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Hace tiempo llegué a la conclusión de que la idiotez no entiende de género: hay hombres tontos y mujeres tontas. Tampoco entiende de edad: hay niños tontos (yo he tenido muchos en la escuela), que cuando llegan a la edad adulta siguen siendo tontos de remate. Más reciente en el tiempo, he llegado a otra conclusión importante, a saber: la idiotez tampoco entiende de formación académica; alguien puede tener una titulación universitaria… y ser imbécil.
He hecho la anterior introducción porque hace unas semanas, cuando aquí en mi tierra, Jaén, soportábamos una ola de calor infernal, en el informativo de Canal Sur, al mediodía, apareció una arquitecta, profesora de la Universidad de Sevilla, para más inri (Ángela Lara, es su nombre), la cual, sin inmutarse lo más mínimo, dijo que aquí lo pasamos tan mal cuando llega una ola de calor porque “un alto porcentaje de las viviendas que tenemos son preconstitucionales, de los años sesenta y setenta, las cuales son de mala calidad, con malos materiales, carpinterías pobres…”.
Yo, hasta ahora, tenía entendido que la Constitución era la norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico, mediante la cual se organiza todo el entramado legislativo de nuestro país. Pero, que yo sepa, en nuestra Constitución no se habla de normas urbanísticas, como tampoco se hace referencia en ella a criterios referentes a la construcción de edificios.
Sin embargo, por lo que se ve, yo estaba equivocado, pues según doña Ángela Lara, las viviendas construidas antes de aprobarse la Constitución, son malas, porque sí, mientras que las edificadas después de aprobarse nuestra Carta Magna, son buenas, porque también. Por eso, los que viven en casas construidas antes del 6 de diciembre de 1978, lo pasan tan mal cuando llega una ola de calor, mientras que los que habitan en alguna de las edificadas después de esa fecha, están tan fresquitos cuando aprieta el calor.
La verdad es que me dieron ganas de llorar cuando escuché a la arquitecta soltar su disertación sobre urbanismo constitucionalista, al comprobar a qué nivel tan bajo se ha llegado en nuestra universidad, pero finalmente, pude aguantarme. Yo sé que doña Ángela Lara nunca leerá este artículo, pero le recordaría que, en España, si hay alguna vivienda preconstitucional por excelencia, esa es la Cueva de Altamira, y allí se está en la gloria cuando llega una ola de calor, por eso siguen allí los bisontes, porque están muy fresquitos.
Pero por si alguien le hace llegar este artículo a la arquitecta profesora universitaria (un alma caritativa, se llama eso), la voy a ilustrar con un ejemplo, hablando de mi propia experiencia, para que se haga una idea (la arquitecta, digo), del disparate tan grande que dijo al mencionar la Constitución como hito fundamental en la construcción de viviendas en España.
Yo tengo dos casas. Una en mi pueblo natal, que es herencia de mis padres (q.e.p.d.), los cuales se la hicieron con la ayuda del Gobierno de Franco (sí, he dicho Franco), a principios de los años cincuenta del siglo pasado, cuando los pobres míos se casaron. De la Constitución, por aquélla época, aún no se tenían noticias. Aunque muy modesta, es una casa de paredes gruesas de piedra, teja árabe y solería antigua, y oigan ustedes, cuando llega una ola de calor, en la casa de mi pueblo, ligero de ropa, estoy a gusto, sin necesidad de aire acondicionado.
Tengo otra casa en la ciudad en la que he ejercido los últimos años de mi vida profesional. Me la compré, recién terminada, en 2004, cuando la Constitución llevaba aprobada veintiséis años, y en ella no hay quien viva en verano… si no fuera porque he puesto aparatos de aire acondicionado en las principales dependencias de la vivienda.
Así es que cuando hable de este tema, señora Lara, no mencione usted a la Constitución, como si nuestra Carta Magna hubiera dividido nuestras vidas en un antes (horroroso, como es obvio), y un después (idílico, claro está). Afine usted el lenguaje, prepárese más culturalmente, y no diga usted bobadas en televisión, porque siendo profesora universitaria, pues no le pinta.
Y ya termino, queridos lectores. No crean ustedes que la de la Constitución fue la única sandez que soltó doña Ángela Lara ese día. Para terminar su perorata, con un deje andaluz muy cutre, por cierto (por lo que se ve, se cree graciosilla, la nena), dijo que necesitamos “deshormigonizar” nuestras ciudades, algo que yo no sé muy bien qué es ni cómo se hace. Pero que me ha llevado a otra conclusión, que hay que añadir a las que mencionaba al principio de este artículo. En España, además de con la clase política, tenemos un serio problema con muchos profesores universitarios, que no tienen la formación cultural suficiente para desempeñar el cargo que se les ha encomendado. Por eso dicen tantas tonterías en televisión, porque tienen la cara más dura que el cemento, o que el hormigón. Que eso viene aquí que ni pintiparado. A los hechos me remito.
Autor
- Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.
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Es verdad, tanto las viviendas construidas por el Régimen de Franco, como las rehabilitadas, ampliadas y reconstruidas. La inmensa mayoría de viviendas en la España actual vienen de tiempos de Franco, aunque a los portales les hayan arrancado el cartel del Instituto de la Vivienda con el yugo y las flechas, a cuyo frente estuvo el impecable falangista verdadero José Utrera Molina, gran amigo del caudillo, gran cristiano y español, que a tantos pobres de España enalteció. Que Dios le tenga a él y a los suyos en la gloria.
La casa en la que viven mis padres es una de ésas, construida en 1961 – aunque ellos llegaron bastante más tarde – y mi abuelo por casualidad presenció en vivo y en directo cómo arrancaron la placa dos individuos del ayuntamiento; les pidió la placa, para quedársela él como recuerdo y se lo negaron con unos modales que por lo visto dejaban mucho qué desear.
Sí, Felipe González sabía lo que se hacía al asaltar la Universidad y montar una bonita forma de dar la «condición de catedrático» a quien jamás habría conseguido cumplir los requisitos, tener los conocimientos y aprobar los exámenes de los catedráticos que había habido hasta el momento.