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NUEVO LIBRO de la Editorial Corderito ¿Por qué España está en ruina?, reedición de la obra del Padre Francisco Palau Quer “Lucha del Alma con Dios”
Lees un libro de economía y no encuentras la solución que buscabas; no cuadran las cuentas. Lees un libro de historia y ves que quieres saber más y más, porque en el fondo no te quedas totalmente satisfecho: alguna incógnita se ha quedado en el tintero de la historia. Te pasas la vida escuchando conferencias de personalidades acreditadas en materias varias, eximios hombres de ciencia y de sabiduría, políticos que intentan recuperar lo horriblemente destrozado por sus antecesores, pero no ven clara la Verdad.
¿Por qué se equivocan? ¿en qué están fallando? ¿qué fatídica estrategia están utilizando? Y tú, buscas donde no tienes que buscar. Por eso no encuentras la solución.
Sin embargo, el padre FRANCISCO PALAU QUER, santo fraile carmelita, te da la única solución posible para conseguir que España, y cualquier nación, se vea desprovista de tanta sarna inmunda e infecta que la corroe y la atormenta.
¡Ay de la nación en que por haberse resfriado mucho la verdadera piedad, la Iglesia no batalla con fervor y debidamente estas batallas del Dios vivo! (Padre Francisco Palau).
Dios permite el dominio de la Masonería en la nación como castigo a la infidelidad del pueblo español a sus deberes como cristianos. Es esta secta mortífera quien difunde sus maldades por nuestra tierra infectándola con todo tipo de vicios.
Es la voz de un santo. La voz del Altísimo por medio de un hombre de Dios que ama a su patria y busca el bien de los españoles. ¿Doblegaremos la testuz ante Dios suplicándole misericordia? ¿perseveraremos en la penitencia que le debemos para aplacar su santa Justicia?.
“Cuando una nación peca, le acusa Satanás ante el Tribunal de la Divina Justicia” (Padre Francisco Palau).
Buscas y no encuentras. Pero, aquí, en este libro del padre Francisco Palau encontrarás la solución, la única solución posible a todos los males que en el mundo se dan.
No es tiempo de cobardes, ni tiempo para charlatanes de feria o de bar y tertulia de comilonas y bebidas que disfrutan despotricando del adversario para calmar su rabia interior haciendo castillos en el aire pero desenfocados del punto de mira. No es tiempo de codiciosos amantes de placeres y de dinero, reputación, prestigio y honores. Es tiempo de hombres recios que sacrifiquen su vida por el bien espiritual de sus hermanos.
“¡Con que la católica España ha de quedar abandonada a la disposición de Satanás y al dominio de las sectas de impiedad!”. (Padre Francisco Palau).
España está en ruina porque pocos levantan el crucifijo en alto con todo lo que ello conlleva y significa: ORACIÓN Y PENITENCIA. ¿Te atreves tu? ¡Adelante!
“¿Por qué España está en ruina?” (De la obra del Padre Palau “Lucha del Alma con Dios”)
Padre Francisco Palau Quer
Editorial Corderito 2024
Autor: Un Seglar Mendicante de María
373 páginas con fotografías:10 euros + 2 euros (gastos de envío)
PEDIDOS A: Editorialcorderito@gmail.com
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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España es, generación tras generación en sus hijos e hijas, la nación que más ama de alma y corazón y ha amado sinceramente a Dios Nuestro Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Santísima Trinidad, la que más ha amado con absoluta devoción a Su Santísima Madre y Madre Nuestra, la Virgen María Santísima, a los santos de todos los tiempos y a todos los fieles verdaderos a Cristo. El español lleva el sello del amor a Cristo en el fondo del alma, por muy alejado que esté del Señor en su vida cotidiana. Es imposible separar a Dios de España, como es imposible separar los matrimonios de Dios, los que nacen del amor sincero e incondicional. Ninguna otra nación sobre la tierra en toda la historia de la Cristiandad, en toda la historia de la Salvación de las almas, ha amado más a Dios que la católica España y sus hijos. Ninguna nación ha dado a Dios tantos santos, santas, mártires, soldados de Cristo, devotos, teólogos, místicos y misioneros, ninguna ha derramado tanta sangre como España por la Cristiandad en todos los continentes, que se dice pronto, ninguna ha defendido la Santa Iglesia Católica Apostólica, sus consagrados y fieles, la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor, la que fundó el Señor sobre Cefás, san Pedro, y a la que dio prevalencia sobre las puertas del infierno. Ninguna nación ha dado más católicos cristianos verdaderos al mundo, cuya labor ha sido incomparablemente gloriosa y beneficiosa para toda la humanidad entera, aunque es la que sufre el mayor desagradecimiento, rechazo, odio y deseo de destrucción en un mundo que reniega de sus padres y antepasados.
Por ser España nación fiel de Cristo desde el siglo I, desde su Santo Patrón, el Apóstol Santiago, y desde que se cristianizase enamorada de la Santísima Virgen María en incontables advocaciones, empezando por la del Pilar de Zaragoza, a nadie debía extrañarle que España sea la nación más odiada por el demonio, el infierno entero con todos sus ángeles caídos y condenados y por los vástagos de satanás, la cizaña de la tierra, los hijos del Maligno, los hijos de satanás o estirpe de la serpiente. Satanás y su estirpe quiere desesperadamente destruir a España y a sus hijos, los españoles, especialmente los que aún no han apostatado, los que siguen fieles a Cristo en medio de un calvario de sangre, dolor y sufrimiento creciente por amor a Cristo crucificado. Y si satanás es el príncipe de este mundo, no es de extrañar en absoluto la situación moral que hoy padece la nación capitana y cabeza de la Cristiandad durante dos milenios, la más amada de Dios Nuestro Señor, España.
Solo los que no tienen fe alguna, los ateos, los agnósticos, los materialistas y los herejes e idólatras de todo tipo, en cualquier nación del mundo o tiempo, no entienden, porque están incapacitados por su soberbia (razón enferma) para ello, porqué a España se la odia por parte de muchos, incluso de sus mismos hijos apóstatas, es decir, por parte de los propios nacidos en España antiespañoles, especialmente en dos de sus regiones: Vascongadas y Cataluña, cuando eso no ocurre en ninguna otra nación del mundo, ni siquiera en Tierra Santa, con todo lo que ahora acaece allí. Es una cuestión de profundidad que toca al alma de las personas, fuera del entendimiento de las cuestiones mundanas o materialistas.
¿Cómo es posible que nacidos en España, al fin y al cabo, en definitiva, españoles aunque odien serlo, odien tanto y tan irracionalmente a España y al resto de españoles? Se preguntan incontables extranjeros. ¿Cómo es posible que en Hispanoamérica haya tanto odio a España y los españoles, su pasado glorioso, promovido por criollos y descendientes de españoles siervos de satanás, embusteros como el demonio, enemigos todos de la Santísima Virgen María de Guadalupe, que vino con los españoles refrendando su labor evangelizadora libertadora de millones y millones de indígenas, siendo verdad que los españoles fueron los que les sacaron de la más abyecta barbarie indígena demoníaca y sangrienta y les cristianizaron dejándoles una herencia impagable de conversiones masivas y de fe en Cristo, además de la prosperidad mayor de la tierra en vísperas de su mal llamada «independencia», mayor incluso que la de las colonias inglesas y francesas, como hoy es mayor la prosperidad de Guinea Ecuatorial a la de cualquier otra nación africana de pasado francés, inglés, belga, italiano, alemán u holandés? Pues porque los que odian a España, a la católica y fiel a Cristo España, son instrumentos de satanás, como la masonería francesa o inglesa o de USA o de cualquier otro lugar, contra la nación a la que más odia el mismo satanás, el demonio, porque han perdido totalmente el poco amor a Cristo y la confianza en Cristo que tenían si es que alguna vez lo tuvieron, para mal de ellos y ellas mismas y de sus víctimas, incluidos sus parientes y seres queridos, porque prefirieron la mentira a la Verdad, tal vez por engaño (y el demonio es capaz de engañar a los mismos elegidos, papas, cardenales, obispos y teólogos incluidos), tal vez impresionados por la «diosa ciencia», por los ídolos (democracia, «estado de derecho», «libertad», «ilustración», «racionalismo», ideologías diversas, «progreso», «solidaridad» en vez de caridad cristiana, etc.), tal vez porque se dejaron seducir, como Eva, por la serpiente demoníaca (y el hacha, nunca mejor dicho) y no son capaces de arrepentirse, de volver al Señor como el hijo pródigo, porque su soberbia ciega se lo impide, porque rechazan la humildad. Y si la caída de los ángeles rebeldes con Lucifer a la cabeza es irreparable porque los ángeles veían a Dios cara a cara, la caída de la descendencia de los que una vez fueron cristianos ejemplares (españoles) en su ascendencia, no es menor en gravedad, pues no hay mayor ultraje a Dios que el que perpetran los que han sido elegidos por Dios con la fe en Cristo, los que han tenido el privilegio inmerecidísimo de tener fe viva, los que han escuchado y recibido la Palabra de Dios, y han acabado rechazándola (no todo el mundo tiene el inmenso privilegio no entendido siquiera ínfimamente, de tener la Iglesia al alcance de su vida cotidiana, la fe, los sacramentos, la Palabra de Dios o Santos Evangelios, los ministros de Dios y un pasado incomparablemente católico).
Siendo pues España la nación más fiel a Cristo, la más cristiana (sinónimo de católica), el álamo de la fe verdadera en Dios, el mayor vivero de vocaciones, santos, mártires, misioneros y soldados de Cristo, no es de extrañar que el demonio y sus legiones se ensañen contra España, pues las naciones que ya están bajo su dominio, no requieren lucha alguna por su posesión. El demonio no lucha por las almas que ya arden en el infierno o las que ya se encaminan en vida hacia él. El demonio ataca a los santos, a los justos, a los fieles verdaderos. Por eso España está hoy como está, asediada por el demonio y sus huestes, incluso por las que siendo españoles, odian a sus padres y ascendientes y han apostatado por un plato de lentejas de la UE, la OTAN, la OCDE, la ONU y demás instrumentos de satanás que no hacen más que lo contrario a los prescrito por Dios en el Nuevo Testamento.
Pero Dios no deja a los suyos, los prueba a fuego sí, los bautiza con fuego, cruz, dolor y sufrimiento que parece definitivo e irreversible, los prueba, como a Job, hasta el límite del dolor y el sufrimiento, pero Dios jamás abandona a los suyos. Y España es suya. Dios está con los suyos. Y Dios está con España. Así se lo prometió al Beato Bernardo de Hoyos en el siglo XVIII, así se lo prometió a san Antonio María Claret en el XIX y así se lo prometió a santa Maravillas de Jesús en el XX. España es Reino de Jesucristo Nuestro Señor, Rey de reyes y Señor de señores. España, nación mariana, es Reino de María Santísima, Virgen y Madre, tan amadísima de norte a sur y de este a oeste de España, a la que tantos corazones españoles recurren con fervor y devoción, incomprensible a los que no creen, ni esperan, ni aman, ni adoran a Dios, como es incomprensible el amor a cada vez más ateos y apóstatas materialistas.
España es Reino del Sacratísimo Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. España es Iglesia Católica Apostólica en sus hijos e hijas. Y las puertas del infierno, no podrán prevalecer contra España, porque son muchos los corazones que laten en España por Cristo con total sinceridad y confianza, tal vez silenciosos, tal vez sufrientes como Cristo en la cruz, gritando «Elí, Elí, lema sabactaní», tal vez en el árido desierto, tal vez pacientes en el apartamiento y a la espera, pero vigilantes y llenos de esperanza. España es de Dios, y ni todas las fuerzas del infierno impedirán que Dios cumpla con lo que Él mismo ha prometido a España (y a España en el sentido completo del término, a las naciones que también son España, en Europa, América, África, Asia y Oceanía). España NO es Rusia. Y Dios no se olvida de España y de sus hijos amados y se su incomparablemente gloriosa historia católica y misionera. Por eso, cada vez más españoles confían en Dios. Jesús, en Tí confío. Sagrado Corazón de Jesús, en Tí confío. Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía y de España entera.
Que todos los obispos de España consagren España al Sacratísimo Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María lo antes posible. No hay mayor defensa para España.
Cuando uno acude al sacramento de la confesión o penitencia, a esa incomparablemente bendita fuente de misericordia para nosotros y para el mundo entero, donde el mismo Señor Jesucristo nos espera, oculto en el sacerdote, en su ministro, como muy bien enseña su apóstol polaca, Santa Faustina Kowalska (no dejar de leer el Diario suyo que el mismo Señor le ordenó escribir y difundir a todos los católicos del mundo, no se arrepentirán de leerlo y de aprovechar sus invalorables enseñanzas en todo orden. Toda una dirección espiritual para los que no tenemos el privilegio de la misma), cuando acudimos a confesar, digo, porque nos duele hasta el fondo del alma haber ofendido a Dios, y necesitamos más que el aire que respiramos pedirle perdón y gracia para no volver a pecar, uno es imposible que tenga vergüenza de decir de los pecados cometidos, por muy abyectos que éstos sean, pues es plenamente consciente de que Dios es testigo de todos ellos, porque ve en lo secreto.
Para el que ama a Dios, la humillación de la confesión es nada en comparación al daño causado a Dios que jamás querríamos haber cometido ni por asomo, pues no hay pecado menor para el que verdaderamente ama a Cristo, ni un beso traidor, ni una huida cobarde, ni un puñetazo, bofetón, escupitajo, azote, ultraje, corona de espinas, clavos en pies y manos, lanza traspasando el corazón… Si verdaderamente supiésemos cómo dañamos al Señor cada vez que pecamos, odiaríamos el pecado de tal modo que antes preferiríamos morir que pecar. Cada pecado es como un martillazo sobre el clavo que atravesó las santísimas manos de Nuestro Señor. Lo que le mueve al penitente es el sinvivir, la necesidad urgentísima de pedir perdón a quién más se ama, sobre todo y todos, sobre la propia vida y sobre todos los seres amados (de hecho, quien no ama a Cristo no ama a nadie, que no se engañe ni engañe a nadie). Necesita el penitente pedirle perdón a Jesucristo Nuestro Señor, al Padre y al Espíritu Santo, necesita decirle lo mucho que siente haberle ofendido en el prójimo, en el papa, en los prelados, en sus declaraciones, en sus doctrinas, en los otros fieles y en los no fieles. Por eso se acude al confesionario, dando gracias a Dios por tener aún templos donde los ministros del Señor aún tienen confesionarios y los usan para salvación de las almas y se enfrentan al dolorosísimo trabajo de escuchar los horrorosos ultrajes contra Cristo (que Dios otorgue gracia a todos los confesores para poder soportar el peso de tanto pecado. Ser confesor es imposible sin la gracia de Dios), aconsejan y absuelven de los pecados, descargando el «depósito» del penitente de tan horriblemente pesada carga del pecado, y llenándola, labor impagable ni con todo el oro y diamantes del mundo, con la gracia imprescindible para afrontar la vida en compañía del que no podemos prescindir ni un solo momento, como el niño de un año no puede prescindir de sus padres. Solo el dolor de la ofensa cometida a quien amamos muchísimo más que a nuestras propias vidas, puede llevar sinceramente al confesionario al penitente, como un niño arrepentido a pedirle perdón a su madre por la trastada cometida. Pues niños y niñas tenemos que ser ante Dios mismo, en su lugar, en el confesionario. Entiéndase que niños y niñas en el sentido de tener un corazón contrito y puro, como el de los niños y niñas.
Si no tuviésemos el sacramento de la confesión, sería mejor morir inmediatamente, pues seríamos privados de la gracia absolutamente necesaria para nuestra salvación eterna, dado nuestro carácter débil, inconstante y de absoluta falta de capacidad para hacer algo sin la ayuda de Dios mismo, por muy listos, inteligentes, fuertes, sabios y autosuficientes que estúpidamente nos creamos. Y ya sufrimos todos (un servidor, a decir verdad, un rasguñito de paño de seda por la palma de la mano en comparación a la cruz pesadísima que otros fieles llevan a sus espaldas, muchos con una entereza encomiable, que Dios se lo pague con el Cielo) en esta vida, como para sufrir infinitamente más en el infierno, o mucho más intensivamente en el purgatorio a la espera de una liberación que puede tardar siglos y abrasados por el anhelo de abrazarse definitivamente con el Señor en el Cielo.
Algunas personas sin fe pueden creer absurdamente que un sacerdote no tiene porqué saber de nuestras «intimidades», de nuestros pecados. Algunos, insensatamente, tendrán vergüenza a acercarse a un confesionario, como si a Dios, para el que nada oculto ha de quedar sin descubrir, se le pudiese ocultar algo. No piensan que Dios es infinitamente Bueno y Misericordioso, que las llamas de su Infinita Misericordia le abrasan de deseo por derramarlas sobre los más abyectos pecadores si muestran humildad y su sincero arrepentimiento y deseo de cambiar de vida rechazando todo pecado, que no hay nada perdido mientras puedan aprovechar este infinito tesoro de la penitencia o confesión. Por desgracia, muchos dejan pasar sus vidas absurdamente sin aprovechar este regalo inconmensurable de Dios, la confesión, y se figuran, en su lugar, cosas extrañas, se dejan embaucar por los enemigos de Dios y de su Santa Iglesia Católica Apostólica, creyéndose fábulas de lo más macabro sobre la confesión, como que es «el opio del pueblo» o algo así, o por complejos estúpidos de todo tipo propios de las más absurdas supersticiones, brujerías, horóscopos y horroróscopos. Lo cierto es que no se conoce un solo caso de un sacerdote que haya quebrantado, en lugar alguno, el secreto de confesión, fueran cuales fueran los pecados de los que tuviesen conocimiento y fueran cuales fueran las amenazas que sobre ellos han caído y se han ejecutado (no pocos han muerto sin declarar pecados de penitentes en un martirio muy numeroso durante siglos). Además, la santa polaca arriba citada afirma que a veces el confesor, el sacerdote, ni siquiera es consciente de lo que el Señor enseña al penitente por medio de su voz, que muchas veces ni recuerdan lo que unos días antes ha hablado con el penitente, porque muchas veces el sacerdote lo único que hace es prestar voz al Señor, a Cristo oculto en él dentro del confesionario. Por eso hay que prestar la máxima atención en la confesión a lo que dice el confesor, pues nos puede estar hablando Dios mismo, que no solo el sacerdote. Y lo cierto es que su trabajo como confesores es impagable, pues libera al pecador de la condena eterna con su absolución (un poder que ningún poderoso de la tierra puede tener por mucho dinero y poder que tenga en la tierra), conminándole a llevar una vida de fe, rechazando el pecado cueste lo que le cueste en su vida y a amar a Dios sobre todo y en todo.
De todos modos, el secreto de confesión atañe a los propios sacerdotes, pero no a los penitentes. Y para el que ama a Dios sobre todas las cosas, resulta ridículo comparar el daño hecho a Dios con los pecados propios con la pena que el mundo podría imponer por ellos. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Si he ofendido a Dios, nada añade en mí una condena del mundo a muerte o al oprobio colectivo o al peor de los sanbenitos que importan un carajo, como dirían por tierras americanas. En cambio, si Dios me perdona, ¿qué me importa que el mundo entero me condene? Si Dios está con nosotros, nos burlamos de todos sus enemigos, del infierno entero. Lo que importa al que ama a Dios de verdad, de espíritu y corazón, es el Juicio de Dios, no el del mundo y sus tribunales humanos. De hecho, algunos, aunque sea bajo pseudónimo, ya pecamos en estos foros, la mayoría de las veces, de modo inconsciente, pero pecamos, pues aquí hay ira contra esos que consideramos falsos doctores o falsos profetas (que no pecadores, pues desconocemos y queremos desconocer sus vidas privadas, que eso solo atañe a Dios y a ellos mismos, además de que pecadores somos todos y por el pecado a nadie se le puede condenar). Y la ira es pecado, aunque la ira de Dios es justa. Ira porque los falsos doctores hacen mucho daño a la fe, a la Santa Iglesia del Señor, la Católica Apostólica. Y entendemos que falsos doctores son los políticos, cuyo cometido es alcanzar el poder, sea por el medio que sea o por combinación de medios, pero siempre los mismos: violencia (física, moral o ambas, conspiración, traición, etc.), compra de voluntades (incluidos ejércitos y policía, además de funcionarios y jueces y millones de votos a cambio de la prostitución por un plato de lentejas) y engaño y mentira (la forma más peligrosa, pues el demonio no es más que el padre de la mentira y hay que temer más al que puede matar el alma que al que solo puede matar el cuerpo, pero ningún poder tiene sobre el alma). Y como la DSI viene a afirmar en sus defensores que «la política es la forma más noble de caridad» (Dios mío, perdónales porque o no saben lo que enseñan, o la cizaña ya clama ser arrancada en la Iglesia antes de que se pierdan todas las almas Mt 24, 24), no podemos sino sentir ira, tal vez sí o tal vez no, igual a la que Nuestro Señor Jesucristo tuvo contra los escribas y fariseos hipócritas, como nos narra incomparablemente el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo o del 8 del de San Juan, por ejemplo. Como la que expresó ese grandísimo santo de tanta devoción entre los fieles verdaderos, san Juan Bautista, cuando llamó a los escribas y fariseos hipócritas lo que el Señor les llamaría más tarde: «Serpientes, raza de víboras». Ira porque arrastran a muchos con sus falsas doctrinas, ira porque mucha buena gente, parientes nuestros queridos, se ven guiados por su ceguera. Ira por tantas y tantas defecciones de las que ya nos vino avisando siglos y décadas anteriores. IRA. Ira contra el demonio y los suyos, sus falsos doctores, sus políticos.