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Rafael López

En un sistema tan profundamente corrompido como el español, esta disyuntiva presenta una enorme complejidad. Estoy convencido que, en esta controversia, mi apreciado rival, Luys Coleto, planteará algunos «territorios comunes» con mi exposición. 
 
En primer lugar hay que situarse y lo mejor es empezar por el principio. España no es una democracia, ni siquiera una democracia imperfecta, es un estado fallido que, cada cuatro años, aparenta como que el voto de los contribuyentes tiene algún tipo de valor. Esa descomunal mentira ya no se la puede creer nadie con un mínimo de inteligencia y perspectiva. 
 
El voto se ha prostituido hasta niveles vomitivos, por ello lo esencial no es mantener la Constitución, y su sistema «democrático» podrido hasta el mismísimo tuétano, como defiende VOX (los únicos honrados del panorama parlamentario), sino crear un sistema de participación por el cual los contribuyentes si dispongamos de capacidad real para decidir sobre nuestro destino y no dejarlo en manos de unas estériles instituciones y de unos inútiles y manirrotos malgobernantes. Un sistema por el que cualquier formación política contraria a la pervivencia del propio Estado sea automáticamente ilegalizada y que las decisiones estratégicas tengan que estar avaladas por el voto de los contribuyentes. 
 
En España votamos muy poco y además ninguna cosa que sea de utilidad. Los políticos traidores, criminales y dictatoriales que nos malgobiernan y sus antecesores (cada uno en su grado), con sus emasculados y espurios intereses, han sodomizado la voluntad popular hasta convertirla en un juego de trileros. Aunque he votado la mayor parte de mi vida y, en algunas ocasiones, también me he abstenido, la devastadora sensación de la nula eficacia de dicho derecho me sugiere la idea de que es el formato el que genera la frustración en muchos votantes. 
 
Los puñeteros padres de la Constitución, a quien Satanás acoja en su seno con toda clase de tormentos por sus fechorías cometidas en vida, parieron un engendro mugriento que ha convertido a España en una dictadura socialpodemita pseudobolivariana en apenas cuatro décadas. Ni se diseñaron contrapoderes eficaces y los tibios contrapesos constitucionales han sido paulatinamente prostituidos por un poder Ejecutivo onnimodo. Con estos resultados justificar la utilidad del voto es tarea hérculea, pero, sinceramente, yo sigo creyendo en su utilidad, siempre y cuando se modifique el vomitivo sistema actual que vampiriza los sufragios para que la canallesca política haga lo que le viene en gana. 
 
Pero si el voto vale muy poco, la abstención no vale nada porque las poderosisimas redes clientelares de los supremacistas-secesionistas vasco-catalanes y de ese contubernio del mal PSOE-PP fagocitaran, como hasta ahora, en su beneficio la abstención crítica que puedan ejercer los contribuyentes.
 
Hay que desconfiar de todos los gobernantes, por ello cuanta mayor capacidad de decisión recaiga en los contribuyentes mejor nos irá, porque se ha demostrado que los países donde más y más cosas se votan, como Suiza, el control sobre el poder político es mucho más efectivo. 
 
Me explico, si los temas importantes fuesen decisión de los electores:
 
– No se subirían los impuestos (¿quién puede estar a favor de incrementar aún más la desorbitada rapiña fiscal actual?), ¡a ver si así estos manirrotos aprendian a utilizar mejor nuestros recursos! 
 
– No habría una Fiscal General del Estado sectaria y liberticida cuyo mayor logro es ser la mamporrera oficial de las viscosas consignas dictatoriales del malgobierno. 
 
– Tampoco habría este malgobierno mentiroso y traidor por haber efectuado un burdo fraude electoral (si mientes a los electores, te vas a la puñetera calle).  
 
– No se subvencionarian ni sindicatos, ni organizaciones empresariales, ni partidos políticos, ni la miriada de asociaciones de todo pelaje que dicen servir A España pero que lo único que saben hacer es servirse DE España.
 
– No se consentiria una inmigración ilegal desbocada que no cumple nuestras leyes y que está perjudicando gravemente la seguridad de los españoles, además de socavar el erario público, a través de los espurios intereses de las asociaciones que se lucran con este tráfico humano.
 
– No se consentirian los privilegios económicos de las mafias supremacistas-separatistas vasco-catalanes. Todos iguales que es lo justo, los supuestos derechos forales e históricos que se los paguen con su dinero. 
 
– El Código Penal recogería la Cadena perpetua para los sanguinarios terroristas (dicen que se va a ir a Marte, como medida de alejamiento me parece la prudente) y los criminales violadores y asesinos de niñas y mujeres.
 
– La propiedad privada se haría respetar implantando una legislación eficaz contra los malnacidos de los okupas. 
 
Creo que hasta Luys Coleto abandonaría su secular abstencionismo para expresar, con su voto, su opinión sobre alguna de estas cuestiones. 
 
En fin, soy partidario de votar pero dándole su valor, porque lo que hemos hecho en España, durante los últimos 45 años de aviesa «democracia», ha sido el ridículo. 
 
 

Si votar sirviese para algo, estaría prohibido. Por Luys Coleto

Si votar sirviese para algo, estaría prohibido. Mark Twain, Emma Goldman o Eduardo Galeano, lo mismo da. Los tres, clarividentes. Hablar de elecciones es aludir sólo a una parte de una estructura de poder que es muchísimo más amplia. Votar es legitimar dicha estructura. Una estructura de domesticación, sometimiento y opresión. Adopte el disfraz que adopte. Y jamás se cumplirá la máxima de Popper, gran maestro del pésimo alumno Soros. «La democracia consiste en poner bajo control al poder político». Y, mientras, el poder político creando falsas esperanzas. Disidencias controladas, si prefieren la terminología. En su día Podemos, hoy Vox. Pasados los años, arriban pataletas, lloros y decepciones.

Todo gobierno es terror, mentira y violencia

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Una fábula oriental nos narra la historia de un grupo de discípulos pleiteando sobre la mejor forma de gobierno. El sabio que les aconsejaba escuchó la pregunta y afirmó, seco y adusto: el mejor gobierno es el que no existe. ¿Era anarquista dicho sabio? Obviamente, no. Era precisamente eso, un hombre sabio.

Cuando cada uno va conociendo el espinoso, complejo y difícil arte de gobernarse a sí mismo, de dirigir su vida con entera y plena conciencia, todo gobierno exterior deviene rotundamente innecesario. Claro está que echando un ojo al panorama mundial con la falsa pandemia, estamos muy lejos de esa meta. Podemos presagiar larga vida a los despóticos gobiernos que utilizan la coacción, el miedo, el terror, la mentira y/o la violencia institucionalizada.

Miles de razones para no votar

Un recordatorio. El ejercicio del voto es un derecho, no una obligación, no un deber como se nos recuerda. Este es un matiz que le cuesta entender a parte de la peña. Y puede ser que no quiera que los partidos me representen, o que no me convence el sistema de reparto de escaños, o que las papeletas sean cerradas, o tener que elegir siglas y no personas, u otras miles de impugnaciones.

También puedo estar en desacuerdo con un sistema que no me permite votar al poder ejecutivo, al judicial, al defensor del pueblo, al jefe del Estado, a los principales administradores de otras entidades estatales y para-estatales, el Consejo de Radio y Televisión Española, en su día las cajas de ahorro, o desengañado con otros aspectos, como la financiación de los partidos, el sistema que rige el incremento de salarios y pensiones de los gallifantes, y un extensísimo demás.

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Y más allá

Votando expropio lo más íntimo de mi ser: representarme. Y delego, horror insuperable. Y se olvida que el sufragio es personalísimo: no se puede vender, mucho menos regalar. Cuando se regala, no se ejerce la generosidad, sino una monstruosa, absurda y desleal transferencia de responsabilidad. Papeletas, todas al fuego purificador.

La abstención «activa» es la única postura razonable. Y decorosa. Una generalizada abstención les arrebataría, todavía más, todo tipo de autoridad moral, de la que ya carecen, y por tanto, sería más fácil demolerlos, mi único y unívoco desideratum.

Votar es legitimar y perpetuar aquello de lo que tanto se queja la basca. La integración de las masas en el Estado mediante su voto es el ideal de los estados totalitarios, aunque posean disfraz democrático. Aunque nos zahieran y agobien diciendo que votar es una obligación social, lo único legítimo y socialmente responsable es no votar. Por inmoral, peligroso y corruptor.

Os ruego que no me pidáis que vote

¿Votar un mal menor? El mal se rechaza siempre. Sin más. Y me acuerdo del grandísimo César Vallejo, España aparta de mí este cáliz. “Y entonces, dirigiéndose a todos, tomó la palabra y les dijo: pedidme que sienta, que pregunte, que busque, que piense, que actúe, que realice, que anhele, que ame, es una forma de no morirse definitivamente en esta sociedad de muertos, … pero, por favor, os ruego que no me pidáis que vote». En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.