21/11/2024 19:24
Getting your Trinity Audio player ready...

Cuando suceden acontecimientos extraordinarios o desastres, solemos preguntarnos si han ocurrido en un momento oportuno o inoportuno, si han acaecido a tiempo o a destiempo, pero ¿se llega pronto o tarde alguna vez en la Historia? Según Arnold Toynbee, las revoluciones, las invasiones, las guerras e incluso podríamos añadir las catástrofes, no son males absolutos sino castigos estimulantes para enmendar pasados errores. La pregunta obligada es: ¿enmendarán los españoles los suyos tras el sospechoso episodio del coronavirus?

Magnífica noticia sería que el pueblo español actual, que hasta ahora ha demostrado ser un pueblo imprudente, que no sólo no ha procurado liberarse de los gobernantes transgresores, peones de la política trasnacional, sino que los ha elegido y reelegido, despierte al fin. Pero en tanto que esta amalgama de plutocracia, narcotráfico, populismo y bolchevismo se halle en poder de la calle y de la propaganda, nos tememos que no, que millones de españoles seguirán votando a la ignominia cuando se vean en la ocasión de depositar sus excrementos en las urnas.

Unos lo harán por haber encontrado cobijo en la tupida red de intereses generada por la casta de tarados éticos y estéticos a lo largo de estas décadas. Y otros porque se rigen por una jerarquía de valores que aprecia otras consideraciones por encima de las cívicas y las éticas, como es su descreimiento o indiferencia acerca de que lo mínimo e imprescindible que debe demandársele a cualquier gobernante es decencia. Por ejemplo, no matar, no robar, no mentir.

Por desgracia, estamos viviendo hoy en España unas circunstancias bien conocidas ya, aunque de forma mucho más agravada, como es lógico. Porque el caso es que por activa y por pasiva, por la derecha, por la izquierda y por el centro, este desatino sociopolítico que hoy nos humilla, con la excusa de una supuesta -y utópica- inmunidad sanitaria, nos recuerda en el fondo a otros anteriores que también se efectuaron ante los ojos de la sociedad entera y de las instituciones; esas instituciones y esa sociedad que, en su conjunto -exceptuando una minoría ejemplar-, más allá de indignarse u ofenderse, actúan como si nada de todo ello les afectara en el presente y en el futuro o, incluso, bendiciendo el desafuero.

Tanto la debacle sufrida en la década de los 90, durante la inacabable agonía del felipismo, con las cifras de paro disparadas y la economía destrozada; como la terrible situación pagada por las partidistas decisiones sociales, políticas y económicas del zapaterismo, ya iniciado este nuevo siglo, en la que los fanáticos socialistas nos dejaron con la prima de riesgo alrededor de los mil puntos, al borde del rescate y del corralito, han servido de nada. Y que ambos destrozos no hayan servido de enseñanza a la plebe, resulta aún más frustrante si, como se vaticina, lo anterior puede parecernos una fruslería comparado con las aberraciones que el tándem Sánchez-Iglesias se afana en dejarnos como herencia.

Y es que esta inexplicable sinrazón viene siendo una constante en la historia de la España contemporánea. Por lo visto, contra todo entendimiento humano, nada dice a la masa electora el hecho de que, en los tres casos sufridos durante la nefasta transición democrática, se testimonia que fue el socialismo y sus aliados comunistas, ayudados por todo tipo de hispanófobos o de cobardes o venales colaboracionistas, mediáticos o incluso de derechas, quienes aparecen empeñados en arruinar a la nación y a la ciudadanía, a más de triturar las libertades.

LEER MÁS:  Análisis a vuelapluma: ¿El fin de la democracia en España? Por Hernán Pérez Ramos

Porque, aunque bajo la batuta del marxismo cultural, el caso es que los políticos españoles -salvo hoy VOX-, gobiernen o no, han venido demostrando que son meros instrumentos -asalariados más o menos lujosos- de los poderes ideológicos y financieros. Lo cual quiere decir que, con todos los matices que se quieran, en el fondo son intercambiables, porque han coadyuvado para traernos paso a paso hasta esta bancarrota y este enfrentamiento actual.

Y el que lo dude, deberá aceptar que nada esencial, a favor de una regeneradora mejoría, ha sufrido modificación en el Estado por el simple hecho de que unas siglas hayan sido sustituidas por otras. Los mandarines siguen circulando, adheridos como lapas a sus sinecuras, y el Poder, permanece. Un Poder empecinado en un proceso degradador que, de la mano de distintos y sucesivos peones y con la ayuda de un pueblo embrutecido, persigue el objetivo último de hacer de España una nación irreconocible, disolviendo todo aquello que la representa y constituye.

Estremece pensar que con las aterradoras evidencias que se hallan a la vista de todos los que quieran ver, con las tremendas cartas que desde hace décadas hay destapadas ya sobre la mesa, una sociedad sin memoria no haya dejado de apoyar a los directos responsables de la ignominia y de la destrucción. Lo cual demuestra el abismo moral a cuyo borde nos encontramos, cuáles son nuestros principios, la conciencia que tenemos de nuestra cualidad de seres humanos, es decir, de seres sociales. Demuestra, en definitiva, que España en su conjunto es el problema, y que la mayoría de sus electores no votan, se autolesionan. Cuestión de masoquismo. O de sectarismo.

Y ahora estamos en el último legado de la desvergüenza y del envilecimiento del socialcomunismo frente a la Constitución, el Derecho y la Justicia. Toda esta basura moral y mental está presidiendo nuestra realidad política. Los corruptos, los que han convertido la política en una ciénaga, los que han ejercido el poder político de acuerdo con unas reglas mafiosas, los que han encubierto y encubren a los delincuentes del poder, los que han impedido con sus pactos la investigación y el castigo -la cárcel- de tales delincuentes, están de enhorabuena.

Porque fondeados los ciudadanos en este puerto, sin ancla y sin abrigo, la pandilla gobernante lo tiene bien fácil. O permitimos que llegue con su estrategia hasta la catástrofe final, o no tendrá mayor inconveniente en apartarse por unos años, como ha venido haciendo hasta ahora, dejando que sean otros quienes den la cara ante el estropicio, paguen la cuenta y se coman el marrón de este tsunami que ruge cada día más próximo. Ya lo hicieron tras los desastres provocados por Felipe González y por Rodríguez Zapatero, y lo volverán a repetir si no pueden concluir su táctica. El proceso no acaba, se detiene lo justo. Es sólo un paso atrás para tomar impulso.

LEER MÁS:  ¿El pueblo? No me hagáis reír. Por Jesús Aguilar Marina

De ahí que, ante la intoxicadora rumorología que flota en el ambiente, la sociedad esté obligada a no conformarse únicamente con la sustitución de unos trileros por otros, pues todo lo que no conlleve una absoluta regeneración del tejido sociopolítico, e incluso económico, no variará las cosas. (Entre paréntesis diré que ¡ya está bien de esos empresarios que abrazan farisaica y servilmente a los frentepopulistas y les dicen sin abochornarse: «podéis hacer lo que os venga en gana, menos tocarnos la reforma laboral»!).

Y hablando de obligación social, no podemos dirigirnos a todos, por desgracia, sino sólo a esa escasa tercera parte del pueblo que se muestra avisada y responsable, y que, de la mano de VOX -el único partido democrático con representación parlamentaria-, armada de convicciones y de banderas frente a los matones incendiarios, no consiente que el Poder la exprima, explote y enclaustre metódicamente, al contrario que la plebe aborregada.

Sólo podemos dirigirnos a quienes conocen y denuncian la avidez totalitaria de estas lenguas pervertidas que estimulan el odio, desenmascaradas una vez más, con su verdadero rostro de bergantes diabólicos escupiendo su maldad sin resuello. A quienes se enfrentan a los hipócritas que han vuelto a despojarse de sus caretas para mostrar por enésima vez los ultrajes de que son capaces sus almas.

A quienes saben que no es suficiente con que esta gentuza salga del Gobierno, porque mientras no se les encarcele y se eliminen sus células y oenegés parasitarias, mientras no se erradiquen sus cuevas de ladrones y se les siga dejando intacto el poder pirómano de manejar la calle, y el poder vesánico de su aparato de propaganda, España no tendrá solución, y dentro de unos meses retornaremos al lugar de partida, cada vez más indefensos.

Sólo podemos dirigirnos, pues, de momento, a esos españoles de espíritu libre que tratan de defenderse de unos como lo hicieron y harán de otros. Porque saben que defender a España y a la libertad, es decir, defender la propia dignidad, es un gozo individual irrenunciable: el placer de la legítima defensa.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.