que creías que debías hacer…

 

– Eso es verdad… pero, ¡Dios, qué gran pueblo si hubiese buen Señor!

 

– ¿Y por qué no te confiesas al Rey y le dices todo lo que piensas?

 

– Porque el Rey ya no quiere hablar conmigo… Ahora son otros… Yo resulto molesto… ¿Recuerdas lo de tu “Seneca”? ¡A cualquier precio el Poder jamás es caro!… El banquero lo entendió mejor que yo y ganó la partida. Yo no di importancia a las debilidades humanas.

 

– ¿Y ahora qué?

 

– ¿Ahora? Esperar.

 

– ¿Esperar… qué?

 

– Lo de siempre: que España caiga otra vez en los separatismos (y con las “nacionalidades” aprobadas llegarán, seguro, las independencias. Cataluña y el País Vasco serán las primeras), en la corrupción (el caso Lerroux y el estraperlo serán cosa de risa por lo que ya estamos viendo y oliendo en esta Transición) y en la anarquía política barriobajera…Y yo me siento culpable… ¡groseramente culpable!… Ortega tenía razón: no es esto, no es esto… ¡Delenda est Monarchia!… La Monarquía se suicidó con la Constitución del 78. Jamás debió aceptar el Rey quedar sólo de árbitro. Un jefe de Estado no puede ser una figura decorativa. Fíjate ni siquiera la República cayó en eso. Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el poder de designar al Presidente del Gobierno y el de cerrar Las Cortes y convocar elecciones generales. El Rey tuvo que “reservarse” esos derechos y, por supuesto, el veto a la participación de España en guerras exteriores. Ni tampoco debió aceptar que el Tribunal Constitucional cayera en manos de los políticos. Bueno, Merino, dejemos actuar al destino, esto ya no tiene remedio… ¡Hemos vuelto a perder otra ocasión histórica!… Dentro

LEER MÁS:  Debate sobre ideas personales: Monarquía o República. Por Julio Merino

 de unos días me voy a Londres, cuando vuelva te llamaré, quiero que leas algo de lo que tengo escrito… y sobre todo lo que estoy escribiendo ahora. ¡Que Dios me coja confesado!

 

Pero Torcuato murió aquel 18/19 de junio, y ya no volvió. (Curiosamente vino a morir el mismo día del aniversario de la batalla de Waterloo…). Su cerebro y su corazón no resistieron. Y aquella noche, al conocer la noticia de su muerte, Hamlet se sentó una vez más a la máquina y escribió, llorando, el adiós postrero al “viejo amigo”. Un largo artículo que bajo el título “MUERE EL AUTOR DE LA “TRAMPA SADUCEA”” comenzaba diciendo: “Esta noche Hamlet está de luto. Esta noche Hamlet llora la muerte del maestro. Esta noche Hamlet, apesadumbrado y triste, desesperanzado y melancólico, medita sobre los vaivenes de la fortuna y el destino de los grandes hombres. Esta noche, negra noche de un día del mes de junio, a caballo casi entre la primavera y el verano, Hamlet ha comprendido, de golpe, que los dioses están enfadados… y que sus “poderes fácticos” se han desatado contra España. En fin, esta noche Hamlet llora hondamente la muerte de su amigo Torcuato Fernández Miranda. Elsinor está de luto y nadie se atreve a romper el dolor del príncipe de Dinamarca…”

 

¡Ay si don Torcuato levantase la cabeza y viese cómo está España a la altura de este ya casi 2012!. Un Estado de las Autonomías que ha llevado a España al desastre; la corrupción más grande que conocieron los siglos, si ya hasta el yerno del Rey mete la mano y los pies en las cajas, y una Monarquía que se tambalea. ¡Menos mal (que no hay mal que por bien no venga) que aquel hombre íntegro, sibilino, culto y previsor no llegó a ver todo lo que los demás estamos viendo!. ¡Ironías del destino!. Aquel destino en el que al final vino a depositar sus desilusiones y desesperanzas.

 

Y esto lo escribía en 2012. Han pasado 8 años y, desgraciadamente, los hechos acaecidos en estos años le dan más razón, y razones, a Don Torcuato: las Autonomías  — decía, dijo, defendió— romperán la Unidad de España y «lo» de las Nacionalidades puede ser el final de la Monarquía. ¡Acierto pleno!… El Rey, su Rey, no sólo tuvo que abdicar sino que está amenazado con la cárcel o el exilio y la Unidad de España,  tal como están ya Cataluña y el País Vasco, puede saltar por el aire antes de que termine este fatídico año (y no sólo por el coronavirus y sus asesinos).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.