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El abundante material que tanto desde el mundo académico como desde nuestro mundo ideológico ha generado la contestación a la ignominiosa Ley de Memoria Histórica Socialista, ha puesto en valor dos cosas: la grandeza de nuestra Cruzada a través del rescate de la memoria que ha evidenciado lo que en ella se defendió, y con alcance universal, no otra cosa que todo el legado de la civilización cristiana: la Fe y la Patria; y el reflejo íntimo de este tiempo de España, profundamente deprimente, que vive con la memoria perdida y una visión suicida que sólo mira el presente, prueba fehaciente del final de una época.

Sobre la grandeza de la gesta que fue nuestra Cruzada, cuyos valores fueron defendidos con una fe y un heroísmo sin precedentes, constatar que apreciamos lógica esta persecución, que está en la perspectiva escatológica que nos anuncia Cristo: “Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí.  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia.  Acordaos de la palabra que yo os dije: Un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió” (Jn, 15, 18-21). Que es como entendemos el delirio de una ley que trata de ganar la historia retroactivamente, poniendo en primer plano una de las más profundas y perturbadoras verdades sobre la condición humana, su oposición a Dios: Non serviam

Respecto de la segunda, ese reflejo íntimo de este tiempo de España que hemos calificado de profundamente deprimente, convendría que quienes lo reflejan por acción u omisión se hicieran estas preguntas: ¿puede una sociedad utilizar las armas de la hipocresía y el engaño sin destruirse así misma? ¿Se puede construir una ética social sobre el homenaje a delincuentes y criminales reconocidos, cuyas herencias se silencian porque la base en la que se sustenta el pasado es en la más burda interpretación de la realidad, en el más audaz de los engaños, en la más insidiosa simulación de la verdad?

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No sé si ya se ha dicho todo, y sorprende que esta batalla no se haya ganado ya en los tribunales. Ahora bien, de lo que no hay duda es que esta situación lo que produce es una enorme vergüenza personal, generacional y nacional, que hay que sacudirse. “Las guerras –como dijo Maquiavelo, Historia de Florencia– comienzan cuando se desea, pero no terminan cuando se quiere”.

Seguro que todos tenemos una lista de propósitos.  

Autor

Pablo Gasco de la Rocha