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El caso más sangrante de todos fue el del general López Ochoa, que no solo fue asesinado sino que grupos de milicianos recorrieron calles de Madrid con su cabeza incrustada en una bayoneta
Anoche, cansado ya de leer y escribir, abrí la radio y me encontré sin buscarlo un debate sobre la situación y la actuación de los generales el 18 de julio… y escuché tantas barbaridades y tal desconocimiento del asunto que volví a uno de mis libros (“La tragedia de los generales españoles 1936”) para certificarme los muchos errores que había escuchado a los “expertos” en temas militares.
Vamos a clarificar las cosas. Primero que para saber realmente cómo se comportó el ejército y qué ejército había en aquel momento, el 18 de julio de 1936, no hay más remedio que recurrir a la inmensa obra del general Salas Larrazábal. Don Ramón Scribe con tal rigor y documentación que para cualquiera que esté verdaderamente interesado por la verdad es la Biblia.
Sigamos. Naturalmente aquel día, 18 de julio, fue también una tragedia para los generales en activo e incluso para los retirados… y claro está, también ellos se dividieron, y unos quedaron a disposición de la República y otros a favor del Alzamiento.
Ahora datos exactos. Los “rojos” fusilaron a 15 generales. Fueron estos:
Emilio Araujo Vergara
Carlos Bosch Bosch
Oswaldo Fernando de la Caridad Capaz Montes
Joaquín Fanjul Goñi
Jacinto Fernández Ampón
Álvaro Fernández Burriel
José García-Aldave Mancebo
Manuel Goded Llopis
Gonzalo González de Lara
Justo Legorburu Domínguez-Matamoros
Manuel Lon Laga
Eduardo López de Ochoa y Portuondo
Francisco Patxot Madoz
Rafael Villegas Montesinos
Miguel García de la Herrán
Y los nacionales, 6, estos: Batet, Campins, Caridad Pita, Núñez del Prado, Romerales y Salcedo
No fue una tragedia, fueron muchas tragedias y unas historias que ponen la carne de gallina. Pero por ser la más sorpresiva, la más trágica, la más espeluznante de toda la Guerra Civil, hoy me conformo con reproducirle la historia del general Eduardo López de Ochoa y Portuondo.
López Ochoa llegó al 18 de julio con un gran prestigio, entre los propios militares y entre los políticos, porque él fue el general que al frente de las tropas del ejército y con la ayuda de la Legión resolvió la Revolución de Asturias. Con lo cual se granjeó también el odio de las Izquierdas.
De ahí que no extrañara lo que sucedió en el Hospital Militar, cuando estaba ingresado tras una pequeña operación. Hasta aquella habitación del hospital entraron un grupo de milicianos que sádicamente le dispararon todas sus balas estando en la cama… y no solo eso, que lo sacaron, le cortaron la cabeza y la colocaron sobre una bayoneta de un fusil y una multitud en masa recorrieron las calles de Carabanchel mostrando la sangrienta cabeza del general.
Pero naturalmente, de aquello hay muchas versiones, y muchos relatos. Yo me quedo con el que le reproduzco, que escribió J. Morán con el asesoramiento de su nieta Elena Ochoa:
“Pocos días después del comienzo de la Guerra Civil, el general Eduardo López Ochoa y Portuondo era detenido por las fuerzas republicanas en un hospital militar madrileño. Una vez fusilado, su cabeza fue seccionada del cuerpo, clavada en un palo y exhibida por las calles de algunos barrios de Madrid. La izquierda española, congregada entonces en el Frente Popular, le consideraba el cruel represor de la revolución asturiana de octubre de 1934. Sin embargo, sobre su hipotética condición de verdugo predomina su carácter «liberal y ajeno a cualquier actitud dictatorial», según el testimonio de su biznieta, la doctora ourensana Elena Ochoa, casada con el arquitecto Norman Foster, quien recupera aquí recuerdos de su antepasado.El vínculo entre la revolución asturiana de 1934 y la posterior Guerra Civil de 1936 cuenta con un apellido reseñable: el general Eduardo López Ochoa y Portuondo (1877-1936), un personaje «humanitario y masón» -según el hispanista Gerald Brenan- que comandó el ejército enviado por Madrid para desmantelar la sublevación minera de octubre. El general López Ochoa entró en la Historia no sólo por la campaña militar en sí misma, sino por la mítica entrevista que mantuvo el 18 de octubre con el líder minero y presidente del comité revolucionario, Belarmino Tomás, celebrada «con fría cordialidad» -según el relato del periodista Juan Antonio Cabezas- y en la que se pactaron las condiciones de rendición de los sublevados.Buena parte de los cronistas estiman que aquel pacto propició un final menos cruento del esperado para la comuna asturiana. Sin embargo, las izquierdas atribuyeron a Ochoa el calificativo de «verdugo de Asturias» y dos años después, justo al comienzo de la Guerra Civil, el general fue detenido por los republicanos frentepopulistas en el Hospital Militar Gómez Ulla, donde se recuperaba de una intervención quirúrgica. Su final fue tan trágico que su cabeza, seccionada del cadáver después de fusilado, fue escarnecida y mostrada por las calles de Madrid ensartada en un palo. Cuando a Elena Foster se le pregunta por aquel calificativo de «verdugo», reacciona con pasión. «¿Acaso no fueron asesinos y verdugos aquéllos que cortaron la cabeza de mi bisabuelo en el hospital de Carabanchel, y pasearon su cabeza clavada a un palo por las calles de Madrid, haciendo mofa y escupiéndole? ¿No son verdugos y asesinos aquellos que, no contentos con cortarle la cabeza, escupir sobre sus restos, insultar y mofarse de su cabeza pinchada en un palo, vejan su tumba en varias ocasiones?» Elena Fernández Ferreiro López de Ochoa (Ourense, 1958) vive en Londres, es esposa desde 1996 del prestigioso Norman Foster, profesora de Psicopatología en la Universidad Complutense (1980-1999), miembro del jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y alcanzó la fama gracias al programa televisivo de principios de los 90 Hablemos de sexo. En el presente, dirige la editorial Ivory Press, que publica la revista C Photo Magazine y otras obras”.
Por la transcripción Julio MERINO
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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