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Dedicado a mí querido y respetado amigo, al Ilmo. sacerdote, Don José Ignacio Dallo Larequi, fundador y director del quincenal Siempre P´alante

No han sido ni son sus enemigos, que son los de España, quienes le han vilipendiado y no reconocido, son aquellos españoles a los que salvó de la dictadura comunista y a quienes dio orgullo, paz y progreso.

Para empezar digamos que el fulgurante ascenso de Franco tanto a nivel militar como político se debió a su excepcional personalidad humana no exenta de una sólida formación intelectual y a su enorme pericia militar forjada desde sus primeros años como teniente voluntario en la Guerra de África. Personalidad que unida a su pragmatismo en el ejercicio del poder, determinó su autoridad indiscutida e indiscutible en la Cruzada y en la Paz. En la Paz, decimos, pero no en cualquier paz, sino en la paz -como decía San Agustín- fundada en la tranquilidad del orden, que es fruto de la justicia: “opus iustitiae, pax”.

Franco fue de los contadísimos generales de entonces que no tuvo veleidades políticas durante la II República -a la que defendió hasta que no fue posible-, por eso, cuando llega la hora de la verdad, la hora que anuncia el centurión arengando a la batalla tras el fracaso estrepitoso de lo  que se diseñó como un golpe de Estado, fue aupado como Generalísimo de los Ejércitos para combatir la Dictadura Comunista que quiso implantar el Frente Popular.

Terminada la gloriosa Cruzada -que en eso fue lo que se convirtió el Alzamiento del 18 de julio de 1936 desde el primer minuto por lo que el Bando Rojo quiso destruir y aniquilar para siempre, y que finalmente se evitó- y conquistada la Paz, el 1 de abril de 1939, que iniciaba el tiempo de una rectificación histórica, Franco, Caudillo de los Ejércitos victoriosos, es aclamado como Jefe de Estado de la Nueva España, la España Nacional que dio cobijo a todos los españoles. Cuya prueba máxima fue su Obra.

Y no defraudó. No defraudó, porque se convirtió en el gran Estadista de la paz y el progreso de España, desplegando una multitud de facetas de una importancia fundamental en unos años difíciles para dar confianza a una nación diezmada en vidas y recursos por la acción de tres años de guerra generalizada en todo su territorio; así como burlando el peligro exterior que se cernió sobre España tras la finalización de la II Guerra Mundial. Peligro que siguió existiendo bastantes años después de haber finalizado la contienda  mundial; incluso durante toda la vida del Régimen de la Victoria, amenazado no tanto por la Unión Soviética, que era lo propio, como por la Europa aliada con la Masonería, a la que hoy el populista Papa Berglogio da valor moral al declarar “Venerable” a Robert Schuman, uno de los fundadores de la Comunidad Económica que no admitió a España, no tanto por su competencia económica como por su inquina a Franco y a lo que representaba.  

Así pues, con estos antecedentes no caigamos en el ridículo de decir o considerar que todo esto ocurrió porque sí. No ocurrió porque sí, y quienes tenemos un sentido trascendente de la Historia -(Mateo 28, 16-20)- de sobra lo sabemos al proclamar a Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios. Pero reflexionemos porqué pensamos así.

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Tomemos entonces como guía a Santo Tomás de Aquino, germen de todas las verdades de orden natural, que es por lo que el progresismo postconciliar que se incrustó en la Iglesia ha borrado casi absolutamente su magisterio.

Santo Tomás concibe la creación -el  cosmos, la vida animal y vegetal y al hombre- como un todo salido de Dios. De ahí que esa creación, llegada la Plenitud de los Tiempos, tenga que volver a Dios, algo así como para rendirle cuentas, porque está anunciado: (Mateo 13,44-52). Ahora bien, Dios no se ha limitado a crear y dejar las cosas que sucedan, la creación necesitó un Redentor que se hizo Hombre como nosotros y que intervino en nuestra historia. Intervino, e interviene, y nada de cuanto ocurre sucede sin su intervención. Por eso, si la creación sale de Dios y vuelve a Dios, Principio y Fin de todo lo creado, debería regirse por la Ley que Dios mismo puso en su naturaleza. Esa es la Ley Natural de la cual arranca el orden humano, esa Ley que rigió en la España de Franco, y que hoy el Nuevo Orden Mundial quiere arrumbar definitivamente.

El comportamiento abyecto a su recuerdo y a su obra comenzó a fraguarse durante el régimen que acaudilló. Que fue perdiendo la tensión, o lo que es lo mismo, la memoria de una Cruzada ganada a sangre y fuego. Eso fue lo que ha determinado todo. Pongamos un solo ejemplo de los muchos que podríamos dar. Y el ejemplo es bastante significativo. 

A los veinticinco años de aquella Gesta que salvó a España y a Europa de caer en manos del comunismo, ya no se celebró la Victoria, sino la paz. Pero, ¿de qué paz se hablaba? y ¿cómo se había conseguido? Pues sobre eso no se decía nada, se hablaba de una paz como concepto neutro y con la significación que cada cual quisiera darle. Al margen de dejar de contarse la historia tal como fue, y en este sentido he hablado mucho con mi buen amigo Jaime Serrano de Quintana. Al tiempo que comenzaron a desaparecer de las aulas de los colegios e institutos, incluso de los colegios privados católicos, los retratos de José Antonio, capitán indiscutible de la Cruzada, hasta terminar descolgando los del propio Franco antes de que falleciera. Con ese lastre, es natural que el comunismo se infiltrara a través de una planificación que siempre contó con la gente de dentro en la Iglesia, la Universidad y en la fábricas. Y que a mediados de los años setenta la infiltración fuera en estos tres sectores absolutamente determinantes para lo que luego se proyectó y ha ocurrido. “Velad y orad…”, nos dice el Señor: (Marcos 14:37-38). “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros…” Nos dijo Franco en su Testamento  

A partir de su fallecimiento, el 20 de noviembre de 1975, y tras perjurar su sucesor a título de Rey a lo que se comprometió y había jurado defender, esa falta de tensión y lealtad que había venido impregnado todo el tejido institucional del Régimen es aprovechada para hacer una labor de ingeniería mental sobre la sociedad española, que durante bastantes años después al fallecimiento de Franco todavía se declara mayoritariamente “franquista”: admiradora de la figura y de la obra de quien había sido su Caudillo indiscutido e indiscutible. Dos personalidades de aquél tiempo pasan ya al juicio inapelable de la Historia como los dos grandes traidores: Torcuato Fernández Miranda y Manuel Gutiérrez Mellado, ambos, curiosa o no tan curiosamente, fallecidos en circunstancias extrañas y no del todo aclaradas.

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Labor de zapa que se venía proyectando sobre la España de Franco da su primer gran zarpazo en el Congreso de los Diputados, al condenarse el Alzamiento del 18 de Julio -como si una recua de traidores, corruptos e incompetentes pudieran borrar la historia-, y lo más grave fue que dicha condena se hace con la abstención del Partido Popular, muchos de cuyos diputados escupen sobre la memoria de sus padres. A lo que ha seguido la “ley de memoria histórica socialista”, sólo denunciada por una minoría, con su consiguiente destrozó implementado en primer tiempo de saludo por las Fuerzas Armadas, abjurando de uno de sus mejores soldados, y bendecida por la jerarquía de la Iglesia, a la que Franco y los Ejércitos de la Victoria bajo su autoridad salvaron in extremis. Y ambas instituciones, aun no pudiendo pensar que llegarían a tanto, se cubren para siempre de ignominia al consentir por acción u omisión la profanación de los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos, que es por lo que Berglogio nunca será reconocido por muchos como un auténtico Papa.

Con todo, Franco se alza como figura histórica mundial excepcional por su valor y pericia militar en la guerra contra el Comunismo, y por sus extraordinarias dotes de estadista como constructor del progreso y bienestar de España. Se alza frente a esta canalla que ha formado y conformado el régimen corrupto y corruptor que padecemos, y que en la presente hora está dando sus últimos estertores de vida. Y ojalá termine pronto. Un régimen corrupto y corruptor que ha contado con la colaboración de la Jefatura del Estado, con todos sus poderes e instituciones, y con el indolente carácter de una sociedad que durante cuarenta años no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Una sociedad de mal nacidos, porque mal nacidos son quienes no son agradecidos.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha