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Extramuros de la ciudad de Ávila, a unos dos kilómetros al sur de la muralla construida en el siglo XII, se levanta en piedra un tesoro histórico y una joya artística: el Real Monasterio de Santo Tomás. Un conjunto arquitectónico dedicado al Santo de Aquino (1225-1274), autor de la Suma Teológica y sus Comentarios a la Ética, la Naturaleza, la Política y la Metafísica de Aristóteles.

La idea del Monasterio se debió a don Hernán Núñez de Arnalte, secretario y tesorero de los Reyes Católicos, aunque con su prematura muerte en 1480 ni siquiera llegara a ver el comienzo de las obras, en 1482. Fue levantado en “unas tierras y prados en los arrabales de la ciudad adquiridos por doña María Dávila (mujer de Hernán Núñez y dama de la Reina Isabel I) y fray Tomás de Torquemada al canónigo Fernán González…1, gracias a la aportación de un millón y medio de maravedíes por parte del matrimonio Núñez de Arnalte-Ávila, la colaboración económica de los propios Reyes Católicos e incautaciones hechas a los condenados por la Inquisición. Bajo la dirección del dominico palentino Tomás de Torquemada2 y el arquitecto Martín de Solórzano, las obras finalizaron en 1493. Allí moriría un año después Torquemada, siendo enterrado bajo un altar en la sacristía destruida por un incendio en 1699.

Residencia transitoria de los Reyes Católicos, junto con las dependencias de los dominicos, el Monasterio incluye una Iglesia y tres claustros inolvidables: el de Novicios, el del Silencio y el de los Reyes.

De estilo toscano, el Claustro de Novicios es el más antiguo y pequeño (12,70 x 14,40 metros) y se alza en dos pisos con 20 arcos de medio punto en el inferior y otros 20 arcos escarzanos3 en el superior, todos sobre columnas de fuste octogonal. Como dato curioso, cabe apuntar que el pozo está en un lateral del jardín.

Más amplio (19,4 x 20,9 metros), el Claustro del Silencio o “de difuntos” se llama así porque antiguamente los monjes eran enterrados en él. Las cuatro galerías del piso inferior muestran 18 arcos de medio punto y presentan bóvedas de terceletes4, propias del gótico tardío. El piso superior posee 38 arcos mixtilíneos de estilo gótico-renacentista decorados en su intradós con las conocidas bolas o “perlas abulenses”5; antepechos6 adornados con relieves de yugos y flechas –símbolos de los Reyes Católicos–, y techo plano de madera. Todo, incluidas las columnas de los arcos, está ornamentado con las granadas propias del estilo isabelino.

Al Este del conjunto arquitectónico se encuentra el bello Claustro de los Reyes (35 x 37,5 m), que fue studium generale (universidad) desde 1504 hasta 1824. Allí Gaspar Melchor de Jovellanos se doctoró en Cánones en 1763. La planta inferior presenta 40 arcos de medio punto ligeramente rebajados, mientras en la superior vemos 56 arcos mixtilíneos o escarzanos polilobulados, decorados también con bolas, como los fustes octogonales en los que descansan. En dicho claustro se encuentran las tres estancias del llamado “Salón del Trono”, con un excelente artesonado de madera; el Museo de Arte Oriental, con obras de arte traídas desde de Filipinas, Indochina, Japón y China por los dominicos desde finales del siglo XVI; y el Museo de Ciencias Naturales, con animales disecados de la misma procedencia.

La Iglesia del Monasterio, a la que se llega caminando a través de un gran patio, merecería un capítulo aparte. En su fachada de granito vemos el águila con el escudo de los Reyes Católicos gastado por los siglos, un gran rosetón que da luz al coro, un arco carpanel singularmente alto y dos contrafuertes o machones de aristas “perladas”. La entrada se halla enmarcada por arquivoltas de arcos conopiales y estatuas de la Anunciación y santos de la Orden Benedictina, atribuidas a los escultores Gil de Siloé (1440-1501) y Diego de la Cruz (c. 1460-1500).

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Su planta es de cruz latina, con cuatro capillas a cada una de las naves laterales y bóvedas de crucería de estilo gótico tardío. A los pies de la nave principal –es decir, en la zona más próxima a la fachada principal–, el coro está elevado y sostenido por un arco carpanel, con 63 asientos labrados en nogal. Enfrente –esto es, en la cabecera– también elevado sobre otro arco carpanel, el altar mayor está presidido por un extraordinario retablo pintado por el palentino Pedro Berruguete (1450-1503) con escenas de la vida de Santo Tomás. Delante y debajo, se encuentra el sepulcro del príncipe don Juan; segundogénito de los Reyes Católicos, fallecido en Salamanca en 1497 a los 19 años, seis meses después de su matrimonio con Margarita de Austria, hija de Maximiliano y hermana de Felipe “el hermoso”.

El monumento funerario fue mandado hacer por su padre, el rey Don Fernando, cumpliendo lo dispuesto por la reina Isabel en su testamento de 1504. Realizado en mármol de Carrara entre 1511 y 1513 por el escultor florentino Domenico Fancelli (1469-1519), fue transportado por mar desde Génova a Valencia y desde allí, en carros debidamente acondicionados para amortiguar las vibraciones y los golpes, hasta Ávila. La figura yacente del Príncipe con su manto y armadura reposa sobre un almadraque o cojín, con las manos en gesto piadoso sobre la guarnición de la espada. Los guanteletes a ambos lados señalan que murió por enfermedad y no en combate7. Según la tradición italiana, su rostro tiene los ojos cerrados y gesto severo.

La tumba presenta sus cuatro lados inclinados en talud, con guirnaldas en los laterales, grifos en los ángulos y escudos y tondos con la Virgen y San Juan Bautista en el centro de los costados. Flanqueando el medallón que alberga la figura del Bautista, cuatro hornacinas acogen las tres virtudes teologales y la figura de Santo Tomás portando un libro en la mano como doctor del la Iglesia. Al otro lado, flanqueando el tondo con la Virgen, las cuatro virtudes cardinales. En la cabecera, entre dos ángeles, vemos un medallón con la efigie de Santo Domingo, y otro a los pies, presentado por dos “putti” o querubines alados que simbolizan el sueño de la muerte, en el que está esculpido el epitafio del Príncipe: “Juan, Príncipe de las Españas, modelo de todas las virtudes, verdadero mecenas de las Bellas Artes y de la Religión Cristiana, que en pocos años realizó muchas obras buenas con gran esmero y extremada prudencia y bondad descansa en este túmulo que mandó labrar su óptimo y piadoso padre, Fernando, Rey Católico, invicto defensor de la Iglesia, puesto que lo había ordenado en el testamento su madre Isabel, Reina castísima y joyero de todas las virtudes. Vivió 19 años. 3 meses y 6 días y murió en Salamanca el 4 de octubre de 1497”.

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La tumba fue profanada en agosto de 1809 por la soldadesca de Napoleón, que también expolió la verja de plata que rodeaba el sepulcro, según consta en un manuscrito del dominico Manuel Herrero conservado en el archivo del Monasterio. Una inspección hecha en 1961 al reparar unas losas a los pies del sepulcro demostró que estaba vacío, desconociéndose el destino de los restos del príncipe don Juan8.

Sin duda, tenemos mil motivos para visitar la sin par Ávila y otros tantos para adentrarnos en el Monasterio de Santo Tomás. El Arte y la Historia allí nos aguardan en silencio. Y hoy, transcurridos más de cinco siglos desde que aquel príncipe falleciera y con él acabara la dinastía Trastámara9, nos preguntamos: ¿la historia de España, de Europa y del Mundo hubiera sido la misma si el hijo varón de los Reyes Católicos hubiera llegado a la madurez y tenido descendencia?

Santiago Prieto Pérez 15-09-2023

1 Fray Cayetano García Cienfuegos, O.P. Breve historia del Real Colegio de Santo Tomás de Ávila. Imprenta de L. Aguado, Madrid, 1895.

2 La Orden Dominica o de Predicadores fue fundada en Toulouse en 1215 por el burgalés Santo Domingo de Guzmán, siendo encargada por el papa Gregorio IX (1170-1241) de perseguir las herejías. Su lema: Veritas. Fue la base de la Escuela de Salamanca de Filosofía, Economía y Teología a la que pertenecieron Francisco de Vitoria (1483-1546), Domingo de Soto (1494-1560) y Tomás de Mercado (1523-1575), quienes, con el franciscano Luis de Alcalá (1490-1549) y el jesuita Francisco Suárez (1548-1617), dieron soporte intelectual a la “primera globalización” y contribuyeron a la brillantez de nuestro Siglo de Oro.

3 Arco escarzano: arco rebajado y simétrico, cuyo radio nace en un punto por debajo de la línea de impostas o saledizos donde se apoya el arco.

4 Arco tercelete: moldura con apariencia de nervio que no pasa por el centro de la bóveda.

5 Pequeñas esferas talladas. Podemos hallarlas en cornisas, ventanas, pináculos, ajimeces, impostas, ménsulas o arcosolios. Véase en Madrid, por ejemplo, decorando una imposta y la cornisa del campanario de la iglesia de San Pedro Apóstol en Ribatejada, o la cornisa del campanario de la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, en Miraflores de la Sierra. O, en Burgos, adornando los pináculos inferiores del campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Villahoz.

6 Paramento, pared o murete bajo una luz o ventana.

7 Véase el sepulcro de Don Juan de Austria en el Panteón del Real Monasterio de El Escorial, donde se aprecia una disposición similar.

8 Ángel Alcalá Galve y Jacobo Sanz Hermida. Vida y muerte del Príncipe don Juan. Historia y literatura. Consejería de Educación y Cultura, Valladolid, 1999.

9 Nota: El nombre Trastámara procede de un pequeño condado en el noroeste de Galicia, cuya etimología en latín es “tras Tamaris”, más allá del Tambre.

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Santiago Prieto
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