
Se ha ido Pilar Burgos, la última heredera de una Sevilla que sabía la importancia de los oficios, que rendía culto al detalle, al trato y a la elegancia.
Pilar Burgos no fue solo una mujer empresaria pionera en un mundo de hombres: fue una institución del comercio sevillano, aquél de Eulogio de las Heras, Ochoa, Maquedano, Casa Rodríguez, Lina o los hermanos Foronda. Resistió como una alpargata con alma a la invasión del fast fashion, el plástico y la importación de China.
Pilar Burgos empezó, como casi todo en Sevilla, por herencia de madre. En la avenida de la Constitución, que entonces era la de José Antonio, regentaba la matriarca Calzados Catedral, aquella tienda tan entrañable que olía a betún Kiwi, a cuero bueno, a suela de verdad y a la goma de los zapatos Gorila que llevamos todos los niños sevillanos nacidos en los 70.
De allí, Pilar Burgos se embarcó en su propio sueño y abrió tienda en Triana. Pero no una tienda cualquiera: era un altar al zapato bien hecho, a la cuña que sujetaba el buen gusto y no sólo el tobillo.
Dicen que los guantes que Rita Hayworth llevó en Gilda eran de color ciruela, y salieron de una tienda de la calle Francos que ya no existe, como tampoco existe ya aquella Sevilla. Pero existía, y en esa Sevilla se inscribe Pilar con sus cuñas Gilda -ya ven qué cosas-, sus tacones feriantes y su arte para vestir los pies como quien viste una mantilla.
Otros sucumbían a la importación barata. Ella resistía con cuñas de esparto de Valverde del Camino, con tacones que no dolían y con bolsos a juego como era natural. De sevillanas maneras. Pilar Burgos tenía claro que la moda no es cosa de pasarela, sino de acera y adoquín; de mujeres que caminaban por la calle Sierpes o por San Eloy con la misma gracia que caminaban por la vida.
El comercio de Sevilla no se entiende sin Pilar Burgos, que modernizó el zapato sin caer en la vulgaridad. Abrió tiendas en Madrid, Málaga, e incluso México y Portugal, pero siempre volvió a Sevilla como vuelven la golondrinas al alero.
Cuando en 2014 le dieron la medalla de la ciudad, Pilar Burgos no cambió el paso. La recibió como quien recibe a una clienta de toda la vida, con elegancia, sin estridencias, consciente de que el prestigio no se grita: se construye día a día, pedido a pedido, moldeando hormas y fidelidades.
Pilar Burgos se ha ido, y no sólo cierran sus tiendas: también cierra una forma de entender el comercio sevillano: la que miraba a los ojos, la que sabía el número de pie de cada clienta sin preguntarlo, la que trataba a cada señora como si fuera la duquesa de Alba de su propio barrio.
Pilar Burgos no vendía zapatos. Pilar Burgos calzaba a Sevilla.
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Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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