¿Adónde acudir si la autoridad es inexistente o a perdido su validez, y la experiencia puede darnos sorpresas desagradables? Los que aún siguen vivos están contemplando entre indefensos y atónitos el derrumbe de una ordenación de ideas y creencias sin que antes haya cristalizado una nueva concepción del mundo y de la vida. Y no es la primera vez en la historia que esto ha sucedido. Un proyecto de existencia se viene abajo cuando sus fundamentos son cuestionados hasta el punto de convertirlos en inadecuados. Y es ese desplome de la vida espiritual y social del hombre lo que los nuevos demiurgos están consiguiendo con sus agendas. El problema consiste en que esos hábitos inéditos que tratan de imponernos atacan directamente a nuestra propia condición de individuos, a nuestra dignidad y albedrío, sin ofrecer a cambio explicaciones satisfactorias, sólo intereses de clase, codicias financieras, perversiones bestiales, negaciones espirituales y tiranías ideológicas. De este modo, el nuevo orden queda como un plan diabólico, ajeno a cualquier rasgo de humanidad y de religiosidad, y por ello humillante para la persona, cuya idea de Dios es innata.
Estos tiempos son amargos por muchas razones, una de las cuales es que cuando llegas al edificio de las Cortes y te sitúas ante su umbral, no puedes dejar de pensar que aquella, que debiera ser sagrada, es la puerta por donde la corrupción, la perversión y la mentira tienen entrada.
En realidad, la izquierda y la derecha tradicionales, tal como hasta ahora las hemos conocido, ya hace tiempo que dejaron de existir gracias a una clase política oportunista que, al unísono y protegida bajo el manto de las oligarquías financieras, se ha preocupado más de depredar al pueblo que del interés común y de la doctrina cívica.
En estos tiempos, es más fácil ver a un elefante danzando sobre una maroma, que ver premiado al mérito, o que la virtud no sea difamada por resentidos y envidiosos. Todo aquél que quiera instalarse hoy en algún momio público ha de tener tres cosas: diligencia, paciencia servil y escaso merecimiento. Deméritos, envidias, perversiones y codicias son las cuatro patas de la silla en la que se sientan los Gobiernos delincuentes y sus mafias clientelares.
La torpeza de la intelectualidad áulica revela sus prejuicios ideológicos. No amparan con sus discursos los derechos de todos, sino sólo los de sus amigos, los colegas del pesebre. A los pensadores de la bodeguilla y a los titiriteros de la ceja les han sobrevenido estos estudiosos del buenismo, del pensamiento débil y de la basura sin más; un conjunto, en realidad, que no es sino la obligatoria remezcla para llevar a cabo un imposible: el de convencer al mundo de que ellos, los socialcomunistas utópicos, pertenecen a una comunidad sapiente, y que las leyes y la propiedad privada, si no son las suyas, resultan innecesarias, por nocivas.
La patulea roja, ultraizquierdista o socialcomunista, o como quiera adjetivarse, vive empeñada en amenazar a la virtud y en cumplir implacablemente sus amenazas. Tiene la maldad de las gentes que nacen bárbaras y sin conocimiento de sus defectos. Todo ladrón piensa que un hombre que muere honrado es un necio. Y todo asesino irredento está convencido de que sólo sus crímenes están justificados.
Si la realidad está formada por las cosas que pasan, la memoria consiste en recordar las que han pasado. No se trata de recordar unas sí y otras no, a conveniencia, ni mucho menos de silenciarlas o de inventarlas como es costumbre de los malhechores para salvaguardar sus delitos.
La desesperación de las sectas rojas cuando no encuentran sangre que verter, se transforma en melancólica y exquisita satisfacción cuando rememoran sus hecatombes entre drogas y orgías.
A cualquier persona normal le parece increíble que haya seres humanos capaces de hacer de la maldad su modo de vida. Que haya ilusionistas capaces de cantar La Internacional mientras ingieren mariscadas y caviar a manos llenas, regadas con Champagne Moet & Chandon; o que alcen el puño al mismo tiempo que trincan la subvención o esquilman el Estado con ambas manos.
Bien llora un reino ofendido por la maldad de un traidor. Un rey débil enerva a la nación más fuerte. En otros tiempos, un rey nunca quería tener hombres sin honra a su lado; en la actualidad los llama y en su presencia se goza. Un rey que firma delitos o que los consiente con su abulia, es indigno de ser rey; porque honrar la justa ley es honrar a la corona.
Buenista: dícese del ciudadano plácidamente integrado en una sociedad blanda y corrupta, dócil con el poder pervertidor y fácil de moldear.
De mil modos responden ante la amarga actualidad los ciudadanos cobardes, y entre ellos ninguno expresa deseos de responsabilidad cívica, generosidad, ni justicia.
Quien a su negrero vota o de sus artes se fía, o es un rastrero cobarde o tiene poca cordura. Al contrario, aquél que traición castiga es espíritu discreto. Apocarse en los agravios es acción de innobles pechos, y dilatar la condena es causa de menosprecio. Si aherrojado está el bellaco, a salvo se halla el honor, así al menos yo lo entiendo.
Paráfrasis de Lope de Vega en El bastardo Mudarra: Ya les cortan la cabeza. ¡Victoria! ¡Viva la patria! ¡Así se pagan, felones, las traiciones contra España! Tú, Transición desleal, has de morir abrasada con las gentes que te hicieron, pues si fuiste alevosa y causa de mil desdichas, hoy recibirás la paga.
No existe el bien sin el mal, ni hay un mal tan excesivo que no deje un hueco al bien para plantar la semilla de la regeneración. Esto es, de nada sirve rogar a Dios si no persistes en golpear, día tras día, al diablo y a sus hijos con el mazo.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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ESO SE DEBE A UNA CRISIS ESPIRITUAL DE LOS VALORES, Y ESO NECESARIAMENTE NOS LLEVA AL ABISMO, POR ESO EL MUNDO ESTA COMO ESTA, GUERRA,ODIOS, ETC.ETC.