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La semana pasada, martes 14 y miércoles 15 de junio, se celebró en Madrid el “I Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo. Memoria para el futuro”, organizado por la Universidad CEU San Pablo y la Comunidad de Madrid.
Una de las “mesas de debate”[1] reunió a María Jesús González –madre de Irene Villa–, al director de cine Iñaki Arteta[2], a María San Gil –vicepresidenta de la Fundación Villacisneros–, y al periodista Florencio Domínguez –presidente del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo–. Todos ellos, con una larga trayectoria en defensa de las víctimas de la banda terrorista ETA.
Sobre la mesa, una cuestión principal: la verdad frente al “relato”. Esto es, la verdad frente a un cuento chino acorde a los intereses políticos, falso por necesidad, que no disguste a los asesinos ni a sus cómplices.
En dicho contexto, recordó María San Gil la última acepción de la Real Academia de la palabra “relato”: “Reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología o de un movimiento político”. Y éste, sin duda, es el quid de la cuestión desde hace años: el blanqueamiento de los crímenes de los socios del Gobierno y el amordazamiento de las víctimas bajo la falsa acusación de pertenecer o servir a la “extrema derecha”. Como los camioneros, los agricultores en huelga o cualquiera que moleste al Gobierno o a la izquierda y sus medios.
En relación a los interesados en un relato político por completo ajeno a la realidad, San Gil afirmó: “La derrota de ETA es una de las mentiras que nos han contado […] El proyecto político de ETA no está deslegitimado […] Se cuenta una historia que no ha sido porque no queremos que las siguientes generaciones sepan la verdad de lo que ocurrió. Porque entonces tendremos que señalar con el dedo a los responsables […] por acción y por omisión”.
En este sentido, Iñaki Arteta fue muy claro recordando “la responsabilidad indirecta o moral en el terrorismo” del nacionalismo vasco, y apuntando la aberración que supone que el propio nacionalismo participe en la elaboración de un relato sobre la historia del terrorismo: “El nacionalismo vasco está participando en algo en lo que no debería participar, que es en contarnos lo que pasó, porque es parte interesada”.
Arteta apuntó también las causas de la duración y éxito del terrorismo denunciando no sólo las “complicidades políticas del nacionalismo y de la Iglesia nacionalista”, sino la responsabilidad de la izquierda española: “Las simpatías que genera el nacionalismo entre la izquierda está detrás de la duración del terrorismo”.
Así mismo, el director de cine subrayó la anomalía implícita en la separación interesada e intencionada del terrorismo y la ideología que lo alentó: “¿Cómo es posible que una ideología que amparó el terrorismo durante tanto tiempo e hizo tanto daño no sólo a las personas sino a la propia democracia; cómo es posible que deambule entre nosotros, en la política, con normalidad? Sabiendo que detrás de ellos hay 50 años de terrorismo de los que no se han apeado”. Porque, sin duda, es una perversidad “normalizar” la anormalidad de que los cómplices de los asesinos sean blanqueados como “demócratas” en el Parlamento: “Esa foto de los diputados de Bildu con los socialistas en el Congreso de los Diputados, eso transmite peores informaciones que si no se enseñara nada (sobre el terrorismo) en los colegios. Sería preferible que no se les enseñara nada en la escuela a que se puedan transmitir esas informaciones de normalidad de algo que no es normal”. Y esa idea de que los terroristas y sus cómplices “están entre nosotros y no hay que molestarles”, no sólo conlleva una distorsión completa de la realidad, de lo que está bien y lo que no, sino que, a la postre, justifica y premia los crímenes.
Algo sobre lo que también habló María San Gil para explicar el cambio de rumbo en la política antiterrorista tras llegar Zapatero al poder: “con Aznar, ni matar ni dejar de matar tenía premio”. Pero con Zapatero se decidió integrar a los terroristas en el sistema legalizando sus marcas políticas y permitiéndoles no sólo concurrir a las elecciones sin haber condenado los asesinatos, sino gobernar sobre miles de ciudadanos vascos previamente intimidados durante décadas. Y, claro, ante semejante iniquidad “las víctimas molestan porque recuerdan lo que se hizo mal”.
Además, la aberración de conceder poder político a los asesinos ha hecho aflorar contradicciones escandalosas que no pueden taparse fácilmente. En palabras de San Gil: “La apelación a las víctimas para que perdonen contrasta con la laxitud en el cumplimiento de las penas y la generosidad con los verdugos (a los que no se exige un arrepentimiento para acceder a beneficios penitenciarios como su acercamiento a cárceles próximas a sus domicilios)”. O, como bien apuntó el propio Iñaki Arteta: “No hay presunción de inocencia con la ley del ‘sí es sí’ y, sin embargo, no se discute que haya un garantismo legal absoluto con los terroristas”.
De ahí la perversidad del “relato”, no ya sólo por la tergiversación de los hechos y su incompatibilidad con la realidad histórica, sino por la imposibilidad de disimular el engaño. Y es que ninguna verdad puede resultar de un apaño o negociación que establezca una equidistancia entre las víctimas y los verdugos. Y, como bien señaló Arteta, “las dejaciones, omisiones y complicidades también son relato”.
Por otra parte, no quedó demasiado claro qué mensaje quiso transmitir el señor Florencio Domínguez[3] cuando apuntó que “tenemos que asumir que hay muchos casos que han prescrito y eso no tiene vuelta de hoja”, o que un 40 % de asesinatos sin resolver no era tanto, teniendo en cuenta que el porcentaje de asesinatos no resueltos en Irlanda o en Córcega era mayor. O cuando explicó que hubo terroristas que murieron en distintas circunstancias –porque les explotó una bomba o en enfrentamientos con la policía– y eso impide el esclarecimiento de los atentados en los que participaron.
Tampoco sabemos qué quiso decir Domínguez, –y no queremos pensar que tenía el propósito de enmarañar– cuando dejó caer que en el proceso de paz en Irlanda del Norte se acordó la liberación de todos los presos en un plazo de dos años. Y nos negamos a creer que quisiera justificar la concesión de terceros grados o la liberación de etarras por el artículo 33, o el acercamiento de los asesinos a sus lugares de origen sin la colaboración –como dicta la ley– en la resolución de los 379 asesinatos que aún quedan por aclarar.
En todo caso, lo más triste es ver que la madre de Irene Villa agradezca que se celebren estos congresos “para arroparnos” (a las víctimas) y que, a falta de Justicia, mientras se homenajea ilegalmente a los asesinos liberados con el silencio cómplice de la Fiscalía y de la inmensa mayoría de los partidos políticos del sistema, los ciudadanos de bien tengan que conformarse o puedan consolarse con tan poco.
[1] Mesa redonda “Reconstrucción de la memoria. Divulgadores de la dignidad”: https://www.youtube.com/watch?v=WtxQpF-HV-0
[2] Autor, entre otros, de los documentales: “Olvidados” (2004); “Trece entre mil” (2005); “El infierno vasco” (2008); “1980” (2014); “Contra la impunidad” (2016); o “Bajo el silencio” (2020).
[3] Autor de “Las claves de la derrota de ETA” (2017).
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