En su comparecencia ante Pilatos, Cristo dice de sí mismo que Él ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. El idioma en el que nos expresamos y en el que pensamos es muy certero y de la mentira no cabe dar testimonio. No se puede contar con la mentira; la mentira no construye nada; nada se fundamenta en la mentira; la mentira lleva la marca de Satanás.
Sin embargo, desde que Bacon dejara escrito aquello de “calumnia audazmente, que siempre quedará algo”, la mentira ha ido ganando terreno en la civilización Occidental. No obstante aún se dejó sentir durante los siglos siguientes la herencia cristiana y la mentira se ha mantenido bastante tiempo como una práctica reprobable al menos en el ámbito de lo público.
Es al siglo XXI al que le ha cabido el triste honor de acabar con esta última restricción, al haberse instalado en la política el globalismo, que precisamente porque miente, puede invadir hasta los más mínimos detalles de la existencia de los ciudadanos a través de las nuevas tecnologías utilizadas como medios de control social. Y para botón de muestra nada mejor que las palabras de Pedro Sánchez en la cumbre climática atribuyendo a un fantasmagórico cambio climático las muertes de Paiporta que él mismo ha provocado con sus políticas ecologistas.
Y así es como se está sojuzgando a las poblaciones de los distintos Estados soberanos, especialmente en Europa, con la inestimable cooperación de la Unión Europea que pese a hacer ondear una bandera con la corona de las 12 estrellas que ideó Robert Schuman inspirándose en una vidriera mariana de la catedral de Estrasburgo, apadrina las políticas más agresivas facilitando la sustitución de poblaciones a través de una inmigración no ya imprudente, sino absolutamente suicida.
Ya advirtió el jurista italiano Giorgio Del Vecchio que no podía haber Estado de Derecho sin que el mismo se apoyara en un Estado de Justicia y hoy estamos comprobándolo, sobre todo en España, donde los jueces se han dejado arrebatar la justicia al confesar claramente que ellos construyen el Derecho sobre la bases de la mentira. Porque si no cabe dar testimonio de la verdad porque no podemos saber dónde está, inevitablemente nuestro poder judicial se acaba asentando en la mentira. Y el comportamiento del poder político con motivo del horror de Paiporta abandonando a las víctimas a su suerte no es sino el acta de defunción del Estado de Derecho.
Santiago Posteguillo en la conferencia que dio en la sede del Senado justo después de haber experimentado en carne propia la Gota fría, dijo lapidariamente que si en el decadente Imperio Romano eran los políticos los que se asesinaban unos a otros, son ahora entre nosotros las dos Españas de Machado –entiéndase aquí el añorado bipartidismo de turnos— las que, juntas, asesinan al pueblo.
Javier Montero, Licenciado en Derecho
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