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Mientras se dispone a subirnos el IRPF, el Gobierno antifranquista y antiespañol que padecemos nos conmina a que pasemos frío y desempolvemos los candiles de las buhardillas, porque la energía, que ellos iban a abaratar cuando gobernaran, está muy cara. Hay que ahorrar gas y luz, porque los tiempos están muy mal. ¡Si sabrán ellos que están mal, cuya única ocupación durante su paso por la política consiste en arruinar lo fecundo y destruir lo edificado! 

Pero ¿se puede pedir austeridad cuando desde arriba no se predica con el ejemplo y la casta política gobernante es un modelo de arbitrariedad e ineptitud, de despilfarro y de inmoralidad pública y privada, como lo demuestran diáfanamente sus múltiples y boyantes lóbis y su interminable y protegida inmigración, para los que siempre hay numerario? Ellos, por lo visto, sí que pueden, porque su propósito siempre ha sido el de que nos conformemos con las sobras de sus mansiones, de sus latrocinios.

Siervos son ahora del NOM, pero siempre lo serán de la más ruin canalla que sustente la tierra. Todos ellos, como los mozos de mulas, tienen su naturaleza de rufianes y de cacos. Si a sus amos y patronos, que así llaman ellos a los que llevan en sus mulas, les contentan, saben que serán recompensados. Y no hay mayor contento para el amo que depredar al pueblo. Y el pueblo comerá de las sobras de los ricos, que es la mayor miseria que ha de soportar la ciudadanía. Comerá de las sobras o estará a diente, y tan feliz.

Pero la realidad es que estos frentepopulistas, que se autodefinen como defensores del pueblo y con su palabrería tratan de monopolizar la opinión de los marginados y los trabajadores, han fracasado y se han puesto en evidencia una vez más -como viene reiterándolo la Historia-, arrastrados por su índole depredadora y delictiva. Su resentimiento y su deseo de desvalijar y destruir es tan desaforado que se confunde con la locura. Su vida puede considerarse como una prueba de que, entre todos los vicios de la naturaleza humana, ninguno hay tan fecundo en males para la sociedad como el fanatismo cuando se mezcla con la villanía y la codicia. 

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Y con la perversión. Porque, ahora, sus cómplices pervertidos -de derecha y de izquierda-, toda esa mafia rosa LGTBI a quien no le importa que su prójimo pase esclavitud y penurias en tanto ellos se puedan refocilar en sus ciénagas libertinas, están al quite, dispuestos a defender, con pródigas subvenciones y todo tipo de insidias, sus alcantarillas, sus imposturas ideológicas que con tanto desmán y habilidad practican.

Nadie duda de que la gran conquista de los políticos de la Transición y de sus condicionales, que empezó a desvelarse y coger forma, no a fraguarse, bajo el régimen felipista, es la de haber conseguido la miseria de la nación y el envilecimiento político y moral de nuestra sociedad. Con ellos en las tertulias al uso, en las redacciones, en los tribunales, en las universidades y en los parlamentos hemos descendido hasta el fondo, y allí disfrutamos nuestra calidad de ruina sumergida. 

Pero, a pesar de todo, esto no sería posible si no hubiera un pacto más o menos implícito entre este régimen nauseabundo de la Transición y la mayoría social, por el cual ésta renuncia a sus derechos a cambio de que la dejen pasarlo lo menos mal posible y no la asusten mucho; es decir, que la recluyan sólo unos meses, que pueda divertirse con la tele tonta y con las redes sociales autorizadas por el ojo censor, pervertirse con ellas y vacunarse no más de cuatro veces al año con sustancias nocivas para la salud. Todo ello mientras desde las podridas instituciones se ejerce un despotismo corruptor que ha humillado todas las normas democráticas y despreciado canallescamente al pueblo.

El caso es que se ha llegado a la aceptación social de la imposición fiscal abusiva y de la corrupción como base del Sistema, y por lo tanto la sociedad es cómplice mientras tolere tal situación. Cuando desde el poder se instala como pauta y objetivo de vida pública la mentira, la perversión y el «todo vale» para los instalados, se está envileciendo la convivencia; y la pasividad ante tal conducta implica una connivencia culpable de la ciudadanía, además de la dejación de su dignidad como ente soberano. 

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Puede decirse a estas alturas de la película, sin que exista la menor duda, que la casta política de la Transición, con los frentepopulistas y antifranquistas activos a la cabeza, pasará a la historia como aquella que, además de vender y traicionar a España, propició y generalizó la desmoralización y perversión colectiva. Unos políticos, unos Gobiernos y una complicidad institucional como éstos que venimos padeciendo, que, además de robar y despreciar al pueblo, han fomentado la abyección en todos los aspectos, en todos los ámbitos y en todos los individuos, son algo más dañino que una epidemia, porque nos anuncian el final de toda esperanza.

Y el final de la esperanza, como el final de las utopías es lo más decepcionante que puede anunciarse a la Humanidad, cuyos avances fundamentales se han debido prioritariamente a ellas. El caso es que, hoy, el buen político, el preferido por los patronos del NOM y por esa mayoría electoral que se deja putear a gusto, es aquel que carece de escrúpulos para vender a su patria por treinta monedas, para devastarla y de paso arruinar a sus conciudadanos, exigiéndoles austeridad, mientras los despoja y se enriquece con sus despojos. El buen político es aquel mediocre, con alma de saqueador, que no causa problemas al Poder Global constituido, y lo obedece a costa de la deslealtad y de la explotación más vergonzosa hacia sus gobernados.

 

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.