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En la sociedad española actual, como también en la occidental en general -desconozco si en otras-, hace ya mucho que se instaló la irresponsabilidad como norma, la cual, comenzando por el rey, declarado irresponsable oficialmente (¿?), y siguiendo por los políticos que se han subido a tal carro, es causa de la pertinaz sequía de desastres -y dimisiones- que padecemos; irresponsabilidad que ha calado, cómo no, en el pueblo; no sé si por aquello de que donde estuvieres (fueres), haz lo que vieres.
Durante los días pasados España se vio conmocionada por la muerte de Álvaro Prieto en Sevilla y de Maya Villalobo en Israel, dos fallecimientos que, aunque aparentemente distintos y distantes no lo son, a pesar de lo cual han sido recibidos y tratados de la misma mala manera, sobre los cuales incluso he podido leer cosas tan brutales como que el primero murió “por falta de humanidad” -de los empleados de la estación se entiende-, por desidia de la Policía o incluso por un ritual masónico, mientras que la segunda lo fue por un atentado terrorista; a esta última, además, se la calificaba de “española”, sin tener en cuenta que tenía doble nacionalidad -figura administrativa absurda pues nadie puede servir a dos señores a la vez como tampoco a dos naciones-, y en el caso de Maya menos aún lo de española porque había llegado a tomar la armas en y por Israel -y no por España-, lo que espero que estén de acuerdo conmigo en considerar que hecho tan grave debió ser causa automática de pérdida de la nacionalidad española.
A juzgar por las causas de sus respectivas muertes, y si somos serios y sinceros, sólo queda concluir que únicamente ellos fueron responsables y a la vez víctimas de sí mismos, y nadie más.
Álvaro Prieto, mayor de edad -podía votar con lo que eso conlleva para todos nosotros-, tomó una serie de irresponsables decisiones que fueron desde perder el tren por alargar la juerga nocturna, quedarse sin batería en el móvil y no llevar una tarjeta o dinero en metálico por si acaso, hasta actuar de forma rematadamente ilegal intentando colarse de gañote en algún tren para volver a casa. Su desprecio a que las normas están por y para algo, de que no es capricho de nadie prohibir el acceso a ciertos lugares, de que la civilización se basa en el cumplimiento de leyes, reglamentos y disposiciones varias, le llevó a terminar electrocutado. Pudo haber tomado otras decisiones acordes tanto con el sentido común como con la legalidad vigente a la cual tenía la obligación de someterse y respetar, como por ejemplo volver sobre sus pasos para pedir ayuda a sus amigos, en un bar cercano o en la más próxima comisaría de policía, pero no, le dio por actuar como lo hizo, ilegalmente. Sólo, pues él, y nadie más, es responsable de su propia muerte. Echar la culpa a los trabajadores y funcionarios que cumplieron con sus obligaciones es casi canallesco. Pretender que debieron dejarle viajar gratis total sería además sentar un precedente cuyas consecuencias podemos imaginarnos.
El caso de Maya Villalobo es idéntico, aunque no lo parezca. La difunta, guiada por sus ideales, entendemos que trasmitidos por sus padres, viajó a Israel y se enroló voluntariamente en su ejército, tomando partido y hasta las armas por una causa y en un lugar donde existe un conflicto que no ignoraba, una de cuyas vertientes principales es el bélico, lo que sabía perfectamente. El ataque de Hamás, que si se puede considerar terrorista en cuanto a sus acciones contra civiles, y por ello del todo deleznable, no lo fue cuando se llevó a cabo contra instalaciones militares israelíes, es decir, contra sus ciudadanos en armas, contra Maya, la cual estaba de guardia en un acuartelamiento militar, tenía un arma y había sido instruida tanto para atacar como para defenderse, sólo que en esta ocasión el enemigo, que lo es además declarado, fue más audaz y eficaz y acabó con su vida. Sólo pues, ella -y por supuesto sus enemigos-, pero nadie más, es responsable de su propia muerte. Es más, si hubiera logrado sobrevivir al ataque y hubiera acabado con ellos sería, en Israel, no en España, una heroína; lástima para ella, que la suerte le fue adversa.
La ola de sentimentalismo, buenismo, papanatismo, estulticia, sandeces, estupideces y majaderías inducidas y prodigadas sobre ambos casos, aderezadas con no poca malicia, que han llovido sobre los españoles, tanto desde los medios adictos al sistema del que y para el que viven, como de las autoridades y dirigentes políticos, todos ellos de mal vivir -absurdos minutos de silencio y días de luto oficial incluidos-, son prueba de una de las varias enfermedades que aquejan a nuestra sociedad: la irresponsabilidad de nuestros propios actos, ese no asumir los resultados de nuestras decisiones, especialmente las que provocan malos resultados, y menos aún hacerlo con todas sus consecuencias, sea tanto con la dimisión como con la compensación de los daños causados.
Por el contrario, aquí todo es echar balones fuera, buscar culpables en los demás, chivos expiatorios y cabezas de turco. Todo, menos entonar abiertamente el mea culpa propio cuando corresponde. La pandemia de irresponsabilidad nos ahoga, porque además de que ha calado hasta infectar los usos y costumbres más simples de nuestro vivir cotidiano, genera tales males que así nos va y peor que nos va a ir.
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Desde los poderes publicos se ha entontecido a la sociedad privándola de libre albedrío, de voluntad y de saber y gobierno, el resultado es que la juventud irresponsable llega hasta la vejez, hay jovenes con 30,40 y 50 tacos y depues viejos juveniles haciendo el ganso por doquier.
La sociedad es irresponsable y el individuo imbécil total, un idiota que cree que sus acciones no tienen consecuencias y qu e braman enfurecidos cuando comprenden que si, que las tienen
Jovenes comn mas años que el Palmar del Puerto de Santa Maria que se van a hacer «actividades de riesgo», deportes o mejosr pseudodeportes que puenen terminar on el joven imbecil» con la cabeza abierta o tieso como la pata de Perico y que lloran desconsolados cuando, efectivamente, el riesgo es de verdad y les cae encima.
Muchachitos musicales que hacen el cabron a todas horas sin que nadie les afee la conducta o les pegue un capón que les saque los mocos a calderilla, tipos que ven mucha tele y luego quieren hacer lo que hace el rprotagonista de la serie y o se rompen la crisma o se la rompen al de al lado y que naturalmente, braman contra todo porque la cosa no es como le habían contado
Una sociedad completamente imbecil que cree tener derechos sin deberes, que cree que puede hacer lo que le da la gana y cuando la cosa sale mal le echan la culpa al maestro armero o al susum corda, gente sin seso que nadie sabe como llegan a viejos.
Hace falta, para empezar, volver al Servicio Militar Obligatorio, que los muechachitos de 18 años vean de cerca lo que es la responsabilidad y la disciplina, que aprendan a ser jovenes hechos y derechos para después ser hombres sanos de cuerpo y mente y no niñatos con 50 castañas.
En cuanto hacer armas bajo pabellón extranjero se debería volver a la Ley que tenia el magnifico régimen de Franco, si se hace se queda uno sin nacionalidad, dejas de ser español y que te acoja quien no te conozca.
Dice el sr.comandante: «habría que haberle retirado la nacionalidad española a Maya por tomar las armas en Israel». ¿Incorpora recursos España? Todo lo contrario, los expulsa.
De comandante, nada.
Teniente Coronel, y de los mejores.
De los que no ascienden más, «porque no interesan»…
(Hoy en día, se persigue a los militares patriotas, o patriotas militares, y más si son católicos. En cambio, si fuera ateo y bujarrón…).
Tampoco es eso
Un Teniente coronel que se paso a la transitoria para seguir cobrando del Ejercito mientras desarrollaba un trabajo remunerado al margen
Queda muy bien este comentario pero no se puede aplicar a Bendala
La chica en cuestión no se quedó en Sevilla saltando a la comba o de botellón. La invasión actual es casus belli, mucho más grave que la votación que pretende impulsar Puigdemont, y ¿qué hace el ejército? Obedecer a la OTAN.
La España de la mili no era «la nación en armas»: los reclutas no están para ejercer de fámulos de generales.
Expulsar y expulsar, así se va al carajo el país. Luego no os extrañéis que varios territorios se quieran largar.
Población nacional que quisiera tomar las armas porque la situación lo merece, ¿qué puede hacer?
Lo suyo no es pensar.
Dediquese a hacer calceta
Ya te lo he escrito antes…al rincon de pensar
Uno de los principales problemas de España ha sido y es que no hace autocrítica, que no quiere ver ni enmendar los fallos del sistema. La mayoría de la gente que ha hecho la mili no habla bien de la experiencia.
¿Al reportero Pablo González habría que despojarle también de la nacionalidad por ser un «espía comunista»? ¿Y a César Vidal, por protestante?
«Aquí todo es echar balones fuera, buscar culpables en los demás, chivos expiatorios y cabezas de turco. Todo, menos entonar abiertamente el mea culpa propio cuando corresponde». Muy cierto, a culpar a la «leyenda negra» urdida por los anglosajones.
¿Le retiramos la nacionalidad a esta chica y a Juan March lo nombramos gentilhombre de cámara? Y al presidente de Navantia, ¿lo hacemos miembro de la Orden de Santiago también por su incorruptible patriotismo?
https://elcierredigital.com/investigacion/610466546/negocios-carlos-march-delgado-empresario-permanece-entre-mas-ricos-influyentes-espana.html
A Cesar Vidal por puerco vendido y rencoroso antiespañol , por vender una historia de España sesgada y violentamente sectaria
https://cesarvidal.com/la-voz/editorial/editorial-el-dia-de-la-hispanidad-12-10-23
Con esa mentalidad y proceder, pues os quedáis con Chanquete y Manolo’l del Bombo.
¿Funcionaba bien la mili? ¿Por qué había tantísimos objetores? Me consta que había reclutas que al licenciarse, alquilaban alguna fonda próxima al cuartel, para vengarse del sargento que habían tenido. César Vidal cuenta que en el servicio militar de un conocido, un cabo le había preguntado «idiota, ¿sabes qué es un metro?» El «idiota» era estudiante de ingeniería industrial y le dio al cabo la respuesta exacta: «una diez millonésima parte de la distancia desde el ecuador hasta el polo norte». Como el cabo barrigudo desconocía la referencia, se dedicó a vejarlo e insultarlo.
Para estar a las órdenes de un cochambroso Cantinflas, no estamos. A Israel se le podrá criticar, pero no creo que esa chica que se fue voluntaria a combatir estuviese a las órdenes de un gil semejante.
El Rif en sombras, de Juan Guixé
«En la Melilla de Silvestre—no sé en la anterior—eran frecuentes las broncas (otra palabra sucia) entre oficiales y suboficiales y sargentos. Entre éstos y aquéllos existía un verdadero odio y una rivalidad juerguística, como pude observar enseguida. Los sargentos no querían a los oficiales, no sé si justa o injustamente, y los oficiales miraban con enorme recelo y desprecio a los sargentos.
Los sargentos los tildaban de “militares de salón” y de otras cosas. Eran frecuentes, como resultado de ese odió latente, las riñas entre ellos, al encontrarse en los antros de placer. Cuando varios sargentos veían ocasión en una casa de juerga, de abofetear a un oficial, se lanzaban a la obra con la mayor voluptuosidad. Había, por esto, declarada una verdadera guerra de guerrillas en que el resultado eran los palos, las bofetadas, los botellazos. en la impunidad. El autor ha visto casos de éstos y sacó de ellos la impresión de que España está totalmente gangrenada y moralmente encanallada. Ante eso, se pone uno a pensar qué sería de España bajo un Gobierno militar. Muchas veces hemos oído entonar alabanzas por personas que se tienen por serias a las ventajas de una dictadura de ese género en nuestro país, para acabar con el desorden y el desbarajuste administrativo, que a la postre, es inmoralidad.
Pocos españoles habrá que, por no haberlo pensado bien, o por un sentimiento de asco y desesperanza ante el fracaso de nuestros políticos y profesionales de la política, no hayan caído en la tentación de esa novedad, como un mal menor. Pues bien, ante lo que se ve y se dice—y claro que no se comprueba—en Melilla, asusta pensar lo que sería España bajo semejante sistema de Gobierno. Precisamente lo que asusta, lo que pone los pelos de punta al que pasa por Melilla, es el sentirse sin garantía ninguna frente al militar, y no al fuero militar. Allí tiene que ser uno mudo y ciego. Ver, oír y callar, y disimular cuando se ve, es lo que debe practicar todo -el que aspire a vivir en Melilla con relativa tranquilidad. Se está en una plaza militar y boca abajo todo el mundo… menos los militares de cierta graduación».
https://alfanje.wordpress.com/2023/01/05/el-rif-en-sombras/