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Serie sobre Francisco Franco en el 49 aniversario de su muerte
EL OTRO FRANCO
El Franco intelectual que se pasó la vida leyendo entre batallas y guerras
Mis primeras lecturas: desde Galdós a Valle-Inclán
Vaya por delante una aclaración previa: las lecturas y escritos a los que me voy a referir son los del Franco joven, es decir, el Franco que va desde la infancia gallega hasta el 18 de julio de 1936. Tampoco quiero detenerme en las cartas privadas o en la correspondencia política que mantiene en la etapa conspiratoria (aunque ello también merecería un estudio exhaustivo) que precede al Alzamiento militar. Creo que lo importante para conocer mejor al personaje son las lecturas no militares del hombre en formación, pues ello sí puede contribuir a descifrar algunas de las lagunas de su personalidad… aquella extraña y a veces sorprendente personalidad.
Naturalmente, en la vida de Franco como en la de cualquier ser humano, tienen mucho que ver los factores hereditarios, el entorno familiar, las circunstancias ambientales y la formación recibida durante los decisivos años de la infancia y la primera juventud… hasta el punto de que el Franco persona, el Franco militar y el Franco político u hombre de estado, serían incomprensibles sin el estudio de estas influencias de todo tipo que recibe del exterior a lo largo de esos años que, según Ortega y Gasset (véase la «Introducción»), sirven de pórtico a la entrada en la historia. Pero realmente, ¿puede conocerse a un hombre sin saber lo que lee en los años de formación? ¿Pueden entenderse los comportamientos de un hombre sin saber qué enseñanzas (personales o librescas) ha recibido a lo largo de su juventud e incluso en la «etapa de gestación»?… ¿De dónde le venía a Paquito la afición por la lectura? ¿Por qué siempre, durante toda su vida, se enfrascará en los libros en cuanto tiene una oportunidad?
Y, sin embargo, de todo esto apenas se sabe nada. Sabemos, eso sí, que Franco nace en 1892, en la noche del 3 al 4 de diciembre, en el seno de una familia burguesa acomodada y conservadora, en la que la madre es piedra angular y soporte espiritual de todos. Sabemos que el padre, don Nicolás Franco Salgado-Araujo, fue un competente marino en tierra que ya en su madurez rompió algunos «tabúes» sociales y vivió su propia vida[1]. Sabemos que Franco fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la iglesia de San Francisco de El Ferrol (Galicia) con los nombres de Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde Salgado Pardo. Sabemos que el ambiente que vivió en aquel Ferrol natal fue viciado por las malas noticias del «desastre del 98» y que allí fue donde soñó -como tantos niños con ser marino de mar adentro. También sabemos que el destino y las leyes de los hombres le arrancaron muy pronto sus sueños de marino y le arrastraron, con tan sólo quince años, a la Academia de Infantería de Toledo (El Alcázar), como, asimismo, hicieron sus dos hermanos, Nicolás y Ramón[2]. Sabemos que fue un estudiante «normal» y que antes de cumplir los dieciocho años (julio de 1910) ya era segundo teniente de infantería. Sabemos que su primera intervención militar en Marruecos fue en 1912 en la toma del poblado de Hadde-allal-u Kaddur, entre el monte Arruit y el recodo del Kert, a las órdenes del general Berenguer…, y a partir de ese momento lo sabemos casi todo de su vida militar por la hoja de servicios pero, en realidad, ¿qué se sabe de la vida íntima y espiritual de aquel muchacho conocido como el africano? Poco, muy poco.
Desde Galdós a Valle-Inclán
La afición por la lectura
Sabemos que ya antes de salir de El Ferrol para Toledo era «Un chico serio, ensimismado, casi tímido, que prefería la lectura a cualquier tipo de juego»; sabemos, por George Hills, su mejor biógrafo de la etapa toledana, y por Ricardo de la Cierva, quizá el mejor conocedor de su amplia biografía, que «el mozo ferrolano traía ya de lejos su afición a concentrarse en la lectura» y que «muchos años después sus compañeros recuerdan sus tardes de meditación y estudio privado, en los que el alumno de primer curso se dedicaba a sus dos asignaturas favoritas: la topografía y la historia militar y política»; sabemos que durante su estancia en Toledo prefirió siempre la lectura al chicoleo por la plaza de Zocodover y que ya desde entonces sintió una gran pasión por el análisis político de la situación de España; sabemos que durante sus largas estancias en África es uno de los pocos oficiales y jefes que dedica gran parte de su escaso tiempo libre a la lectura y a la meditación…, y por la misma doña Carmen Polo de Franco sabemos que el mayor defecto de su marido era «que le gusta demasiado África y estudiar unos libros que yo no comprendo»[3].
También sabemos que años después, cuando ya era el general más joven de Europa (treinta y tres años) y reside por primera vez en Madrid, como jefe de la primera Brigada de Infantería (1926-1928), dedica la mayor parte de su tiempo a leer y completar su biblioteca; sabemos que aquel generalito llama poderosamente la atención en sus «viajes de estudio» a Alemania y Francia por sus extensos conocimientos históricos, políticos y militares; sabemos que durante sus años de general director de la Academia General Militar de Zaragoza pasa más tiempo encerrado en su despacho o en la biblioteca que en los campos de entrenamiento, y también sabemos que su retiro forzoso a Oviedo de 1931-1932, lo aprovecha al máximo para ponerse al día en estudios de economía política y organizar su buena biblioteca de historia. Allí se encontró con su primo y confidente Franco Salgado-Araujo y con su amigo de penas Camilo Alonso Vega.
Y así podríamos seguir hasta el final de sus días, pues hasta el final -según relató su propia hija Carmen al autor-[4] aprovechó todos los ratos libres para leer o escribir. Pero ¿qué leía aquel Franco? Eso lo vamos a descubrir enseguida, aunque antes, no me resisto a reproducir algunos testimonios de entonces y las primeras entrevistas periodísticas que le hacen, gracias a las que podremos conocer mejor a este personaje.
1.2. Primeras declaraciones a la prensa
En 1923 Franco concede una de sus primeras entrevistas periodísticas a Juan Ferragut de la revista Nuevo Mundo. Según cuenta el historiador Ricardo de la Cierva en su libro Francisco Franco, un siglo de España, la interviú fue realizada en enero de 1923, cuando Franco pasaba por Madrid en su segundo traslado de Marruecos a Oviedo. Es curioso leer -como lo podrá ver el lector- las palabras «falange» y «caudillo» en boca del periodista y teniendo en cuenta la edad de Franco: treinta y un años. De aquella entrevista son estos párrafos:
***
Así como Millán Astray fue el cerebro creador y el verbo entusiasta del Tercio de Extranjeros, el comandante Franco ha sido el corazón de esa falange gloriosa que en horas tristes de fracaso, cuando todo se derrumbaba, supo servir de escudo y defensa, de orgullo y estímulo de los prestigios de España.
Franco, el héroe de la campaña marroquí, está ahora en Madrid. Va para Oviedo, destinado a un regimiento de aquella guarnición. No piensa, por ahora, volver a África.
Como Sanjurjo, como Millán Astray, Franco deja la guerra. ¿Por qué? La guerra en Marruecos tiende a la burocracia, a la acción política, a esas componendas y pactos que una y otra vez dieron tan funestos resultados… Y por eso y porque la mediocridad envidiosa les acorrala y les estorba, los mejores, los caudillos, los que cuando el pánico de la derrota vergonzosa cundía supieron ser fuertes, héroes y españoles, abandonan Marruecos…
Al estrechar por vez primera la mano recia y leal de Franco, él me dice:
– ¡Tenía ganas de conocer al auténtico Juan Ferragut!
– ¿Cómo? -le interrogo extrañado-. ¿Es que hay otro?
– Sí, ya lo creo. Yo he conocido varios. Cuando usted escribía sus «Memorias» en Nuevo Mundo y conservaba el misterio de su pseudónimo, hubo allá en Melilla quienes se lo apropiaban… Recuerdo de un legionario que se hacía pasar por usted, y llegó a conseguir licencias para estar en la plaza y, a título de periodista, iba a todas partes y entraba en los teatros… El hombre hasta se permitía dedicar novelas de usted… Al cabo, un día, le descubrimos la combinación y le mandamos a dormir en el calabozo su embriaguez literaria…
Reímos. Yo le pregunto después a Franco:
– ¿Por qué ha dejado usted la Legión? Duda, vacila un momento y me contesta:
– La verdad: porque allí ya no hacemos nada. No hay tiros. La guerra se ha convertido en un trabajo como otro cualquiera, pero aún más fatigoso. Ahora no se hace más que vegetar…
– ¿Y a usted le gusta la acción?
– Sí… hasta ahora por lo menos. Yo creo que el militar tiene dos épocas: una la de la guerra, y otra, la del estudio. Yo ya he hecho la primera y ahora quiero estudiar. La guerra antes era más sencilla, se resolvía con un poco de corazón. Pero hoy se ha hecho más complicada, es, quizá, la ciencia más difícil de todas…
Treinta años tiene Franco y parece aún un niño. Su rostro moreno, sus ojos negros y brillantes, su pelo rizado, cierta cortedad de gesto y de palabra y la sonrisa pronta y franca, le infantilizan. Ante el elogio, Franco se ruboriza como una muchacha por el piropo.
– ¡Pero si yo no he hecho nada! -exclama como asombrado-. Los peligros son menores de lo que cree la gente. Todo se reduce a aguantar un poco…
– ¿Cuál ha sido el día que más emoción le ha causado en esta campaña?
Duda un poco, como eligiendo en sus recuerdos, y me dice:
– Ha habido varios momentos difíciles… Yo recuerdo siempre el día de Casabona, tal vez el más duro de esta guerra… aquel día fue el que vimos lo que era la Legión…, los moros apretaron de firme y llegamos a combatir a veinte pasos. Íbamos una compañía y media y nos hicieron cien bajas… caían a puñados los hombres, casi todos heridos en la cabeza y en el vientre y ni un solo momento flaqueó la fuerza… los mismos heridos, arrastrándose ensangrentados, gritaban: ¡Viva la Legión! Viéndoles tan hombres, tan bravos, yo sentía que la emoción me ahogaba… Ése ha sido el mejor para mí de esta guerra.
– ¿Y el peor?
– El de mi despedida, cuando he abrazado a los legionarios antes de embarcar…
Franco no lleva puesta más condecoración que la Medalla Militar, cercada de brillantes, regalo de los hombres que con él se han jugado la vida…
– ¿Usted -le interrogué- ha sentido el miedo?
Se sonríe con una expresión de pueril extrañeza, como si le hablara de un mundo desconocido. Y, tímidamente, vacilando, contesta:
– No sé… El valor y el miedo no se sabe lo que son… en el militar, todo eso se resume en otra cosa: concepto del deber, patriotismo…
Yo insisto, preguntándole al hombre que no sabe lo que es el miedo, al héroe que dice no saber lo que es el valor.
– ¿Y ha pensado en que podían matarle?
– Sí -afirma seguro-. Yo, como todos los que fuimos a Melilla, estaba convencido de que nos quedábamos allí. La guerra se presentaba larga y dura y, además, en Marruecos tal vez por contagio de los moros, todos nos hacemos un poco fatalistas…
No es posible hacer hablar a Franco de sus acciones de guerra. Su modestia no tiene nada que ver con esos pudores hipócritas del vanidoso que busca mayor insistencia en el halago. Para él, la guerra ha sido un deber que se cumple alegremente, un juego gallardo y fácil en que sólo se arriesga el corazón… Y, sin embargo, su corazón tenía raíces aquí en España: una madre que reza, una novia que espera…
– ¿Está usted enamorado, Franco?
– ¡Hombre! ¡Calcule usted! Ahora voy a Oviedo a casarme.
Y torna a sonreír, como a sus recuerdos, a sus esperanzas…
¡Comandante Franco! ¡Bienvenido! Cuando yo escribía las Memorias de un legionario era usted el inspirador de muchos relatos…, por eso he sentido una gran emoción al abrazarle hoy, en que usted, como un paladín de leyenda, vuelve triunfante de la guerra y camina hacia la felicidad. Pocos hombres como usted se la han ganado tan cumplidamente. Es usted joven y fuerte, y ha merecido bien de su Patria.
***
Años más tarde, ya en 1928, cuando Franco es general -el general más joven de Europa- y vive en Madrid, concedió una larga entrevista al alimón (él y su mujer, doña Carmen Polo de Franco) al barón De Mora para la revista Estampa. Por su interés, reproduzco una parte de la entrevista: publicada el 29 de mayo de 1928:
***
– … Mi constante afición ha sido la pintura.
– ¿Qué género de pintura prefiere?
– Todos, porque desafortunadamente, no tengo tiempo de practicar ninguno.
En ese momento interviene la esposa:
– No le crea usted. Ha pintado innumerables monigotes para nuestra chiquilla…
– ¿Cuál es el mayor defecto que encuentra en su marido?
– Que le gusta demasiado África y estudiar unos libros que no comprendo.
-Y, ¿qué opina de su carácter?
– Que para mí, indiscutiblemente, es el mejor.
¿Le gusta la literatura?
– Me gusta mucho el teatro de Benavente y las novelas de Alarcón.
– ¿Sabe el autor predilecto de su esposo?
– Valle-Inclán. Vea todas sus obras en la biblioteca.
– Perdone mi pregunta, Carmen, ¿fue muy feliz en su noviazgo?
– No lo crea. Yo siempre había soñado que el amor sería una existencia iluminada de alegrías y risas, pero a mí más me trajo tristezas y lágrimas. Las primeras que he derramado en mi vida de mujer fue por él. Siendo novios, hubo de separarse de mí para marchar a África y organizar en la Legión la Bandera, y puede suponerse mi constante ansiedad e inquietud, aumentada terriblemente los días que los periódicos hablaban de operaciones en Marruecos, o cuando sus cartas se hacían esperar más días de los acostumbrados. Después, ya todo preparado para casarnos, a los dos días de conocerse en Oviedo la noticia de la muerte del teniente coronel Valenzuela al frente de la Legión. Paco volvió a marcharse.
– En efecto -interrumpe (el esposo) trayendo de su despacho un telegrama- era el día 13, fiesta de San Antonio, que recibí esta comunicación urgente del ministro de la Guerra, general Aizpuru, anunciándome que el Gobierno, reunido en Consejo de Ministros, acababa de ascenderme a teniente coronel, destinándome a la Legión, en sustitución del heroico Valenzuela. Aquella misma noche partí.
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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