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El artículo 68 del Estatuto de los Trabajadores determinó en su día que en las empresas de más de cincuenta trabajadores existiera la figura del delegado de personal y del comité de empresa, como representantes legales de los trabajadores, que dispone de un crédito de horas mensuales retribuidas en cada centro de trabajo, para el ejercicio de sus funciones de representación.
Durante los gobiernos socialistas de los años ochenta se inventa otra figura más acorde con las tesis leninistas que con la defensa de los intereses de los trabajadores que son los “liberados sindicales”. Se trata de un grupo de trabajadores que acumulan en su persona las horas mensuales de todos delegados de su sindicato, con lo que a diferencia de aquellos, que continuaban trabajando en su puesto y algunas horas de su jornada la dedicaban a realizar esas labores sindicales, el “liberado” no trabaja ni una sola hora para la empresa, que le sigue pagando su salario y sus funciones son difundir las ideas que su partido o sindicato le marcan, quedando la defensa de los trabajadores de su empresa como la excusa perfecta para atacarla y salir en manifestaciones de pancarta y bocadillo, cuando no gobierna la izquierda.
Realmente actúan como proselitistas de izquierdas pagados por la empresa. ¡Nunca Lenin pudo imaginarlo mejor!
Por otro lado nada se exige a los liberados sindicales en lo que a horario , formación en derecho y salud laboral se refiere, de manera que liberados sindicales son carpinteros, fresadores, administrativos, médicos, enfermeras, fontaneros, cocineros, y un largo etcétera de profesionales sin ningún conocimiento de la función que en teoría deben hacer en la empresa que sería aconsejar laboralmente al trabajador, tanto en lo que a sus derechos se refiere, como vigilar las condiciones del trabajo. Conocimientos técnicos desconocidos por la inmensa mayoría de liberados sindicales. Entonces ¿a qué dedican realmente la jornada laboral cuando acuden al lugar de trabajo? Fundamentalmente a hacer proselitismo político, a hablar mal de la empresa que les paga y a hacer el vago todo el día y a desentumecer los músculos el día que toca “mani” contra lo que sea. Conocí a un liberado sindical que se procuró un colchón que tenía para estar más cómodo mientras leía o escuchaba música.
En España son más de sesenta mil, a los que hay que sumar otros 290000 representantes sindicales, que dedican unos 60 millones de horas anuales a esta función, con más de 1600 millones de euros de coste al año.
La Ley marca un mínimo de horas sindicales y por tanto de “liberados”, pero sobre todo en la Administración, cuando ha gobernado la izquierda, el número de liberados sindicales ha aumentado en función de los convenios firmados con los sindicatos.
Hace unos años Esperanza Aguirre, cuando fue presidenta de la Comunidad de Madrid, redujo los liberados sindicales que había en la administración autonómica de 3.486 a 712, que era el mínimo que establecía la Ley, con un ahorro de 72 millones de euros, cosa que la izquierda no le perdonó, y la crucificó.
Parece lógico volver a la situación que el Estatuto de los trabajadores marca: que cada trabajador use las horas al mes que le corresponden para hacer gestiones con su sindicato, igual que dispone de horas para ir al médico o de libre disposición, y volver a la figura del delegado de personal, para que formando un comité de empresa pueda disponer de unas horas adicionales mensuales para mantener reuniones y plantear a la dirección de la empresa aquellas situaciones de mejora que considere oportunas.
Eliminar la figura del Liberado sindical además de producir un sustancial ahorro de dinero a todas las empresas y administraciones públicas, es una medida saludable, ya que el resto de los trabajadores de la empresa suele ver al liberado sindical como una especie de caradura, vividor, -más aún en el caso de los liberados sindicales sanitarios-, que en su mayoría no se quisieron incorporar a su puesto de trabajo durante los meses más duros de pandemia, mientras sus compañeros duplicaban turnos para poder dar una asistencia sanitaria mínima ante la situación de caos. Esa deslealtad con ellos y con los pacientes, los profesionales sanitarios no la olvidamos y seguro que aplaudiríamos que se eliminase esa figura tan innecesaria del liberado sindical.
España merece unos sindicatos dignos, que representen al trabajador, en lugar de un grupo de caraduras, vividores, chupadores de cabeza de gamba roja.
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