25/02/2025 12:52

El discurso de J. D. Vance ha puesto sobre la mesa la disyuntiva Nación-Estado global. La cuestión radical es como siempre sencilla y como tal fue ya sentenciada por quien pudo hacerlo: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Pretender ese mundo global que Vance critica y que las vaguedades del Papa Francisco pretenden apuntalar, ignora que según la doctrina tradicional de la única institución que ha vencido al mundo exige ante todo que el poder sea limitado ya que “no hay autoridad que no haya sido dada de arriba”. Así lo exige la libertad que Dios le concedió al hombre. Esa libertad es la que exige que los poderes políticos queden limitados por la ley natural y ninguna autoridad puede violarla sin violar esa misma libertad.

Y para que los poderes políticos respeten la ley natural es imprescindible que exista una autoridad a la que queden sometidas las naciones, algo que nunca será posible si hay un solo poder mundial.

La existencia pues de las Naciones soberanas es de Derecho Natural y ese Derecho Natural es el que exige no sólo que existan las naciones soberanas sino que esas naciones soberanas se concierten para respetarlo todas igualmente conforme sentenciaron los teólogos de la Escuela de Salamanca al exigir –por ese Derecho Natural y por la libertad misma- que se respete un Derecho de Gentes al que quedan sometidas todas la naciones.

Por tanto el problema no es otro que el de reconocer que, al menos en Occidente, siempre ha correspondido a la Iglesia la custodia de ese bien común universal y que ese bien común universal siempre ha implicado la existencia connatural de la Naciones, el sometimiento de las mismas al Derecho de Gentes y dentro de las propias Naciones, el respeto del principio de subsidiariedad que garantiza la autonomía de los Cuerpos intermedios y sobre todo el ámbito de libertad de la familia como célula básica de toda sociedad.

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 Pretender olvidar el Derecho de las Naciones y embarcarse en el ensueño de un orden mundial, garantizado por un poder único garante de una libertad y una paz universales, no es sino colocarle a la humanidad el lazo con el que va a ser ahorcada, porque igual que todo poder legítimo ha de haber sido dado de lo alto, todo poder que no haya sido dado de lo alto no admitirá límites morales –que son los únicos dignos en una sociedad humana— y no será otra cosa que opresión y esclavitud.

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