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Amigos míos, hay tres acontecimientos de la reciente Historia de España que me siguen quitando horas de sueño, ya que por mucho que indagué, por mucho que leí, por mucho que investigué y por las muchísimas personas con las que hablé, siguen siendo, para mí, un misterio… y temo que me moriré sin haber encontrado la verdad que los tres «hechos» esconden.
Porque sabemos, oficialmente, por supuesto, que los autores materiales del atentado que le costó la vida al almirante y Presidente del Gobierno, Don Luis Carrero Blanco, (1973) fueron miembros de la ETA, incluso con nombres y apellidos… pero, no sabemos quiénes fueron los cerebros de la «Operación Ogro», ni quién pagó a los asesinos.
Porque sabemos, oficialmente, por supuesto, quiénes fueron los autores de la «matanza de la calle Atocha» (1977) incluso con nombres y apellidos, en la que murieron vilmente asesinados cinco abogados laboralistas del PCE y de Comisiones Obreras y los nombres de los asesinos, miembros o simpatizantes de la extrema derecha… pero, no sabemos quiénes fueron los cerebros que idearon el salvaje atentado ni quiénes pudieron pagarlo.
Porque sabemos, oficialmente, por supuesto, quiénes fueron los autores del vil y salvaje atentado de la estación de Atocha (2004), incluso con nombres y apellidos, en el que murieron 192 personas y resultaron heridas unas dos mil… pero no sabemos quiénes fueron los verdaderos cerebros ni quiénes pudieron pagarlo.
Pero, como hoy es el aniversario del asesinato de Carrero a él me quiero referir y contar lo que, todavía hoy, puedo contar, porque desgraciadamente, sólo se puede hablar o denunciar lo que se puede demostrar y con pruebas tangibles (y a veces ni con ellas, pues, al parecer, ya no valen ni las testificales).
Verán, la misma noche del atentado (y tras vivir la vorágine periodística de aquel día como subdirector de «Pueblo») ya me puse a trabajar en el tema, por una razón simple, porque en esos momentos ya tenía casi terminada una obra sobre «Los Magnicidios de la Historia de España» (Prim, Cánovas, Canalejas y Dato) y no iba a publicarla sin el de Carrero…y en el plan de trabajo y la ruta a seguir que me impuse comencé por mantener una larga entrevista con Doña Carmen Pichot, la viuda del Almirante asesinado, de la que obtuve todas las respuestas que se podían dar con los hechos tan recientes, todavía, sólo habían pasado unos meses, y las dudas, o interrogantes sin respuesta, que en aquel instante eran muchas (luego se fueron sabiendo más cosas)…
Interrogantes que yo fui trasladando a algunas personas, por simple curiosidad política, como Fraga, Fernández de la Mora, Santiago Carrillo, Calvo Serer, Federico Silva, García Trevijano, Ortí Bordás y muchos más que no vienen al caso… y más o menos todos aceptaron que la autoría y la perfección del atentado sólo podía ser obra de ETA.
Sin embargo, y sin intereses bastardos, algunas cosas llamaban la atención. Por ejemplo, la presencia de Kissinger en Madrid aquellos días, la facilidad con la que los terroristas habían trabajado en la instalación de la bomba o bombas, la coincidencia del juicio de los del «1001», el «dossier» sobre la masonería. los informes secretos de la CIA, la inoperancia de la policía española y el hecho de que el Ministro de la Gobernación (el máximo responsable de la seguridad del Presidente) fuese, precisamente el sucesor en el cargo… y varias dudas más…que dejaban entrever que no todo lo que se veía era toda la verdad.
Y, siguiendo el «quid prodest» con el que Agatha Christie escribía sus novelas, yo quise imitarla. ¿A quién o quiénes les podía interesar la muerte de Carrero? o ¿Quién o quiénes podían beneficiarse de su desaparición, teniendo en cuenta que Franco estaba ya en las últimas y que el Almirante era el más seguro de sus posibles herederos?… y por último, y ya pasado el tiempo, me pregunto: realmente ¿a quién benefició la muerte de Carrero?… Y la respuesta o respuestas, pues en mi criterio hubo y hay varias, aunque las más a flor de piel fueron: a la Monarquía Parlamentaria (que le ganó la partida a la Monarquía Tradicional, Católica y Apostólica) y al llamado «bunker franquista» (como de momento se comprobó).
Pero con el «quid Prodest» por delante a todos mis entrevistados me encontré con una respuesta interesante (o al menos intrigante): la de Don Gonzalo Fernández de la Mora, que me dijo: «si quieres respuestas a tus interrogantes vete a ver a Laureano López Rodó, él te puede informar mejor que nadie de todo lo relacionado con Carrero».
Y con López Rodó me vi, gracias a mi Jefe Don Emilio (el Director de «Pueblo»)… Larga entrevista y más sombras que luces. Aunque sólo con que me dejara leer el «Informe Secreto de las entrevistas con Don Juan, el Conde Barcelona, en Estoril» de Carrero entregado a Franco, no había perdido el tiempo, ya que en ese informe pueden comprobarse, (lo incluiría después íntegro en su obra «La larga marcha hacia la Monarquía») las enormes diferencias que había entre ambos sobre el modelo de Monarquía que más le podía interesar a España cuando desapareciera el Caudillo.
Diferencias abismales, ciertamente.
Porque para Don Juan solo había una Monarquía, la HEREDITARIA, una Monarquía liberal, democrática, superadora de bandos, consciente de la diversidad, pluralista, integradora de sentimientos e ideales, abierta a todas las tendencias y a todas las políticas… como lo fue siempre —en su criterio—. la Monarquía de mi padre y de mi abuelo.
Y para el Almirante sólo había una Monarquía posible, la Monarquía del 18 de Julio, Católica, Apostólica, Romana, anticomunista, antiliberal, libre de influencias extranjeras, llena de los Principios Fundamentales del Movimiento y, claro está, con el Caudillo al frente mientras viva.
— Señor, le diría en un momento dado, nosotros queremos un Rey que venga a reinar sobre la Unidad de España, que haga suyos los Principios del Movimiento victorioso en 1939, cuajados en las trincheras, anticomunista, antiliberal, convencido de que todos los males de España, incluso de la Monarquía llegaron por vía del comunismo, la masonería y el liberalismo a ultranza. Señor, si usted quiere ser Rey, y lo será si es por Franco, deberá aceptar que hubo una guerra y que en el camino se quedaron un millón de españoles para poder llegar a la España en paz que gozamos.
Y tras leer y meditar todo lo que se habló en aquellas entrevistas celebradas en Estoril y ver la Monarquía que entró, aunque fuera de rondón, en la Constitución de 1978… más de una vez me he hecho la pregunta que hoy después de los 47 años transcurridos desde aquella muerte inesperada me hago:
De verdad, de verdad ¿a quién favoreció más la muerte del almirante Don Luis Carrero Blanco?…¿Habría llegado la Monarquía de Don Juan, o sea, la que tenemos, si Carrero Blanco hubiese vivido y bajo su mandato se hubiese hecho la Transición?
Sí, «cui prodest». Pobre España. Siempre igual.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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