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CARRO DE HENO
Pasan los siglos en un tiempo relativo, continuo y disparatado y el hombre avanza incesante por el camino de lo absurdo. Se va deslizando por la estela del orgullo, de clase en clase, superando las posibles contingencias; pasa la vida en la madurez y las copas se le colocan delante, pero el hombre no ve otra cosa que su propio engreimiento, de eso hablan y cantan las crónicas de siempre.
No es caso de ahora, no.
Se trata de la demolición, lucha eviterna de lo que es y lo que se ansía. Intentar escapar del arte engañoso del otro.
El campesino viaja agachado, con el peso del mundo sobre la espalda cansada. Con la mano aleja al can que le provoca, avanza entre la multitud sin pensar y sin oír, tal vez en una escena muda, llena de grises y turbios, de nubes golosas sobre el techo de madera.
Telas y ropas pobres y cestos de mimbre.
¡Fuera bandidos y danzas, fuera lujurias!
El viejo se ha detenido, observa detrás del paño al incipiente que escribe, piensa y sonríe, a veces grita en silencio, muere un poquito su vida. Lleva todos los años buscando el sentido, viaja y habla, queda y habla de nuevo, y sigue mascando sin llegar a la tediosa desesperanza.
Le puede al hombre la espera, la toma con los dedos viejos y apelmaza con ella grumos de más vida.
¿Camino?
La tarea densa de vivir. Ser y adelantar, esperar.
El hombre ha sido expulsado del paraíso del cielo por su gran pecado. (Moral dibujada en un azul y verde y amarillo). Ahora el asunto ingrato de volver la cabeza y pensar. Pero el personaje no ha sido puesto en la tierra para eso. Sólo debe obedecer al impulso, el rey del misterio, efímero elemento, perecedera angustia. Es tributario de la especie que prodiga y regala.
Desobedecer es cambiar. Buscar y encontrar la ruptura. Se levanta y observa el bullicio. Queda parado en una isla imprecisa. Alrededor juglares y danzantes, borrachos, demonios y perros, ángeles arrepentidos de haber sido buenos, mujeres en brazos extraños, éxitos florecidos, espigas quemadas.
Ahora camina deprisa, busca la puerta, tropieza con los brazos y piernas, los perros le muerden y le desgarran y sigue luchando.
Pasan veloces los tiempos. Todos han envejecido. Los tonos son ahora más transparentes, como si el cuadro estuviese huyendo.
Los protagonistas han detenido sus movimientos y miran al viejo con un interés malicioso. La puerta está muy cerca, la muerte llama, el anciano avanza unos pasitos. Todos se han llevado las manos a los ojos, algunos se tiran de los pelos, otros se lamentan y gritan, las mujeres lloran, los niños ríen con sus manecitas absurdas, perros que ladran como simples perros, locos más locos.
El viejo logra cruzar la puerta. El camino que sigue desaparece en un agujero ilógico. No puede avanzar, irse lejos, huir, se sabe cansado, inútil, yermo.
Detrás continúan sonando canciones, las ruedas del carro chirrían.
Yo me alejo con el horror de entender.
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