28/12/2024 15:13

Como escribió Schopenhauer, en El arte del buen vivir, «lo que hace desgraciados los años de juventud es la persecución de la felicidad, emprendida con la firme suposición de que puede encontrarse en la existencia. Ese es el origen de la esperanza siempre desengañada, que engendra a su vez el descontento». La juventud, y más en esta sociedad desnortada que padecemos, está llena de exigencias y de aspiraciones a lo vago, que le quitan ese reposo sin el cual no hay felicidad. Pero el joven, que por naturaleza tiende más a la acción que al reposo, no deja de creer que puede conquistar el mundo, sin detenerse en el análisis de la realidad.

Por eso, para muchos jóvenes no adiestrados en el desengaño y colmados de expectativas hedonistas, las horas de estas fechas navideñas habrán sido y serán, tensas, frustrantes y fastidiosas. Y no exentas, además, de incidentes desagradables, de niveles excesivos de alcoholemia e incluso, en los casos más extremos, causa de la propia muerte. Y toda muerte joven resulta un acontecimiento desconcertante, por anómalo y terrible, porque es el final de un proyecto de vida, esto es, de una promesa, y porque todo joven usa la vida con cándida prodigalidad, creyendo que no tiene fin

Aparte de la revolución que en términos políticos se tradujo años después, la principal herencia revolucionaria del mayo francés del 68 fue la atmósfera de laxitud y transigencia en las costumbres sexuales y cívicas. A partir de entonces, las normas éticas y de convivencia, basadas en el equilibrio de un código de derechos y de responsabilidades, se desniveló a favor de los primeros, dejando a los deberes en el olvido. Los Señores Oscuros, que ya llevaban unos años pergeñando su Nuevo Orden, supieron, sin duda, sacar provecho de aquel movimiento y consiguieron utilizar a la juventud y a su simplista búsqueda de felicidad como un ariete más para desestabilizar el Antiguo Orden, representado por las tradiciones y la cultura de Occidente.

¿Cómo? Desarticulando a la sociedad en general y dejándola huérfana de valores sociales y morales. Y, en particular, deformando a la juventud y haciendo que a ésta se le considerara irresponsable de sus actos y se le concedieran los atributos y la veneración social, en versión disipadora y ruin, que el orden antiguo había reservado para los ancianos y los sabios. Se acabaron sus ataduras, sus compromisos y sus cargas, eximiéndoles de dar cuenta de sus actos a sus padres, en primer lugar, y luego a la vecindad, al municipio, a la justicia y a la patria. Con lo cual, riéndoles las gracias una y otra vez, se consiguió formar una juventud lactante, de permanente adolescencia, masa blanda para ser moldeada a gusto de los amos y útil para el desarrollo de sus agendas.

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La clase política, a través de los correspondientes Gobiernos, fue la correa de transmisión necesaria, utilizada metódicamente por el Sistema para desarmar a las sucesivas generaciones de adolescentes, desautorizando a padres y profesores. Leyes aberrantes, permisivas y contrarias a todo código de principios, como las del aborto y de género, añadidas a una idolatría hacia la cultura de la vulgaridad, del botellón y de la muerte, desterraron de los hábitos sociales los derechos civiles de los padres hacia los hijos en asuntos formativos.

De esta forma, sin mecanismos educativos ni autoritas, es decir, sin raíces familiares ni modelos cívicos, la juventud inmadura -junto con el feminismo radical y su consiguiente sexofobia o heterofobia- ha sido uno de los sustentos principales para desmoronar -destrozando su cédula básica- la secuencia natural de transmisión instructiva y de valores con la que hasta ahora ha coexistido la civilización occidental. ¿Qué han aportado, qué aportan o qué aportarán estos jóvenes a sus hijos? ¿Podrán hallar una forma recta de comportamiento en su convivencia social futura, teniendo en cuenta que la intención del Sistema es que sean de su exclusiva competencia, a través de unos Estados envilecidos y esclavistas?

Situados en esta tesitura, los expertos en la cosa dicen que han detectado un progresivo despertar de la juventud, y que aquella frase que los jóvenes de hace 56 años escribían en las paredes de las universidades (No le pongas parches, la estructura está podrida) es la misma que, con sentido opuesto, tienen grabada ahora en su mente. No sé si esto obedece a un excesivo optimismo o si es una realidad. Frente a esta esperanza, la experiencia nos muestra que, en general, a la juventud forjada por el Sistema aún no se le ha secado la leche en los labios. Es decir, continúa siendo hija del consumismo y resistiéndose a crecer.

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Y como lo más lógico es que siga abducida por los señuelos ofrecidos por éste, imbuida de bullicio y diversión, una de las primeras acciones regenerativas ha de consistir en recuperarla, atrayéndola hacia el respeto del deber, del compromiso y de los principios. Porque sin duda, la educación de nuestros jóvenes, como casi todo lo demás, se ha ido degradando a lo largo de la nefasta Transición, gracias a los cambios sociales y políticos que estos años nos han deparado, es decir, gracias a la voluntad de degenerar el cuerpo y la mente de la población, y de manera específica de la juventud. Si queremos la regeneración de la sociedad, la futura Educación ha de procurar que cada joven sepa que ha de educarse no sólo en el aula, también en el respeto a sí mismo y a los otros.

El problema es que en la corte faltan ejemplos y personas ennoblecedoras. De ahí que en ella los prudentes y los inocentes corran peligro. Y de ahí, también, que todo componente enaltecedor sea decisivo. Una juventud sana y consciente de su importancia como segmento social es un factor dignificador imprescindible. Porque proseguir por el camino marcado por los amos, consistente en apreciar la vileza, acomodándose a ella, y despreciando a su vez los valores cívicos y morales, es aceptar el éxito de una cosificación pervertidora y humillante. Es someterse a la mutación ideada por quienes adulando torpemente a los jóvenes esperan recibir también de ellos el espaldarazo revolucionario, esto es, deshumanizador.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Alvar

Todo cierto, pero me gustaría añadir que nada de esto habría sucedido sin el «placet» de la jerarquía vaticana a partir de los años 60. Desde que Juan xxiii, llamado (sarcásticamente) el papa bueno (siendo masón hasta tal punto que se hizo colocar el solideo cardenalicio por el presidente masón de la república francesa) abrió el Concilio vaticano II.
Ha sido esta facción eclesial modernista, no católica la que a los mandos de la Iglesia ha colaborado para mundanizar y desarmar al hombre actual.

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