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Publicamos hoy el artículo de  Francisco FRANCO, el que fuera Caudillo, Generalísimo y Jefe del Estado de España, que se publicó en el diario «Arriba» el 26 de agosto de 1947 con el seudónimo de «Macaulay». Como ya anunciamos hace unos días, al publicar el primero de los 91 que han sido localizados en la Biblioteca Nacional por el escritor asturiano Daniel Lumbreras«El Correo de España», irá publicando todos los que pueda recoger y según  el ritmo que nos marque la digitalización de los fondos editoriales del periódico de la antigua Prensa del Movimiento en la BNE.
              El que publicamos hoy, con el título de «SERENIDAD», fue publicado en una España que vivía los peores momentos de la postguerra (los tristes «años del hambre») y aislada del mundo, tras la condena de la ONU y la marchas de los embajadores acreditados (todos, menos los de la Santa Sede, Argentina, Portugal, Irlanda y Suiza). Pocos meses antes se había aprobado la Ley de Sucesión que declaraba a España como Reino y casi coincidiendo con el estelar viaje de la Evita de Perón, Presidente de Argentina. Pero «Macaulay»Franco, sin embargo,  escribe de Inglaterra y los laboristas.
 
                           SERENIDAD
 
 
Contrasta la pasión con que en el mundo se enjuician los sucesos internacionales con la serenidad con que la Prensa española comenta los acontecimientos, llevándole su nobleza y caballerosidad hasta a alabar a quienes nos vienen demostrando unas veces una morbosa enemiga, y otras, falta de consideración o afecto. Con esto se demuestra la libertad que disfruta la Prensa española en su juicio, pues si obedeciese  consignas o directrices de Gobierno, como fuera de las fronteras se nos achaca, desde luego, no aparecerán esas frases de alabanza y de consideración a quienes, con motivo, podríamos encarrilar en el número de nuestros enemigos. Queremos, pues,  una vez más, que la serenidad dicte nuestras palabras, cuando vamos a enjuiciar la crisis económica de la nación inglesa y las batallas políticas y las críticas, pero con ese motivo se entablaron en la Gran Bretaña.
 
       Para un observador imparcial se acusen perfectamente los perfiles de los intereses y las pasiones de partido primando una vez más sobre el interés general de toda la nación. El pretender achacar a los errores laboristas todas las desgracias de la nación británica constituye para nosotros una injusticia y un lamentable error. Ni las fórmulas conservadoras servirían para nada, en la presente ocasión, ni es el orden capitalista el que puede salvar a la Gran Bretaña en la hora de su desgracia. Hay quienes quieren aprovecharse de los errores evidentes en que el laborismo ha incurrido, cuando la crisis rebasa el marco de los partidos, para convertirse en la crisis de todo un sistema.
 
Esa serenidad a que antes aludíamos, nos hace distinguir en el laborismo sus dos caras: una, la del afán legítimo de mejora y elevación de las clases trabajadoras, que en cierta medida persigo, ideal que nadie mejor que nosotros sabía comprender, y otra, muy distinta, cuales son los principios  y los medios con que infelizmente se intenta lograrlo. Por ello, si nos parece torpe la política desarrollada por el laborismo en momentos de tan graves crisis económicas, más grave nos parece el que a pretexto de intentar defender una economía se pretenda echar sobre un partido la responsabilidad íntegra de una situación, engañando al país con la ilusión de que un cambio de política pueda resolver la crisis y hacer la felicidad de los británicos.
 
     El problema de Inglaterra, como todas las graves crisis económicas de las naciones, muestra de la paz y el orden interior de la unidad entre los nacionales, del esfuerzo y colaboración de todos los sectores y del rendimiento y silencio de la mano de obra, más fáciles de conseguir, dentro de un registro como el inglés, con la responsabilidad de los laboristas en el Poder que con su apartamiento o pase a la oposición. Y si esto, que parece estar tan claro, es necesario, ¿para que minar y desprestigiar ante el país a lo que tanto se necesita?
 
     Otro aspecto importante que observamos en la política económica de la nación inglesa es el de hacer creer al país que todo se puede arreglar con la sopa boba, de los empréstitos americanos, cuando han de ser los propios ingleses, con sus sacrificios, sus planes de ordenación y su trabajo, los que necesitan levantar su país en un esfuerzo continuado de varios años. Y para esta obra tanto estorban los prejuicios materialistas y marxistas de la lucha de clases, como los capitalistas y liberales en los momentos que como los que pasa la nación inglesa, se han agotado los antiguos márgenes. Y nos digamos nada cuando una política de pasiones y de hostilidad intenta hasta ahora sin resultado, perturbar las relaciones económicas de este país con naciones que, como España, constituyen un complemento económico muy favorable de las relaciones comerciales inglesas.
 
      El caso de inglaterra empieza a ser el caso incomprendido de España durante los últimos años. No fue la muestra tampoco crisis de partidos sino de sistema y de régimen; pero nuestra Revolución nos permitió fácilmente conservar cuanto debía salvarse de lo viejo: los principios del orden económico formado por las aportaciones de generaciones pasadas y los de la justicia social y de dignificación de las clases trabajadoras, puesto como tema en el frontispicio del nuevo Estado.
    Cuando las naciones llegan a estados de crisis como el que hoy sufre la Gran Bretaña, no pueden aceptarse las divisiones y las batallas internas y que el interés de la nación en esgrima como escudo entre los contendientes.
     Este es nuestro juicio sereno en esta hora. El tiempo, una vez más, será nuestro aliado, que acabará dándonos toda la razón.
                                                                         ( Por la transcripción Julio MERINO)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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