21/11/2024 19:52
Getting your Trinity Audio player ready...

Un día, cuando ya preparaba su “Ley de Defensa de la República”, le preguntaron a don Manuel Azaña  por qué se prestaba a defender a la República si en aquellos momentos la República no tenía enemigos (hacía solo 1 mes del 14 de abril) y aquel sibilino y resentido don Manuel respondió: “Ya lo sé, no hay enemigos a la vista, pero si un asesino en potencia te está diciendo que en cuanto pueda te va a matar y tu no haces nada, y la policía tampoco, porque eso son “palabras”, meras palabras, y las palabras no se pueden detener ni encarcelar… hasta que un día el de las palabras te da 3 puñaladas y acaba contigo…¿y entonces?…¡ah, entonces el asesino a la cárcel y asunto zanjado! Sí, pero tu estarías muerto”

Señores, es lo que aquí está pasando y lo que tenemos ante nosotros. Los independentistas catalanes están diciendo por activa y por pasiva (como hoy mismo ha hecho público el provocador y victorioso Puigdemont en un documento que “EL Correo de España” recoge en otras páginas) que no quieren ser España, que ya no son España, que ya no tienen por Rey al Rey de España y que van a emplear todos los medios y todos los recursos posibles para independizarse de España… y el Gobierno calla (y hasta el Rey calla, maniatado como está por la Constitución) y calla la prensa y callamos todos… porque hasta ahora todo eso son palabras y las palabras son libertad de expresión y democracia.

Pero, al menos en mi criterio, y en el de muchos ya, ha llegado la hora de actuar, aunque solo sea por aquello de los romanos: “si vis pacem, para bellum” y más vale prevenir que curar. Hay que dejarse ya de filosofías y de diplomacias y de reuniones  y de diálogos y hay que tomar medidas drásticas y hacer una Ley urgente que castigue sin piedad la apología del independentismo.

También Maimonides lo decía:  «Si sabes o temes que un mal viene a tu encuentro no esperes a que llegue, sal a buscarlo y lucha contra él antes de que él te ataque… solo así podrás vencerlo»). Porque de eso se trata. De prevenir y atajar el cáncer del «procés» nacionalista hacia la independencia y la República catalana antes de que el Gobierno central, el Estado, se encuentre con el «hecho consumado», aprobado en un Parlament donde tienen mayoría absoluta, en un «Pleno exprés», publicado en el «BOC» y sin tiempo para que actué el Senado y apruebe otra vez el 155. ¡¡ Eso sí que sería un problemón !!

Pero ¿cómo atajar un mal antes de que dé la cara? / ¿Qué cómo? Está claro, evitando que se haga apología del independentismo y de un nuevo Estado catalán. / Eso es imposible, la Constitución ampara el derecho y la libertad de expresión y de opinión, y el Código Penal, también. La opinión no es delito, ni siquiera si va contra el Rey y las instituciones del Estado. / O sea, que el asesino en potencia te está diciendo que en cuanto pueda te va a matar y tú no haces nada, ni la policía, porque eso son «palabras», meras palabras, y las palabras no se pueden detener ni encarcelar… hasta que un día el de las palabras te da tres puñaladas y acaba contigo… ¿y entonces?… ¡Ah, entonces el asesino a la cárcel y asunto zanjado… sí, pero España habrá muerto!

Bien, ahora sí, hablemos de Azaña y su Ley de Defensa de la República. ¿Por qué se inventa Azaña aquella ley, tan pronto y tan dura? Sencillamente, porque antes que los demás miembros del Gobierno y líderes de los Partidos, se da cuenta de que la quema de iglesias y conventos ha provocado que las derechas católicas, los monárquicos y los conservadores, que habían permanecido callados o escondidos el 14 de abril, despierten y empiecen a hablar sin miedo y eso puede pasar a ser algo más que palabras. Y entonces recuerda lo de los romanos y lo de Maimónides y actúa: más vale prevenir que curar. El 20 de octubre, tras ser aprobado en Consejo de Ministros, el propio Azaña presenta por vía «expres» el proyecto y apenas sin debate (algunas voces que lo tachan de dictatorial) la nueva ley se publica en el BOE (21-10-1931). El Artículo 1º lo decía todo en sus seis primeros apartados:

 

Artículo 1.- Son actos de agresión a la República y quedan sometidos a la presente Ley:

La incitación a resistir o a desobedecer las leyes o dis- posiciones legítimas de la
La incitación a la indisciplina o al antagonismo entre institutos armados, o entre estos y los organismos
La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédi- to la paz o el orden público.
La comisión de actos de violencia contra personas, co- sas, propiedades, por motivos religiosos, políticos o sociales, o la intención a
Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del
La apología del Régimen monárquico o de las personas en las que se pretenda vincular su representación, y el uso de emblemas, insignias, distintivos a unos u otras. (Ver texto completo : https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1931/295/A00420-00421.pdf «)

LEER MÁS:  Lecturas obligadas para un madrileño de cara a las elecciones del 4-M: ¡¡O vosotros o nosotros!! Por Julio Merino

Y con aquella ley se acabaron las palabras. Pero, Manolo – le dijo su cuñado, Rivas Cherif, al terminar la sesión en las Cortes- reconoce que te has pasado. La República no está tan en peligro como tú la ves. / Ya lo sé, ya sé que la República no está en peligro, pero para evitar que el peligro nazca es necesario prevenir /… Pues, eso digo yo con el «procés» catalán tal como lo han planteado el huido Puigdemont, la marioneta Torra y los suyos. Prevenir antes que curar. Hay que resucitar al general Batet.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.