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«No bastaría todo el océano para lavar la sangre de mis dedos». Macbeth (II, ii, 49)

Cuatro decenios y medio del asesinato de Arturo Ruiz García. El asesinado era estudiante de BUP nocturno y trabajaba de albañil en una obra. Asesinato impune, otro más. Pistoletazo de salida de la denominada semana trágica de enero de 1977. Arturo, víctima del ultraderechismo aliado a las sórdidas cloacas policiales y a los depravados servicios secretos, nacionales y yanquis (en su día el SECED/SCOE, además de la CIA). Arturo, también, víctima de una (ultra)izquierda absolutamente desmemoriada.

Asesinato de Arturo Ruiz, impune

Cuando paseo por Fuencarral me gusta ver su mural. Recordar su rostro. Recordar su intrincado e imposible cabello a lo afro. Todo ello un 23 de enero de 1977 entre las madrileñas calles Estrella y Silva, detrás de la madrileña Gran Vía, durante una manifestación pro-amnistía: el argentino Jorge Cesarsky Goldstein y el español José Ignacio Fernández Guaza, sus victimarios.

En ese sentido fue el inquietante Cesarsky, de 50 años, quien entregó la pipa a Fernández Guaza, de 29 años, con la que el joven, militante de Guerrilleros de Cristo Rey, acabo cañoneando y disparando a sangre fría  contra Arturo. Era mediodía y la ineludible proclama “Viva Cristo Rey” acabó custodiando el plomo.

Libreros, Silva, Tudescos: tres calles de la Villana y Cortesana de Carapolla. Una zona donde solían hace casi medio siglo solían pulular, frecuentemente agazapados (no siempre), elementos fascistoides o abierta y declaradamente fascistas.

Los dos citados, Cesarsky y Fernández Guaza, muy conocidos en los círculos de la extrema derecha de la época, entre grupos como Fuerza Joven (juventudes del siniestro “imperio de beatas” de Piñar), Frente de la Juventud ( truculento e inane cisma de los piñarescos, según su “entender” demasiado “blanditos” con los rojos y separratas de dos patas y cuyo líder, Juan Ignacio González, cuando dejó de ser “usado” por las cloacas, cual kleenex, putrefacto Rosón en lontananza, fue cloaqueramente asesinado en la madrileña calle Antonio Acuña, número 19), o la Triple A (en  Bozalistán, Alianza Apostólica Anticomunista). Internacionales (Gladio/OTAN) y negras tramas (el núcleo duro español, las piñaruelas secciones C y Z), pues.

Ambos, Cesarsky y Fernández Guaza, presumían, ufanos,  de sus excelentes (y bien untadas, en todos los narcosentidos) conexiones con las siniestras y ferozmente torturadoras fuerzas de (in)seguridad. Cesarsky fue juzgado y condenado a seis años de cárcel por terrorismo y tenencia ilícita de armas. Apenas cumplió 10 meses. El rastro de Fernández Guaza, completamente desvanecido.

Por otro lado, la falsa bandera de la matanza de Atocha eclipsó todo el resto del horror durante aquellos aciagos siete días ( entre el 23 y el 30 de enero de 1977): el secuestro de la banda asesina GRAPO del general Villaescusa ( desde diciembre del año anterior también tenía secuestrado al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, por cierto tan pringado en la falsa bandera de Montejurra que acabo legitimando total y dinásticamente al depravado y felón Rey Elefante); otros tres crímenes del mismo GRAPO ( dos policías armados y un guardia civil: Fernando Sánchez Hernández, José María Martínez Morales y José María Lozano Sainz, de 22 años, respectivamente); el citado asesinato de Arturo y la muerte de Mari Cruz Nájera.

El patético mito de la “pacífica” transición/trasacción

Me gusta pasear por Fuencarral y ver el mural dedicado a Arturo. O, cuando paseo por mi barrio, Aluche, me paro y vuelvo a mirar la escultura de Yolanda González. O la de policía nacional, Luis Ortiz de la Rosa, masacrado por la basura etarra. Olvidándose todo: les hablé de ello por estos lares, esa dolorosa rima entre mi madrileña barriada y San Martín de Valdeiglesias, tan «lejos», tan cerca. Pasear. Y recordar. Y desmontar las mentiras.

Los citados casos no fueron puntuales y aislados capítulos de estallidos de violencia. La «modélica y pacífica» Transición, puro mito. Sistémicos y sistemáticos y suculentos baños de sangre: 714 muertos. En nuestra común patria – antaño España, hogaño Bozalistán – entre 1975 y 1982, 714 fallecidos: 376 causados por terrorismo separatista ( la banda asesina ETA, y su brutal impunidad, descollando desde el inicio en los criminales y vesánicos procederes); 75 por grupos de extrema izquierda como los GRAPO o el FRAP; 67 a manos de grupos de extrema derecha (entre ellos Yolanda o Arturo); 17 sin atribución clara o desconocida; y 178 de lo que se denomina difusamente “violencias de Estado”, cifra en la que se incluye una treintena de terroristas extrajudicialmente “ejecutados” y enterrados ( por ejemplo, los etarras Pertur, Eduardo Moreno Bergareche, ¿enterrado en Rentería? y Naparra, José Miguel Echevarría Álvarez, ¿ sepultado en  Las Landas?), mientras los 148 restantes, eran, en su mayoría, “civiles”.

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Bozalistán/España, el cruel reino de la impunidad

Y todo tan impune.  Las dos suaristas leyes de amnistía (sobre todo, la funesta Ley 46/1977, de 15 de octubre), el absoluto imperio de la impunidad (de todos): “yo te tapo tus vergüenzas, tú me tapas las mías”. Pasteleos de los malos, malvadísimos de ambos bandos, policiales y militarescas cloacas incluidas. Siniestros pactos de olvido para seguir delinquiendo y abusando y oprimiendo.

«Era la única forma de reconciliarse, Luys». Además, unos putos embusteros. La única forma de “reconciliarse” y de «liberarse» es conociendo del todo la verdad, por amarga que ésta resulte. Ya saben Evangelio de Juan. Capítulo 8. Versículo 32. “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”…

…Asco, pues. INFINITO. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.