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Sean de un signo político  u otro, los llamados populismos tienen todos un aire de familia que los identifica y unos rasgos comunes que los hacen parecidos. 

Primero. Todos poseen soluciones fáciles y simples para problemas complejos. El complejísimo proceso de crear riqueza y desarrollo social lo solucionan de un plumazo con una fórmula que pueda entender cualquiera. Por ejemplo: hay que repartir el sobrante de los países ricos para los pobres. O este otro: basta con un porcentaje de los gastos militares para…etc. ¡Qué bonito! Todo esto tiene la belleza de la simplicidad,  pero, por desgracia, tiene que ver poco con la dura realidad. 

Segundo rasgo: siempre hay un culpable externo al que echarle las culpas de los propios problemas. Los populismos de derechas tenían al comunismo internacional y a la masonería, recursos cada vez menos usados. Los de izquierda tienen al consabido “Imperialismo Yanqui”, culpable de todos los desaguisados del mundo y justificador universal del fracaso de todos los experimentos sociales frustrados. Es cómodo tener un enemigo externo porque así nunca se es responsable de lo que anda mal. En estos países son frecuentes las grandes manifestaciones públicas en las que se ataca a alguien, se queman sus símbolos y se fomenta el odio y el rechazo. Se crea un estado general de resentimiento dirigido por los de arriba y orquestado por los de abajo. 

Tercer rasgo. Los líderes populistas  tienen una tendencia que podríamos considerar como innata al exabrupto, a las malas formas y a la chabacanería. Demuestran su ínfima condición intelectual y moral  con el insulto y con la pérdida de unas formas, sin las que el sistema democrático no es posible. 

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Y, al final, todos acaban realizando un mismo proceso: la mentira institucionalizada y la falta de controles crea redes de corrupción, la falta de responsabilidad desanima el trabajo creador, los inversores huyen de la inestabilidad y el peligro; y el resultado de todo este proceso no es otro que la pobreza. Un pobreza que afecta sobre todo (triste paradoja) a las capas populares que más apoyan al sistema.

Autor

Tomás Salas