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Hoy he comenzado el día preguntando a la RAE en qué momento recogió la palabra “desescalada” y la respuesta no ha tardado en aparecer: “Aviso: la palabra DESESCALAR no está en el Diccionario. La entrada que se muestra a continuación podría estar relacionada con…” y me refiere “desescamar”. Ya tiene trabajo la Real Academia de la Lengua Española que, desde su inicio, tiene como objetivo cultivar el conocimiento de nuestra lengua. Su lema no ha variado: “Limpia, fija y da esplendor”.
La pandemia nos ha traído numerosos vocablos que habrá que integrar en nuestra lengua, al igual que los trajo el fútbol o el mundo de la informática; en este último caso es abrumador el número de ellos que la RAE ha tenido que castellanizar o, si lo prefieren, españolizar: la discrepancia entre un término y otro ahí está y es inevitable que exista pues los defensores de cada uno aportan argumentos suficientes y consistentes para el uso de cualquiera de ellos.
Mientras tanto nos dice que evitemos los remedos o calcos del uso del inglés, algo que ya suponía. Si implementamos “escalada”, llamaremos a su antónimo “desescalada”. ¿Acaso no tenemos vocablos suficientes en nuestra preciosa y abundante lengua? Pues claro que los tenemos, por eso la RAE aboga por utilizar mejor: “reducir”, “disminuir” o “rebajar”. Sea como fuere es el término de moda y, sin duda, aporta menos fiabilidad que rebajar, reducir o disminuir. Es más claro decir que “aumentan” los afectados, en vez de que esos “escalan”; así no tendremos que decir “desescalan” pudiendo decir que se reducen.
En lo sucesivo, tendremos que rebajar la escalada de “desescalada”. Pocas veces a lo largo de nuestra historia hemos recibido tantos neologismo como ahora; también es verdad que nunca antes tuvimos tantos medios y tantas posibilidades de comunicación. Lo de “desescalar” se ha incorporado al discurso político como se incorporaron otros “palabros” del estilo de “miembra”, “machirulo” y “jóvenas” o expresiones absurdas muy propias del postureo político: “vascos y vascas”, “trabajadores y trabajadoras”, “empresarios y empresarias”, “ciudadanos y ciudadanas”, por poner un ejemplo.
Podríamos, también, incurrir en la torpeza de utilizar la arroba para componer el masculino y el femenino: Poll@s, morador@s, ciudadan@s,… Eso lleva, en ocasiones, a abusar del analfabetismo comunicativo y a hacer imposible la lectura de dos renglones seguidos, con lo que convertimos el escrito en una parodia de José Mota con “ayuntamientos y ayuntamientas”, “Borbones y Borbonas”, “habitantes y habitantas” o “izquierdistas e izquierdistos”, “desescalada y desescalado”, “jóvenes y jóvenas”… Y lo mismo con la arroba, convirtiéndola en grafía de escritura sabiendo que no lo es.
Tengo la sensación de que la pandemia nos ha trastornado y no solo desvirtuamos el lenguaje sino que pretendemos dar lecciones a la Real Academia de la Lengua Española. Ahora el vocablo “desescalada” se ha extendido del mismo modo que se extiende la pólvora o las granadas explotan por “simpatía”. “Ya no se discute su significado –dice Carlos Pajares, en El Correo Gallego— porque todos nos hemos familiarizado con esa palabra. Ahora únicamente advertimos críticas a las fases de la desescalada”.
Por si no era suficiente, ahora los políticos empiezan a hablar de la “desescalada normativa” para referirse al descenso de la limitación de derechos que nos ha impuesto el estado de alarma. No debemos caer en el descontrol del lenguaje, bastante tenemos ya con el descontrol que abandera el Gobierno “bichavista”, rodeado de ineficacia y negligencias. Es tal la riqueza de nuestra lengua que tenemos varios vocablos para una misma idea y una misma cosa. Esa aumenta si hacemos uso de géneros y sinónimos. Y si no, piensen solamente en tres palabras: “cabestro”, “taco” y “asno”. Por cierto, sí que existe “palabro”: en sentido irónico hemos de entenderlo como palabra rara y altisonante, mientras que en sentido coloquial es lo que entendemos por taco o palabrota.
Seguro que todos ustedes conocen el juego que da el prefijo “Des-“; en algunos casos nos sirve para deshacer gobiernos o desenyuntarlos, desmontar bulos, desinfectar o desparasitar ministras, desencorvar al “marqués”, descoordinar ministros, deshumanizar la crisis o desprestigiar al vicepresidente. Ya saben, amigos, que “los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios”, decía el escritor y político italiano, Carlo Dossi.
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