20/09/2024 14:40
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Por más que hoy sea imposible de sustentar desde el punto de vista legal, no descartemos, aunque Dios no lo quiera, que en un próximo futuro sea la única posibilidad como necesidad máxima de supervivencia, porque nunca como hoy África había conocido tal clima de inestabilidad, pobreza y fracaso. De ahí que no deba extrañar que pidamos protección a la OTAN para nuestras ciudades de Ceuta y Melilla, amenazadas por una invasión que ya podría actuar como Caballo de Troya.  

    El viernes 24, sobre las 6.40, de forma organizada y violenta, casi un millar de subsaharianos rompieron las puertas de acceso de la valla de Melilla, logrando entrar alrededor de 300. Mientras en la falda del monte Gurugú esperan entre 1.000 y 1.200 negros poder saltar a España. O les paramos con todos los medios coercitivos al alcance y les hacemos ver que sus sueños en España quedarán frustrados, porque si consiguen entrar les devolveremos a sus países, o renunciamos a la civilización.

    Todos estamos llamados a frenar la avalancha africana. Primeramente denunciando la falta de medios con los que cuenta la Guardia Civil, responsable de frenar todo intento de entrada ilegal en España desde África. En segundo lugar, no dando ni un solo euro a ninguna ONG que se ocupe de estas gentes, entre las que se encuentra CÁRITAS. Y en tercer lugar, no contratando a ningún africano. Serían tres medidas más que suficientes para que los africanos se quedaran donde tienen y deben quedarse, en África, haciéndola prosperar.

    Y si es de referirnos a lo en otras ocasiones hemos mencionado, el oscuro objeto de deseo de los varones africanos: la deseada mujer blanca. Seguro que sí prosperan les llegarán tantas como nos han llegado a nosotros de Sudamérica y de los antiguos paraísos comunistas. Lo que en el sector se ha llamado, “la ruta del conejo”.

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    Por ende, si no les frenamos, si dejamos que sigan entrando, si no les devolvemos a sus lugares de origen por procedimiento de urgencia y cuanto más en caliente mejor… Estas gentes terminaran con nuestra civilización.

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Pablo Gasco de la Rocha