20/05/2024 00:16
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O sea, que hoy domingo se cumple el aniversario de 2 personajes de nuestra Historia. Dos españoles para una sola España.

Mucho se ha escrito, más, por supuesto, del Generalísimo Franco, no solo por ser el Jefe de los ejércitos que vencieron el comunismo entre 1936 y 1939, sino por los casi 40 años que fue Jefe del Estado. Y mucho me he releído estos días para recordar aquel acontecimiento.

Pues bien, de todo lo que he leído, incluso, lo que yo mismo escribí el año pasado y años anteriores, hoy me quedo con la crónica que publicó “ABC” sobre los últimos días, horas y minutos que vivió Franco  realizada por César Cervera y que se republicó el año 2019:

 

“El 20 de noviembre de 1975, falleció Francisco Franco tras una larga y dolorosa agonía en la que fue objeto de tres intervenciones a vida o muerte en cuestión de dos semanas

Francisco Franco murió oficialmente el 20 de noviembre de 1975 a los 82 años, aunque siempre se ha sospechado que el fallecimiento se produjo a última hora del día anterior. El anuncio se habría pospuesto varias horas para que, supuestamente, coincidiera con el aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera . La hora de la muerte es uno de los muchos interrogantes, nunca resueltos, que rodean lo que fue una larga y dolorosa agonía para el anciano jefe del Estado , objeto de tres intervenciones a vida o muerte en cuestión de dos semanas.

La salud del dictador a los ochenta años era delicada, con un párkinson avanzado y con los muchos estragos que en su juventud le habían dejado la guerra de Marruecos. En 1916, en una rafia cerca de Ceuta fue herido de gravedad en el bajo vientre y casi muere en un hospital días después. Aquellos recuerdos bélicos y el peso del poder quebraron lentamente la robustez física de Franco, dando paso con los años a la imagen enjuta y temblorosa que todo el mundo recuerda de él. Pese a ello, el dictador se ausentó solo dos veces en toda su vida de la reunión del Consejo de Ministros. La primera fue en noviembre de 1959 por culpa de una gripe. La segunda fue en mayo de 1973 por un problema en la boca.

Los recurrentes problemas en la boca estuvieron relacionados con una enfermedad en la mucosa de la lengua, el paladar y las mejilla, esto es, traducido en la salud de Franco, una infección causada por hongos cándida albicans que le llenaron la boca de úlceras y pusieron en riesgo su vida en ese año. Los médicos advirtieron al dictador de que, a su edad, aquella infección podía ser mortal si se extendía a otras mucosas, especialmente a la bronquial y a la pulmonar. No obstante, la infección remitió a tiempo.

Un complejo historial médico

A las cicatrices de los años marciales, Franco sumó otra de plomo en su cuerpo a consecuencia de un accidente de caza en diciembre de 1961. El jefe del Estado sufrió un disparo en una mano en los bosques de El Pardo y tuvo que ser atendido en el hospital Central del Aire. Concretamente, se trató de una fractura abierta del segundo metacarpiano y del dedo índice de la mano izquierda, según los informes oficiales. La primera rotura, en el nudillo, se curó de forma normal, pero la segunda, en la primera unión, requirió más tiempo de recuperación y le obligó a tomar pastillas por el dolor .

Hasta el siguiente ingreso hospitalario de relevancia pasaron más de diez años. A principio de julio de 1974, Franco sufrió una tromboflebitis. Un trombo, junto a una subida de urea, derivado de las muchas horas que el dictador pasó sentado aquel verano frente al televisor viendo los partidos de la fase final del Mundial de Fútbol que se celebró en la Alemania Federal. Frente a la pantalla, Franco desarrolló un absceso bajo un callo y, más pronto que tarde, requirió asistencia médica.

La prueba de que aquello fue más grave de lo que se informó entonces es que el ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas , reunió a los directores de diarios para hablar de las llamadas «previsiones sucesorias». Don Juan Carlos fue, de forma interina, jefe del Estado durante 15 días, hasta el 2 de septiembre.

El equipo médico de Franco, encabezado por Vicente Gil , evitó que el trombo derivara en embolia pulmonar gracias a su ingreso en la clínica Francisco Franco, hoy Hospital Gregorio Marañón . Tuvo náuseas y varias hemorragias, e incluso vomitó coágulos de sangre, pero la tromboflebitis no derrumbó a Franco. Al menos no de momento… Sumido en una vida sedentaria y protegido por su entorno familia, el dictador vio como la enfermedad se disgregaba en distintas complicaciones circulatorias y respiratorias tras aquel primer susto.

El médico Vicente Pozuelo , que se hizo cargo a partir de entonces de la atención diaria de Franco, cuenta en su biografía «Los últimos 476 días de Franco» (Planeta) las surrealistas terapias iniciadas con el fin de combatir el sedentarismo del anciano dictador:

«Como por otro lado el heterodoxo procedimiento de las marchas militares funcionaba admirablemente se me ocurrió perfeccionarlo.

-Creo que sería correcto y bueno para su excelencia no sólo oír estos himnos, sino andar y marcar el paso a su compás -le indiqué.

Dio su autorización y empezamos. Primero dábamos una vuelta al despacho; dos después, y así sucesivamente. Intentaba que aquellas dos piernas activaran su circulación venosa. Trabajamos entonces a puerta cerrada, y así estuvimos actuando prácticamente hasta el final de su vida, casi hasta que tuvo que guardar cama. Era una medida fisioterapéutica, que permitió conservar las dos piernas en excelente estado. Todos los días oíamos dos o tres marchas militares y andabamos ( … )»

Los últimos días

Las marchas militares y las nuevas terapias no impidieron que a Franco se le acentuara el párkinson y sufriera un nuevo episodio de tromboflebitis, aunque fuera de forma leve, al siguiente año. 1975 fue un año pésimo a nivel político para el régimen: con el problema del Sáhara a punto de estallar , atentados terroristas y con un rechazo mundial a las últimas ejecuciones del franquismo el 27 de septiembre de 1975. En el mencionado libro, Vicente Pozuelo reconoce que, incluso desde su aislamiento en El Pardo, Franco estuvo al tanto de las turbulencias del país: «Perdía peso por días […] estaba continuamente nervioso y apenas podía conciliar el sueño con normalidad»

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Tres días después de su último acto público, el día 12 de octubre, Franco sufrió un episodio cardiaco en El Pardo que, en principio, se pensó estana causado por una simple gripe. Le dolían los hombros, el pecho y sentía una gran opresión… Un electrocardiograma confirmó que había sufrido un infarto. No obstante, el dictador insistió en asistir de su propio pie, sin silla de ruedas, a l Consejo de Ministros que se celebró el día 17 de octubre. «¡Se ha puesto en legionario, como en Brunete!», aseguró estupefacto uno de sus ayuntantes.

«En el curso de un proceso gripal, Su Excelencia el Jefe del Estado ha sufrido una crisis de insuficiencia coronaria aguda que está evolucionando satisfactoriamente, habiendo comenzado ya su rehabilitación y parte de sus actividades habituales»

Por supuesto, asistir a un Consejo de Ministros donde se trató la famosa Marcha Verde sobre su querido Sáhara no ayudó, precisamente, a templar el corazón del jefe del Estado . Tal vez fue consciente, antes que nadie, de que aquellos iban a ser su último consejo y sus últimos días sobre la faz de la tierra. Al día siguiente, escribió su testamento y accedió a que su pronóstico médico se hiciera público. El 21 de octubre de 1975, la Casa Civil comunicó que «en el curso de un proceso gripal, Su Excelencia el Jefe del Estado ha sufrido una crisis de insuficiencia coronaria aguda que está evolucionando satisfactoriamente, habiendo comenzado ya su rehabilitación y parte de sus actividades habituales. A las diecinueve horas del día de hoy, Su Excelencia el Jefe del Estado recibió en su despacho al presidente del Gobierno, con quien mantuvo una conversación de cuarenta y cinco minutos».

El infarto fue el detonante para la agonía final de Franco. Rodeado de reliquias tales como el brazo incorrupto de Santa Teresa y los mantos de la Virgen del Pilar y de Guadalupe , Franco quedó reducido a una maraña inmovil de piel y huesos. En un parte médico a finales de ese octubre, se informó de un deterioro crítico, con parálisis intestinales, trombosis venosa mesentérica y problemas renales. El 25 de octubre el Obispo de Zaragoza le administró la extremaunción y le preparó para lo peor.

Franco entra en coma

El 3 de noviembre de 1975, Franco entró en coma por una hemorragia gastrointestinal, cuyo intento de taponarlo con balones especiales fracasó y obligó a intervenir al paciente de urgencia en el botiquín del regimiento del Pardo . Tras dejar un reguero de sangre por todo el palacio (se dice que fue trasladado enrollado en una alfombra), finalmente los médicos lograron ligar la arteria rota en una operación de varias horas, donde falló la luz del quirófano improvisado y fue necesario alumbrar el vientre del dictador con linternas . Esa noche, el dictador perdió la conciencia y, salvo algunos momentos de lucidez, nunca la volvió a recuperar.

El día 7 de noviembre, Franco fue trasladado en un convoy de once vehículos a La Paz debido a nuevas hemorragias, en este caso de la boca y la nariz. En las sucesivas intervenciones, al dictador se le retiró el noventa por ciento del estómago y le localizaron 11 úlceras sangrantes. A causa de las perforaciones, Franco contrajo una peritonitis aguda que le provocó, a su vez, fallos multiorgánicos.

El día 14, por tercera vez en menos de 15 días, hasta 32 facultativos le intervinieron de nuevo. Impotentes ante lo irreversible, Vicente Pozuelo aseguró que se probaron «todos los tratamientos que se nos ocurrieron», entre ellos aplicar a Franco una hormona del crecimiento o un proceso de reducción extrema de temperatura.

Nada se podía ya hacer, salvo esperar a que se produjera la muerte oficial. En torno a las once de la noche del 19 de noviembre, Carmen Polo , esposa de Franco, Carlos Arias y otros personas del entorno familiar acudieron al hospital, una convocatoria que está en el origen de la teoría de que para entonces ya había fallecido Franco y que, si no se dijo nada aún, fue para que coincidiera con el día 20, aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera . Y, ciertamente, no coinciden las horas en la que llegaron los embalsamadores con la primera información sobre el fallecimiento, a las 4.58, a través de un flash de Europa Press.

La opción más aceptada es que ya en la noche del 19 se le retiraran los tubos que le conectaban a las máquinas, mostrando en ese momento un electroencefalograma plano, pero que la muerte no le alcanzó hasta una hora indeterminada de la madrugada cuando la respiración asistida se interrumpió”.

 

Y ASÍ MURIÓ JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

Y para recordar al fundador de Falange en el 86 aniversario me complace reproducir el artículo que publicó hace unos años Martín Rubio Esteban en “El Imparcial”. Y afortunadamente ya el gran José María Zavala lo había escrito en su obra “Las últimas horas de José Antonio”:

Aunque la muerte de José Antonio Primo de Rivera no fue otra cosa que una brutalidad más de nuestra Guerra Civil – como él cayeron otros miles de españoles y con menos culpa, en el supuesto de que defender ideas políticas o credos religiosos sea algo digno de culpabilidad -, su proceso y fusilamiento ejemplifican en casi todos los sentidos lo que fue aquella barbarie fratricida. Un tribunal sin independencia, coaccionado y obedeciendo órdenes del Jefe de Gobierno, Largo Caballero, y un Gobierno presionado por una totalitaria potencia extranjera que le suministraba los recursos para la Guerra, etc.

El presidente del Tribunal que lo juzgaba, Eduardo Iglesias del Portal, debía sufrir tal tensión interior por obrar contra su más elemental conciencia jurídica que lo expresaba en un rostro pálido desencajado, y hondamente esplenético. El propio José Antonio, tras oír su sentencia de muerte con voz trabucante, se dirigió al Presidente del Tribunal condenatorio, y se fundió con él en un fuerte abrazo de cera.

– No eres tú quien me condena. Lo sé. No te preocupes – le dijo José Antonio.
Testigo de la atroz y brutal ejecución de José Antonio fue el empresario paraguayo Joaquín Martínez Arboleya, que se encontraba a la sazón por Alicante, y que el horror de la visión de la ejecución del Jefe de Falange lo haría enrolarse en 1937, tras escapar a Tánger en el paquebote Maréchal Lyautey, en las tropas que reclutaba el teniente coronel Juan Luis Beigbéder, designado en abril alto comisario de España en Marruecos, a fin de combatir en el bando nacional, pudiendo participar así en la conquista de Málaga.

Durante la Guerra Civil, los fusilamientos se habían converido en verdaderos espectáculos en las dos retaguardias, ya fuera en plena calle o en recintos cerrados a los cuales a veces se permitía el acceso. El hispanista británico Ronald Fraser, afirmaba que iban a ver tantos estos espectáculos macabros que se instalaron puestos de churros y café para que la gente pudiera comer y beber mientras observaban cómo se mataban los españoles entre sí.

Joaquín Martínez Arboleya se encontraba aquella mañana en el patio en que iban a matar a José Antonio Primo de Rivera. Cuando quisieron verdarle los ojos, José Antonio rechazó el ofrecimiento meneando enérgicamente la cabeza y gritando un “¡no!” tan rotundo, que resonó en todo el recinto carcelario. Encarado al pelotón miró fijamente a las bocachas de los mosquetones que le apuntaban. Arboleya contó ocho fusiles. Su aritmética concuerda con la convicción de Miguel Primo de Rivera sobre la existencia de dos pelotones, uno de los cuales se ocupó solo de su hermano ( con el otro se mató a los mártires de Novelda ). José Antonio tenía frente a él a Luis Serrat (Bakunin), Manuel Beltrán, José Pantoja, Andres Gallego y José Pereda, quienes junto a Huillermo Toscano, pistola al cinto, formaban el grupo de milicianos de la FAI al que probablemente se uniesen, en su afán de acribillar a la víctima, el sargento y los tres soldados de Quinto Regimiento comunista, entre ellos Diego Molina. Ocho fusileros en total, sin contar a Toscano, que carecía de mosquetón para abrir fuego.

Integraban también el pelotón, o los dos pelotones, cuatro guardias de Asalto a las órdenes del sargento González Vázquez: los cabos Demetrio Monllor y José Belda Serrano, junto a dos hermanos apellidados Ferrando.

La víctima gritó tan fuerte “¡Arriba España!”, que el sonido se confundió con la descarga de sus verdugos.

 

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Se quebró su cuerpo – recuerda Arboleya -, cayendo doblado, empapadas en sangre sus rodillas. La chusma allí reunida gritó obscenidades; ni un grito, ni un “ay” en el mártir…La orden de ejecución preveía esa primera etapa de deleite a los triunfadores del momento…Lo que sucedió a continuación quedó grabado a hierro y fuego en la memoria de Arboleya: “José Antonio recibió la descarga en las piernas; no le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. Cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola martillada en mano, y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase “¡Viva la República!” – en cuyo nombre lo estaban martirizando -, recibió por respuesta otro “¡Arriba España!”. Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el caño de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.”

Este aterrador documento histórico, aparecido en la última obra de José María Zavala, Las últimas horas de José Antonio, nos revela hasta qué punto el odio, la barbarie y el fanatismo cegó el sentido común y el corazón de los españoles; españoles que se mataban con vehemencia y pasión con armas extranjeras por ideologías extranjeras.

El mismo día en que se produjo el sádico asesinato de José Antonio, 20 de Noviembre, moriría también en Madrid “por fuego amigo” el dirigente anarquista Buenaventura Durruti, cuyo hermano menor, Pedro, era falangista desde la primera hora, y días antes de la ejecución cruel de José Antonio escribió: “Considero una insensatez y un error capital condenar y fusilar a José Antonio en estos momentos. Sinceramente, y hablando entre nosotros, no reconozco ninguna razón o pretexto que aconseje, y mucho menos justifique, tan precipitada en insólita decisión…Con su muerte, si llega a consumarse ( ya hemos dicho que Durruti fallecería en mismo día que José Antonio), morirá también toda esperanza de reconciliar a los españoles antes de muchas décadas”.

“Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”
(Testamento de José Antonio Primo de Rivera, 18/11/1936)

Por la transcripción Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.