06/10/2024 00:15
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Ha pasado bastante desapercibido en la prensa española el referéndum celebrado en Italia para la reducción del número de parlamentarios en un 36,5%.

Evidentemente, con la que nos está cayendo en esta nueva ola, o vieja ola repetida, o como quieran llamar a la creciente expansión de la misma pandemia a la que no se le supo hacer frente en febrero-marzo y a la que no se le está haciendo frente en septiembre, no está el patio para florituras.

España -los españoles- no está para pensar en otras cosas más allá de que se ahoga, se asfixia, se encierra y se muere. Es una de las características de los periodos álgidos en que un pueblo enfrenta su desaparición. En Bizancio discutían el sexo de los ángeles mientras el enemigo estaba a las puertas, y aquí nos enzarzamos en si se confina más a los pobres, si la competencia es de uno o de otro, si tiene la culpa Pedro, Pablo o Isabel. Ya sabemos cómo acabó aquello -lo de Bizancio, digo- y a poco que nos fijemos ya sabemos cómo acabará esto.

Los pueblos dormidos, anestesiados, vacíos de sustancia, se dejan llevar por las mareas de la Historia sin hacerles frente, sin siquiera intentar navegar las tempestades. Por eso, mientras los italianos encaran el futuro -ciertamente, desde una gestión de la pandemia muchísimo mejor que la española- poniendo unas bases más justas y más adecuadas para el futuro, aquí nos entretenemos con hacer espectáculo de los barrios confinados, de los pueblos cercados, de las colas en los centros sanitarios para una puñetera prueba, mientras el Gobierno frentepopulista nos cuela una ley que anula de hecho el artículo 20 de la Constitución, y entroniza el Ministerio de la Verdad orwelliano disfrazado de fiscalía de la memoria. Todo ello para seguir demostrando que en España la única referencia histórica válida sigue siendo Franco, su época, sus logros. Nada de lo que vino después ha tenido relevancia digna de pasar a la gran Historia, de la misma forma que casi nada de lo que hubo antes la tiene sino en función de ese momento, porque la republiquita de sangre y mierda que los rojos -Zapatero dixit– añoran, no hubiera pasado de anécdota sin la sublevación de la media España que no se resignaba a ser asesinada.

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El Gobierno frentepopulista regala al separatismo cualquier anhelo que tenga, con tal de acceder a unos votos que necesita para mantenerse en las poltronas; el Gobierno anuncia a bombo y platillo el indulto de los golpistas catalanes; el Gobierno oculta en torno a 20.000 muertos por la pandemia, que si son reconocidos -de forma más o menos ocultona, pero reconocidos- por otros organismos. El Gobierno ningunea al Rey en la toma de posesión de los nuevos jueces -cosa que a mi, en tanto se refiere al Rey, no me importa; pero que en tanto al Jefe del Estado me fastidia-; el Gobierno rojoseparatista se lava las manos y le deja la papeleta a las autonomías, convirtiendo a los españoles en ciudadanos con distintos derechos según su lugar de residencia.

El Gobierno sigue sin pagar miles -o cientos de miles- de ERTES, dejando quizá en la indigencia a quien tiene derecho a percibir una prestación legalmente reconocida. Y lo hace por una simple cuestión administrativa: que no tiene personal que los tramite porque los sucesivos Gobiernos de uno y otro signo han reducido la Administración General del Estado a mínimos inconcebibles, aunque -eso sí- azuzando a sus lacayos en contra de los funcionarios, esa gente tan antipática que aplica las Leyes que los Gobiernos hacen y los Parlamentos aprueban. Esa misma gente a la que hace unos meses aplaudían -médicos, enfermeros, policías, guardias civiles- y ahora repudian por tener un puesto de trabajo fijo.

Y en todo esto nos entretenemos, mientras otros países, con más sentido del momento histórico -o, tal vez, simplemente, con políticos con más vergüenza- ponen las bases para comenzar con una forma más seria de gobernar.

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Pero, evidentemente, en España no somos italianos. Y este Podemos, que en su día fue considerado en la misma línea que el Movimiento Cinco Estrellas italiano -dentro de ese invento del populismo que tantos favores hace a los débiles mentales en sus crónicas pseudoperiodísticas-, es evidente que no está por la labor de recortar en casi un 40% de los parlamentarios, de la misma forma que no lo está ninguno de los partidos que nos han gobernado en los últimos 44 años, ni lo estarán los que gobiernen lo poco que vaya quedando de España mañana.

No, no somos italianos.

Pero es que el Movimiento 5 Estrellas -ese que, según los periodistas amarillos españoles era el equivalente de Podemos- tiene entre sus metas la democracia directa, el libre acceso a Internet, la política financiada por pequeñas donaciones privadas y no a través de fondos públicos («zero-cost politics»​) y la condena de la corrupción, razón por la cual rechazó 42 millones de euros en reembolsos a las elecciones generales de 2013 y sus diputados renunciaron a gran parte de su salario; información que tomo de la Wikipedia porque llevo tiempo suficientemente alejado de la política italiana para saberlo por mis propios medios.

Igualito que las dachas serranas; las subvenciones a guarros, okupas, antisistema y otras leches; los enchufes en la Administración por designación digital de los amiguetes; la financiación chavista y demás maravillas del podemismo. Igual que los ERE andaluces; los cuartos de formación para los parados que acaban en prostíbulos y cocaína; los viajecitos privados en avión oficial y demás maravillas del socialismo.

No, no somos italianos. Acaso ya ni siquiera somos españoles, y así nos va.

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Rafael C. Estremera