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Que España es un gran corral de gallinas con algunos gallos matándose entre sí, nadie medianamente inteligente lo pone en duda. Somos el hazmerreír del mundo mundial, y tan contentos, porque aquí el alegato del patriotismo es que somos un país de gente muy alegre al que siempre salvará el turismo; que no es, ni mucho menos, la panacea que se vende.
Lo que estos días entretiene a la nación es la vuelta de rey Emérito, que nunca tuvo que haberse ido, aunque sí alejarse de la escena mediática, pongamos que fijando su residencia en Estoril: nada de comilonas por toda la geografía de España, regatas y demás saraos. De la misma forma que la esposa, doña Sofía, tuvo que haberse marchado de España el mismo día que se desterró a su marido, el rey Emérito, pongamos que a la India, y no seguir gastando del erario, cada vez más esquilmado. Lo que pone a debate el buen hacer de las personas que encarnan y representan la Monarquía, que es hoy por hoy nuestra forma de Estado.
Pero ojo, el buen hacer de todas ellas, comenzando por el hijo, que no tuvo que permitir el destierro de su padre, y ahora impedirle alojarse en la que fue su casa. Actuación de todo punto impresentable en un hijo, y en un rey, que debería concitar no sólo la censura, sino el rechazo hacia su persona. Toda vez, además, que esto obedece a lo dictado por un tipejo de la calaña de Pedro Sánchez y de su tropa.
Si hiciéramos una lista de los políticos con cargos institucionales que literalmente han robado, prevaricado u ocultado patrimonio a la hacienda pública, y les desterráramos, el número sería tan grande que se podrían establecer colonias de políticos españoles en cualquier parte del mundo. Sin que faltaran los asesinos en serie de ETA, de la izquierda y del independentismo. ¿De qué hablamos entonces?
Por otra parte, y como ocurre en cualquier balance, lo importante es siempre el saldo por más pérdidas o gastos que se hubieran podido evitar. En este sentido, no se entiende ese rechazo al Emérito sí como dicen fue quien hizo posible la democracia en España.
Es evidente que en esta cuestión, en el destierro del rey Emérito, hay un gato encerrado que el hijo no ve o no quiere ver, dejando pasar el tiempo hasta poder entregar el testigo a su hija. Que puede que para él sea haber cumplido su misión histórica: no dejar a su hija en la estacada.
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