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Las mujeres, mujeras y mujeros que componen la izquierda radical de la política degenerada, actualmente, son feas de cojones, por fuera y por dentro. No soportan ni de lejos el agravio comparativo con las mujeres como Dios manda de la derecha española o el pensamiento liberal que los amancebados, malintencionados y vendidos se empeñan en tildar de ultraderecha. La izquierda aglutina al residuo feministoide comandada por caraduras, sinvergüenzas y amancebadas, frescas y hasta fulanas, entendiendo que las que venden el cuerpo para alcanzar réditos personales y políticos no frecuentan necesariamente las esquinas poligoneras, si bien han refrescado a mediocres profesores universitarios, asesores de narcodictaduras, en aquellos pub donde muchas alumnas aventajadas conseguían aprobados y convertían sus vulgares carreras profesionales en lanzadera de sueños ministrables. 

 
El feminismo es un concepto elegante que dimana valientemente de la lucha de mujeres genuinas, cuando en tiempo de verdadera hostilidad suponían una vanguardia inédita por la igualdad de derechos. Nada que ver con engendros demenciales erigidos como adalides de la justicia en tiempos  reivindicativos de estafa social. Porque estafa es minusvalorar la batalla de las mujeres en histórico mérito, colando una revolucionaria ideología integrista, demagógica y maniqueista en contra de los derechos naturales del varón. 
 
Es normal el aborrecimiento que profesa el feminismo genuino a la lideresa de pacotilla que llegó donde está, ejerciendo-a quién pretenderá engañar-el oficio más antiguo del mundo desollándose las rodillas con afán ventajista. 

 
Son feas en general y sin clase personal por mucho que las monas maquillen la vulgaridad con los pagos de los recursos del Estado, dilapidados con el fin de parecer señoras y de paso arruinar España con miserable intención comunista. Ahí está la peor ministra de Trabajo alabando las miserias de ese comunismo y disimulando la ineptitud tras la ganchuda condición, metafórica, de loro al servicio de las patrañas bolivarianas. 
 
Lo de la otra arribista de fulgurante carrera de payasa en el circo de los inútiles, ha llevado a Barcelona hacia el vertedero sectario de lo miserable y permanentemente degenerado. 
 
Las nuevas políticas son residuos de la dignidad perdida cuando catetas y mantenidas del bajo fondo social, y feas como un susto sociocomunista, accedieron al poder mediante la perversión de muchas instituciones del Estado, facilitado por un avezado estafador y arribista que hizo pinitos de trepa entre efluvios de saunas gay. 
 
A este aquelarre de despreciable ineptitud se debe la ruina generalizada donde un circo de payasos ha frivolizado con la muerte y la vida de los ciudadanos hartos de soportarlo, así pretendan cambiar de marca política por si la meten doblada en próximas elecciones. Los votos que consigan serán proporcionales  a los millones de mantenidos por los chiringuitos montados a cuenta del asfixiado contribuyente. 
 
Ay, si el Tribunal de Cuentas fuera consitucionalmente funcional. ¿A dónde irían a parar tantas miserables encubridoras de prostitución infantil, prevaricaciones y malversación? Mucha de la nausea que se provoca en una España, sumida en la chabacanería desde que el cum fraude ocupa La Moncloa, proviene de ese espacio aberrante en que la mujer es denigrada con semejantes puntales del mal llamado feminismo en las garras manipuladoras de individualidades vergonzosas. Son mujeras, mujeros, porque ser  mujer genuina es otra cuestión universalmente digna. 

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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