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Rafael López
Si votar sirviese para algo, estaría prohibido. Por Luys Coleto
Si votar sirviese para algo, estaría prohibido. Mark Twain, Emma Goldman o Eduardo Galeano, lo mismo da. Los tres, clarividentes. Hablar de elecciones es aludir sólo a una parte de una estructura de poder que es muchísimo más amplia. Votar es legitimar dicha estructura. Una estructura de domesticación, sometimiento y opresión. Adopte el disfraz que adopte. Y jamás se cumplirá la máxima de Popper, gran maestro del pésimo alumno Soros. «La democracia consiste en poner bajo control al poder político». Y, mientras, el poder político creando falsas esperanzas. Disidencias controladas, si prefieren la terminología. En su día Podemos, hoy Vox. Pasados los años, arriban pataletas, lloros y decepciones.
Todo gobierno es terror, mentira y violencia
Una fábula oriental nos narra la historia de un grupo de discípulos pleiteando sobre la mejor forma de gobierno. El sabio que les aconsejaba escuchó la pregunta y afirmó, seco y adusto: el mejor gobierno es el que no existe. ¿Era anarquista dicho sabio? Obviamente, no. Era precisamente eso, un hombre sabio.
Cuando cada uno va conociendo el espinoso, complejo y difícil arte de gobernarse a sí mismo, de dirigir su vida con entera y plena conciencia, todo gobierno exterior deviene rotundamente innecesario. Claro está que echando un ojo al panorama mundial con la falsa pandemia, estamos muy lejos de esa meta. Podemos presagiar larga vida a los despóticos gobiernos que utilizan la coacción, el miedo, el terror, la mentira y/o la violencia institucionalizada.
Miles de razones para no votar
Un recordatorio. El ejercicio del voto es un derecho, no una obligación, no un deber como se nos recuerda. Este es un matiz que le cuesta entender a parte de la peña. Y puede ser que no quiera que los partidos me representen, o que no me convence el sistema de reparto de escaños, o que las papeletas sean cerradas, o tener que elegir siglas y no personas, u otras miles de impugnaciones.
También puedo estar en desacuerdo con un sistema que no me permite votar al poder ejecutivo, al judicial, al defensor del pueblo, al jefe del Estado, a los principales administradores de otras entidades estatales y para-estatales, el Consejo de Radio y Televisión Española, en su día las cajas de ahorro, o desengañado con otros aspectos, como la financiación de los partidos, el sistema que rige el incremento de salarios y pensiones de los gallifantes, y un extensísimo demás.
Y más allá
Votando expropio lo más íntimo de mi ser: representarme. Y delego, horror insuperable. Y se olvida que el sufragio es personalísimo: no se puede vender, mucho menos regalar. Cuando se regala, no se ejerce la generosidad, sino una monstruosa, absurda y desleal transferencia de responsabilidad. Papeletas, todas al fuego purificador.
La abstención «activa» es la única postura razonable. Y decorosa. Una generalizada abstención les arrebataría, todavía más, todo tipo de autoridad moral, de la que ya carecen, y por tanto, sería más fácil demolerlos, mi único y unívoco desideratum.
Votar es legitimar y perpetuar aquello de lo que tanto se queja la basca. La integración de las masas en el Estado mediante su voto es el ideal de los estados totalitarios, aunque posean disfraz democrático. Aunque nos zahieran y agobien diciendo que votar es una obligación social, lo único legítimo y socialmente responsable es no votar. Por inmoral, peligroso y corruptor.
Os ruego que no me pidáis que vote
¿Votar un mal menor? El mal se rechaza siempre. Sin más. Y me acuerdo del grandísimo César Vallejo, España aparta de mí este cáliz. “Y entonces, dirigiéndose a todos, tomó la palabra y les dijo: pedidme que sienta, que pregunte, que busque, que piense, que actúe, que realice, que anhele, que ame, es una forma de no morirse definitivamente en esta sociedad de muertos, … pero, por favor, os ruego que no me pidáis que vote». En fin.
Autor
- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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