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Firme o no firme, ¡qué firmará!, es igual porque la cuestión a analizar es la pérdida de sentido de la institución monárquica, que deja de tenerlo en el mismo momento en que Juan Carlos de Borbón y Borbón perjura de lo que había jurado representar y defender. Hablaríamos, entonces, y en el mejor de los casos, de la tensión o del peso de la Historia, cuyo análisis nos remite a un proceso histórico que origina una situación de intensidad problemática, que la institución en su interacción busca la posibilidad de solucionar a tenor de las nuevas circunstancias.
Aquí nos remitiríamos a todo el proceso revolucionario que venía proyectándose desde antes del fallecimiento de Franco, y que se hace efectivo en el llamado tiempo de la Transición, que como bien dijo Blas Piñar: “contribuyó a la creación de fronteras lingüísticas, culturales y fiscales que han provocado la fragmentación de España. Comenzando por demoler tres puntos estratégicos que unifican una nación: Religión, Educación y Defensa”. Siendo que “el régimen fue desmontado desde su interior por muchos de los que juraron defender principios innegociables”.
Así, cuando la Monarquía pierde su identidad como unidad de poder, y ya no entiende que España es una unidad histórica de convivencia y de destino, y acepta por acción u omisión que España es algo contractual y negociable, ¿qué sentido tiene la Monarquía? Hoy en España, y suscribimos lo que dijo Piñar sobre Juan Carlos I: “no tenemos una monarquía auténtica, sino una Corona desprendida de la institución monárquica y puesta sobre un régimen político que nada tiene que ver con aquella institución”.
Atrapado en el laberinto liberal, y profundamente confundido, lo que alienta y a lo que da sentido Felipe VI no es a un cambio reformador que añada argumentos de índole moral, al tiempo de considerar cuales son los medios que hay que utilizar para conseguir el propósito frente a los impulsos revolucionarios, sino a un futuro que se desea imponer, que no está determinado por valores y virtudes, y que por eso mismo se convierte en un factor de posibilidades que originen energías vitales hoy inexistentes, ganando tiempo al futuro. Siendo por ello que Felipe VI se nos presente pletórico por creer que lleva a cabo una acción renovadora en bien de todos.
Con todo, no debería descuidar que cada día aumenta el número de españoles que se sienten ajenos a esta sociedad, y no sienten ninguna obligación moral en participar ante lo que consideran un absurdo. Un absurdo por la ausencia de trascendencia y carencia de puntos firmes de referencia espiritual, que es por lo que algunos apostamos por la REPUBLICA NACIONAL en defensa de la Unidad, Grandeza y Libertad de España, proyectada por una efectiva “revuelta” espiritual interna en contra de lo establecido.
La Jefatura de España tiene que tener muy claro que la historia humana es siempre una lucha entre el Bien y el Mal, que los hombres (y mucho más si son españoles) están hechos a imagen y semejanza de Dios, y que las naciones están hechas a imagen y semejanza del hombre.
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